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sábado, 15 de septiembre de 2018

Bienvenidos a Pensamiento


Pintura de: José Bernado Pacheco (Nando) (†)
1936-2015


Este pintor no escatima
ni mi céntimo de color,
para que salga en la flor
la gracia que la sublima.
Sobresale por encima
de los pétalos la esencia,
y bajo la transparencia
que el azul cielo resume
canta y alegra el perfume
la celestial residencia.

Aquí queda consagrado
del artista el pulcro estilo,
donde por cada pistilo
canta el perfume pintado.
Voz y colorido ha dado
a los imanes que encantan,
y esos efluvios le imantan
con los tintes del Edén...
¡Los ojos oyen también
cuando los colores cantan!


Francisco Henríquez (Cubano)
Miami, Florida, junio 2, 2003

"La Casa es Chica, El Corazón es Grande"



Antonio Alcalá  (España) (†)

El cultivo de la amistad nos proporciona paz, serenidad; produce los más inefables placeres del espíritu y, en la mayoría de los casos, no reporta beneficios económicos porque éstos no están en su esencia filosófica. 

Creo que todos coincidimos en esta apreciación. La amistad -afecto desinteresado entre personas , generalmente reciproco- es uno de los más puros y nobles sentimientos humanos, y se simboliza con el corazón. Un corazón grande, generoso, que se alegra al compartir con sus amigos los acontecimientos de la vida diaria. 

Porque, ¿qué es la amistad, quién el verdadero amigo? 

Alguien de quien puedes tomar ejemplo y experiencia; alguien en quien puedes confiar y te ayuda a encontrar salidas en el laberinto de la vida, si en él andas perdido; alguien que está siempre cerca de ti y sabe comprenderte; alguien que cuando lo necesitas está contigo. 

Todos estamos necesitados de la comprensión, el apoyo, la energía, y el es­tímulo y fuerza que la buena amistad ofrece. 

Le ocurrió a Sócrates, el gran filósofo griego del siglo V antes de J.C. Cuando quiso construir su casa, Sócrates debió conformarse con una morada pequeña. Y cuando algunos le hicieron notar que era de dimensiones muy reducidas, Sócrates replicó: 

¡Quieran los dioses que esté siempre llena de amigos! 

Esta expresión, como tantas otras del ilustre filósofo, perdura a través de los tiempos. Por eso, debemos sentir la profunda verdad que encierra aquella frase de Sócrates, y que repito al decir:" la casa es chica, el corazón es grande". 

Si abrieramos puertas, derribamos muros y eliminamos reservas, haríamos que la que es, a veces, nuestra "casa chica" de amistad, albergar ¡más corazones grandes, más amigos!.


La Guerra de la Oreja de Jenkins. Combates en el Caribe. Antecedentes y primeros enfrentamientos.

Por Santiago Gómez.

  • Nota de Todo a Babor.
    Hace un tiempo nuestro colaborador Santiago Gómez me envió un primer borrador de este artículo sobre la Guerra del Asiento, más conocida por la Guerra de la Oreja de Jenkins. Un completo estudio sobre las operaciones desarrolladas en el Caribe. En esa primera versión no constaba en detalle el desastroso asedio británico a Cartagena de Indias, porque el autor creyó desarrollado ese tema en otro artículo de la web. Quizás abusando un poco de la confianza y amabilidad de Santiago le pedí que prefería esperar un poco más a publicarlo si con sus propias palabras podía incluir este episodio tan importante. Dicho y hecho, unas semanas después Santiago me sorprendió con una magnifica ampliación, que podéis leer de manera íntegra en este artículo, quedando como siempre muy agradecido a su autor por el esfuerzo realizado.
      Los hechos son claros y las cifras no engañan. La Armada Real española demostró, en su inferioridad, que no estaba peor preparada que la británica durante el conflicto que comenzó en 1739. Muchos autores han escrito sobre las carencias de nuestra Armada en este periodo, carencias que van desde la falta endémica de personal, materiales apropiados y, sobre todo, el dinero necesario para suplir todas las necesidades. Con la llegada de la guerra se puso la maquinaria en marcha, se armaron los buques de guerra y se enfrentaron con sobresaliente a la dura realidad, que no era otra que enfrentarse a la mayor potencia naval de entonces. Es cierto que había muchos defectos y la situación del Ejército, la Armada, la Hacienda y otros departamentos era mala, pero no desastrosa.
Todos sabemos como acabó esta guerra. Excepto algunos éxitos, la poderosa Royal Navy no consiguió doblegar a los españoles en América.
Para demostrar estas palabras sólo hay que comparar las dos armadas en conflicto, cuales eran los objetivos de cada una y los resultados obtenidos al final de esta guerra. Como en casi todas las guerra, y esta no iba a ser menos, estaba en juego la economía de cada contendiente. España, que había salido perjudicada de la guerra de Sucesión, trataba de mantener su monopolio comercial con América. Gran Bretaña, que había conseguido tras esa guerra el llamado Navío de Permiso y el Asiento de Negros, trata por todos los medios, legales e ilegales hacerse con un trozo del pastel. Sabiendo que España no iba a prorrogar la concesión por 30 años del Navío de Permiso, los británicos, sobre todo la clase dirigente y mercantil, veían con buenos ojos y hasta alentaban una guerra para desposeer a España por la fuerza lo que no habían conseguido con la diplomacia (1).
El Navío de Permiso era un buque mercante británico de 500 toneladas (de mercancías) encargado de hacer negocio cada vez que se realizaba la feria de comercio con las Flotas de Nueva España en Méjico y los Galeones de Tierra Firme. Estos navíos tenían permiso para vender sus mercancías cada año. Los beneficios fueron tan grandes que vieron un gran negocio en aumentar las ganancias de forma ilegal. Cuando a los navíos británicos se les acababa las mercancías eran repuestas por la noche desde pequeñas embarcaciones, aumentando así el negocio y los beneficios. Estos buques fueron conocidos como “barco de las Donaires”, pues al contrario que el mito no se vaciaban nunca. Las naves negreras aprovechaban las visitas a puerto para introducir mercancías. Cualquier nave con pretexto de averías o riesgo de naufragio entraba en puerto español y clandestinamente comerciaban productos a precios más baratos. El negocio era tan lucrativo, que muchos jamaicanos hicieron del negocio ilegal su forma de vida. Como resultado, el comercio español se redujo a la mitad. Los españoles tenían el derecho de visita de los buques mercantes británicos, confiscando las mercancías fuera de registro, es decir, sin declarar y por tanto ilegales, motivo de discordias continuas, sobre todo al aumentar el contrabando. En enero de 1739 estuvo a punto de firmarse la Convención de El Pardo, un acuerdo donde se resolvía la cuestión de las presas hechas por los guardacostas españoles, las cuentas que no cuadraban de la Compañía del Mar del Sur británica, los litigios fronterizos en Florida y otros problemas. España estaba dispuesta a ceder en varios aspectos del litigio, uno de ellos fue el pagar indemnizaciones por la captura de buques contrabandistas. Cuando el ministro Walpole presentó el convenio al parlamento para ratificarlo, la Cámara de los Comunes lo rechazó. Sin duda, los intereses y la avaricia de muchos, llevó a la guerra a las dos naciones. Walpole, que no deseaba la guerra, tuvo que ceder ante las presiones y hacer suya la frase ¡el mar de las Indias, libre para Inglaterra o la guerra!.

Bandera española y británica en la guerra de la oreja de Jenkins
  • Bandera española y británica en la guerra de la oreja de Jenkins. Como ya era habitual desde principios del siglo XVIII estas dos potencias se volvían a enfrentar en una nueva guerra. Fuente de las imagenes: Wikipedia.
 Por qué Walpole y otros partidarios de la paz cedieron ante los belicistas es fácil de comprender ante el estado de tensión al que se había llegado. El punto álgido se alcanzó en esa reunió de la Cámara de los Comunes un 8 de marzo de 1739, día elegido por Walpole para presentar el Convenio de El Pardo y pedir su ratificación.

En los momentos de mayor acaloramiento, uno de los partidarios de la guerra dijo que presentaría pruebas de la barbarie española y apareció en la sala un capitán escocés llamado Jenkins con una caja en las manos. En ella estaba su oreja cortada, relató lo que le había sucedido y la indignación y gritos contra España y a favor de la guerra era ya imparable. ¿Quien era Jenkins, y que le había ocurrido?. El capitán escocés Robert Jenkins mandaba una fragata mercante británica llamada Rebeca. Llevaba productos para comerciar con los permisos en regla. Navegando por la Florida es detenido por el guardacostas español Ia Isabela, al mando del capitán Julio León Fandiño, que tenía la obligación de comprobar si las mercancías que llevaban estaban registradas en los libros. Registrando la bodega del barco encontró gran cantidad de mercancía de contrabando. Como escarmiento, Fandiño cortó la oreja del contrabandista y le dijo. “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Si esta frase se dijo o no, es lo de menos, lo cierto es que en la Cámara de los Comunes se tomó como una afrenta a su rey y era merecedora de una declaración de guerra, aunque ya sabemos que este hecho se tomó como una excusa.

Siendo el objetivo de esta guerra el control del comercio de América, la contienda sería principalmente en el mar. España sólo contaba con 31 navíos, más otras 9 fragatas de dos puentes y armadas con unos 50 cañones, mientras el número de fragatas era muy pequeño. Gran parte de los navíos españoles no eran verdaderos navíos de línea capaces de enfrentarse a una escuadra, sino que eran buques aptos para la escolta con cañones de pequeño calibre. Esta situación se había tratado de subsanar en las décadas anteriores, pero lo cierto es que sólo se contaba con un navío de tres puentes y 114 cañones, dos de 80, seis de 70 y doce de 64 cañones. Por el contrario, la británica disponía de más de cien navíos de línea, quince de ellos armados con 90 a 100 cañones, dieciséis de 80, diecisiete de 70, quince de 64, once de 60, veintinueve de 48 a 54, unas cuarenta fragatas y numerosas unidades menores, siendo sus calibres superiores a los embarcados en los españoles. Con un simple vistazo a estos números se puede pensar que los españoles no tenían ninguna oportunidad en ganar la guerra. Siendo Gran Bretaña la dueña de los mares, las plazas en América caerían como piezas de dominó.

A este panorama tan negro hay que añadir que España se encontró sola en esta guerra. Francia, por el Primer Pacto de Familia, firmado el 7 de noviembre de 1734, estaba obligada a prestar apoyo militar, pero durante los años anteriores a la guerra hizo de mediadora para evitar el conflicto armado. Para entrar en guerra, Francia exigió contrapartidas comerciales. Cuando Gran Bretaña declaró la guerra el 23 de octubre de 1739 no se había llegado a un acuerdo entre los dos aliados. Francia estaba indecisa, pues tampoco podía permitir que los británicos se hicieran con todo el comercio americano.

Todos sabemos como acabó esta guerra. Excepto algunos éxitos, la poderosa Royal Navy no consiguió doblegar a los españoles en América. Algunos preferirán seguir creyendo que España era inferior en todos los aspectos, que en el siglo XVIII perdió todas las guerras, que el fracaso británico en Cartagena de Indias en 1741 no tuvo la menor importancia. Por lo menos no pueden negar que Vernon fue derrotado, pero siguen sin admitir el verdadero alcance del desastre británico (2). Seguirán creyendo que el objetivo de los británicos era liberar América del yugo español (3). Simplemente con exponer los hechos tal y como ocurrieron se podrá comprobar que España, su Armada y sus hombres no merecen que sean recordados como los grandes perdedores, mirando a nuestra historia con otros ojos, sin complejos de ningún tipo. Los anales de esta guerra no se reducen a Cartagena de Indias y Portobelo, hubo muchos más combates y, en la mayoría de ellos, la poderosa maquinaria militar británica fue derrotada, por eso expongo los hechos más importantes que se desarrollaron en el Caribe.

Plano general de la zona del Caribe
  • Plano general de la zona del Caribe donde podemos observar las principales zonas y poblaciones que trata este artículo. Ilustración de Todo a Babor basada en un mapa de la Wikipedia.

Despliegue y operaciones navales anteriores a la guerra de la Oreja de Jenkins

Las turbias relaciones hispano-británicas a primeros de 1738 hacía ya presagiar una cercana guerra. Incluso en fecha tan temprana como en el mes de enero de 1738 se dieron las órdenes desde el Almirantazgo para la formación de una escuadra y su partida a la estación de Jamaica, que estaría al mando del comodoro Charles Brown, con los navíos Hampton Court, de 70 cañones, Windsor Castle, de 60, y las fragatas de 40 cañones Anglesea y Torrington, y Sheerness, de 20 cañones. Según las instrucciones dadas al comodoro Brown, la fragata Anglesea debía incorporarse a la estación de las islas Leeward, donde se uniría a la fragata de 20 cañones Lowestoft. Una vez en Jamaica, el navío Dunkirk, 60, y la fragata Kinsale, 40, basados en la estación de Jamaica, saldrían de Port Royal rumbo a Inglaterra escoltando un convoy, con órdenes de regresar lo antes posible. Otros dos buques destacados en la costa de África, el navío Falmouth, 50, y la fragata Diamond, 40, debía dirigirse a Jamaica para incorporarse a la escuadra de Brown. Siguiendo con las instrucciones dadas a Brown, su principal misión era la protección del comercio británico, además de recabar toda la información posible sobre los movimientos de las escuadras y buques españoles.
Botadura de un navío de cuarta clase en el Río Orwell
  • Botadura de un cuarta clase en el Río Orwell. Pintura de John Cleveley. National Maritime Museum, London. Representa la botadura del navío Hampshire, de 50 cañones durante aquellos años de guerra con España. También se puede ver la fragata Biddeford, de 20 cañones mientras trata de acondicionarse para el servicio.


La escuadra del comodoro zarpa de Spithead el 19 de febrero de 1738, pero debido al mal tiempo y vientos contrarios tiene que refugiarse en Torbay, zarpando de nuevo el 8 de marzo. Esta escuadra llega a Barbados el 17 de abril. Según las instrucciones, la fragata Anglesea es destacada a las islas Leeward. El comodoro Brown envía a la fragata Sheerness, al mando del capitán Miles Stapelton, a patrullar la costa de Santo Domingo, mientras que al capitán Charles Knowles, al mando de la fragata Diamond, le ordena patrullar la costa norte de Puerto Rico y el canal de Bahama. Finalmente, la escuadra de Brown llega a Jamaica el 29 de abril (4).

Además de esta escuadra hubo más movimientos de buques. El navío Centurion, 60, que se encontraba en la costa de África, debía escoltar un convoy a Barbados y regresar a su puesto, ordenando el Almirantazgo que, una vez llegado al Caribe, se uniera al comodoro Brown, aunque este navío quedó en puerto británico al ser elegido como buque insignia para la expedición al Pacífico. También se le unieron otros dos buques desde la costa africana, la fragata Saltash, 20, y la goleta Spence, 16. Al mismo tiempo un escuadrón de dos navíos de 50 cañones y dos fragatas de 20 son destacadas a la estación de Newfoundland. Estos esfuerzos británicos tenían como objetivo claro reforzar su presencia naval en el Caribe y preparar la guerra contra España. El general Oglethorpe se embarca en la fragata Blanford en marzo de 1738, que partirá para Nueva Georgia el 6 de julio escoltando cinco mercantes que han embarcado un regimiento de infantería

A primeros de marzo de 1739 tuvieron los británicos noticias de la preparación en La Habana de una expedición contra Georgia. Brown envió a la fragata Torrington a La Habana para obtener información sobre dichos aprestos. El capitán Knight pudo averiguar que estaban listos 300 hombres para dicha expedición, pero había sido suspendida desde Madrid en el mes de marzo.

En junio es enviado a patrullar el canal de Bahama la fragata Kinsale, mientras los españoles envían a estas mismas aguas al paquebote Triunfo. El 17 de agosto de 1739 se une a Brown en Port Royal la fragata Shoreham, al mando del capitán Edward Boscawen, el cual trae pliegos de su corte para el gobernador de Jamaica y nuevas instrucciones para el comodoro Brown. El 25 de agosto zarpa el comodoro Brown con su escuadra rumbo a las costas cubanas. El capitán Boscawen se mostró el más activo comandante al destruir cerca de La Habana a dos balandras y capturar otra. Poco después, a finales de septiembre, ataca Puerto María y destruye casas y propiedades.

Mientras tanto, la actividad en el Almirantazgo y en los arsenales británicos era frenética. En marzo de 1739 se ordena armar 12 navíos. En abril se bota al agua en Woolwich el navío Duke y en Deptford el navío Boyne, ambos de 80 cañones. En el mes de junio de 1739 ordena el Almirantazgo reclutar marineros a la fuerza en todos los puertos, debiendo alcanzar la cifra de 18.000 a finales de año. Se ordena armar otros 30 navíos para formar las diferentes escuadras. Al mes siguiente se envían órdenes a todos los puertos de Gran Bretaña e Irlanda para embargar los buques mercantes que se encontrasen en ellos. El esfuerzo británico fue tan grande, que para el mes de agosto se encontraban armados o en proceso de alistamiento 113 buques de guerra, uno de 90 cañones, cinco de 80, doce de 70, veinte de 60, diecinueve de 50, nueve de 40, dieciocho de 20, siendo el resto brulotes, bombardas y unidades menores. Pero aquí no se acababan las posibilidades, existían otros 50 buques que podían ser armados en breve tiempo, dos de 100 cañones, dos de 90, seis de 80, cuatro de 70 diez de 60, diez de 50, tres de 40, cinco de 22 y el resto pequeñas embarcaciones.
Botadura del navío St. Albans en Deptford, 1747
  • Botadura del navío St. Albans de 60 cañones en Deptford, 1747. Pintado ese mismo año por John Cleveley. National Maritime Museum. La actividad en los astilleros británicos fue frenética durante toda la guerra. A pesar de la aplastante superioridad numérica de la marina británica frente a la española estos no pudieron imponerse.


El problema, era la falta de tripulaciones, recurriendo casi siempre a la leva por la fuerza, aunque en el mes de septiembre faltaban todavía 9.000 marineros para todos los buques alistados. Esta fue una de las mayores preocupaciones del Almirantazgo, pues las previsiones para el año siguiente eran de otros 35.000 marineros, teniendo que adoptar medidas urgentes, como tomar a la fuerza uno de cada cinco marineros de los buques mercantes, y algunas desesperadas. Provocaron no pocos desórdenes como el ocurrido en la fragata Dolphin cuando se dirigía a Gibraltar al amotinarse los reclutas que llevaba a bordo destinados a esa plaza, siendo reducidos, procesados y ahorcado el cabecilla. También provocaron las protestas de los comerciantes al verse imposibilitados sus buques a zarpar por falta de marineros aun teniendo los despachos de Aduana en regla, por lo tanto eran mercantes que estaban listos para zarpar de inmediato y muy pronto los daños al comercio fueron evidentes. Pero no sólo en los puertos de Gran Bretaña y sus colonias se tomaba por la fuerza a los marineros, también en puertos de naciones aliadas o neutrales. Así ocurrió en febrero de 1741, cuando la fragata de 24 cañones Deal Castle estaba en Lisboa lista para zarpar con un convoy a Spithead. Su capitán tomó por la fuerza y subió a bordo de su fragata a doce marineros de diversas naciones. El rey portugués mandó prevenirle que los pusiera en libertad. Al negarse, el rey portugués ordenó a los comandantes de los fuertes del río Tajo echarlo a pique si intentaba salir del puerto. No sólo puso en libertad a los marineros, sino que pidió al rey perdonase su osadía.


La Real Armada española, que contaba con 41 navíos de 50 a 114 cañones, tenía la mayoría de sus buques desarmados a comienzos de 1738. Con base en Veracruz se encontraba la Armada de Barlovento, que por aquel entonces contaba con el navío de 60 cañones San Juan Bautista, el de 50 cañones Santa Catalina, alias Bizarro, dos fragatas, la San Cayetano y la llamada Triunfo, de 24 y 30 cañones respectivamente, todos al mando de su comandante don José Antonio de Herrera. Esta Armada, cuya principal misión era luchar contra los piratas y contrabandistas, había dejado de existir como tal, dedicándose a otras tareas como repartir el situado. Ante las alertas de la cercana guerra, los dos navíos de esta Armada son enviados a La Habana al mando del capitán de navío don José de Herrera y Godarte, mientras las fragatas San Cayetano, Triunfo y la fragata Santa Bárbara, alias La Chata, se unen a las fuerzas de don Blas de Lezo en Cartagena de Indias. Por tanto, en Veracruz solo quedó una balandra para luchar contra el contrabando (5).

Don Blas de Lezo se encontraba en Cartagena de Indias desde su llegada con los galeones en marzo de 1737. Al año siguiente, sólo contaba con el navío de 64 cañones Conquistador, empleado como guardacostas en la costa de Tierra Firme, puesto que el navío Fuerte había regresado a Cádiz en octubre de 1737 con caudales. Dos balandras, llamadas San Pedro y Santa Rosa, fueron armadas y empleadas contra los corsarios y contrabandistas, más apropiadas para introducirse en surgideros y bocas de ríos. Los contrabandistas, ante la imposibilidad de combatir contra navíos y fragatas, emplearon embarcaciones de menor tamaño (6).

Además de los navíos de la Armada de Barlovento enviados a La Habana, este apostadero contaba con los navíos de 64 cañones Europa y Santiago, la fragata Astrea, de 30 cañones, y la fragata Concepción, armada con 22 cañones y entregada ese mismo año en La Habana. El primero de los navíos llegó en 1738 con la escuadra del mando del jefe de escuadra don Benito Antonio Espínola. Otro navío de 64 cañones, el Dragón, botado en el astillero de La Habana en 1737, se incorporó en septiembre de 1738 a los buques de Lezo en Cartagena de Indias. Estaba al mando del capitán de fragata don Francisco José de Ovando y Solís.

Por los combates con los portugueses por el control del Río de la Plata acudió a aquellas aguas unos años antes una pequeña escuadra al mando de don Nicolás Geraldino. A primeros de 1739 quedaban las fragatas de dos puentes San Esteban Apedreado, de 50 cañones, y Hermiona, de 36 a 50 cañones (según las fuentes). Las dos naves fueron alistadas para su regreso a Cádiz a primeros de 1739, llevando caudales y géneros de todo tipo, los cuales zarparían de Buenos Aires el 6 de diciembre de 1739.

En 1737 se preparó en Cádiz la flota de azogues con destino a Veracruz. Como era costumbre fueron dos los navíos encargados del transporte del azogue y otras mercancías puestos al mando del capitán de fragata don Daniel Huoni. Conocida era la costumbre británica de atacar, capturar o destruir cualquier buque aunque no existiera estado de guerra. Más aún con las tensas relaciones entre las dos naciones, se decide que los navíos León, capitana de azogues, y Nuestra Señora del Pilar, alias Lanfranco, almiranta, vayan esta vez escoltados por una escuadra. Por tanto, el 19 de diciembre de 1737 zarpan de Cádiz escoltados por el navío de 64 Guipúzcoa y los de 60 cañones San Lorenzo, alias Incendio, y África, que estaban a las órdenes del jefe de escuadra don José Alfonso Pizarro. Los cinco buques entran en Veracruz sin novedad el 15 de marzo de 1738. El acoso de las escuadras británicas y los temporales harían muy complicado el regreso de esta escuadra a la Península.

En el mes de junio de 1739 llegaron noticias al Almirantazgo británico desde Gibraltar, las cuales informaban la próxima llegada a Cádiz de dos buques desde Buenos Aires (eran las fragatas San Esteban y Hermiona) y otros dos desde Veracruz (de la flota de azogues) cargados de productos y caudales. No podían dejar pasar la oportunidad de capturarlos y hacerse con su rico cargamento, dándose las órdenes oportunas para ello. Es interesante recordar los esfuerzos del Almirantazgo británico por mantener las costas españolas vigiladas con importantes escuadras. A primeros de marzo de 1738 se encontraban en el Mediterráneo, con base en Gibraltar y Mahón el navío de 50 cañones Gloucester, seis fragatas y una goleta (7), escuadra al mando del capitán George Clinton desde abril de 1737. En abril de 1739 se hacen los preparativos para reforzar esta escuadra enviando al contralmirante Nicholas Haddock con nueve navíos y dos buques menores (8).Haddock llegó a Gibraltar en el mes de junio de 1739 y, según sus instrucciones, en Gibraltar dejaría cinco o seis de sus navíos y enviaría el resto de la escuadra a la isla de Menorca.

Sir Chaloner Ogle, que zarpó con cinco navíos el 1º de agosto para incorporarse a la escuadra de Haddock, llegó a Gibraltar. Tomó a su cargo los navíos Augusta, Pembroke y Jersey y zarpó de Gibraltar. Al llegar al cabo de San Vicente abrió las órdenes, por las cuales debía patrullar esas aguas hasta la isla de Madeira en espera de los buques españoles, los cuales no eran otros que los navíos de azogues al mando del jefe de escuadra don José Alfonso Pizarro. El Lord Canciller Hardwicke tenía sospechas de que los buques españoles podían no entrar en Cádiz y dirigirse a La Coruña. La escuadra del vicealmirante Edward Vernon, alistada para ser enviada al Caribe, compuesta por los navíos Burford y Worcester, de 70 cañones, Princess Louisa y Strafford, de 60, y Norwich, de 50, zarpa de Spithead rumbo a Jamaica el 1º de agosto de 1739, aunque los vientos contrarios le obligaron a echar el ancla en St. Helen. Zarpa de nuevo el 4 de agosto, pero vuelve a fondear por la misma causa en Pórtland tres días más tarde. Se hace a la vela y regresa a Spithead para esperar a la fragata Port Mahon, que llevaba cartas para Vernon. Lord Hardwicke decide enviar esta escuadra al cabo Finisterre para capturar los buques españoles, si éstos deciden entrar en La Coruña y después cruzar por algún tiempo en las islas Azores. Según las instrucciones dadas a Vernon en julio de 1739 no cabe duda de las verdaderas intenciones británicas: “cometer toda suerte de actos de hostilidad contra los españoles, y procurar apresar, hundir, quemar o destruir de otro modo todos los navíos o barcos, tanto de guerra como de comercio, y otros barcos que vos encontréis”.

Los buques de Chaloner Ogle soportaron varias borrascas durante su patrulla en aguas de San Vicente, rompiendo los mástiles y causando otras averías, por lo que a mediados de agosto de 1739 tuvo que regresar a Gibraltar. Regresó a finales de agosto a las aguas del cabo de San Vicente, encontrando que allí se encontraban otros buques de la escuadra de Haddock, los navíos Ipswich, Edimburgh y Dragon. La posibilidad cierta de que los navíos españoles alistados en El Ferrol zarparan de su base para dar protección a los navíos de Pizarro, obligó al Almirantazgo a enviar otros tres navíos de 70 cañones, Lenox, Elizabeth y Kent, y la fragata de 40 cañones Pearl, que se incorporaron a los buques de Vernon. Estos buques llegan al cabo Ortegal a primeros de agosto de 1739 al mando del capitán Coville Mayne, que izaba su insignia en el Lenox. Mientras los tres navíos permanecen en la costa gallega, la fragata Pearl es enviada a patrullar entre Lisboa y Oporto, y el resto de los cinco navíos de Vernon llegan a la isla de Madeira a finales de agosto en espera de la llegada de los buques de azogues. Cuatro días después de su llegada a Madeira, recibe la noticia de que los buques españoles al mando de Pizarro habían entrado en Santander. También recibe Mayne órdenes para regresar a puerto británico, llegando a Spithead el 20 de septiembre. Después de reponer agua y víveres, esta escuadra volvió a zarpar para patrullar en aguas gallegas.

Desde mediados de agosto tuvieron sospechas los británicos de haber llegado ya a puerto español los buques al mando de Pizarro. Dos buques de la Compañía de Turquía llegaron el día 14 de Smirna, habiéndose cruzado a 250 leguas al oeste de Inglaterra con cuatro buques que creyeron ser españoles, y ya se tenían sospechas que entrarían en algún puerto gallego.

Los buques de Pizarro habían entrado en Santander el 13 de agosto. Tras su llegada a Veracruz en marzo de 1738, los navíos de azogues descargaron el mercurio y los géneros que transportaban, quedando en puerto, mientras los tres navíos de la escolta al mando del jefe de escuadra Pizarro realizaron varios viajes a La Habana y a Portobelo para proteger el tráfico mercante español en el Caribe. En diciembre de 1738 entran en Veracruz. Comenzó el alistamiento de los buques y embarque de los caudales para su regreso a la Península. El 2 de febrero de 1739 zarpan de Veracruz los cinco buques de guerra, siendo sorprendidos a las diez de la mañana por un temporal con viento norte. Pizarro decide regresar al puerto de partida, pero en la madrugada naufragan en la boca del puerto los navíos Lanfranco e Incendio, a pesar del apoyo prestado por la fragata Esperanza. Sólo el navío África entró en Veracruz, mientras los otros dos, el Guipúzcoa y el León, se dieron por perdidos, hasta que entraron en La Habana un mes más tarde (9).

Después de este desastre, al comandante del navío Áfricase le ordena incorporarse a la escuadra de don Blas de Lezo en Cartagena de Indias. El jefe de escuadra Pizarro tenía sus buques listos para zarpar de La Habana a mediados de abril. A su escuadra se incorporó el navío de 60 cañones Castilla, recién botado en el astillero habanero y puesto al mando del capitán don Isidro de Anteyo. También se incorporó la fragata de dos baterías y 50 cañones Esperanza. Con estas nuevas fuerzas, zarpan de La Habana el 22 de junio los navíos Guipúzcoa, Castilla, León y Esperanza. En la corte española se seguía con preocupación la suerte que corrían los azogues, dados los preparativos navales británicos para capturarlos. Don José de la Quintana, que había sustituido al marqués de Torrenueva en el ministerio de Marina e Indias, toma varias medidas. La primera fue enviar dos avisos para advertir a Pizarro del peligro. Otra fue ordenar el alistamiento del mayor número de buques de guerra en El Ferrol y en Cádiz, pero el Almirantazgo español era de opinión contraria a Quintana. La escuadra de Rodrigo de Torres en Ferrol estaba en inferioridad numérica y su salida no sólo causaría su derrota, sino que los azogues serían entonces presa más fácil. Prevaleció la consideración del Almirantazgo, que preveía zarpar si se daban las circunstancias de asestar un duro golpe al enemigo o para cubrir la llegada de Pizarro si fuese necesario (10). Los buques de aviso enviados por Quintana recalan en las islas Terceras, pero encuentran a los buques de Pizarro cerca de las islas Canarias. Advertido del peligro, consigue burlar la vigilancia bajando a Santander desde las costas del sur de Irlanda, una ruta totalmente desusada que a los británicos les dejó a dos velas. La entrada en Santander se produjo el 13 de agosto, e inmediatamente comenzó la descarga de 5.141.133 pesos de S. M. y particulares en oro y plata y otros géneros.
Fragata española de 52 cañones
  • Muchos navíos españoles no eran tales, sino fragatas de dos baterías como la de la imagen, que representa una fragata española de 52 cañones. Album del Marqués de La Victoria.
     

Meses más tarde, el 15 de abril de 1740, entraron también en Santander las dos fragatas de dos puentes San Esteban y Hermione, cargadas con caudales y frutos, sorteando a las escuadras británicas. Incluso entraron en puerto con un bergantín cargado de vino y manteca, capturado cuando se dirigía de Inglaterra a Carolina.

Los buques del almirante Haddock compensaron en parte su fracaso con la captura de pequeñas naves mercantes y dos buques de la Compañía Guipuzcoana de Caracas. Dos buques de esta Compañía comercial habían zarpado de La Guaira a finales de julio de 1739, el navío San José y la fragata Santiago, alias Santiaguillo, y su destino era el puerto de Pasajes. Aunque eran buques mercantes, estaban armados con 52 y 16 cañones, de pequeño calibre, siendo la costumbre que algunos de ellos iban desmontados para dejar más sitio a todo tipo de géneros que llevaban. El 23 de septiembre de ese año es capturado el primero cerca de Gibraltar, llevando en ese momento 213 tripulantes, siendo llevado a Spithead por el navío Chester a primeros de noviembre. Pocos días después, el día 3 de octubre, es capturada la fragata (11) y llevada a Gibraltar. El valor de las dos capturas ascendía a varios miles de libras, unos dos millones de pesos, cifra considerable, que, para desgracia de los británicos, estaban asegurados en Londres, perdiendo el importe la compañía aseguradora al ser capturados los dos buques en tiempos de paz.

¿Eran realmente viables los planes del ministro Quintana?. En la primavera de 1739 se encontraban en el departamento de El Ferrol cuatro navíos alistados, formando escuadra al mando del teniente general don Rodrigo de Torres, el San Felipe, de 80 cañones, y los de 70 cañones Santa Ana, Reina y Príncipe (12). Desarmados, se encontraban los navíos San Carlos, Princesa y Galicia. En Cádiz es donde se concentraban mayor número de unidades. Tres navíos, Hércules, Constante y América, habían sido armados el año anterior, enviados a Cartagena y puestos al mando del teniente general Bena Masserano. Otros siete navíos comenzaron su alistamiento, aunque dificultades de todo tipo impedirían su puesta a punto antes de la llegada de los azogues de Pizarro.

Primeros objetivos británicos

         

Habiendo fallado en este primer objetivo de capturar a los buques españoles que regresaban de América, la escuadra de Edward Vernon retomó sus planes iniciales y puso rumbo al Caribe, llegando a Port Royal, Jamaica, el 26 de octubre de 1739. Unida su escuadra a los buques del comodoro Brown, formó una más potente de nueve navíos, seis fragatas y otros buques menores (13), sin contar las unidades con base en otras estaciones navales.

Aunque la guerra no había comenzado oficialmente, el Almirantazgo británico discutía los planes a seguir. En una guerra por el control del comercio americano, el escenario sería principalmente el Caribe. Para destruir o hacerse con el control de América, Gran Bretaña debía hacerse con el istmo de Panamá dividiendo en dos la América española. Para ello se organizaron dos líneas de ataque, una en el Caribe, con la escuadra de Vernon, y otra en el Pacífico, donde se enviaría una escuadra al mando de George Anson. Sobre el papel, y con la superioridad militar y naval británica, parece un objetivo viable, pero los miembros del Almirantazgo se plantearon cual sería el primer objetivo. Sin duda, el más importante era La Habana. Los almirantes John Norris y Charles Wager, después de varios estudios, llegaron a la conclusión de que era imposible atacar la plaza por mar. Según sus informaciones, disponía La Habana de 152 cañones en sus fortificaciones, defendidas por 1.300 soldados, 5.000 hombres de las milicias, otros 500 hombres de caballería y armas suficientes para 10.000 hombres. Se estimó que eran necesarios de 8.000 a 10.000 soldados para realizar un desembarco con posibilidades de éxito.

Descartada La Habana, Norris y Wager pusieron sus miras en Cartagena de Indias y Portobelo, llaves del comercio indiano y bases de las Flotas de Tierra Firme. No olvidaban que el francés Pointís se apoderó de Cartagena de Indias en 1697 con sólo 3.000 hombres. Los dos almirantes propusieron enviar el mismo número de soldados, pero el Consejo no estaban de acuerdo, prefiriendo atacar La Habana. El caso es que el tiempo pasaba y no llegaban a un acuerdo. La decisión del Duque de Newcastle, ministro británico de exteriores, llegó el 5 de diciembre, según la cual, una expedición sería enviada a Jamaica y un consejo de oficiales tomaría allí la decisión oportuna sobre los objetivo a seguir. Mientras éstas y otras deliberaciones continuaban, en aguas caribeñas los buques británicos comenzaron a dar los primeros picotazos.

En el mes de agosto de 1739, antes de la llegada de Vernon, el comodoro Brown zarpó con su escuadra para recabar toda la información posible sobre las fuerzas y movimientos españoles, cruzando entre los cabos de Corrientes y San Antonio para más tarde dirigir su patrulla entre cabo Santa María y La Habana, mientras destacó a dos buques al canal de Bahama y a una goleta al norte de Jamaica. También dispuso que se uniera a su escuadra lo antes posible el navío Windsor, que se encontraba patrullando en aguas de La Española. Consiguió averiguar que los buques de guerra españoles estaban dispersos; tres se encontraban en Cartagena de Indias, dos en Portobelo y otros dos en Santo Domingo. La escuadra de Pizarro había partido hacia Europa, por lo tanto, los galeones españoles concentraron toda su atención. Debían encontrarse en Portobelo o Cartagena de Indias y Brown sabía que debían tomar rumbo a La Habana para después regresar a Cádiz. Por esta razón concentró su escuadra en aguas cubanas como ya se ha relatado anteriormente. A finales de octubre, al tener noticias de la llegada de Edward Vernon dejó en aguas cercanas a La Habana a los navíos Windsor y Falmouth y partió a Port Royal. Cuando llegó a primeros de noviembre, Vernon se encontraba esperándole impacientemente.

Al igual que el comodoro Brown, Vernon tampoco perdió la oportunidad, durante su travesía al Caribe, de descubrir todo lo relacionado con las defensas españolas. Además de las ya conocidas instrucciones dadas a Vernon, recibió otras del Almirantazgo. Al llegar a Jamaica debía recabar información sobre la situación de los galeones españoles, defender el comercio británico y enviar buques a Carolina del Sur o Georgia si se tenían sospechar de ser atacadas. Al poco de llegar ordena zarpar de Port Royal al navío Worcester para realizar un crucero sobre Cabo Tiburón, y a la fragata Blandford en la costa norte de Santo Domingo. Ambos cruceros tenían la comisión de proteger el tráfico y la espera de un convoy británico que debía llegar de la metrópoli con pertrechos para la escuadra de Jamaica.

Los británicos conseguían en sus patrullas y visitas a puertos españoles, aprovechando el estado de paz, mucha y valiosa información. Los españoles también tenían la necesidad de conocer las fuerzas e intenciones de los británicos. Hubo muchos intentos de introducir espías, el más conocido es el caso de Moncada. Por orden del capitán general de Cuba don Juan Francisco Güemes y Horcaditas, el gobernador de Santiago de Cuba don Francisco Cagigal de la Vega, se puso manos a la obra, pues disponía del hombre adecuado, don Miguel Moncada Sandoval. Al mando de una balandra cargada de azúcar debía aparentemente ir a Santo Domingo, pero con pretextos falsos entró en Port Royal, Jamaica, el 15 de agosto de 1738. Debía averiguar el número de navíos que había en puerto, su porte, estado, mientras su embarcación era reparada. Regresó a Cuba en septiembre con valiosa información, no sólo de Jamaica, sino de los movimientos de escuadras en Europa. Regresó en otras dos ocasiones a Jamaica, una en diciembre de 1738 y la última en agosto de 1739. Estando en esta última misión, llega a la isla la noticia del rompimiento de guerra y Moncada es detenido, además los británicos comenzaron a sospechar sobre sus actividades, pero es liberado después de cuatro meses y medio con otros treinta prisioneros.

La Guaira. 1739

    

Habiendo fracasado Vernon en la captura de los buques de azogue de Pizarro, la escuadra de Vernon puso rumbo al Caribe. Llegó a Antigua (islas Leeward) a primeros de octubre, donde encontró a las fragatas Anglesea, Lowestoft y Saltash, ordenando al comandante de la primera, el capitán Reddish, que pusiera rumbo a Jamaica. Después se dirigió a St. Kitts. Desde allí destacó al capitán Thomas Waterhouse al mando de los navíos Princess Louisa, Strafford y Norwich para atacar el comercio español entre los puertos de La Guaira y Puerto Cabello. En el puerto de La Guaira pudo ver Waterhose que se encontraban varios mercantes y pequeñas naves en la bahía, en total diecisiete embarcaciones. Sin dudarlo, se preparó para atacar el puerto y destruir los barcos. Arbolando bandera española entraron los buques británicos siendo recibidos por el fuego de los cañones españoles. Después de tres horas de disparos por ambas partes, Waterhouse decide retirarse sin conseguir capturar las embarcaciones españolas y con graves daños en sus buques, poniendo rumbo a Jamaica. Para justificar su fracaso, el capitán británico manifestó que carecía de pilotos que conocieran esas aguas, que la pérdida de vidas no compensaba la captura de unas pequeñas embarcaciones y que sus navíos eran necesarios para futuras operaciones más importantes. Sin embargo, autores como Edward Cust dan por hecho la captura de dieciséis naves españolas (14).

Lo cierto es que el gobernador de la provincia el brigadier don Gabriel José de Zuloaga tenía las fortalezas en buen estado de defensa, mientras el capitán Francisco Saucedo, comandante de la fortaleza, movilizó sus tropas con diligencia y consiguió rechazar a los navíos británicos (15). No podemos olvidar que el ataque se produjo el 22 de octubre, cuando la guerra no había comenzado todavía, aumentando así el mérito de los defensores.

La Habana. 1739

Al mismo tiempo que Waterhouse atacaba La Guaira, el comodoro Brown hacía lo propio contra La Habana. Mientras recababa información, tanteó las defensas españolas. Su bloqueo obtuvo algún resultado, capturando varias balandras y goletas cargadas de añil y sal y la fragata mercante Bizarra. Además de bombardear el castillo de Cojimar, efectuaron varios desembarcos, pero el gobernador don Juan Francisco Güemes de Horcaditas envió tropas a todos los puntos donde se presumía un asalto, capturando a varios soldados británicos, los cuales dieron importante información sobre el número y composición de la escuadra británica. Para posibles operaciones futuras, los buques de Brown reconocieron los fondeaderos de Barucano, Jaruco y Bahía Honda.

Portobelo. 1739

      Incluso antes de la llegada de Brown a Jamaica desde su crucero por aguas cubanas, comenzaron las conferencias para determinar los objetivos. El gobernador de Jamaica, Edward Trelawny, era de la opinión que se debía atacar Cartagena de Indias, pero Vernon desestimó esta opción hasta no contar con un contingente de tropas más numeroso. Cuando llegó Brown a Port Royal, el almirante Vernon, que había llegado el 20 de octubre, ya había tomado la decisión de atacar Portobelo. Hizo los preparativos para la expedición, embarcó 240 soldados al mando del capitán Newton que habían sido cedidos por Trelawny y zarpó de Port Royal el 15 de noviembre con seis navíos, Hampton Court, Burford, Worcester, Princess Louisa, Strafford y Norwich, y 2.735 hombres, mientras destacó a la fragata Sheerness a Cartagena para informar de los movimientos españoles, especialmente si se enviaban refuerzos. Ordenó que les siguieran, en cuanto estuvieran listos, los navíos Windson, Diamond y la fragata Anglesea. Finalmente estos buques no participaron en la campaña al llegar a Portobelo cuando ya habían finalizado las operaciones.
PLano británico del ataque a Portobelo
  • Plano británico del ataque a Portobelo. A lo largo de la historia los británicos han inflado sus victorias sin ningún tipo de pudor. Esta de Portobelo es quizás una de las más llamativas.
  

La tarde del 20 de noviembre se presentó la escuadra británica ante Portobelo. Navegando en línea de fila entraron en la bahía y comenzó el bombardeo a corta distancia del castillo de Hierro, también llamado San Felipe, que era el que se encontraba a la entrada del puerto recibiendo los buques un fuego intenso desde el fuerte, hasta que los defensores cedieron ante los disparos que les hacían desde las cofas, momento en que desde los botes desembarcaron las tropas al mando del teniente Broderick y tomaron el fuerte.

Los vientos contrarios impidieron a Vernon adentrarse al interior de la bahía donde se encontraban otros dos fuertes, Gloria y San Jerónimo. Al día siguiente se dispuso Vernon al ataque. Poco antes, el gobernador don Francisco Javier Martínez de la Vega Retez, pidió la capitulación, rindiendo la plaza a los británicos, que consiguieron un botín de 10.000 pesos, 40 cañones de bronce, dos de campaña, cuatro morteros y 18 pedreros (16). Las bajas británicas fueron de tres muertos y seis heridos (17). Según los términos de la capitulación, la ciudad no sería saqueada ni molestada la población, demostrando con ello que la propaganda española se equivocaba al mostrar a los británicos como piratas y saqueadores.

Los británicos atacan Portobelo
  • The Capture of Puerto Bello, 21 November 1739 pintado por Samuel Scott en 1740. National Maritime Museum, London. En esta panorámica destaca el navío de Vernon, el Burford, disparando al Castillo de Todofierro.
      

Según este relato, tomado de fuentes británicas, la captura de Portobelo viene a demostrar la osadía, valentía y caballerosidad de Vernon y sus hombres y la cobardía de los españoles. ¿Realmente ocurrió así?. Para contar la verdad de lo ocurrido hay que empezar por el estado de defensa de la plaza. Siendo la ciudad de vital importancia para el comercio indiano, en tiempos de Felipe II se levantaron las tres fortalezas. Por desidia e ineptitud de muchos de los gobernadores que tuvo fue ocupada en varias ocasiones en el siglo anterior, Morgan en 1668 y Pointis en 1697. En 1739 la situación no era mejor. El gobernador de la plaza, don Bernardo Gutiérrez Bocanegra, se encontraba en Panamá respondiendo en juicio a unos delitos cometidos, siendo el gobernador interino don Francisco J. de la Vega Retez, un anciano inepto que no había adoptado ninguna medida de defensa a pesar de las muchas pruebas y avisos sobre el posible ataque británico. Las tres fortalezas contaban con un buen número de cañones, aunque la mayoría estaban desmontados de sus cureñas. El castillo Todofierro (así llamado por los españoles) contaba con 32 cañones, pero sólo nueve estaban montados. Dos de ellos se desmontaron al primer disparo, otros tres quedaron fuera de servicio con la primera andanada británica a la una del mediodía. De los dos buques guardacostas que se encontraban en la plaza se desmontó la artillería y la metieron en los fuertes. Don Juan Francisco Garganta, teniente de navío y comandante de los guardacostas, entró en este primer castillo con 90 marineros y 54 soldados de infantería de Marina para manejar los pocos cañones.


Bombardeo del castillo de Todofierro en Portobelo
  • The Capture of Puerto Bello, 21 November 1739. Pintado por George Chambers, Senior en 1838. National Maritime Museum, London, Greenwich Hospital Collection. En esta pintura realizada en la época del Romanticismo podemos observar una interpretación del ataque al Castillo de Todofierro. El navío en primer plano a la izquierda es elBurford, navío de 70 cañones insignia de Vernon, ojo al detalle anacrónico de la bandera de la Unión Jack de 1801. El siguiente navío es el Strafford, de 60 cañones y el Worcesterdel mismo porte. Al fondo se distingue al Hampton Court, de 70 cañones del Comodoro Brown.
        

Con estos pocos medios duró el combate hasta las cuatro y media. El castillo estaba casi arrasado y sólo quedaban once hombres de los guardacostas, pues muchos habían caído y otros desertado. Con el desembarco británico, los once soldados dispararon matando a cuatro e hiriendo a otros tres atacantes. Ya no hubo combate relevante pues faltaban fusiles y la pólvora.

Desde el castillo de Gloria se estuvo disparando a la escuadra británica, pero se encontraba fuera de su alcance, gastando pólvora inútilmente ante las risas del enemigo. Esa noche hubo un consejo donde la mayoría de los ciudadanos de Portobelo optó por combatir hasta el extremo, pero el pusilánime gobernador, por iniciativa propia, izó una bandera blanca para entregar la plaza. Otros siguieron su cobardía como el capitán don Sebastián Vázquez Meléndez, que huyó al monte con sus hombres. Los 600 defensores del castillo hubieran hecho pagar cara la osadía de Vernon a poco que se lo hubiera propuesto el gobernador. El castillo de San Jerónimo no hizo disparo alguno al tener todos sus cañones desmontados (18). El gobernador, después de la rendición, huyó al monte, abandonado a su suerte a la ciudad. Los hombres de Vernon demolieron los castillos hasta sus cimientos y saquearon la ciudad durante varias semanas en busca de un botín que nunca encontraron, lanzando al mar los cañones de hierro y destruyendo lo que no era de valor para ellos. Los 10.000 pesos que se llevaron pertenecían a las pagas de la guarnición. Pero Vernon tuvo mucho cuidado en no molestar a la población civil y ordenó que sus haciendas fueran respetadas. Sabía, o eso creía, que los británicos ganarían la guerra y sustituirían a los españoles en el comercio del lugar.

En marzo de 1740 llegó a Inglaterra el capitán Rentone en la fragata Triumph, que era la española Triunfo capturada, con las noticias de la tomo de Portobelo (19). La noticia de la victoria de Vernon hizo correr ríos de tinta y la alegría y alborozo duró varios meses. En honor a esta victoria todavía hoy existe una calle en Londres que la recuerda, Portobello Road. Se hicieron medallas conmemorativas. Vernon fue recibido como un héroe a su llegada a la metrópoli y en una cena en su honor dada por el rey Jorge II se tocó por primera vez el actual himno nacional británico. Se acuñaron unas medallas para conmemorar la victoria. En el anverso de éstas estaba la efigie de Vernon y la leyenda “VERNON SEMPER VIRET”, y en el reverso ponía “PORTO BELO SEX. SOLUM NAVIBUS ESPUGNATE. NOV. 22-1739”. Pero no fue ésta la única medalla, se hicieron muchas más, de muchos tipos, quizás la más conocida sea la que dice “Tomó Portobelo con sólo seis barcos”.

¿Merecía tanto júbilo la victoria conseguida?. El botín obtenido no merecía el gasto de tanto armamento. Además de la artillería capturada, de dos buques guardacostas y una balandra, sólo obtuvieron unos miles de pesos, puesto que el resto del dinero que había en la plaza había sido puesto a buen recaudo. Este éxito se volvió en contra de los británicos. Vernon y la mayoría de los comandantes menospreciaron las defensas, el valor y la capacidad española para sobreponerse. Basta como ejemplo, que el general Oglethorpe, comandante de las tropas coloniales en Norteamérica, propuso tomar La Habana con sólo dos batallones. Los españoles, ante la humillante entrega de Portobelo, clamaron venganza contra los británicos. El Almirantazgo británico y Vernon sabían que en Portobelo se había celebrado la feria en 1738. Como en todas las ferias, desde Perú se enviaban los caudales a Panama con la escolta de la Armada del Mar del Sur, y de allí a Portobelo.

Vernon fue a atacar Portobelo, sabiendo que era una empresa fácil y de poco riesgo, convirtiendo la captura de esta ciudad, importante sin duda y conocida en todo el mundo, en una gloriosa victoria.






Estos caudales, unos doce millones de pesos, no fueron llevados a Portobelo a causa de las tensiones con el gobierno británico y el temor a ser capturados en un ataque. Varios meses después, esos caudales regresarían a Perú. Si realmente éste era el objetivo primordial de los británicos, fracasaron en su objetivo. Incluso Vernon tuvo la tentación de repetir lo que había realizado Henry Morgan, atacar Panamá (20). Las dificultades eran ahora mayores, no existía el efecto sorpresa y cabía la posibilidad de que la plata hubiera sido devuelta a Perú, como así era. No hubo una ocupación posterior de la plaza por la que se obtuviera algún resultado económico, no hubo avance hacia el interior para cortar las comunicaciones españolas con América del sur. El resultado fue la destrucción de tres castillos y captura de material de guerra, nada más.

El almirante Vernon, como político y miembro del Parlamento, jugó sus cartas muy hábilmente. Conocía la debilidad de Portobelo pues los factores de la Compañía del Mar del Sur ya le habían informado y por eso fue a atacar la plaza, sabiendo que era una empresa fácil y de poco riesgo, convirtiendo la captura de esta ciudad, importante sin duda y conocida en todo el mundo, en una gloriosa victoria. Partidario de la guerra y enemigo acérrimo de Robert Walpole, quiso demostrar a la opinión pública que la guerra estaba justificada y que era fácil ganarla, pero no sólo eso, sino que él era el nuevo héroe de la nación, llegando a ser considerado como un nuevo Drake. Su arrogancia le saldría muy cara en Cartagena de Indias.

A finales de diciembre de 1739 zarpa la escuadra de Portobelo para regresar a Port Royal, dejando al Diamond de patrulla en la costa de Cartagena de Indias. Durante la travesía, la escuadra sufre las inclemencias del mal tiempo y se dispersa, llegando finalmente a puerto jamaicano sin pérdidas.
Retrato del Almirante Vernon
  • Almirante Edward Vernon, 1684-1757. Retrato pintado por Charles Philips en alguna fecha sin concretar de los años 1730 y 1743. National Maritime Museum, London. Vernon es normalmente recordado en la Royal Navy porque en 1740 ordenó que las tripulaciones de sus navíos bebieran ron diluído en agua. Nació así el 'grog' - que era el apodo de Vernon- que rápidamente se convirtió en una norma en todos los buques de la marina británica hasta su abolición en 1970.

Cartagena de Indias. 13-20 de marzo de 1740

      

Su siguiente objetivo era Cartagena de Indias. Habían llegado a Jamaica varios buques de guerra, entre ellos dos brulotes y dos bombardas, muy aptos para este tipo de ataque, que habían zarpado a primeros de noviembre de Portsmouth con el navío Greenwich y un importante gran convoy de buques mercantes. El día 2 de ese mes salió de Spithead el navío Portland rumbo a Barbados, llevando a bordo al nuevo gobernador Byng. El almirante británico tenía la necesidad de conocer las defensas con que contaba Cartagena de Indias y en que situación se encontraban. Antes de zarpar rumbo a Portobelo había ideado una treta. A finales de octubre de 1739 envió a su primer teniente Percival en el buque Fraternity con dos caballeros españoles a bordo, factores de la Compañía de Mar del Sur. Debían enviar dos cartas, una al gobernador de la plaza don Pedro Hidalgo y otra a don Blas de Lezo. Este pretexto serviría para introducir al teniente británico en Cartagena de Indias, pero el gobernador prohibió la entrada del buque en el puerto y no se pudo llevar a cabo la operación.

Para la seguridad del comercio dejó en Jamaica, al mando del comodoro Brown, a los buques Hampton Court, Burford, Worcester, Diamond y Torrington. El navío Burford había llegado muy dañado por el anterior temporal y se dieron órdenes para su reparación inmediata con el propósito de unirse a Vernon lo antes posible. El día 7 de marzo de 1740 zarpa de Port Royal con seis navíos, dos brulotes, tres bombardas y un paquebote. Cuando el 13 de marzo se presentó a la vista de Cartagena de Indias, envió varios botes para sondear el paso de la escuadra y varios hombres del Greenwich, capitán Charles Windham, desembarcan en la costa para observar las defensas, mientras la escuadra fondea al oeste de la plaza, en Playa Grande. Cinco días después ordena a las bombardas abrir fuego sobre la ciudad. Con ello pretendía provocar a don Blas de Lezo a un enfrentamiento abierto en el mar haciendo salir a sus cinco navíos (21). Los cañones de las fortalezas no alcanzaban a la escuadra enemiga, mandando Lezo desembarcar algunos cañones de su escuadra para formar baterías con las que alcanzaron a los buques británicos. Después de tres días de bombardeo, durante los cuales 350 bombas cayeron en la ciudad, Vernon se retira (22). Los daños habían sido considerables, destruyendo en parte el colegio de los jesuitas, la catedral y otros edificios. Había desembarcado Vernon 400 soldados para atacar el castillo de Santa Cruz, siendo derrotados y la mayor parte hechos prisioneros.

En opinión del propio Vernon había conseguido su objetivo, que no era otro que el de tantear las defensas de la plaza, considerando también que no tenía una fuerza adecuada para un ataque frontal a Cartagena de Indias. El 21 de marzo tomó rumbo al istmo de Panamá con la mayoría de sus buques, dejando a los navíos Windsor Castle y Greenwich, ambos al mando del capitán Charles Widham, patrullando la costa cercana a Cartagena de Indias. Estos dos buques debían interceptar, por las noticias que tenía Vernon, la llegada a Cartagena de varios buques de guerra españoles. Sin duda debía tratarse de los navíos de la Armada de Barlovento San Juan Bautista, Bizarra y una goleta, los cuales se encontraban en La Habana cuando a primeros de marzo recibe su comandante don José Antonio de Herrera órdenes de don Blas de Lezo de unirse a su escuadra. Cerca de Portobelo ancló Vernon para reparar los daños ocasionados en el bombardeo de Cartagena, reponerse de víveres y agua. El arrogante Vernon escribió al almirante Wager y llegó a decirle que hubiera tomado fácilmente Cartagena si hubiera contado con más buques de guerra y tres mil hombres de desembarco.

Castillo de San Lorenzo el Real de Chagre. 22-24 de marzo de 1740



Muy cerca de Portobelo se encontraba en la desembocadura del río Chagre la fortaleza de San Lorenzo. La importancia que tenía para los británicos no era otra que ser base de algún guardacostas y puerto de embarque de tesoros. Para destruir la fortaleza defendida por cuatro cañones y 30 soldados al mando del capitán de infantería don Juan Carlos Gutiérrez Cevallos, la escuadra de Vernon se presentó el 22 de marzo con cuatro navíos, Strafford, Norwich, Falmouth y Princess Louisa, tres buques bombarderos, Alderney, Terribley Cumberland, armados con 8 cañones y al mando de los oficiales Scout, Allen y Thomas Broderick, los brulotes Successy Eleanor, ambos con 10 cañones y mandados por Daniel Hore y Robert Henley, y los transportes Goodly y Pompey (23). Con este ataque Vernon parecía seguir los pasos del pirata Henry Morgan, que en 1671 destruyó también la fortaleza para seguir el curso del río y llegar a Panamá. El mismo día de la llegada de la escuadra al río Chagra, aparece la fragata Diamond, al mando del capitán Knowles.

A las tres de la tarde comenzó el bombardeo por parte del Norwich, al mando del capitán Herbert, y las tres bombardas. Al mando del capitán Charles Knowles son enviados varios botes para tomar al abordaje un navío de 70 cañones y 350 hombres que estaba anclado al amparo de las baterías (24). Esa noche, el resto de los buques británicos se unieron al bombardeo. Ante semejante castigo se rinde el capitán Cevallos el 24 de marzo, realizando a partir de entonces las mismas acciones que el Portobelo. Destruyeron el castillo, embarcaron parte de la artillería, capturan las dos balandras guardacostas y seis días después, la escuadra de Vernon se reúne de nuevo en Portobelo. Al día siguiente, 1º de abril, se une a la escuadra el Burford, que había estado reparándose en Jamaica. Cuatro días después ordena a Henry Barnsley que tome el mando de una de las balandras españolas capturadas y zarpe de Portobelo rumbo a Inglaterra, llevando a bordo a Joshua Thomas, contramaestre del Strafford, encargado de entregar pliegos a la corte relatando la captura de la fortaleza de San Lorenzo, continuando con su política de promoción personal, pero esta vez no ocurrió lo mismo que en Portobelo. Aunque de cara al pueblo británico se mostró la captura de este castillo como otra gran hazaña de Vernon, lo políticos más allegados a él, entre los que se encontraban Newcastle, Pulteney y otros, comenzaron a dudar de su buen criterio. Así se lo hizo saber en una carta el Duque de Newcastle, manifestando la opinión del rey Jorge II que estaba malgastando material y hombres en objetivos poco importantes por su nulo resultado en el desarrollo de la guerra.

Estando la escuadra británica en la costa entre Portobelo y Cartagena, recibe el vicealmirante Vernon noticias de la salida de El Ferrol de dos navíos españoles cargados con tropas, estando además a bordo el nuevo gobernador de Nueva Granada don Sebastián de Eslava, encontrándose en ese momento en San Juan de Puerto Rico (25). Suponiendo Vernon que los dos navíos tenían como destino el puerto de Santa Marta antes de dirigirse a Cartagena de Indias, ordena el 21 de abril al capitán Berkley que asuma el mando de los navíos Windsor Castle, Greenwich y Burford y se dirija a barlovento de Santa Marta para interceptarlos, mientras el resto de la escuadra se dirige a Jamaica para abastecerse.

Como ya es sabido, los navíos españoles consiguen entrar en Cartagena de Indias, burlando la vigilancia británica. Eran los navíos Galicia y San Carlos, a las órdenes de los capitanes de fragata don Juan Jordán y dos Félix Celdrán, salidos de El Ferrol la mañana del 18 de octubre de 1739. El 16 de diciembre de ese año entran en San Juan de Puerto Rico para realizar una escala, desembarcando parte de los 700 soldados que llevaban a bordo, llegando a Cartagena de Indias el 21 de abril de 1740. Su travesía estuvo llena de calamidades, tormentas y enfermedades que causaron la muerte a 154 hombres, setenta de los cuales se habían dejado en Puerto Rico. El nuevo virrey de Nueva Granada, el teniente general don Sebastián de Eslava, recibió su nombramiento por Real orden del 2 de septiembre de 1739. Junto a don Blas de Lezo se convertiría en uno de los personajes claves de la guerra de las Indias.

Cartagena de Indias. 3 de mayo de 1740


Casi dos meses después del primer ataque a Cartagena de Indias, la escuadra británica, reforzada en buques y hombres, regresa para realizar un nuevo intento. En esta ocasión contaba Vernon con trece buques de guerra y una bombarda.

Apostando sus navíos en lugares estratégicos, el general Lezo consigue de nuevo ahuyentar a los británicos con su fuego. Si las intenciones de Vernon en estos dos ataques a Cartagena de Indias no eran las de asestar un duro golpe a los españoles, lo único que consiguió fue ponerlos sobre aviso.

La India Habana

Foto tomada de: Cuba en la Memoria
                                                          

  El gobernador de la Española Nicolás de Ovando, ordenó el bojeo de Cuba a Sebastián de Ocampo. En 1508 se realizaría el bojeo de la isla por la costa sur y la norte.  Observando dicho navegante las condiciones de los diferentes puertos y surgideros. Al confrontar sus naves con ciertos problemas para su navegación, hubo de fondear en lo que iba ser la bahía de la Habana. Cerca del lugar donde fondearía, desembocaba un riachuelo, y cerca de él encontró un depósito de mineral asfáltico que podía sustituir la brea, que necesitaba para reparar las naves.  Le puso el nombre de Puerto de Carenas, por haber carenado en el sus naves.  El lugar se encontraba protegido por un alto peñasco, rodeado de un espeso bosque de cedros, caobas y frutos de todas las clases.  Los marineros y oficiales después de terminar los trabajos de reparación de las naves se dedicaban a recorrer los alrededores y consumir la variedad de frutas.  La historia que quedo de este viaje de Ocampo fue pasando de generación en generación, hasta nuestros días, y es así:

  Habían llegado los españoles en su viaje de bojeo de la isla de Cuba, a un lugar donde se levantaba una gran elevación que servía de protección a su puerto.  Decidiendo Ocampo reparar sus naves que se encontraban en mal estado, después de la larga navegación, y de un mal tiempo que se aproximaba.  Dos días después, al ver las condiciones favorables del puerto, y que se podía hacer su reparación con betún negro que encontró, en nombre del rey de España, se llamaría desde ese día, Puerto Carenas. 

  Era una de esas mañanas tropicales, soleadas y con cielo azul brillantes, el viento soplaba suave, los pájaros cantaban, las flores con su perfume embriagador, era un paraíso de quietud y de belleza.  Los marineros y los pocos oficiales habían salido a dar una vuelta en los alrededores.  Cerca había unas palmas reales, que se erguían, y cerca de ellas al aproximarse los españoles, descubrieron sentada en una roca, completamente desnuda, una india de singular belleza.  Larga cabellera negra, que brillaba con el sol.  Su cuerpo color broncíneo, de su cuerpo caían las gotas de agua, pues acababa de salir de un riachuelo cercano.

  Uno de los oficiales, admirado de la belleza de aquel ángel que parecía sobrenatural, en aquel paraje, se acercó y le pregunto:

_¿Quién eres, bella indiana?
_ Habana –le contestó-.
-¿Cómo se llama este lugar?
- Habana –ella respondió-.
- ¿Quién es tu padre?
- Habanex –contestó ella orgullosa-.
  Los españoles estaban estupefactos de la belleza d aquella mujer, y de la serenidad con que ella les respondía.

-Pues bien, desde hoy este lugar se llamará Habana.

  Uno de los oficiales que sabía pintar, hizo un croquis de la bella india, que todos los días venía a bañarse en el mismo lugar. Debajo de la pintura escribió: Habana

  Pasarían más de trecientos años, y se decía que por aquel croquis, se hizo la estatua de La India en lo que fue el parque. Como es natural estas historias van variando de generación en generación, pero lo que si podemos decir es que la estatua fue erigida en el 1837, por iniciativa del Conde de Villanueva. Se encontraba a la salida de las Puertas de Tierra, frente al Campo de Marte, y al principio de la Alameda de Extramuros o Alameda de Isabel II. Se le llamó de La Habana, de La India o de la Noble Habana, pero fue conocida por el pueblo por Fuente de la India, y simbolizaba la Capital de la Isla. Su escultor fue Guiseppe Gaggine, sobre planos del español Manuel Pastor. Echa toda de mármol de Carrara.
 
En el Diario de la Habana en el año de 1841, el periodista Tranquilino Sandalio Noda, la describió así:

“Delante de las puertas de la ciudad de La Habana, cerca de donde estuvo la estatua del Rey Carlos III, al extremo Sur del Nuevo Prado o Paseo de Extramuros, construido en 1772, y junto a las verjas y almenadas puertas del Campo de Marte o Militar, se ve una fuente de mármol que se alza en un pedestal cuadrilongo sobre cuyas cuatro esquinas y resaltadas y pilastras se apoyan cuatro enormes delfines también de mármol, cuyas lenguas de bronce sirven de surtidores al agua que vierten  en la concha que rodea al pedestal y rebosándose aquéllas por conductos invisibles, vuelve al interior sin derramarse jamás. Encima de todo, sobre una roca artificial, yace sentada una preciosa estatua que representa una gallarda joven india, mirando hacia el Oriente; corona la cabeza un turbante de plumas, un carcaj lleno de flechas que al hombro izquierdo lleva, se conoce representa alegóricamente la ciudad de La Habana. Las armas de ella se ven esculpidas en el escudo que lleva en su diestra, y en la siniestra sostiene una cornucopia de Amaltea, en la cual en vez de las manzanas y las uvas que generalmente adornan, el autor de un rasgo feliz de inventiva, las ha sustituido por frutas de nuestra tierra, coronadas con una piña. Al frente y a la espalda del pedestal semeja la sillería una puerta de arco, y tiene en medio del claro un surtidor que derrama de la citada concha; alrededor de ésta hay una estrecho arriate, cercado por una fortísima verja de lanzas de hierro, apoyadas en veinte faces, con sus hachas de armas, teniendo por la espalda de la fuente una puerta casi imperceptible, según lo bien ajustada de su armadura. Por fuera la verja hay un ándito o ancho paseo circular de mármol blanco, y el todo lo rodea una orla de grama de Bahamas (agrostis)
Con dieciséis guardalados de piedra común.”

  En el año de 1841 el poeta Gabriel de la Concepción Valdés, al contemplar la estatua le dedica un soneto:

A la Fuente de La India Habana

Mirad La Habana allí color de nieve,
gentil indiana de estructura fina
dominando una fuente cristalina
sentada en trono de alabastro breve;

Jamás murmura de su suerte aleve,
ni se lamenta al sol que la fascina,
ni la cruda intemperie la extermina,
ni la furiosa tempestad la mueve.

¡Oh beldad es mayor tu sufrimiento
que ese tenaz y dilatado muro
que circunda tu hermoso pavimento!

Empero tú eres toda mármol puro,
sin alma, sin color, sin sentimiento,
hecha a los golpes con el hierro duro.

  Pasarían veinte años y otro poeta cubano en la Sierra Maestra en el año de 1842, de padre dominicano y madre francesa. José María Heredia y Girard, dedicaría otro soneto. Al pasar los años se destaca como un gran sonetista francés, en su colección Les Trophées:

A la Fuente de La India

Cuando se acaba el día, solo, junto a la fuente
descanso, mientras sueño con su dulce frescura…
Huyen mis pensamientos, tal como el agua pura
de su colmada urna gotea lentamente.

Bajo el esplendor tibio de la luna silente
animarse parece la blanca vestidura
que el escultor te impuso: la cual amable impostura
finge rasgos tu forma evanescente.

¡Novia del sol, oh india de mis nativos lares!
Colón rompió tu sueño de virgen. Al arrullo
dormías de las olas ardientes y amorosas…

¡Oh mi país, oh Cuba! Cuán dulce en los palmares
oir de tus arroyos la voz, con el murmullo
de paz y amor que exhalan tus noches luminosas.

  En tiempo de la naciente república fue trasladada la fuente a donde se encuentra hoy en día, al lugar llamado Parque de la fraternidad. (Puede ser que la Cuba comunista la pusieron en otro lugar, sabe Dios)
  Recuerdo que mis padres nos llevaban siendo niños a Julio y a mí, a conocer el parque de La India. Allí nuestro padre nos contó la historia de la bella india. De cuando él era joven e iba a verla donde estaba antes. Pasaron los años, y ya siendo jóvenes nos íbamos con los amigos a mirar la estatua. Una vez con mis hermanos Emilio (†) y Julio (†), nos habíamos ido de parranda  nos llegamos  allí como a las cinco de la mañana. Nos pusimos a contemplarla. El parque estaba solo a esa hora de la madrugada. El perfume de los árboles que nos rodeaba. El azul solemne del cielo estrellado de la noche tropical. Del mar lejano nos llegaba un aire húmedo frío. Alguna máquina pasaba a esa hora. Un gato asustado, huía por la calle. La luna alumbraba y su belleza resaltaba en la noche. Hablábamos de lo linda que debía haber sido. De la sorpresa que se llevarían los españoles al encontrarse a mujer tan bella. La luz de la luna nos hacía ver, como si el cuerpo escultural se moviera. De pronto un auto de la policía, se detuvo en la acera y dos policías se dirigieron hacia nosotros. Al conocernos uno de ellos, el sargento Parrondo, se puso hablar con nosotros, y nos contó todas las historias que se decían sobre la india. Siempre contadas por los borrachos. Una vez tuvieron que llevar a un hombre para el hospital de Mazorra (de locos), porque decía que ella lo había engañado y la tenía que matar. Nos dijo que a él le impresionaba mucho la belleza de La India. Se fue y nos dejó a nosotros hablando sobre ella.
  Pasarían los años y volvería sólo a ver la india más linda de cacicazgo de La Habana. Su belleza me impresionaba. Un polaco vendedor de corbatas, ofrecía su mercancía. Un pordiosero imploraba ayuda. Una pareja de enamorados se arrullaban en uno de los bancos. Un vendedor de maní vociferaba: “Maní, caliente y sabrosito”. El vendedor de tamales:” Tamalero, Tamales calientes”.  Dos campesinos acababan de llegar de la terminal cercana  se tomaban una foto con el fotógrafo ambulante. Un policía de tránsito hacía sonar su tolete, para que los automóviles se pusieran en movimiento. Nadie esperaba que todo esto fuera a cambiar con el debacle del ejército y el triunfo de los barbudos, que llegaron con un rosario en el cuello y las armas que serían utilizadas para fusilar a cientos de cubanos.
  Si, he vuelto al salir de la prisión ir a despedirme de todo lo que yo gustaba, me encontré el parque de La India vacío y abandonado no había nadie. Todo estaba abandonado. Cuba había cambiado totalmente. Me pareció ver que por sus ojos corrían las lágrimas. Se veía triste. Su cuerpo tan hermoso, parecía arrugado. Sólo en la noche, cuando nadie invadía su predio, volvía ser feliz.

  Nunca más he vuelto a ver a la India más linda del Cacicazgo de La Habana.

René León
Charlotte, N.C. 1991