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domingo, 1 de septiembre de 2013

CUBA HEROICA - Estampas olvidadas

Juan Jerónimo Díaz de Villegas

por Roberto Soto Santana (de la Academia de la Historia de Cuba – Exilio)

            ¿Quién no ha oído hablar, una y otra vez, de la infausta suerte de Oscar de Céspedes y de Céspedes, el primer hijo varón del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, concebido en el primer matrimonio de aquél con su prima María del Carmen Céspedes y del Castillo? ¿Y de la digna respuesta de su padre –con emulación del caudillo leonés del siglo XIII, Alfonso Pérez de Guzmán, Guzmán el Bueno- ante la extorsión que el Capitán General de Cuba quiso hacerle?
Nacido en Bayamo en 1847, en el momento del Grito de Yara, dado por su padre el 10 de octubre de 1868, Oscar era estudiante de la Facultad de Derecho en la Universidad de La Habana. Salió inmediata y clandestinamente de Cuba hacia los EE.UU., con intención de enrolarse a la primera oportunidad en una expedición armada que partiera hacia la Isla, y unirse a la lucha libertadora, con las armas en la mano. Lo logró, regresando a Cuba en el yate Santa Anna, junto a otros veinte expedicionarios, el 19 de enero de 1870, por el sitio llamado Covarrubias –entre Manatí y Puerto Padre-. A las 48 horas del desembarco, se incorporó al campamento de su padre Carlos Manuel. A mediados de mayo de ese mismo año de 1870, casó con su prima Manuela Rita de Céspedes y López. En plena luna de miel, cayó prisionero de una columna española, que lo trasladó a Camagüey y quedó a la disposición del entonces Capitán General de la Isla, Antonio Caballero y Fernández de Rodas, quien le puso como condición para perdonarle la vida que le escribiera a su padre instándole a entregar las armas. Oscar se negó, y como consecuencia Caballero de Rodas lo hizo fusilar, el 29 de mayo de 1870. A pesar de haber tenido lugar la ejecución del joven, el Capitán General, con fecha 1 de junio, se dirigió a Carlos Manuel de Céspedes, ofreciéndole salvar la vida de su hijo a cambio de un arreglo personal cuyos detalles deberían discutirse. Dos días después, C.M. de Céspedes, ignorante todavía de lo que había sucedido, rechazó por escrito la propuesta.
Prácticamente desconocida –salvo para los especialistas- ha permanecido, en contraste, la idénticamente gallarda actitud adoptada, un año más tarde de los acontecimientos acabados de relatar y ante la misma desgarradora situación personal, por el Mayor General del Ejército mambí Juan Jerónimo Díaz de Villegas y por su hijo Leopoldo. Juan había nacido en La Habana el 24 de junio de 1821. En 1843 se mudó a Cienfuegos, donde casó con su prima Adelaida Díaz de Villegas, que era nieta del rico hacendado Agustín de Santa Cruz y Castilla, propietario del ingenio azucarero “Nuestra Señora de las Candelarias” y entonces recién fallecido (en noviembre de 1841). Se alzó en armas el 6 de febrero de 1869, en Cienfuegos. El 10 de abril fue nombrado por el Presidente Céspedes como jefe de operaciones en Las Villas –aunque no aceptó el nombramiento- y le fueron impuestos los galones de mayor general (el onceno oficial, por orden cronológico, en ser investido de tal graduación durante la Guerra de los Diez Años). La edición del 13 de abril de 1871 del periódico proindependentista LA REVOLUCIÓN, publicado en Nueva York, cuenta que cuando su vástago Leopoldo “fue capturado, lo condujeron a Cienfuegos, y creyendo los españoles que la rendición de su padre era segura, amenazaronle con que de no hacerlo darían muerte a su hijo y comenzaron las gestiones en este sentido.
“Juan Díaz de Villegas rechazó varonilmente proposición tan inhumana y dio órdenes de que no dejaran llegar hasta él ningún parlamentario enemigo; el honor del jefe no corría peligro, pero el padre quería ahorrar a su corazón lastimado todos los tormentos de su angustiosa situación.
“Al hijo mientras tanto se le aguijoneaba para que escribiera una carta suplicante a su padre; pero como resistiese denodadamente, el heroísmo de ambos condujo a los españoles a ofrecer la vida al infantil prisionero si consentía en dar vítores a España y en manifestarse arrepentido de su conducta pasada; supo empero aquella alma espartana rechazar repetidas veces con fría serenidad oferta tan tentadora, y pocos días después se lanzó al mundo civilizado la noticia de su muerte.”

Referencias bibliográficas:
(2) “Hombres del 68”, Vidal Morales y Morales, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1972, págs. 196-197.


1 comentario:

  1. Roberto Soto es un buen escritor y lo principal historiador. Los escrito
    que he leido de el, son muy buenos. Lo que de valor tiene esta Publicacion Pensamiento, es que lo sale en ella, es todo de buena calidad.


    Ines Garcia
    Miami, Fl.

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