Herminia D. Ibaceta
La soledad, sentimiento que habita en
todo ser humano nos acompaña de la cuna a la tumba, influyendo unas veces,
determinando otras, nuestro hacer y decir a través de nuestro paso por la vida. Sentimiento tal ha despertado el interés del
hombre, quien lo ha hecho objeto de estudios científicos y filosóficos. La soledad es, además, una poderosa fuerza
inspiradora en la creación artística en general y en la literaria en
particular. Es objetivo de nuestro
estudio analizar la influencia que este sentimiento ha tenido y tiene en la
poesía femenina de Iberoamérica.
Analicemos, pues, las ideas que sobre
la soledad y sus manifestaciones nos brindan dos reconocidos filósofos y
poetas: el mexicano Octavio Paz y el libanés Khalil Gibrán. En su libro “El Laberinto de la Soledad” nos dice
Octavio Paz: “La soledad, el sentirse
solo y el saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separado de
sí, no es característica exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algún momento de su vida
se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir es separarnos del que fuimos para
internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad
es el fondo último de la condición humana. (1)
Por su parte, Khalil Gibrán afirma:
“La soledad tiene suaves, sedosas manos, pero sus fuertes dedos oprimen
el corazón y lo hacen gemir de tristeza.
La soledad es el aliado de la tristeza y el compañero de la exaltación
espiritual”. (2)
Si, como afirma Octavio Paz, la
soledad es condición inherente al ser humano; si, como dijo Gibrán, soledad y
tristeza son aliados; y, si sabemos que la obra de arte es expresión de
nuestras vivencias más hondas, tenemos que convenir en que el sentimiento que
analizamos puede ser el alma de un cuadro, de una escultura, de una partitura
musical o de una obra literaria, ya sea ésta, novela, cuento o poesía. Hasta qué punto puede determinar el
sentimiento de soledad la vida de una persona se refleja en investigaciones
realizadas en diferentes países. En
España, por ejemplo, la asociación El
Teléfono de la Esperanza,
en su reportaje ”No me acompañes soledad”, registra: “Las más de las 300,00 llamadas anuales que
se reciben en esta asociación hablan por
sí mismas del grado de sufrimiento que la soledad causa en la sociedad
española. El 70% de los que llaman son
mujeres, algo en lo que coinciden con
los Estados Unidos y el resto de los países occidentales de su entorno, y no es
porque a los varones no les afecte, es que, sencillamente, no lo cuentan. El sentimiento de soledad es una realidad en ambos sexos,
pudiendo manifestarse en cualquier etapa de la vida, siendo la vejez la más
afectada. (3)
La soledad
no es un sentimiento nuevo, es tan viejo como
el hombre mismo. Solo se sintió el hombre
primitivo al buscar la compañía de otros
hombres para vivir en comunidad. Solo se sintió Cristo en la noche del huerto,
sola María ante la cruz. Solos se
sienten el niño que crece sin amor, el adolescente incomprendido, el joven sin
esperanzas; solo el anciano por su invalidez y por la indiferencia del mundo
que lo rodea; sola la persona discriminada; solos los desterrados ante la
ausencia de su paisaje, de sus costumbres, de su gente.
Al correr de los años, con los
avances de la civilización y los nuevos patrones de conducta a los que nos
obliga la vida moderna, lejos de aliviarse, la soledad se recrudece, tanto así,
que algún psicólogo la ha definido como “La peste del siglo XX”. Según el Dr. Jiménez Cajal, psiquiatra del
Hospital de la Princesa
en Madrid, la soledad explica la cantidad de horas que se desperdician frente
al televisor, o la internet, así como la adicción a ciertas substancias. Al respecto indica Pedro Madrid, psicólogo y
director de la Asociación
del Teléfono de la Esperanza,
que: “La soledad se intenta acallar con una dependencia al alcoholismo y a las
drogas, la agresión y, a veces, el suicidio crónico” (4). Si tal es el efecto que el sentimiento de
soledad produce en el ser humano, puede entenderse por qué se ha manifestado en
la literatura de todos los tiempos. Si
la poesía es, como dijo Martí, “Un
pedazo de nuestras entrañas” (5), no sería aventurado afirmar que el
sentimiento de soledad, asociado a la tristeza, es capaz de determinar, en gran
medida, la conducta del ser humano que la sufre; por tanto, este sentimiento no ha podido ni
podrá estar ausente de los cantos del poeta, sea éste hombre o mujer.
El poeta lírico, nos dice Octavio Paz, “Establece un diálogo con el mundo; en este
diálogo hay dos situaciones extremas, dentro de las cuales se mueve el alma del
poeta: una de soledad; otra de comunión. El poeta parte de la soledad movido
por el deseo de comunión. Las dos notas
extremas de la poesía lírica, la de la comunión y la de la soledad, las podemos
contemplar, con toda su verdad, en la historia de nuestra poesía. (6)
Aunque el reportaje de El Teléfono de
la Esperanza
nos dice que el hombre es menos inclinado a contar su soledad que la mujer, lo
cual puede obedecer a que en materia íntima es el hombre más introvertido, o a
la idea errónea de que confesar su sentimiento sería tomado como falta de
hombría, se encuentran numerosos poetas en cuyos versos el sentimiento de
soledad se expresa en toda su magnitud.
Baste citar a Antonio Machado, quien dio a su primer libro el sugestivo
título de “Soledades” y en su
segundo, “Campos de Castilla”,
describe los campos de Andalucía y de Castilla en forma tal que la descripción
del paisaje se convierte en reflejo de su propia soledad. Su lírica íntima, sobria, doliente, contiene
el elemento poético que Machado consideró de mayor importancia: “Una honda
palpitación del espíritu” .(7)
En un artículo publicado en “Ventana Poética” del Diario Las
Américas, nos habla el poeta Luis Mario sobre
“La patriótica soledad del poeta Arturo Doreste”, quien expresa en un
extraordinario soneto el tajante vacío que lo dominaba: “Solo en la patria,
solo en el encierro,/ solo en el sacrificio y el destierro, /solo en la
indignación , solo en la guerra/ y solo he de arrastrar ludibrio y dolo/ hasta
morir estoicamente solo/ en el rincón más solo de la tierra./” (8). Numerosos son los ejemplos a citar pero, como
señalé al principio, no es la poesía masculina el objeto de nuestro estudio,
sino la femenina.
Desde el pasado remoto, la mujer
convirtió la poesía en su más fiel confidente.
Es el caso de Safo, poetisa griega, nacida según se cree, en el siglo VI
A.C., en los 600 versos que se calcula
quedan de su obra se nos presenta una poesía amorosa, que expresa el
sentimiento desnudo, con fuerza irracional y una intangible nostalgia , que
pudo tener como causante un gran vacío interior.
Pero volvamos la vista hacia poetisas
más cercanas en el tiempo y la distancia, para encontrar a Rosalía de Castro, nacida
en Compostela, Galicia, en 1837. Si una
obra poética ha sido influenciada por la soledad es la de esta mujer, que desde
temprana edad vivió de cara al infortunio.
Hija natural, aunque de familia ilustre, no lleva el apellido paterno,
pero sí recibe el amor maternal y una esmerada educación.
Se casa por
amor y es correspondida, pero una cruel enfermedad pulmonar, la pérdida de la
madre y de un hijo, y un tiempo de emigración en Castilla le producen un
recóndito sentimiento de nostalgia, de soledad, que dominan su sentir y su
cantar. Fue la suya una poesía
hondamente lírica. En sus “Cantares Gallegos” (1863), en los que
canta a su tierra, hay una gran emotividad y dulzura, no exenta de saudades. El
tiempo de emigración aumenta su tristeza.
El trato de los castellanos hacia los gallegos, tan frío como su clima,
tan estéril como su paisaje, calan su vacío y en su libro “Follas Novas” (1880) desnuda
la soledad que la consumía, reconoce que su alma reposaba en un desierto y en
sentidos versos reclama: “Castellanos de Castilla: Tratad bien a los gallegos;/
cuando van, van como rosas;/ cuando vienen, como negros./
En esta otra,
que paso a citar, compara la tierra
castellana con un desierto: “Sin árboles que den sombra /ni sombra que preste
aliento.../ Llanura, siempre llanura,/ desierto, siempre desierto” (9). Esa
llanura y ese desierto que nombra están, realmente, copiando su inmensa
soledad.
En un estudio de la soledad en la
poesía femenina de Iberomérica ocupa un primer plano la poetisa chilena
Gabriela Mistral, quien titula “Desolación” su primer libro. Su voz
poética, alejada del Modernismo, fue siempre incisiva y austera, nutriéndose de
sentimientos surgidos al calor del sufrimiento y la tragedia. Hogar sin calor paterno, amor no correspondido,
muerte trágica acechando en cada recodo del camino, insatisfecho anhelo de
maternidad, producen una obra poética que es fiel expresión de su íntima
soledad. Gabriela, dice Carmen Conde, “Tuvo
seguidores, pero nadie alcanzó el nivel de su voz trágica o tierna ni de su
desolación” (10). Precisamente en su
poema “Suplicio” nos dice: “Tengo ha veinte años en la carne hundido/-y es
caliente el puñal-/un verso enorme, un verso con cimeras de pleamar/”
(11). A Gabriela le dolía el amor, y el
amor fue su tormento. El abandono y
posterior suicidio de su novio intensifican su vacío, un vacío que rompe en
voces que encarnan, en los “Sonetos de la Muerte”, un hálito de venganza y que, además,
piden la muerte para sí: “El besó a la otra a la orilla del mar,/ resbaló en
las olas la luna de azahar/y no untó mi sangre la extensión del mar./”(12). Voz, que ante su desierto interior reclama al
padre: “!Padre Nuestro que estás en los cielos./ por qué te has olvidado de
mí!/ Llevo abierto también mi costado/ y
no quiere mirar hacia mí!/” (13).
Soledad y tristeza, hermanadas, determinan su obra poética. Soledad y
tristeza que sólo aminoran, en parte, su preocupación por la niñez y el destino
del hombre en América.
Causas análogas a las que afectaron
la vida de Gabriela se encuentran, por igual, en la de Alfonsina Storni,
produciendo en ésta como en aquélla un sentimiento de soledad palpable en su
poesía. Como la de Gabriela, fue su
infancia difícil, forjando en ella una imagen amarga en lo concerniente a las
relaciones entre el hombre y la mujer.
Como Gabriela no fue en el amor correspondida. Pasó su juventud en lucha con la vida, para
ayudar a la familia y educar a su hijo sin padre. De su primer libro, “La Inquietud
del Rosal”, es el poema “El Cisne Enfermo”
en el que se autorretrata: “Cuentan las
leyendas que está enfermo de amor/ que el corazón enorme se le ha centuplicado/
y que tiene en la entraña como el crucificado/ un dolor que cobija todo humano
dolor”/ (14) . Su situación económica
mejora, adquiere amigos, pero su sentir amoroso no cambia, pudiendo apreciarse
un desgarramiento interno, un toque de personal amargura: “Soy un alma desnuda
en estos versos, alma desnuda que angustiada y sola,/ va dejando sus pétalos dispersos”/. (15). A
diferencia de Gabriela, se rebela contra el hombre a quien en el poema “Tú me quieres Blanca” reta con amargura
no exenta de ironía. El éxito no pudo
impedir que su vida se consumiera en una eterna tristeza. Enferma de cáncer, se
entrega en cuerpo y espíritu al mar al que amó para irse como ella decía: “Me
iré serenamente del país del hastío/ al país del misterio que nos tiende su red”
(16)
Hablando de mujeres poetas, cuya obra
está dominada por un hondo sentimiento de soledad, no podemos olvidar a la puertorriqueña
Julia de Burgos, cuya vida marcó, impiadosa, la tragedia. Pobrísima infancia, padre alcohólico y muerte
de seis hermanos la afectan hondamente. Sus ideas políticas, siempre al lado de
la izquierda, contribuyeron, también, a su aislamiento, así como el alcoholismo
en el que vivió sumida durante la última etapa de su vida. En sus versos, Julia se dolía siempre de su
profundo vacío: “Nadie,/ iba yo sola/. Nadie/
pintando las auroras con mi único color de soledad/ (17) . Julia era
como dicen sus versos: “ola de abandono,/derribada, tendida/ sobre un inmenso
azul de sueños y de alas”./ (18) La
imagen de la muerte la asediaba: “Todas
las horas pasan con la muerte en los hombros/yo las sigo todas con mi muerte en
los brazos.”/(19). La lejanía de su
tierra, su desarraigo, se reflejan en “Las sombras se han echado a dormir sobre
mi soledad”/ sola, desenfrenada en tierra de sombra y de silencio”. (20)
Tan sola se
sentía que pudo presentir su final ocurrida en una calle neoyorquina: “Morir
conmigo misma, abandonada y sola,/ en la más densa roca de una isla desierta/
en el instante un ansia suprema de claveles/ y en el paisaje un trágico
horizonte de piedras./” (21).
Es la uruguaya Dora Isela Rusell,
otra poetisa, quien en versos de gran riqueza espiritual declara su vacío
interior: “Sola como ciudad abandonada/
que me avasalla y me convierte en huesa” (22), pero Dora Isella no sólo siente
la soledad sino que la busca y así lo reconoce: “Busco la soledad que siempre
llevo/ como fundida en torno de mi historia/ la sola fuente donde acaso bebo /
de un agua sosegada y sin memoria”/(23)
El trabajo poético de la mujer
cubana, como el de las otras poetisas de Iberoamérica, muestra, sin lugar a
dudas, el influjo del sentimiento que estudiamos; sentimiento que no es
patrimonio de unas pocas sino de muchas.
La realidad del tiempo disponible, sin embargo, nos obliga a la
brevedad, tanto en éstas como en aquéllas. La muerte del esposo y de sus cinco
hijos convierte a Luisa Pérez de Zambrana en la imagen de la desolación. Tal es
su estado de ánimo que en el poema ”Las
tres tumbas” la lleva a considerarse como “La encina herida por el rayo y la
cruz enlutada de la muerte” (24). En el
poema “La Vuelta
al Bosque”, declara: “El mirto de mi amor estremecido/ cerró la flor y se
cubrió de sombra/ así mi corazón de espanto frío,/quedó al golpe, Dios Mío,/
que mi vida cubrió de eterno duelo”.
Este aplastante sentimiento late por igual en el poema “La noche en los sepulcros”, en el
que reclama para sí la muerte: “y al oscilar de las estrellas tristes./ por su
llanto de muerte humedecida,/ sobre el
manto de adelfas de su tumba,/ que me encuentren inmóvil y sin vida”/.(25)
La poesía de Sara Martínez Castro, a
quien todos conocemos, cae de lleno dentro del grupo que estudiamos. Su libro “La Soledad Detenida”
lo atestigua desde el título mismo.
Puede decirse que el 50% de los versos contenidos en esta entrega
muestran el poderoso influjo que este sentimiento tiene en su poesía, en la que
dice ser: “una muerte fugitiva/ vagando por su lágrima asustada”.(26). Sara
considera tanta su soledad que reconoce: “Yo diría que tanta soledad es lo
primero”.(27). Es indiscutible que el
sentimiento que se adueña de sus versos es el mismo que domina el paisaje de su
alma.
María Josefa Ramírez, poetisa cubana fallecida en New York, a quien
conocí personalmente, fue, a no dudarlo, marcada por un amargo sino. El
destierro, la muerte de la madre, un amor irrealizado, y el suicidio de su
hermano la convirtieron en la persona más triste con la que haya tenido
contacto. “De un solo color” es el
titulo del único libro que publicó. Color que no fue otro que el de su
irremediable soledad. La imagen de la ceniza que usa en los siguientes versos
nos da la medida de su íntimo abismo: “¡Ceniza en la ventana y en las calles./
Ceniza galopando por el viento!/ ¡Soy no más que resaca de ceniza!. Ceniza soy
y a la ceniza vuelvo!”(28).
La poesía de Dulce María Loynaz,
premio Cervantes 1992, ha
sido considerada por los estudiosos de esta materia como una poética de la
soledad y el silencio. Pertenecer a una
familia que gozaba de excelente posición social y económica le permitió crecer
y educarse sin los rigores por los que atravesaron Gabriela, Alfonsina o Julia, por
ejemplo. Los honores recibidos fueron
innumerables; sin embargo, había en ella una innata tristeza, que bien pudieron
acentuar problemas sentimentales y un ansia de maternidad nunca lograda. En sus estudios sobre la obra de Dulce M.
Loynaz, el Dr. José Olivio Jiménez nos habla de la importancia que en la misma
tuvieron la soledad y el silencio, silencio que, según Jiménez -y cito-, ”Estaba
frenado por un íntimo pudor”. “Ya no
hablaré más nunca. Seré menos/ que el cisne no dando a la vida/ ni el último
acento/. Silencio al que ella reconocía
como parte de sí: “Estás en mí como la música en la garganta del ruiseñor,
aunque no esté cantando/”. Continúa Jiménez: la soledad en Dulce María, no se
expresa de manera tajante sino como una timidez asumida: “Soy como el viajero
que llega a un puerto y no le espera nadie”. En otras ocasiones, sin embargo,
su soledad es de efectos más dramáticos y sombríos, pero aún así, no expresa
una angustia actuante o factual sino como un amargo augurio: “Alguien exprimió
un zumo de fruta negra en mi alma/ Quedé amarga y sombría / como niebla y
retama /presiento que una cosa ancha y oscura y desolada viene sobre mí/ como
la noche sobre la llanura/ A veces,
prosigue Jiménez, la soledad viene a ella como estremecida evocación inmediata,
vivida en las fuentes del pasado y de la ausencia: “Estoy doblada sobre tu
recuerdo, como la mujer que vi esta tarde en el río/ horas y horas de
rodillas./ doblada por la cintura/ sobre este río negro de tu ausencia” (29).
Sugerir un sentimiento, no confesarlo
explícitamente, no significa carencia del mismo. Es cierto que Dulce María, a
diferencia de sus contemporáneas, no expresó en versos tajantes la soledad que
sentía y que la acompañó hasta el último día de su vida. Dulce Maria no protestaba, pero lejos de
rechazar la soledad, la aceptaba, la buscaba, yo diría que la amaba:. “No
cambio mi soledad, por un poco de amor,
por mucho amor sí / pero es que el mucho amor también es soledad /¡que lo digan
los olivos de Getsemani!”
.(30)
Ya dijimos que el sentimiento de soledad
es tan viejo como el hombre mismo. No
podemos negar su sempiterna existencia.
El ritmo de la sociedad en que vivimos la ha recrudecido. Según las
investigaciones realizadas por El
Teléfono de la Esperanza, es este sentimiento uno de las principales
causantes de problemas sociales tales como el alcoholismo, la adicción a las
drogas, y el suicidio. Éste es, por supuesto, su ángulo negativo, pero no todos
los humanos la subliman de la misma manera. El pintor la lleva al lienzo, el
escultor a la piedra, el músico al pentagrama, el narrador y el poeta a la
palabra y al verso. La soledad tiene,
por tanto, su arista positiva. El arte
en general así como la literatura –principalmente, la poesía- lo demuestran.
De acuerdo con las
consideraciones y ejemplos presentados en este análisis, puede afirmarse que el
sentimiento de soledad no sólo puebla la poesía escrita por la mujer
iberoamericana, sino que su poder es tal, que ha proporcionado a la misma sus
páginas más sentidas, más humanas. Abogaría por que las agencias que estudian
la soledad y sus consecuencias enfatizaran la divulgación de este aspecto
positivo. Quizás la poesía sea una alternativa feliz a las lacras sociales
mencionadas, al tiempo que un amplio camino para obtener un nuevo florecimiento
de las artes en general y de la literatura en particular.