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miércoles, 15 de enero de 2014

Dos anécdotas sobre José Martí. En sus 160 años de su nacimiento



René  León

  Sobre la vida del Apóstol José Martí se ha escrito mucho, pero todavía falta muco más que ira apareciendo a través de los años. En su libro Enrique Loynaz del Castillo, Memorias de la Guerra, nos cuenta el autor dos pasaje o anécdotas de la vida de Martí: “Unidos ambos objetivos, encargóse Martí (sobre la muerte del abuelo de Loynaz del Castillo, Martín del Castillo y Agramante, prócer de la Independencia, que dio su fortuna a la Revolución, costeó los gastos de la expedición del “Galvanic”) de presentar a la emigración cubana el generoso testimonio de su palabra de oro a favor de mi devoción a la causa de Cuba, por la que iba a ofrecer la vida. Gonzalo de Quesada hizo el panegírico elocuente de mi ilustre abuelo. Sótero Figueroa, en cálidas palabras, promovió el acuerdo –inmediatamente realizado- de Martín del Castillo. Juan Coronel, orador suramericano, nos mostró el arrebato de su palabra el alma de América. Un obrero casi desconocido, Rafael Urgellés, hizo estremecer de entusiasmo a la concurrencia. Estaba yo obligado a decir, por lo menos, algunas palabras de agradecimiento; y éste fue el más grande aprieto  de mi vida. Horas antes me había visto Martí escribiendo en el hotel. Le dije que eran palabras que debía pronunciar por la noche…Él me tomó el papel de las manos y lo rompió. “Nunca hagas eso”, me dijo. “Siempre que tenga. Como esta noche, necesidad de hablar, hágalo sin preparación; piense unos momentos en lo que han dicho los otros,y en los argumentos que debe emplear, y dígalo de improviso. Porque si usted recita lo aprendido la emoción estará ausente, y será pálido y flojo cuanto diga.. O puede fallarle la memoria, y entonces está ausente o perdido. Lo siguiente y lo elocuente es la improvisación, caldeada con el énfasis de la verdad. Otra cosa será cuando se trate de conferencias las que deben ser leídas, si son preparadas de antemano. Todo lo que se improvise debe entregarse a la lectura, nunca a la recitación.”
  Anodado por el cariño con que eran esperadas mis palabras, subí a la tribuna de la Emigración, di como pude las gracias por tantas palabras amables que embellecían el exilio. Y –ya me lo anunció el Maestro- cualquier cosa que allí improvisara sería recibida con aplausos. El Club Martín del Castillo fue desde esa noche inscripto entre las unidades de la Revolución. Sus fundadores me honraron con la Presidencia”. Aguardábamos en el hotel “Martín”. Gonzalo de Quesada –que siempre nos acompañaba a comer-, Mayía, Collazo y yo, la llegada de Martí, bastante retardada.
  Creyendo que se quedaría a cenar en algún otro lugar, nos sentamos, después de larga espera, a la mesa. Estábamos contrariados con aquella ausencia, que nos privaba del deleite de su conversación, y de la selección de los manjares, que él, como nadie, sabía decidir. Porque en esto era también maravilloso. Conocía cada plato del menú francés y la historia y origen de cada uno. Una vez, ante uno de esos nombres raros, nos anticipó con exactitud la descripción del plato y su historia que se remontaba al sitio de Nantes y a la cocina de Luis XIV. Y era así en todas las artes, que no en vano le pagaba el “Sun” sus juicios sobre las últimas obras de arte, de pintura y escultura, en las que destacaba la maestría de los grandes críticos.
  Indecisos ante la multitud de desconocidos platos, nos encontrábamos cuando llegó Martí, todo cubierto de nieve, y como fatigado. Sacudio la nieve del abrigo, y al colgarlo en el perchero nos dejó oír sus habituales suspiros. Se dirigió a la lámpara y aumentó toda la iluminación del gas; porque, como Goethe, amaba la luz. Y al sentarse entre el general Rodríguez y Enrique Collazo volvió a suspirar…El general Rodríguez vió la oportunidad para obtener de Martí la definición de un suspiro. Para que me fijara me tocó la rodilla. Y dijo: “vea, Martí, no me gusta oirlo suspirar. El hombre que está al frente de un pueblo, debe ser de hierro. L dolor más grande que puede abrumar a un hombre lo he recibido sin una queja cuando me destrozaron la rodilla las balas españolas. ¡Ni me quejé, ni suspiré, ni nada! Hice frente al dolor. Lo que Cuba necesita de usted es una energía de hierro que no consienta ni debilitamientos, ni suspiros.”
  Inmediatamente respondió el Maestro: “Un suspiro no es una queja, ni es una debilidad. Ustedes saben de unos ríos subterráneos, de aguas salobres, que corren bajo los áridos llanos de Yucatán. A veces la tierra se abre y por entre la honda grieta se percibe el rumor…Y el río sigue, con sus aguas amargas, a perderse en el mar…Los llaman cenotes…Pues bien, cenotes; esos son mis suspiro.

4 comentarios:

  1. Amigo René:

    Acabo de leer la edición de "Pensamiento" correspondiente 1/15/2014.

    Es una publicación interesante, instructiva y siempre fiel a la verdad histórica. Tú, Barbarita y todo el equipo, deben sentirse realizados con este trabajo.
    No importa el tema del que trate. El resultado es siempre el mismo. Fiel a la verdad histórica, siempre atractivo, y evocador. Me llamó mucho la atención la explicación que da Martí sobre los suspiros. Es además de cierta y poética. Muy propia de El.
    También creo que ha sido muy hermoso todo lo escrito sobre Yolanda Cobelo. Era en verdad una mujer superior: Una excelente persona, una gran compositora y una gran cubana.
    No pude escribirte antes, pues tuvimos que irnos a Miami al funeral de un primo muy querido y no regresamos hasta el domingo.
    Te envié un poema sobre José Martí formado por tres sonetos. No sé si te llegó.

    Un abrazo para ti y para Barbarita

    Herminia

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  2. Busco a una puta con la pija mui larg

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