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sábado, 1 de diciembre de 2012

Recordando a Alfredo Kraus, a diez años de su muerte en 1999 -

Por  Rowland J. Bosch

  Se ha hablado de canto, cantantes, canciones, arias y opera. Hay quienes no distinguen estos términos. Cantar una canción, un lied o un aria con la voz natural no es igual a cantarla con una voz educada. Educar una voz necesita años de estudio, esfuerzo y sacrificios. Además el intérprete ha de poseer los dones que nos regala la Naturaleza: oído, voz, alcance, volumen, entonación, memoria, melodía y poder de interpretación y tal vez otras cosas más.
  España ha sido cuna de muy buenos cantantes del género clásico. Alfredo Kraus fue un ejemplo español de tenor lírico. En el pasado ha habido varios líricos de primera magnitud: veamos. D’Stefano, Alessandro Bonci, Giuseppe Anselmi, Giorgini, Luciano Pavarotti, Jan Kiepura, Ferrucio Tagliavani, Beniamino Gigli, Nicolai Gedda y otros, pero la voz de Kraus fue completamente lírica. Hay otras clasificaciones de tenores, veamos, lírico-ligero y wagneriano. Kraus fue siempre esencialmente lírico.
  Todo cantante debe ser bastante inteligente y sobre todo conocer su voz. Saber lo que puede hacerse o no con ella y hasta donde debe ser empleada. Kraus fue uno de estos cantantes inteligentes. Su carrera musical acaba de terminar cuando arribaba a los setenta y dos años de edad, después de un período de dos años de sufrimiento, depresión y desolación tras el fallecimiento de su esposa Rosa Blanca Ley Bird.
  Kraus sabía dominar a plenitud su voz. Jamás osó apartarse del repertorio que le encajaba. Operas como “La Favorita”, “Werther”, “Fausto”, “El Barbero de Sevilla”, “Manon de Massenet”, “Don Pasquale” y otras más formaron su repertorio habitual. No por eso dejó de grabar arias más dramáticas como “O Paradiso” de “La Africana”, “Celeste Aida”, “Cielo e Mare” de “La Gioconda” de Ponchielli y otras del repertorio dramático, pero siempre cuidando su cuerda. Y lo hizó más aún conociendo la catástrofe vocal de Giusseppe D’Stefano por aventurarse a cantar en obras más dramáticas.
  Kraus ciertamente murió de cáncer del páncreas pero para muchos de sus amigos como Teresa Berganza, la excelente mezzo-soprano española y para Ana Botella esposa del presidente del gobierno español, el cantante había muerto de amor. Le canto al amor con amor y éste se lo llevó a la tumba.
  A mediados de los años cincuenta surgió en España una voz franca, voluminosa y de extraordinario alcance, con pleno dominio de los “high C”, los que supo utilizar durante toda su carrera artística sin el más mínimo desgaste físico y con absoluta seguridad. Con notas altas que no lograron alcanzar Beniamino Gigli, ni Tito Schipa, quienes apenas llegaban a un “high B” o a un “B bemol”. Su pronunciación, su fraseo fácil y claro y su musicalidad le ganaron la admiración de todos y lo hicieron favorito de los públicos de varios continentes. Queda como recuerdo de su arte la grabaciones en discos, desde los Montilla, compañía disquera de la que era condueño hasta las “piratas” de los recitales que regaló al público en el Lincoln Center en Nueva York y en otras salas teatrales.
  La vida de Kraus comenzó en las Palmas de Gran Canaria en noviembre de 1927. Hizo su primer contacto con la música en el coro del colegio en que cursaba sus primeros estudios en su tierra natal. Una profesora de canto lo oyó cantar y lo animó a que comenzara sus estudios musicales. Kraus fue un perfeccionista y no dejó de ensayar y estudiar canto durante toda su vida. Tomo lecciones de Técnico industrial, pero el canto lo reclamaba y viajó a Barcelona a continuar su preparación. Después pasó a Milán donde bajo la tutela de la profesora Llopart completó su técnica vocal; continuó en Barcelona, con la profesora Markoff y con el maestro Andrés en tierras valencianas. Viajó a Ginebra en Suiza y ganó un concurso internacional y cantó  “Tosca” y  “Rigoletto” causando asombró por la hermosura de su voz y su melodioso timbre. Ya propietario de una magnífica reputación como cantante operístico recorrió Italia, España, Francia, Inglaterra, Alemania y Portugal, lugar en que cantó con la gran diva María Callas en “La Traviata”.
  En apenas tres años se encontró ya en primera línea no sólo como el mejor tenor español, sino como uno de los más grandes tenores de todos los tiempos, emulando la fama de sus antecesores Viñas, Gayarre, Fleta y Lázaro, pero con una técnica única que le permitió mantenerse a nivel mundial por más de cuarenta años. El “Met” de Nueva York siempre lo reservaba en cada temporada, y por muchos años lo hizo, de figura principal en óperas como “La Favorita”, “Werther”, “Don Pasquale”y en otras más, pero Kraus tuvo la inteligencia de rechazar otros roles no tan apropiados a su voz.
  Kraus tiene el mérito de haber sido uno de los pocos cantantes operísticos que con el transcurrir de los años y debilitarse su aparato fónico, supo gracias a sus profundos conocimientos técnicos vocales, cambiar la “impostación” de su voz y mantenerse a la altura de sus mejores tiempos, cosa que pocas veces sucede; también Tito Schipa lo hizo de tal modo que a los setenta y tres años, aún arrancaba aplausos frenéticos a la concurrencia.
  Ya por los finales de los años setenta, Kraus comenzó a ofrecer mas recitales. Pasó por Puerto Rico, Nueva York y por otras salas teatrales en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica. Kraus recorrió todos los géneros clásicos. Dominó la canción napolitana compitiendo en calidad con tenores italianos como Franco Corelli, Carlo Bergonzi, y Giuseppe di Stéfano, quienes fueron famosos en este género; recorrió el campo de la ópera desde Verdi hasta Puccini, consagrándose  a las obras de Donizetti, Rossini, Bizet y Gounod y a los antiguos clásicos Gluck, Pergolesi, Scarlatti y Mozart e interpretó fielmente a los veristas como Giordano y Mascagni. Actuó también en películas. Ahí está como magnífico ejemplo la interpretación que realizó de su antecesor Julián Gayarré en la cinta sobre su vida que años después filmó su compatriota José Carreras.
  Kraus fue velado en el teatro Real de Madrid el domingo doce de septiembre de 1999. Centenares de admiradores y amistades del tenor se aglomeraron a las puertas del teatro para darle el último adiós. Su féretro fue más tarde colocado en la cripta de la familia en el cementerio junto al de su esposa que le había precedido en dos años.
  La voz del gran cantante se ha apagado para siempre pero el canto, la fama y la admiración mundial que llenaron su vida seguirán vigentes por muchos años porque la voz de Alfredo Kraus fue única y su insólito timbre y sus agudos inconcebibles nos seguirán acompañando por mucho tiempo a través de sus grabaciones.

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