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jueves, 15 de enero de 2015

Recordando a José Martí: “El Americanismo de Martí”


En el Congreso de Escritores Martianos que se celebró en La Habana del 20 de febrero al 27 de febrero de 1953, en el Centenario del nacimiento de José Martí, la Comisión Organizadora de los Actos del Centenario y del Monumento de Martí, invitó a conocidos escritores del país y del extranjero. Uno de los trabajos presentados fue El Americanismo de Martí, del conocido escritor e historiador Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, siendo leído y comentado en una de las sesiones de la Comisión de Temas Políticos. A continuación, he tomado uno de sus puntos interesantes que aparece en el libro. 

“¿Qué medios utiliza Martí para llevar adelante sus propósitos y de sus ideales?

La pluma y la palabra, que han de servirle para la propaganda de sus ideas y la conquista de adeptos a la causa en que ha empeñado su vida. La pluma, que ha de ser arma esgrimida desde las páginas de los periódicos, revistas y folletos y desde las hojas de las innúmeras cartas que sin descanso escribió durante los años de apostolado revolucionario, no para ofender y destruir, sino para defender y fundar. Y la palabra –en el discurso, en la tertulia y en la conversación privadas-, la palabra, de que dijo: “ha caído en descrédito porque los débiles, los vanos y los ambiciosos han abusado de ella”, pero para aclarar en seguida: “todavía tiene oficio la palabra… si ha de impedir las tiranías civiles o militares… y los odios y pequeñeces de los políticos débiles e intrigantes”, dándonos lección anticipada, a los ciudadanos futuros de su república, según Salvador García Agüero, en su conferencia Martí, orador, ha sabido, glosando esos conceptos de Martí, aplicarlos a nuestros días, al decir que, efectivamente, todavía – hoy – tiene oficio la palabra, “si en vez de ponerla al servicio de una casta arrogante sobre un pueblo hambriento, se la emplea en el equilibro de la justicia”, y en la obra cordial de todos para el bienestar común, porque nada menos que ella –dijo Martí- y no señoríos pueriles y libertadores a lo inglés, es necesario para el triunfo en el conflicto posible, y para la paz después del triunfo, y aún para la vida sana de la patria”.

A la pluma y a la palabra sumó Martí otro medio indispensable para el éxito de su labor revolucionaria y para la fundación estable de la República: la organización.

Organizar la revolución, para que no fracase, preocupa en todo instante a Martí; y por no creerla suficientemente organizada se separa de toda tentativa revolucionaria a la que falte ese requisito indispensable, y a organizarla se dispone cuando ya ve madura la opinión pública patriótica de las emigraciones y de la Isla. Surge entonces, modelado por sus manos taumatúrgicas, el Partido Revolucionario Cubano, nueva lección que legará a sus compatriotas, para los días republicanos.

Porque Martí, al desatar la guerra contra España, no se propone únicamente esa finalidad independentista, sino que persigue, además, otros muchos más altos y trascendentales propósitos americanistas internacionalistas, su República ha de estar fundada sobre bases de firmeza y estabilidad singulares, y los ciudadanos de la misma han de poseer, lo mismo gobernantes que gobernados, virtudes excepcionales. 

Quiere, primero, que la República no sea colonia superviva; que el espíritu reaccionario, feudal, de la colonia no subsista, disimulado bajo una bandera sin sentido y una constitución sin realidad efectiva, en Cuba republicana. Y avisará que:

“el peligro de nuestra sociedad estaría en conceder demasiado al empedernido espíritu colonial, que quedará coceando en las raíces mismas de la República, como si el gobierno de la patria fuera propiedad natural de los que menos sacrifican por servirla y más cerca están de ofrecerla al extranjero, de comprometer con la entrega de Cuba a un interés hostil y desdeñoso, la independencia de las naciones americanas”.

Claramente rechazó que la República cubana pudiera ser la perpetuación “con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, del espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia”, sino que esperaba fuera la constitución de ‘un pueblo nuevo y de sincera democracia”.





Tomado de El Americanismo de Martí, de Emilio Roig de Leuchsenring, Primera edición, La Habana, 1953, ( p. 12 y 13 ) 

1 comentario:

  1. Centro Cubano de España24 de noviembre de 2015, 5:14

    Han sido comparativamente escasas las reseñas que sobre los dirigentes históricos del movimiento político comunista cubano -es decir, sobre quienes lo encabezaron entre 1925 y 1959- han aparecido en publicaciones y medios de comunicación del Régimen castrista desde su toma del Poder en 1959,
    Desde entonces, todo el quehacer de la vida diaria individual e institucional está condicionado por el culto a la personalidad de Fidel Castro, al más puro estilo estalinista (el Máximo Líder siempre tiene la razón, el Máximo Lïder nunca se equivoca, quienes según la monserga oficial discrepan o se enfrentan el Máximo Líder -no digamos políticamente sino aunque sea en cuestiones relativas a la Economía y a las Ciencias Naturales- no sólo están equivocados sino que obran por motivos espurios y en calidad de agentes mercenarios del Imperialismo norteamericano).
    Es muy oportuna la mención por parte del Profesor René León, en su evocación de las realizaciones de la Comisión Organizadora de los Actos del Centenario y del Monumento de Martí (que se celebraron en 1952-53), de los nombres de los intelectuales marxistas que actuaron durante la época republicana (1902 y 1959, porque la etapa histórica transcurrida a partir de 1959 no se puede decir que forme parte de ella sino de la época de la Tiranía del no va más). Y entre esos nombres, el de Salvador García Agüero, de quien en los diccionarios biográficos de hoy en día se habla, además extensamente, sobre su ejecutoria como luchador político en medio de la sociedad capitalista, pero cuya actuación a partir de 1959 hasta su fallecimiento el 11 de febrero de 1965 se despacha en un par de renglones, mencionando apenas y de pasada, sin detalles, que se desempeñó como Embajador del Régimen ante los gobiernos de Guinea-Conakry y de Bulgaria.
    Salvador García Agüero compartió el sino de otros dirigentes de la extinguida organización histórica prerrevolucionaria del comunismo cubano (el Partido Socialista Popular): el arrumbamiento, el silencio y el olvido -a pesar de haber sido Maestro Normalista, destacado orador, Delegado a la Asamblea Constituyente de 1940, Representante a la Cámara y Senador de la República-.

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