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jueves, 15 de agosto de 2013

HORAS ILUMINADAS


-Reseña de Roberto Soto Santana, Presidente de la Asociación Literaria Calíope (Murcia, España) y Abogado en ejercicio, incorporado al Ilustre Colegio de Madrid.

Así se titula el más reciente efluvio, en forma de poemario, del numen de doña Leonora Acuña de Marmolejo, la autora colombo-estadounidense que tiene sus raíces echadas hace mucho tiempo en la neoyorkina Long Island –aunque la lira que tañe siempre ha sido  profundamente hispanoamericana-.
En este nuevo libro, la autora vierte, una vez más, desde su alma en poso, los temas de reflexión que han caracterizado siempre su verso (el Amor, la Paz, la Amistad y el laurel tendido hacia las frentes de las personalidades eximias del buen hacer literario, patriótico y humanista de la comunidad mundial que se expresa en español). En esta obra, la poetisa desenvuelve y alcanza los objetivos que en ocasión anterior hubo de fijar para su pluma: a saber, “Quiero el verso en mi anhelo cincelado,/pulido en el dolor y acrisolado;/el verso noble y elocuente y sabio/que restañe de ofensas el agravio.//El verso rutilante en la palabra/que despierte conciencias y que abra,/liños de amor, lealtad, justicia y paz/y nos lleve en vendimia a un solo haz.”(1)
Esta pulsadora de la lira, oriunda del sudoeste colombiano -donde la vegetación es frondosa y lujuriante, los ríos son límpidos y caudalosos, las nueve décimas partes de la población están asentadas en núcleos urbanos, y el español se habla con el característico acento vallecaucano o valluno-, ha ilustrado esta edición con algunos lienzos de su paleta, en los que demuestra el dominio de variados registros estilísticos (desde la pintura andina de trazos rectilíneos que exorna la portada del poemario, y que hace recordar al argentino Hugo Irureta; hasta la figura de mujer yacente, en trazos expresionistas, de “Tiempo de solaz”, en la página 22, pasando por el retrato realista del paisaje –sin figuras animadas, como en el “Estanque de Mercurio”, en la página 33; o con ellas, como en “Niño indio con su burro”, en la página 30-).
En los poemas, la autora demuestra una admirable soltura en el manejo de los versos de arte mayor, ya que una mayoría de las creaciones incluidas en este libro está perfilada en versos endecasílabos, sea en estrofas de dísticos o pareados consonantes –logro difícil,  ya que no suelen manejarse para la poesía lírica sino para la didáctica, la narrativa o la epigramática- (“El lucero de mi anhelo”), sea en sonetos (“Hora de Tinieblas”, “¡Marana Tha!”).
La poetisa aborda con parejo éxito el versolibrismo en su discurso apologético de Alfonsina Storni, en el que evoca el fin que puso a su vida esa flor de sensibilidad nacida en Suiza y criada en la Argentina, arrojándose al mar aunque no sin antes dejar su postrer soneto “Dientes de flores, cofia de rocío…”, en el que responsabilizaba a un desengaño amoroso de su infausta salida de este mundo. No sabemos si por casualidad o deliberadamente o por simple asociación de sentimientos, en este ramillete lírico de Acuña de Marmolejo, a este elogio póstumo –que, en cuanto a su insumisión al metro y a la rima, atiende al criterio del español Luis Cernuda respecto a que “Si en el verso hay música, mi preferencia se orientó hacia la «música callada» del mismo”, es decir, hacia el verso libre- le sigue inmediatamente en el libro el “Epitafio”, un soneto en el que se habla de la partida de la más bella rosa “…con la más alta estrella/¡que la unció al fiel lucero que rielaba en el mar!”
Por otro lado, impresiona la sutileza perceptora de los rasgos distintivos de las personalidades de dos próceres cubanos a quienes doña Leonora Acuña dedica sendas loas, al saber distinguir entre la naturaleza reconocida de José Martí como espíritu Libertador de la Perla del Caribe y la de Antonio Maceo como caudillo que llevó a vías de hecho, en el plano militar (como Lugarteniente y bajo la dirección superior del Generalísimo Máximo Gómez, dominicano de origen y cubano por sus merecimientos), la grandeza de las ideas martianas. A Maceo le dedica el soneto con estrambote “Bajo el palio sagrado” y las cuartetas “Cual un león herido”, y a Martí, el “Soneto al Apóstol José Martì”.
Y así, hasta un total de ochenta y ocho composiciones, hay poemas de alegría  y de tristeza, de esperanza y de desespero, de nostalgia y de remembranzas juveniles, pero sobre todo de aliento, de fe en la vida y en un Ser Supremo, de la bondad del Amor y de la Paz y de la virtud de la compasión, que integran un canto sostenido, respaldado por el ejemplo personal, a la affectio familiae que debe presidir las relaciones con ascendientes y descendientes en el tronco genealógico e incluso con los demás consanguíneos, colaterales y allegados. Porque doña Leonora Acuña ha sido, a lo largo de toda su vida, una devota, entregada a paladinas, de la necesidad de la práctica cotidiana de  la pietas –como se entiende en latín: el sentimiento de bondad hacia el prójimo-.
Y “Horas Iluminadas” es, en el fondo y en resumen, un compendio de las variadas modalidades de ese sentimiento, expresadas en forma poética, y aderezadas con la sabiduría de la experiencia vital de la autora, su exquisita sensibilidad personal, su vasto bagaje intelectual y artístico, y sus acendradas convicciones espirituales, tanto humanistas como cristianas.
Recomendamos la lectura de esta obra de doña Leonora Acuña de Marmolejo como fuente de regocijo para el alma –tanto por sus propiedades animadoras para la acción cotidiana de relación interpersonal como de provecho por el gozo estético que aporta siempre un libro bien escrito, en este caso además con donaire y acendrado empleo de nuestra común lengua cervantina, y firmemente anclado en nociones y sentimientos positivos-.

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