Páginas

miércoles, 13 de marzo de 2013

AMOR UNIVERSAL


                                   
                                       Por: Leonora Acuña de Marmolejo

                                       Lenguaje del alma, lenguaje intangible,
                                lenguaje elocuente que va por el cosmos
                                con alas celestes, alas de Pegaso
                                pregonando al cielo su mágica voz,

                                       de fuerza invencible: su nombre es AMOR!
                                Es un dios latente, críptico, arbitrario,
                                feraz, invasivo, loco, omnipresente;
                                mas salvando al hombre, omnímodo va,

                                       borrando fronteras, abriendo senderos
                                y olvidando ofensas para dar perdón
                                uniendo a los hombres en una divina,
                                global convivencia, fraterna y feliz.

                                       ¡Amor es la fuerza que llama a igualdad,
                                fuerza omnipotente que invoca justicia
                                que invoca armonía, libertad y paz
                                en una sagrada unidad mundial!

                                       *Poema tomado del libro En Alas de la Musa

Se quedó sin plumas y cacareando



     La ciudad de Morón, en la costa Norte de la provincia de Ciego de Ávila, es representada por la escultura de un enorme gallo. Pero otros muchos valores guarda este lugar de Cuba. La arquitectura es una mezcla de ayer y de hoy, la elegancia de sus coches tirados por caballos, sus joyas naturales, y por supuesto, su historia y su gente.
  Este asentamiento echó sus raíces hacia 1543, cuando en un cabildo celebrado en la entonces villa de Sancti Spíritus, el Hato de Morón fue mercedado a Don Luis de Almeida y se levantó un villorrio sobre un montecito de tierras que recibió el muy adecuado nombre de Morón.
  De esta ciudad central parte en la actualidad el pedraplén que lleva a los cayos Coco y Guillermo, en el archipiélago Jardines del Rey; uno de los más importantes polos turísticos del país. También desde Morón se llega a la isla de Turiguanó, conocida por su ganadería. También se encuentra la Laguna de la Leche, la reserva natural de agua más grande de Cuba; así como la laguna La Redonda, donde se ubica un centro internacional de pesca de trucha.
  En cuanto al gallo, símbolo de la ciudad, sus orígenes vienen de tierra sevillana, de Morón de la Frontera. Se cuenta que a finales del siglo XVI era aquel un pueblo de rivalidades políticas por el nombramiento de las autoridades municipales. Un día llegó un funcionario con el propósito de calmar los ánimos y proclamó a viva voz desafiante: “Aquí no hay más gallo que yo’. Algunos vecinos tras escucharlo se miraron y sonrieron de labios para dentro. Muy poco después, un grupo de desconocidos, cobijados por la oscuridad de la noche, sorprendió al atrevido intruso y le propinó una paliza inolvidable. El equivocado tipejo quedó humillado e inmortalizado en un verso que decía así:
“Anda que te vas quedando como el gallo de Morón:
sin plumas y cacareando
en la mejor ocasión”.

  Los españoles que fundaron el Morón cubano trajeron el verso y allí lo sembraron, por lo que hoy algunos le atribuyen, incluso, doble nacionalidad al gallo de Morón. Al cual se le erigió aquí un monumento en la mitad de la década de los 50 del pasado siglo, que fuera inaugurado personalmente por el propio presidente de la república en aquel entonces, Fulgencio Batista, quien fuera declarado hijo adoptivo de la ciudad. (Al principio de la revolución de 1959, algunos ignorantes lo arrancaron de su lugar y lo tiraron en la calle. Otros vecinos lo volvieron a poner en su lugar. Pero vinieron otros vecinos de otra localidad tumbaron el gallo de bronce, y lo ultimaron de un tiro. Hay que ser BRUTO  E  IRESPONSABLE.
  Por suerte para los moronenses el gallo había quedado demasiado dentro del pueblo, y volvió a cantar el 2 de mayo de 1982, cuando lo pusieron en su antiguo lugar, gracias a Rita Longa y Armando Alonso. (Tomado de la publicación “La Jiribilla” Cuba)




San Cristóbal de la Habana


 Importancia en el Tráfico Marítimo y 
sus Construcciones Navales en Tiempo de la Colonia
René  León

  San Cristóbal de la Habana fue fundada en la costa Sur de Cuba, el 25 de julio de 1515, cerca de Batabanó, según José Martín Félix de Arrate, al referirse a la localización del poblado, dice: “es muy posible fuere el que ahora llaman de la Bija, que desemboca en ella un paraje más oriental que el Batabanó, y en donde estoy informado se divisan algunas señales de que hubo antiguamente embargadero”. (1) Al pasar los años, los vecinos se van mudando para la costa Norte, en la ya conocida Bahía de Carenas, dando los historiadores por oficial el traslado en el año de 1519.
  En el año de 1508, el Adelantado Nicolás de Obando, quien era el gobernador de la Española, mandaría a completar el bojeo y exploración de Cuba. Sería enviado el capitán Sebastían de Ocampo con dos carabelas. Según Jacobo de la Pezuela: “…llego a fondear en el puerto más extenso, cómodo y seguro que se encontrase hasta entonces en las nuevas regiones descubiertas. Reconociendo Ocampo con prolijidad los surgideros interiores de su vasta bahía, junto á un riachuelo que desembocaba en su más interna parte, descubrió un manantial de petróleo ó betún líquido que podía sustituir á la brea muy ventajosamente para las reparaciones de las naves. Animáronle este hallazgo y la hermosura del paisaje á carenar allí las naves, y apellidóle por esto en su diario Puerto de Carenas”. (2)
  La importancia del puerto de la Habana va aumentando a través de los años. Irene A. Wright, dice sobre los primeros años: “La Habana era humilde. No fue, en efecto, en las dos primeras décadas de su vida, más que un núcleo de bohíos esparcidos a lo largo de la orilla de la bahía. Entonces, y hasta mucho tiempo, era su centro la plaza de armas, donde se levantaban las modestas moradas de sus principales vecinos, hombres diligentes y trabajadores y no menos testarudos y soberbios.” (3)
  Hernán Cortés en su Carta de Relación al rey después de haber estado en la villa, le informa que “…está en el paraje de la navegación de la Nueva España y de las otras tierras de islas descubiertas y donde se proveen y contratan todas las personas que van a ellas, de mantenimientos, caballos y yeguas y otros ganados y cosas por su abundancia y fertilidad…” (4). Esto sucedía el 3 de septiembre de 1526.
  En el año de 1522, por una Real Orden se establecía una armada para guardar los mares del poniente contra los corsarios franceses. Pero no sería hasta el año de 1526 que se dispuso que, para ir a las Indias o volver, se debía tomar una flota, para proteger los navíos. Todas tenían que llegar a la Habana por “Buena derrota del Canal de Bahamas”. Desde 1537 fue escala obligada de todos los navíos  que regresaban a España. También serviría de pretexto para ser atacada varias veces por los corsarios, y destruida por el capitán corsario francés Jacques de Sores en julio de 1554.
  Sería nombrado un nuevo gobernador, Diego de Mazariegos. Siendo el primero que recibió ayuda pecuniaria para el sostenimiento de la plaza, conocido por “Situados”. Se empezaría a construir otra fortaleza para mejor protección de la villa, pues la última había sido destruida por los corsarios.
  Las primeras informaciones que se tienen sobre reparaciones de navíos nos viene de pasado el 1550. Se reparaban y se hacían pequeñas embarcaciones para el trasiego de las villas, en especial chalupas. Debido a la fundición de cañones que se necesitaban para las fortalezas, empezaría coger  importancia la construcción de navíos de gran tonelaje. El historiador fallecido Leví Marrero, dice  “Las posibilidades  de La Habana para aportar a la navegación española embarcaciones de primer orden  se materia-
lizaron primero con los doce galeones agalerados con remos que fabricó en Cuba el Adelantado de la Florida don Pedro Menéndez de Avilés y que integraron con 8 fabricados en Viscayas, la primera Armada de Galeones.” (5)
  Sería Pedro Menéndez de Avilés el que reformaría las reglas de las flotas en sus viajes de España a América  y a su regreso. También se cambiaría la forma de construcción de los navíos. Pezuela sobre el particular, dice: “…convirtiendo las antiguas galeras y carabelas en los famosos galeones, que durante siglo y medio, se ocuparon de aquel servicio…”(6)
  Por lo que vemos, la importancia de La Habana fue grande en la navegación a las colonias de América y el regreso de las flotas a España. Fue considerada Llave del Nuevo Mundo: Antemural de las Indias Occidentales. La construcción de las fortificaciones serviría para ofrecer a la ciudad un aspecto de más seguridad. La primera fortificación de importancia sería la llamada de la Fuerza Vieja, siendo su alcalde Mateo Aceituno, y destruida cuando el ataque del corsario Jacques de Sores. Por orden de la corona se empieza a construir otra fortificación conocida por La Real Fuerza en 1556, no se empezaría hasta el 1562, que no se completaría hasta el 1577. Al pasar los años, se decide construir el Castillo del Morro y el de La Punta, para que la ciudad estuviera mejor protegida. Se hizo necesaria la introducción de negros esclavos, como jornaleros. Sus dueños recibían el importe de su trabajo. Más todos los prisioneros tomados de los barcos enemigos.
  La ciudad podía contar con el suministro del agua que se traía por la Zanja Real, desde La Chorrera. Se vendía carne salada y casabe a los navíos que llegaban al puerto. Se contaba con su cabildo, aduana, hospital, cárcel, y carnicería. Había un camino que iba a Matanzas. El de La Chorrera, que pasaba por la caleta de Juan Guillén (San Lázaro), y otro que iba a Batabanó.
  Por consejo de Pedro Menéndez de Avilés y de su sobrino Pedro Menéndez Márquez, se da auge a la construcción de navíos de gran tonelaje. En 1590 se termina la nao “Nuestra Señora del Rosario” de 180 toneladas, propiedad de Bartolomé Bernal. En 1595 el “Espíritu Santo” galeón de  350 toneladas, propiedad de Domingo Leoqui de Guizpúzcoa, y otros. En el arsenal o artillero como fue llamado, se trabajaba todos los días. De lo único que se quejaba la Corte, era del costo. Pero sobre su calidad, nadie lo hacía, pues su construcción superaba a los navíos de Vizcaya.
  Hubo quejas a la Corona de que se habían efectuado extensas talas de árboles en los alrededores de la ciudad. Unos para usarlos en la construcción de navíos, y otros para ser enviados a España por su calidad. También se hacía espacio para los cañaverales de la futura industria del azúcar.
  La ciudad ofrecía al que llegaba suministro de provisiones de boca y alojamiento a las flotas. Cosa esta que dejaba una gran fuente de ingreso a los habaneros.
  La investigadora Irene A. Wright, dice sobre la construcción de buques: “La construcción de buques había llegado a ser una industria importante en Cuba. Los cedros y la caoba de la Isla (maderas muy fuertes e incorruptibles) se hicieron famosos, junto con el ébano. Por mandato Real se exportaron a España para adornar con ellas palacios como el Escorial, y como por experiencia se había comprobado que la caoba era muy duradera y por consiguiente especialmente adecuada para ello, se empleaba mucho en la fabricación de cureñas”.(6) Se emitieron varias cédulas prohibiendo que se cortase cierto tipo de madera.
  Uno de los que más importancia le dio a la construcción de navíos, fue don Juan Pérez de Oporto, quien protestaría por estas cédulas. Se le encomendaría a Juan Enrique de Borja la construcción de galeones, llegando a la ciudad el 15 de diciembre de 1608. El 16 de abril de 1610, notificaba a la Corona que ya tenía terminados cinco de ellos, siendo llevados a España, el 14 de junio de ese año. Serían llamados “San Esteban”, “San Pablo”, “San Pedro”, “San Martí”. El “Nuestra Señora del Rosario”, no podía salir por no estar terminado. Estos galeones reemplazarían otros de la armada de la “Carrera de Indias”. Pero como eran las cosas en aquellos años, se limitaría su construcción.
  El historiador José Félix de Arrate, dice sobre el particular: “Expusiénrose varias razones que hacían ver claramente la utilidad de esta idea en beneficio de la Corona, por ser considerable la ventaja que hacían los barcos construídos en esta parte a los que se fabricaban en las de Europa, no sólo por la duración que tenían los unos respecto a los otros, como también porque en los combates de guerra, por la diferencia de maderas de que eran labrados, se experimentaba en los de estas regiones ser mucho menos el daño de los astillazos, que matan e inutilizan en ellos a la gente de la tripulación”.(7)
  El comercio fue floreciendo por la importancia del puerto a través de los años. La llegada de las flotas mantenía en constante movimiento a los comerciantes. Siendo importante en el siglo XVI y XVII el comercio ilegal que se realizaba con los corsarios.
  San Cristóbal de la Habana, fue el puerto más activo de la “Carrera de las Indias’, por su situación, y por las facilidades que se le ofrecían a los navíos que fondeaban en la bahía. Hay que esperar a partir de 1720, para que tome un auge importante, que aumentaría el poder económico de la ciudad.
Notas:
José Martín Félix de Arrate, Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias. Fondo de Cultura Económica, México, 1949
Jacobo de la Pezuela, Historia de la Isla de Cuba, Madrid, 1868
Irene A. Wright. Historia documentada de San Cristóbal de la Habana en el siglo XVI, La Habana, Imprenta el Siglo XX, 1930.
Hernán Cortés. Cartas de Relación, Edit. Porrúa, México, 1985
Leví Marrero.   Cuba, economía y sociedad. T.4.Edit Playor, Madrid, 1975
Antonio José Valdés, Historia de la Isla de Cuba y en especial de la Habana.
Oficina de la Cena, Habana, 1813

Comentario del Dr. Mario Andino, Miembro de la Academia de la Lengua Española en Estados Unidos


Sí, lo recibí y te felicito una vez más por tu ascendrado trabajo por nuestro amado idioma y su cultura.Tú me inspiras con tu obra por nuestras letras y el cariño con que la sientes. Ya estoy trabajando en un artículo sobre Lucila Godoy Alcayaga(Gabriela Mistral) para mandártelo en cuanto lo termine. Es un tema apasionante sobre todo porque su vida privada ha hecho sombra a la importancia de su obra y por ser ella el primer Premio Nobel de Chile. Su apariencia hombruna y una actitud decidida y sin temores  llevaron, desafortunadamente, su presencia literaria a nublarse por las envidias varoniles, entre críticos y otros escritores. Hay que considerar que en los años de su producción literaria el concepto machista del latino medio se convirtió en dudas acerca del valor literario de Gabriela Mistral, básicamente por el hecho de haber nacido mujer y porque superó el prestigio de autores sudamericanos que se sintieron postergados por el talento de ella. Entré al periodismo, en Chile, a los 19 años (ahora tengo 80) y tuve la oportunidad de ir al pueblo donde ella nació y entrevistar a parientes, vecinas, colegas, alumnas y de gente que la conoció bien y desde muy tierna edad. Bueno, paro para no escribir AQUI el artículo de marras.

Gracias por esta oportunidad y recibe el cariño y la admiración de to Hno. literario, El Pelao Andino

La canción que oyó en sueños el viejo


Rosalia de Castro

A la luz de esa aurora primaveral, tu pecho
vuelve a agitarse ansioso de glorias y de amor.
¡Loco...!, corre a esconderte en el asilo oscuro
donde ya no penetra la viva luz del sol.

Aquí tu sangre torna a circular activa,
y tus pasiones tornan a rejuvenecer...
huye hacia el antro en donde aguarda resignada
por la infalible muerte la implacable vejez.

Sonrisa en labio enjuto hiela y repele a un tiempo;
flores sobre un cadáver causan al alma espanto;
ni flores, ni sonrisas, ni sol de primavera
busques cuando tu vida llegó triste a su ocaso.

Arbolé, arbolé



Federico García Lorca


Arbolé, Arbolé
seco y verdé

La niña del bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.

Pasaron cuatro jinetes,
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
"Vente a Córdoba, muchacha."

La niña no los escucha.

Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
"Vente a Sevilla, muchacha."

La niña no los escucha.

Cuando la tarde se puso morada,
con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
"Vente a Granada, muchacha."

Y la niña no lo escucha.

La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.

Arbolé Arbolé
seco y verdé.

ERRATA

Carmen Hebe Tanco



En devoción
exclusiva
te preservó
mi adentro.

-Me faltó-
la melódica
valerosidad
de llamarte.

viernes, 1 de marzo de 2013

La Soledad en la Poesia Femenina

Thinking of you - by ~IthilyenIthilyen

Herminia D. Ibaceta

          La soledad, sentimiento que habita en todo ser humano nos acompaña de la cuna a la tumba, influyendo unas veces, determinando otras, nuestro hacer y decir a través de nuestro paso por la vida.  Sentimiento tal ha despertado el interés del hombre, quien lo ha hecho objeto de estudios científicos y filosóficos.  La soledad es, además, una poderosa fuerza inspiradora en la creación artística en general y en la literaria en particular.  Es objetivo de nuestro estudio analizar la influencia que este sentimiento ha tenido y tiene en la poesía femenina de Iberoamérica.
          Analicemos, pues, las ideas que sobre la soledad y sus manifestaciones nos brindan dos reconocidos filósofos y poetas: el mexicano Octavio Paz y el libanés Khalil Gibrán.  En su libro “El Laberinto de la Soledad” nos dice Octavio Paz:   “La soledad, el sentirse solo y el saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separado de sí, no es característica exclusiva del mexicano.  Todos los hombres, en algún momento de su vida se sienten solos; y más: todos los hombres están solos.  Vivir es separarnos del que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre.  La soledad es el fondo último de la condición humana. (1)  Por su parte, Khalil Gibrán afirma:  “La soledad tiene suaves, sedosas manos, pero sus fuertes dedos oprimen el corazón y lo hacen gemir de tristeza.  La soledad es el aliado de la tristeza y el compañero de la exaltación espiritual”. (2)
          Si, como afirma Octavio Paz, la soledad es condición inherente al ser humano; si, como dijo Gibrán, soledad y tristeza son aliados; y, si sabemos que la obra de arte es expresión de nuestras vivencias más hondas, tenemos que convenir en que el sentimiento que analizamos puede ser el alma de un cuadro, de una escultura, de una partitura musical o de una obra literaria, ya sea ésta, novela, cuento o poesía.  Hasta qué punto puede determinar el sentimiento de soledad la vida de una persona se refleja en investigaciones realizadas en diferentes países.  En España, por ejemplo, la asociación  El Teléfono de la Esperanza, en su reportaje ”No me acompañes soledad”, registra:  “Las más de las 300,00 llamadas anuales que se reciben en esta asociación  hablan por sí mismas del grado de sufrimiento que la soledad causa en la sociedad española.  El 70% de los que llaman son mujeres, algo en lo que coinciden  con los Estados Unidos y el resto de los países occidentales de su entorno, y no es porque a los varones no les afecte, es que, sencillamente, no lo cuentan.  El sentimiento de soledad es una realidad en ambos sexos, pudiendo manifestarse en cualquier etapa de la vida, siendo la vejez la más afectada. (3)
          La soledad no es un sentimiento nuevo, es tan viejo como el hombre mismo.  Solo se sintió el hombre primitivo al  buscar la compañía de otros hombres para vivir en comunidad. Solo se sintió Cristo en la noche del huerto, sola María ante la cruz.  Solos se sienten el niño que crece sin amor, el adolescente incomprendido, el joven sin esperanzas; solo el anciano por su invalidez y por la indiferencia del mundo que lo rodea; sola la persona discriminada; solos los desterrados ante la ausencia de su paisaje, de sus costumbres, de su gente.
          Al correr de los años, con los avances de la civilización y los nuevos patrones de conducta a los que nos obliga la vida moderna, lejos de aliviarse, la soledad se recrudece, tanto así, que algún psicólogo la ha definido como “La peste del siglo XX”.  Según el Dr. Jiménez Cajal, psiquiatra del Hospital de la Princesa en Madrid, la soledad explica la cantidad de horas que se desperdician frente al televisor, o la internet, así como la adicción a ciertas substancias.  Al respecto indica Pedro Madrid, psicólogo y director de la Asociación del Teléfono de la Esperanza, que: “La soledad se intenta acallar con una dependencia al alcoholismo y a las drogas, la agresión y, a veces, el suicidio crónico” (4).  Si tal es el efecto que el sentimiento de soledad produce en el ser humano, puede entenderse por qué se ha manifestado en la literatura de todos los tiempos.  Si la poesía es, como dijo Martí,  “Un pedazo de nuestras entrañas” (5), no sería aventurado afirmar que el sentimiento de soledad, asociado a la tristeza, es capaz de determinar, en gran medida, la conducta del ser humano que la sufre;  por tanto, este sentimiento no ha podido ni podrá estar ausente de los cantos del poeta, sea éste hombre o mujer.
          El poeta lírico, nos dice Octavio Paz,  “Establece un diálogo con el mundo; en este diálogo hay dos situaciones extremas, dentro de las cuales se mueve el alma del poeta: una de soledad; otra de comunión. El poeta parte de la soledad movido por el deseo de comunión.  Las dos notas extremas de la poesía lírica, la de la comunión y la de la soledad, las podemos contemplar, con toda su verdad, en la historia de nuestra poesía. (6)
          Aunque el reportaje de El Teléfono de la Esperanza nos dice que el hombre es menos inclinado a contar su soledad que la mujer, lo cual puede obedecer a que en materia íntima es el hombre más introvertido, o a la idea errónea de que confesar su sentimiento sería tomado como falta de hombría, se encuentran numerosos poetas en cuyos versos el sentimiento de soledad se expresa en toda su magnitud.  Baste citar a Antonio Machado, quien dio a su primer libro el sugestivo título de “Soledades” y en su segundo, “Campos de Castilla”, describe los campos de Andalucía y de Castilla en forma tal que la descripción del paisaje se convierte en reflejo de su propia soledad.  Su lírica íntima, sobria, doliente, contiene el elemento poético que Machado consideró de mayor importancia: “Una honda palpitación del espíritu” .(7)
          En un artículo publicado en “Ventana Poética” del Diario Las Américas, nos habla el poeta Luis Mario sobre  “La patriótica soledad del poeta Arturo Doreste”, quien expresa en un extraordinario soneto el tajante vacío que lo dominaba: “Solo en la patria, solo en el encierro,/ solo en el sacrificio y el destierro, /solo en la indignación , solo en la guerra/ y solo he de arrastrar ludibrio y dolo/ hasta morir estoicamente solo/ en el rincón más solo de la tierra./” (8).  Numerosos son los ejemplos a citar pero, como señalé al principio, no es la poesía masculina el objeto de nuestro estudio, sino la femenina.
          Desde el pasado remoto, la mujer convirtió la poesía en su más fiel confidente.  Es el caso de Safo, poetisa griega, nacida según se cree, en el siglo VI A.C.,  en los 600 versos que se calcula quedan de su obra se nos presenta una poesía amorosa, que expresa el sentimiento desnudo, con fuerza irracional y una intangible nostalgia , que pudo tener como causante un gran vacío interior.
          Pero volvamos la vista hacia poetisas más cercanas en el tiempo y la distancia, para encontrar a Rosalía de Castro, nacida en Compostela, Galicia, en 1837.  Si una obra poética ha sido influenciada por la soledad es la de esta mujer, que desde temprana edad vivió de cara al infortunio.  Hija natural, aunque de familia ilustre, no lleva el apellido paterno, pero sí recibe el amor maternal y una esmerada educación.
Se casa por amor y es correspondida, pero una cruel enfermedad pulmonar, la pérdida de la madre y de un hijo, y un tiempo de emigración en Castilla le producen un recóndito sentimiento de nostalgia, de soledad, que dominan su sentir y su cantar.  Fue la suya una poesía hondamente lírica.  En sus “Cantares Gallegos” (1863), en los que canta a su tierra, hay una gran emotividad y dulzura, no exenta de saudades. El tiempo de emigración aumenta su tristeza.  El trato de los castellanos hacia los gallegos, tan frío como su clima, tan estéril como su paisaje, calan su vacío y en su libro “Follas Novas”  (1880) desnuda la soledad que la consumía, reconoce que su alma reposaba en un desierto y en sentidos versos reclama: “Castellanos de Castilla: Tratad bien a los gallegos;/ cuando van, van como rosas;/ cuando vienen, como negros./
En esta otra, que paso a citar,  compara la tierra castellana con un desierto: “Sin árboles que den sombra /ni sombra que preste aliento.../ Llanura, siempre llanura,/ desierto, siempre desierto” (9). Esa llanura y ese desierto que nombra están, realmente, copiando su inmensa soledad.
          En un estudio de la soledad en la poesía femenina de Iberomérica ocupa un primer plano la poetisa chilena Gabriela Mistral, quien titula  “Desolación” su primer libro. Su voz poética, alejada del Modernismo, fue siempre incisiva y austera, nutriéndose de sentimientos surgidos al calor del sufrimiento y la tragedia.  Hogar sin calor paterno, amor no correspondido, muerte trágica acechando en cada recodo del camino, insatisfecho anhelo de maternidad, producen una obra poética que es fiel expresión de su íntima soledad.  Gabriela, dice Carmen Conde, “Tuvo seguidores, pero nadie alcanzó el nivel de su voz trágica o tierna ni de su desolación” (10).  Precisamente en su poema “Suplicio” nos dice: “Tengo ha veinte años en la carne hundido/-y es caliente el puñal-/un verso enorme, un verso con cimeras de pleamar/” (11).  A Gabriela le dolía el amor, y el amor fue su tormento.  El abandono y posterior suicidio de su novio intensifican su vacío, un vacío que rompe en voces que encarnan, en los “Sonetos de la Muerte”, un hálito de venganza y que, además, piden la muerte para sí: “El besó a la otra a la orilla del mar,/ resbaló en las olas la luna de azahar/y no untó mi sangre la extensión del mar./”(12).  Voz, que ante su desierto interior reclama al padre: “!Padre Nuestro que estás en los cielos./ por qué te has olvidado de mí!/  Llevo abierto también mi costado/ y no quiere mirar hacia mí!/” (13).  Soledad y tristeza, hermanadas, determinan su obra poética. Soledad y tristeza que sólo aminoran, en parte, su preocupación por la niñez y el destino del hombre en América.
          Causas análogas a las que afectaron la vida de Gabriela se encuentran, por igual, en la de Alfonsina Storni, produciendo en ésta como en aquélla un sentimiento de soledad palpable en su poesía.  Como la de Gabriela, fue su infancia difícil, forjando en ella una imagen amarga en lo concerniente a las relaciones entre el hombre y la mujer.  Como Gabriela no fue en el amor correspondida.  Pasó su juventud en lucha con la vida, para ayudar a la familia y educar a su hijo sin padre.  De su primer libro, La Inquietud del Rosal”, es el poema “El Cisne Enfermo” en el que se autorretrata:  “Cuentan las leyendas que está enfermo de amor/ que el corazón enorme se le ha centuplicado/ y que tiene en la entraña como el crucificado/ un dolor que cobija todo humano dolor”/ (14) .  Su situación económica mejora, adquiere amigos, pero su sentir amoroso no cambia, pudiendo apreciarse un desgarramiento interno, un toque de personal amargura: “Soy un alma desnuda en estos versos, alma desnuda que angustiada y sola,/  va dejando sus pétalos dispersos”/. (15). A diferencia de Gabriela, se rebela contra el hombre a quien en el poema “Tú me quieres Blanca” reta con amargura no exenta de ironía.  El éxito no pudo impedir que su vida se consumiera en una eterna tristeza. Enferma de cáncer, se entrega en cuerpo y espíritu al mar al que amó para irse como ella decía: “Me iré serenamente del país del hastío/ al país del misterio que nos tiende su red” (16)
          Hablando de mujeres poetas, cuya obra está dominada por un hondo sentimiento de soledad, no podemos olvidar a la puertorriqueña Julia de Burgos, cuya vida marcó, impiadosa, la tragedia.  Pobrísima infancia, padre alcohólico y muerte de seis hermanos la afectan hondamente. Sus ideas políticas, siempre al lado de la izquierda, contribuyeron, también, a su aislamiento, así como el alcoholismo en el que vivió sumida durante la última etapa de su vida.   En sus versos, Julia se dolía siempre de su profundo vacío: “Nadie,/ iba yo sola/. Nadie/  pintando las auroras con mi único color de soledad/ (17) . Julia era como dicen sus versos: “ola de abandono,/derribada, tendida/ sobre un inmenso azul de sueños y de alas”./ (18)  La imagen de la muerte la asediaba:  “Todas las horas pasan con la muerte en los hombros/yo las sigo todas con mi muerte en los brazos.”/(19).  La lejanía de su tierra, su desarraigo, se reflejan en “Las sombras se han echado a dormir sobre mi soledad”/ sola, desenfrenada en tierra de sombra y de silencio”. (20)
Tan sola se sentía que pudo presentir su final ocurrida en una calle neoyorquina: “Morir conmigo misma, abandonada y sola,/ en la más densa roca de una isla desierta/ en el instante un ansia suprema de claveles/ y en el paisaje un trágico horizonte de piedras./” (21).
          Es la uruguaya Dora Isela Rusell, otra poetisa, quien en versos de gran riqueza espiritual declara su vacío interior:  “Sola como ciudad abandonada/ que me avasalla y me convierte en huesa” (22), pero Dora Isella no sólo siente la soledad sino que la busca y así lo reconoce: “Busco la soledad que siempre llevo/ como fundida en torno de mi historia/ la sola fuente donde acaso bebo / de un agua sosegada y sin memoria”/(23)
          El trabajo poético de la mujer cubana, como el de las otras poetisas de Iberoamérica, muestra, sin lugar a dudas, el influjo del sentimiento que estudiamos; sentimiento que no es patrimonio de unas pocas sino de muchas.  La realidad del tiempo disponible, sin embargo, nos obliga a la brevedad, tanto en éstas como en aquéllas. La muerte del esposo y de sus cinco hijos convierte a Luisa Pérez de Zambrana en la imagen de la desolación. Tal es su estado de ánimo que en el poema  ”Las tres tumbas” la lleva a considerarse como “La encina herida por el rayo y la cruz enlutada de la muerte” (24).  En el poema “La Vuelta al Bosque”, declara: “El mirto de mi amor estremecido/ cerró la flor y se cubrió de sombra/ así mi corazón de espanto frío,/quedó al golpe, Dios Mío,/ que mi vida cubrió de eterno duelo”.  Este aplastante sentimiento late por igual en  el poema “La noche en los sepulcros”, en el que reclama para sí la muerte: “y al oscilar de las estrellas tristes./ por su llanto de muerte  humedecida,/ sobre el manto de adelfas de su tumba,/ que me encuentren inmóvil y sin vida”/.(25)
          La poesía de Sara Martínez Castro, a quien todos conocemos, cae de lleno dentro del grupo que estudiamos.  Su libro La Soledad Detenida lo atestigua desde el título mismo.  Puede decirse que el 50% de los versos contenidos en esta entrega muestran el poderoso influjo que este sentimiento tiene en su poesía, en la que dice ser: “una muerte fugitiva/ vagando por su lágrima asustada”.(26). Sara considera tanta su soledad que reconoce: “Yo diría que tanta soledad es lo primero”.(27).  Es indiscutible que el sentimiento que se adueña de sus versos es el mismo que domina el paisaje de su alma.
          María Josefa Ramírez,  poetisa cubana fallecida en New York, a quien conocí personalmente, fue, a no dudarlo, marcada por un amargo sino. El destierro, la muerte de la madre, un amor irrealizado, y el suicidio de su hermano la convirtieron en la persona más triste con la que haya tenido contacto.  “De un solo color” es el titulo del único libro que publicó. Color que no fue otro que el de su irremediable soledad. La imagen de la ceniza que usa en los siguientes versos nos da la medida de su íntimo abismo: “¡Ceniza en la ventana y en las calles./ Ceniza galopando por el viento!/ ¡Soy no más que resaca de ceniza!. Ceniza soy y a la ceniza vuelvo!”(28).
          La poesía de Dulce María Loynaz, premio Cervantes 1992, ha sido considerada por los estudiosos de esta materia como una poética de la soledad y el silencio.  Pertenecer a una familia que gozaba de excelente posición social y económica le permitió crecer y educarse sin los rigores por los que atravesaron  Gabriela, Alfonsina o Julia, por ejemplo.  Los honores recibidos fueron innumerables; sin embargo, había en ella una innata tristeza, que bien pudieron acentuar problemas sentimentales y un ansia de maternidad nunca lograda.  En sus estudios sobre la obra de Dulce M. Loynaz, el Dr. José Olivio Jiménez nos habla de la importancia que en la misma tuvieron la soledad y el silencio, silencio que, según Jiménez -y cito-, ”Estaba frenado por un íntimo pudor”.  “Ya no hablaré más nunca. Seré menos/ que el cisne no dando a la vida/ ni el último acento/.  Silencio al que ella reconocía como parte de sí: “Estás en mí como la música en la garganta del ruiseñor, aunque no esté cantando/”. Continúa Jiménez: la soledad en Dulce María, no se expresa de manera tajante sino como una timidez asumida: “Soy como el viajero que llega a un puerto y no le espera nadie”. En otras ocasiones, sin embargo, su soledad es de efectos más dramáticos y sombríos, pero aún así, no expresa una angustia actuante o factual sino como un amargo augurio: “Alguien exprimió un zumo de fruta negra en mi alma/ Quedé amarga y sombría / como niebla y retama /presiento que una cosa ancha y oscura y desolada viene sobre mí/ como la noche sobre la llanura/  A veces, prosigue Jiménez, la soledad viene a ella como estremecida evocación inmediata, vivida en las fuentes del pasado y de la ausencia: “Estoy doblada sobre tu recuerdo, como la mujer que vi esta tarde en el río/ horas y horas de rodillas./ doblada por la cintura/ sobre este río negro de tu ausencia”  (29).
          Sugerir un sentimiento, no confesarlo explícitamente, no significa carencia del mismo. Es cierto que Dulce María, a diferencia de sus contemporáneas, no expresó en versos tajantes la soledad que sentía y que la acompañó hasta el último día de su vida.  Dulce Maria no protestaba, pero lejos de rechazar la soledad, la aceptaba, la buscaba, yo diría que la amaba:. “No cambio mi soledad,  por un poco de amor, por mucho amor sí / pero es que el mucho amor también es soledad /¡que lo digan los olivos de Getsemani!”
.(30)
         Ya dijimos que el sentimiento de soledad es tan viejo como el hombre mismo.  No podemos negar su sempiterna existencia.  El ritmo de la sociedad en que vivimos la ha recrudecido. Según las investigaciones  realizadas por El Teléfono de la Esperanza,  es este sentimiento uno de las principales causantes de problemas sociales tales como el alcoholismo, la adicción a las drogas, y el suicidio. Éste es, por supuesto, su ángulo negativo, pero no todos los humanos la subliman de la misma manera. El pintor la lleva al lienzo, el escultor a la piedra, el músico al pentagrama, el narrador y el poeta a la palabra y al verso.  La soledad tiene, por tanto, su arista positiva.  El arte en general así como la literatura –principalmente, la poesía- lo demuestran.
          De acuerdo con las consideraciones y ejemplos presentados en este análisis, puede afirmarse que el sentimiento de soledad no sólo puebla la poesía escrita por la mujer iberoamericana, sino que su poder es tal, que ha proporcionado a la misma sus páginas más sentidas, más humanas. Abogaría por que las agencias que estudian la soledad y sus consecuencias enfatizaran la divulgación de este aspecto positivo. Quizás la poesía sea una alternativa feliz a las lacras sociales mencionadas, al tiempo que un amplio camino para obtener un nuevo florecimiento de las artes en general y de la literatura en particular.

Siempre...


Pedro Briceño


Siempre he estado locamente enamorado de ti, mi Ale.
Desde la primera y pocas lunas que te vi,
cuando el viento caribeño acariciaba tu pelo angelical,
y tu voz sensual despertaba mis más profundos anhelos.

Siempre te mantuve en mi sosegada mente
mientras crecíamos cada quien por su clandestina parte,
sintiendo un inmenso vacío por dentro,
sin nada que calmara mi lamento y melancolía.

Siempre soñé con besarte tu prohibida boca,
tocarte tu bella alma, y amarte apasionadamente,
sin dejar que el tiempo pase en vano,
sin dejar de agarrar tu suave mano.

Siempre te amaré con toda mi esencia.
Eres mi razón de mi constante latir,
me alientas a descubrir maneras de amarte y sentir
que todo es para siempre

Juntos hasta el fin.

SI LOS CUBANOS HONRADOS SE HUBIERAN CONFORMADO, CUBA SEGUIRÍA SIENDO COLONIA (Enrique José Varona)

Plaza de San Francesco, Habana, 1900-1920.
http://www.panoramio.com/photo/40240378

Plaza de San Francisco La Habana 1900


Roberto Soto Santana

            Los historiadores igual de dogmáticos (según el Diccionario de la Real Academia, “dogmático” es la cualidad de inflexible, que mantiene sus opiniones como verdades inconcusas) que maniqueos (es decir, los que dividen a todos los contendientes en dos compartimientos estancos y homogéneos: el bando de los buenos y el bando de los malos), al glosar la Cuba colonial posterior al Convenio del Zanjón  la pintan dividida socialmente entre la España rapaz defendida por los Voluntarios, del lado triunfante, y los separatistas frustrados,  vencidos militarmente, del lado derrotado.
            En cuanto a la trayectoria y significación del Autonomismo, la línea general, mantenida por los historiadores de más relieve, tanto en la Cuba republicana anterior a la implantación del régimen comunista como por el posterior academicismo oficial sometido al “pensamiento único”, ha sido la de considerarlo una “rara avis” sin sustento social alguno, cuyo ideario era la expresión necesaria del reaccionarismo ideológico de su composición clasista, e inmerecedor de reconocimiento alguno como coadyuvante, ni siquiera marginalmente, a la resistencia frente a la opresión por parte de la Metrópoli, ya que pretendía ocupar una imposible equidistancia entre integristas e independentistas.
            Así lo expresó Emilio Roig de Leuchsenring en 1945: “Sólo puede encontrarse explicación a la errónea postura, junto a España, adoptada por los autonomistas cubanos (…) en el agudo reaccionarismo y conservadurismo político de aquellos hombres, en su españolismo, sentido más ardientemente que el cubanismo natural y lógico dada su condición de criollos, y en su posición económica de burgueses acomodados, hombres de estudio y gabinete, profesionales en su mayoría, egoístas y pusilánimes, incapaces de arrostrar, en beneficio de la colectividad, la posible pérdida de su propio bienestar material y el de su familia” (“13 conclusiones fundamentales sobre la Guerra Libertadora cubana de 1895”, Jornada nº 34, Centro de Estudios Sociales de El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., pp.33-34).
            Esta valoración economicista tan característica de los marxistas ‘estrechos’ –aunque Roig no pasara de ser más bien un filomarxista- constituye un paradigma de sectarismo en el análisis histórico que no parece digno de un historiador de la talla de Leuchsenring, ya que en la Guerra de 1868-78, en la Guerra Chiquita, y en la Guerra de 1895-1898 integraron las filas mambisas numerosos prohombres acomodados y acaudalados, que por ello quedaron empobrecidos (Francisco Vicente Aguilera, Miguel Aldama Alfonso, Carlos Manuel de Céspedes, Salvador Cisneros Betancourt) así como incontables profesionales (Ignacio Agramonte Loynaz –abogado-, Fernando Figueredo Socarrás –ingeniero-, y los médicos Máximo Zertucha, Félix Figueredo, Eugenio Sánchez Agramonte, y Enrique Núñez de Villavicencio, entre otros muchos galenos que abandonaron sus consultas para ir a combatir a la manigua).
            Este prejuicio (el de identificar extracción social con trayectoria política) inficiona en iguales términos al argumentario de los historiadores marxistas cubanos contemporáneos Jorge Ibarra (autor de “Ideología Mambisa”, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972, p. 58), que imputa “el contenido reaccionario y retrógrado del autonomismo” a la extracción social de sus dirigentes), Ramón de Armas, que califica a los autonomistas como exponentes de “una burguesía antinacional” (“Los partidos políticos burgueses en Cuba neocolonial (1899-1952)”, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, p. 24) y Mildred de la Torre, para quien el autonomismo es “una fuerza retardataria del progreso social…que aspiraba a detener el desarrollo ascendente de la nacionalidad cubana…concebida con la finalidad de destruir la opción independentista” (“El autonomismo en Cuba , 1878-1898”).
            De que los autonomistas cubanos estaban políticamente equivocados no cabe la menor duda. No obstante, de ahí a asimilarlos a los integristas va un largo trecho.
            Como ha señalado Antonio-Filiu Franco Pérez (“Vae Victis!, o la biografía política del autonomismo cubano (1878-1898)” <Historia Constitucional (revista electrónica), n.3, 2002 http://hc.rediris.es./03/index.html>),  “Pocas figuras de la historia política del siglo XIX en Cuba han concitado juicios tan negativos como los cubanos propugnadores del proyecto decimonónico de descentralización colonial. Aún hoy, a más de un siglo de los acontecimientos del llamado ‘desastre’ de 1898, perdura entre muchos historiadores cubanos la opinión que los considera arquetipos históricos del antipatriotismo y la negación de la cubanidad”.
            En este contexto, este estudioso ha subrayado “la incapacidad de la historiografía cubana nacionalista del siglo XX para ir más allá de la descalificación del autonomismo como proyecto político, y de los autonomistas como cubanos. Inculpar a los autonomistas insulares como las auténticas bestias negras de las tendencias heterodoxas cubanas del siglo XIX [ha conducido a que]  la investigación histórica sobre el XIX cubano [quedara] de esta manera lastrada por un modelo ideológico-político que a priori juzgaba  como errónea a toda postura  o modo de actuación política diferente a la revolucionario-independentista”.
            A continuación en la misma obra, este investigador señala que “...a partir de que el Partido Liberal adquirió su organización definitiva en la Junta Magna celebrada el 15 de febrero de 1879, se sientan las líneas maestras de la doctrina autonomista cubana, que en esencia estaría marcada por una estrategia posibilista, legal, pacífica y evolucionista de actuación política, cuyo objetivo último era la implantación  de un modelo descentralizado de organización política colonial en Cuba…la composición social del núcleo dirigente del Partido…permanecería invariable hasta su ocaso y definitiva desaparición como agrupación política. Destacaban en este núcleo dirigente hombres con una sólida formación jurídica, que en muchos casos habían cursado estudios  universitarios en España, lo que en no poca medida determinaría la solución jurídico-política que desarrollaría doctrinalmente el PLA, así como la estrategia política que asumiría. Eran criollos, acaudalados o de clase media, a los que sus intereses materiales les hacían ver con horror los terribles resultados que les acarrearía una insurrección revolucionaria. De ahí que su lema de ‘orden y libertad’ se opusiera siempre a la temida revolución independentista, y determinara la toma de posición del Partido sobre este particular entre 1879 y 1895…Un enfoque verdaderamente científico de este problema exige valorar con objetividad desapasionada el complejo entramado de circunstancias sociopolíticas y económicas que determinaron su modo de actuación. Cabe decir, pues, que los cubanos propugnadores del proyecto político autonomista para Cuba, en tanto hijos legítimos de su época y de sus singulares circunstancias sociales, resultaron marcados por la ideología liberal consolidada a lo largo del siglo XIX…Reducir el pasado histórico a través del prisma de visiones nacionalistas estrechas es renunciar –o pretender negar- a una parte de la razón de la existencia de la identidad cubana; es ver la Historia de un solo color, y no en su verdadera multiplicidad de matices. Es, en fin, el huevo de serpiente de la intolerancia.”
            En todo caso, la cuestión de la validez del ideario autonomista la dejó zanjada José Martí en un artículo publicado en la edición de PATRIA del 26 de marzo de 1892 (“Obras Completas”, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, tomo I, pp. 355-356) en el cual hace una fundada exhortación, que no contiene fulminantes descalificaciones sino que plantea un imperativo moral ineludible, señalando que “Por la confusión de los términos se confunden los hombres. No hay que estar a las palabras, sino a lo que está debajo de ellas (…) La autonomía sería una palabra grata al cubano y al puertorriqueño, puesto que autonomía sólo quiere decir gobierno propio, si el autonomismo no hubiese descompuesto los elementos necesarios para el gobierno propio (…) Los autonomistas, con su derecho pleno de cubanos, pueden, cambiando totalmente de espíritu y de métodos, entrar en la obra que perdura cuando la suya se viene abajo, en la obra que se mantuvo abierta para recibir a los mismos que la perseguían y reprobaban, en la obra nueva y radical de la independencia. La independencia, que se anhela para fundir en el trabajo victorioso de la creación del pueblo nuevo los factores que pueden debilitarlo o rendirlo al extraño si se aflojan o divorcian, jamás podrá ser la continuación de la obra tortuosa, indecisa, descorazonada y parcial de la autonomía (…) No es la caja sólo lo que hay que defender, ni es la patria una cuenta corriente, ni con poner en paz el débito y el crédito, o con capitanear de palaciegos unas cuantas docenas de criollos, se acalla el ansia de conquistar un régimen de dignidad y de justicia, en que en el palacio del derecho, sin empujar de atrás ni de adelante, sean capitanes todos. La independencia no ha de ser, porque más valdría entonces que no fuese, el desconocimiento del derecho de una entidad cualquiera de la familia del país, nueva o histórica: hemos sido azotados, y el primero en verdad sería el que hubiese recibido más azotes, si no estuviese antes que él el que se alzó contra ellos. Por el poder de erguirse se mide a los hombres. Las columnas son sustento más seguro de un pueblo que los lomos. Los lomos se han de enderezar. Las columnas se rompen, pero no se doblan. La obra de la columna no podría hacerse con los lomos (…) Con el autonomismo de gabinete, que con la bandera de la evolución se ha puesto en el camino de la evolución real del país, y sólo entrará en vida cuando entre en ella, -la independencia sólo puede obrar como se obra con los obstáculos: o se carga con ellos, y se les abre espacio para seguir la pelea con más poder, o se les deja de lado. Pero el número del país, que por el autonomismo enseñaba su anhelo de libertad inextinguible, y expresaba en él los deseos de independencia que agitan su corazón; el número del país, que por la tentación de la actividad mantenía en el autonomismo la resistencia a España, ése no es ejército propio de los que con España pueden vivir en paz sincera, y apetecen y buscan la paz con España, y desconocen con su alma peninsular el alma criolla, sino ejército de la resistencia contra España. Y el día en que pudiese volver a surgir, aunque hemos de sangrar y bregar porque no surja, el conflicto por donde la guerra pasada vino a fin, el conflicto entre el espíritu confuso y grandioso de la guerra, sublime y viable a pesar de su desorden, y el ánimo sectario y encogido de aquellos en quienes se vinculó su representación, no estará el número del país con los que miran más a un grupo de él que a la obra común de todos los grupos, o a los intereses de unos más que al interés de todos; no estará con los que en un pueblo probado por el heroísmo brillante de la campaña y el heroísmo silencioso del destierro, quieran continuar la vida arrogante o recelosa de la esclavitud, con sus miras poblanas y sus hábitos canijos; no estará con los enemigos de la independencia. Y sólo los enemigos de la independencia pueden estar con los que no la traigan en su corazón”.
            En resumen, no puede rehusársele legitimidad histórica al autonomismo como un ideal político alternativo para la Cuba del siglo XIX (“legitimidad” es cualidad de legítimo, y “legítimo” es sinónimo de lícito, es decir, justo, permitido, según ciencia y razón). Otra cosa es que el autonomismo fuera incapaz, como lo fue, de contrarrestar el inmovilismo de la dominación colonial, que no quiso nunca levantar o por lo menos suavizar la opresión de los criollos. Y que, por lo tanto, la guerra quedara como única opción posible.
No ya Martí, sino Enrique José Varona, tras ingresar en el Partido Autonomista a raíz de la Paz del Zanjón, le había dicho en carta a su paisano Salvador Cisneros Betancourt que esa adhesión política le había “proporcionado la oportunidad de decirles” a los jefes de ese partido “grandes verdades sobre el espíritu de explotación y rapiña de la colonización española”.
Varona, tras ser elegido diputado por la Isla a las Cortes españolas, en las listas del Partido Liberal Autonomista, en una entrevista mantenida en 1884 con el Ministro de Ultramar en Madrid, éste le anunció que no habría más reformas a favor de Cuba, lo que le llevó a renunciar a su acta y al propio partido autonomista, en diciembre de 1885.
A la fundación del Partido Revolucionario Cubano, en 1892, el propio Martí solicitó la colaboración de Varona con vista a la reanudación de la lucha, y este último, en 1895, en su opúsculo “Cuba contra España”, sentenció que “la guerra es una triste necesidad” (Véase “Desde mi Belvedere”, pp. XLIV y siguientes, Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2010).
Como dice la cita de Varona en el monolito a la entrada del edificio de la Biblioteca Pública sita en la esquina de las avenidas 41 y Buen Retiro (actualmente, calle 100) en el municipio de Marianao (hoy en día, Playa), “Si los cubanos honrados se hubieran conformado, Cuba seguiría siendo colonia”.

Gracias por visitar Pensamiento Digital!






Burbujas


BLINÓ: El Primer Globonauta Cubano






Josefina Ortega

  José Domingo Blinó fue el primer cubano que se elevó en un globo sobre La Habana. Y por esas raras paradojas que tiene la vida, en una tierra que gusta de darles “aire” a sus hijos más famosos, a Blinó hoy apenas se le recuerda.
  Las ascensiones en globos eran ya un espectáculo en esta villa, en la primera mitad del siglo XIX, como aquella impresionante del francés Theodore. Cuando se conoció la inminente ascensión del primer cubano, un tal José Domingo Blinó, debió llenar de orgullo a más de un ciudadano.
  Nacido y criado en la ciudad, para más señas, jorobado, y de oficio hojalatero con taller en la calle Teniente Rey, el intrépido joven anunció su ascensión en el Diario de La Habana, los primeros días de mayo de 1831. Grandes expectativas despertó en la población semejante acontecimiento, tema obligado desde entonces en las tertulias citadinas.
  Para favorecer el proyecto se abrió una suscripción popular, iniciada por el Capitán general Dionisio Vives, cuyos resultados fueron altamente beneficiosos. Por si fuera poco, los habaneros en aquella oportunidad serían testigos no solo de la demostración del primer aeronauta cubano, sino también de la subida del primer globo confeccionado en la Isla.
  Su autor sería el propio Blinó, con la ayuda de los mejores profesores de Física y Química de la capital. Acaso ello explique por qué los resultados posteriores del cubano fueran muy superiores a los de sus predecesores venidos de otras tierras.
  Legado el 30 de mayo de 1831, el valiente joven se lanzó por los aires  en su globo desde la plaza de los Toros del Campo de Marte (en los terrenos que hoy ocupa el Capitolio Nacional), donde se aglomeraba una entusiasta multitud. Muy pronto los espectadores observaron que el aeronauta criollo sobrepasa los límites  de sus colegas extranjeros, y en la distancia se pierde de vista, siempre viajando hacia el poniente.
  Angustiosas resultaron las horas que siguieron a la desaparición del globo en el horizonte. Se dio orden de movilizar las patrullas y embarcaciones en distintas direcciones y se ofrecieron varias “onzas” por su rescate, pero todos regresan sin información alguna. Así transcurren dos días de visible abatimiento, interrumpidos brevemente por las inevitables “bolas” que sitúan a Blinó, triunfador, en Florida; en Yucatán o en otras regiones desconocidas de Centroamérica.
  Pero la historia no tuvo un fin trágico: al fin, la esperada noticia llega a las autoridades: el primer aeronauta cubano ha descendido, luego de un viaje en medio de lluvias y vientos tempestuosos, en los terrenos del potrero de San José, en el término de Quiebra Hacha, en Pinar del Río.
  José Domingo Blinó es el héroe de aquella singular jornada. Objeto de homenajes, serenatas y banquetes, como bien dijera Álvaro de la Iglesia, en sus Tradiciones Cubanas, muy pronto cayó sobre él un “chubasco de seborucos poéticos”, que, por cierto, merecieron ser recogidos por Boloña en una obra de cien páginas titulada Colección de todas las poesías en elogio del cubano Domingo Blinó”.
  Su segundo intento fue un fracaso. Blinó, urgido por todos los apremios posibles partió rumbo a Nueva York, para, según algunos, comprar un globo aerostático de mayores dimensiones, a fin de emprender nuevos viajes que le permitieran reivindicar su fama ya en picada. Se desconoce el resultado de las gestiones en tierras del Norte. Al volver a Cuba, durante la travesía enfermó de gravedad y murió en el barco en que retornaba. Su cadáver fue lanzado al mar.
  Quien inició días de fama con una ascensión al cielo, acabó su existencia en el fondo del mar. El cubano Domingo Blinó terminó demasiado pronto. Pero de todos modos seguirá siendo el primero.

Publicación (La Jirivilla)

Pensamiento de José Martí:



Painting by Raúl Martínez

“La fama es un caudal que suele producir hermosa renta. Muchos poetas hay, en todas partes de la tierra, que se quejan de lo improductivo de la Musa, mas es lo cierto que en los pueblos grandes, donde hay gran público, suelen pagarse bien las obras de los poetas: sólo que lo que se paga, no es la obra, sino el derecho de explotar el nombre famoso del que lo ha hecho”. (22 de mayo de 1892)

CITEREA


Eliana Onetti ( †)

Ella es perfecta…
Praxíteles no hubiera podido
Mejorar la pureza de líneas
De su cuerpo sensual y bonito.

Son redondas las caderas,
Esbelto el talle menudo,
Erguido y túrgico el busto,
Y el piececito apolíneo
Hechicero y de buen gusto.

Hermosa entre las hermosas.
Parece una ninfa; semeja una diosa.
¡Lástimaque sólo sea una figura de loza!

Tania Caridad: La Luna y El Mar.





Blanca M. Segarra: Publicado en 1999

Comentario de René León

A mi hija

“No quiero ser esa que se viste de luto y llora
por un tiempo el dolor de una vida”

  Tengo en mis manos un libro que una madre dedica a su única hija, asesinada por un hombre malvado. En el libro encontramos el amor de ella por su Tania Caridad. Los versos reflejan su dolor y angustia. Desde el primer momento que los leí creí que eran parte de mi vida, me sentí parte de Blanca. Al ver la foto de Tania Caridad, su cara traslucía inocencia y candor.
  Blanca, en su soledad, dice:
  ¡Mi corazón voló al cielo/ y se arrodilló ante Dios/ a pedirle de favor/ que me otorgara consuelo” / Mi sangre se congeló/ en mis entrañas desechas/ destruyeron la cosecha/ aunque se llevó la flor/ que con mi savia sembré”.
  La finura de la tez de Tania Caridad, joven, ojos negros y anchos que titilaban inteligencia. Algunas veces, su mirada juvenil se perdía en lontananzas, otras en silenciosa caricia. En sus labios, un mohín infantil. Cuando conversaba con sus compañeros de trabajo, la dulzura de su voz. Blanca, en “Bálsamo”, dice:
  “Tanita es algo más que Luz Dorada/ fría, aterciopelada/ que llega junto a mí;/ es un ave que canta en mis entrañas/ una pena inmortal que no me daña/ ni se aleja de mi./”
  “Tanita es ver el ocaso cada tarde/ soñando con el alba al nuevo día/ es una brisa suave de alegría/ aliviando la herida que me arde”.
  En el vivir nuestro de todos los días, nos rebelamos muchas veces contra nosotros mismos; pero en las horas de tedio la tristeza va confortando nuestro espíritu. El tiempo transcurre y lo tratamos de detener, pero es imposible, porque todo es angustia, alegría y esperanzas.
  Miramos al cielo y las nubes siempre distintas, siempre las mismas. El tiempo pasa, reina el silencio. El recuerdo de Tania Caridad, me envuelve, parece como si ella caminara a mi lado, y el cielo azul y las nubes redondas blancas, pasan lentamente, nubes fugaces e inmutables. Y su madre, Blanca, dice:
“Dicen los que creen todo saber, que el dolor más fuerte que sufre una mujer es traer un hijo al mundo y yo les digo que no, que el dolor más profundo no es tenerlo, es perderlo”.
  En su corta edad, Tania Caridad, nos dejó unos versos donde ella musita:
Mi Mar

Me preguntaste ayer qué me gusta más que el mar
fue tan fácil responder
no existe nada en el mundo que me pueda gustar más
si me preguntas por qué, no sé si pueda explicar.

Me gusta verlo calmado, sirviéndole al Sol de espejo
y si refleja la Luna, no sé cuántas cosas siento;
me gusta sentir la arena, perdiéndose entre mis dedos
y acostarme sobre ella para buscar mi lucero.

Me encanta si está furioso, en esas noches de invierno
cuando sentada en la playa tengo como amigo al viento;
él me trae los recuerdos más bellos de mi niñez
y con ellos las nostalgias de aquél que nunca olvidé.

Me fascinan sus misterios, me aterra su inmensidad
y pensar que él está tan lejos me dan ganas de llorar
para mí ellos dos son uno y no lo puedo evitar
si no importa lo que haga, él sigue siendo mi mar

8-27-94

  Todo está en silencio. Blanca, parada en el balcón, mira a lo lejos el mar, y de él le llegan los recuerdos de su Tania, que amaba el mar. Ella desea vivir hora por hora, minuto por minuto, en una serenidad inalterable. Que nadie rompa su paz interior, de luz. El tiempo camina lentamente, y los recuerdos llegan. Se desliga de todo lo que le rodea, el transcurso de las horas y días. El cielo está limpio, y las horas van pasando lentas. El aire vivo y sutil le tonifica los nervios. ¡Oh sueños felices de amor y contento! Ella quisiera detener el tiempo, es algo imposible, porque al darnos cuenta han pasado días, semanas, meses y años.

A Tania Caridad con mucho amor

René  León