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Aclaración -sobre supuesto comentario de Bill Cosby

Bill Cosby NO escribió eso.  --   Ten cuidado con lo que te mandan.
Abrazos,
Zilia 

Bill Cosby - 'I'm 76 and I'm Tired'

Outline
Circulating diatribe that condemns the conduct of Muslims and blames many of the world's ills on poor and lazy people is attributed to US comedian Bill Cosby.

Brief Analysis
The piece was not written by Bill Cosby. In fact it was penned by retired Massachusetts state senator Robert A. Hall back in 2009.

Detailed analysis and references below example.


Article written by Brett M. Christensen
About Brett Christensen and Hoax-Slayer
Example
Subject: I'm 76 and I'm Tired

"I'm 76 and I'm Tired"– by Bill Cosby 


I'm 76. Except for brief period in the 50's when I was doing my National Service, I've worked hardsince I was 17. Except for some serious health challenges, I put in 50-hour weeks, and didn't call in sick in nearly 40 years. I made a reasonable salary, but I didn't inherit my job or my income, and I worked to get where I am. Given the economy, it looks as though retirement was a bad idea, and I'm tired. Very tired.

I'm tired of being told that I have to "spread the wealth" to people who don't have my work ethic. I'm tired of being told the government will take the money I earned, by force if necessary, and give it to people too lazy to earn it.

I'm tired of being told that Islam is a "Religion of Peace," when every day I can read dozens of stories of Muslim men killing their sisters, wives and daughters for their family "honour"; of Muslims rioting over some slight offense; of Muslims murdering Christians and Jews because they aren't "believers"; of Muslims burning schools for girls; of Muslims stoning teenage rape victims to death for "adultery"; of Muslims mutilating the genitals of little girls; all in the name of Allah, because the Qur'an and Shari'a law tells them to.

I'm tired of being told that out of "tolerance for other cultures" we must let Saudi Arabia and other Arab countries use our oil money to fund mosques and madrassa Islamic schools to preach hate in Australia, New Zealand, UK, America and Canada, while no one from these countries are allowed to fund a church, synagogue or religious school in Saudi Arabia or any other Arab country to teach love and tolerance..

I'm tired of being told I must lower my living standard to fight global warming, which no one is allowed to debate.

I'm tired of being told that drug addicts have a disease, and I must help support and treat them, and pay for the damage they do. Did a giant germ rush out of a dark alley, grab them, and stuff white powder up their noses or stick a needle in their arm while they tried to fight it off?

I'm tired of hearing wealthy athletes, entertainers and politicians of all parties talking about innocent mistakes, stupid mistakes or youthful mistakes, when we all know they think their only mistake was getting caught. I'm tired of people with a sense of entitlement, rich or poor.

I'm really tired of people who don't take responsibility for their lives and actions, I'm tired of hearing them blame the government, or discrimination or some big-whatever for their problems.

I'm also tired and fed up with seeing young men and women in their teens and early 20's bedeck themselves in tattoos and face studs, thereby making themselves un-employable and then claiming money from the Government.

Yes, I'm damn tired. But I'm also glad to be 76... Because, mostly, I'm not going to have to see the world these people are making. I'm just sorry for my granddaughter and her children. Thank God I'm on the way out and not on the way in.

There is no way this will be widely publicized, unless each of us sends it on!

Detailed Analysis
The most current version of this widely circulated piece of social commentary is attributed to much-loved American comedian Bill Cosby. The piece lays the blame for many of the world's social problems squarely on the shoulders of the lazy and shiftless along with people of Muslim faith.

Of course, whether or not you agree with the opinions expressed in the piece depends on your own world view. However, the piece was certainly not written by Bill Cosby. Cosby has denied writing the email and notes that he does not agree with the "ugly views" expressed therein. He also notes that he is not 76 as claimed in the message.

In fact, the article was written by retired Massachusetts state senator Robert A. Hall and published on his blog back in February 2009. Since then, the piece has circulated via the blogosphere, email and various social networking websites. An earlier variant of the piece was incorrectly attributed to CSI actor Robert Hall.

It is not the first time that Bill Cosby has been misidentified as the author of a viral political message. In 2010, a widely circulated message falsely claimed that Cosby was intending to run for President in the 2012 elections.

References
Bill Cosby - If you got the BOGUS email, it's time to hit DELETE!
The Old Jarhead - I'm Tired - some updates

En Memoria...

Recordamos en este mes el fallecimiento en el Exilio de la escritora cubana Eliana Onetti Ocampos (La Habana 1944 - España 2008), poetisa, ensayista, poliglota, catedrática (por Oposiciones) de Lengua y Literatura españolas, fundadora y Presidenta de la Asociación Literaria Calíope (1996-2008). 

Noche Buena Campesina



René  León

  En estos días de fiestas navideñas, mi recuerdo ha volado al ayer lejano, de dicha y felicidad. Y por un momento esa alegría perdida ya, ha vuelto a renacer.
  Se oye el rumor sonoro de las palmas batidas por el viento, el agitar de sus pencas en las mañanas. El canto del gallo, que anuncia el nuevo día,  se va repitiendo de finca en finca. A    esta hora de la mañana, todo es sonoridad en la campiña cubana.  La claridad suave, verde, azul de la luz del día se va vislumbrando, allá a lo lejos, a la vez que se va oyendo el zumbido de los pájaros al iniciar su vuelo temprano en la mañana. Nuestro corazón se oprime.
  Las horas del día dan comienzo. Por la guardarraya de palmas cabalga un campesino. Las golondrinas cruzan raudas sobre el cielo azul. En estas primeras horas del día, todos los detalles, y elementos de belleza se unen: luz, color, aire, los ruido de los animales, y todo adquiere vida, que se funde en el ambiente campesino. Es la hora viva, de los albores matutinos.
  El río cercano baja mansamente; su agua clara va llevando hojas sueltas que navegan por su cauce buscando un destino lejano. El día va avanzando. La naturaleza es otra, distinta a la del resto del día. Los árboles en estas primeras horas, tienen sus tonalidades diferentes que no se ven después. A lo lejos, en el horizonte va descubriendo su belleza tropical.
  En los bohíos cercanos se ve cierto movimiento no usual. En los rostros de las familias campesinas, se ve el regocijo de ese día. Se siente el olor del guayabo que se utiliza de carbón para asar el clásico lechón. En un caldero se cocina el fríjol negro, en otro la yuca y así, entre cantos, tragos de ron y café, se prepara la comida de Nochebuena.

  Una joven de cabellos negros como el azabache, fina, de ojos azules como el cielo matinal, soñadores, pensativos. Observa todo esto en espera del ansiado pretendiente que pronto va a llegar. Sonrisas ingenuas, miradas penetrantes.
  Nos llegan las notas de un tiple por el camino de la guardarraya y las voces de unos trovadores:
Hoy es Nochebuena
y vengo  traerte mi canción,
mujer que llevo en el corazón,
de día y noche

  y así el tiple y las guitarras  dan rienda suelta a la inspiración del poeta-cantor, y el viento riega su melodía por la campiña cubana.
  Por los caminos carreteros o guardarrayas cercanas van llegando los campesinos de los alrededores, vestidos con sus mejores galas. Los perros ladran a tanto alboroto, es la alegría del guajiro cubano, sencilla, natural, feliz.
  La llama donde se cocina el lechón surge briosa, y sus chipas de color oro, rojas, y el olor del guayabo recién quemado, va invadiendo todo el espacio.


  Los poetas cantores van cantando, cantando sus sones, y las parejas bailan:
Hoy es Nochebuena
todo es música y alegría,
y vamos a echar un pie
con Josefa y María.

  Sonrisas, caras de alegría. Es la Nochebuena. De lo lejos nos llega el sonido de la campana de una iglesia vetusta, anunciando que muy pronto va a nacer el Niño Jesús, y todos miran al cielo y se persignan. Es un pueblo que cree y venera año tras año al recién nacido.
  La brisa nos llega, y nos acaricia el rostro. Se escucha el punteo de las guitarras, el ras-ras-ras del guayo, el tac-tac-tac de la clave, el chaqui-chaqui-chaqui de la maraca.. La marimba empieza a sonar, a dar nueva vibración a la música. Y las familias bailan, rién, son felices. La música se va esparciendo por la campiña.
  La noche nos llega, y se oye el sonoro movimiento de los palmares, y las ramas de los algarrobos, jagüey y árboles frutales. El ladrido de un perro se siente en la noche y otro lejano le responde; parece un eco interminable.
  El cielo se ilumina. La llanura luce más inmensa, silenciosa, sólo se siente el sonido de la música y el canto de los trovadores. Y las estrellas fulguran.
  Debajo de una palma, un joven le dice a la amada, palabras simples, palabras que salen de su corazón. Ella inmóvil, con sus ojos bajos, y su cara encendida de vivos colores, lo mira a él, bajo el cielo azul.
  Las estrellas fulguran en la noche; las nubes se mueven en el inmenso cielo, silenciosas, majestuosas. Y pienso nuevamente en ese pasado feliz de una Cuba que llevo en mi corazón.
  Y lo trovadores siguen con su cantar:
Don Pepe se ha vuelto rico
con la güira cimarrona,
ae…ae…ae la Chambelona
ae…ae…ae la Chambelona

  La luna silenciosa ilumina los bohíos. El aullido de un perro. Una lechuza emite su canto. Las campanas lejanas lanzan su tan-tan-tan sonoro, ruidoso. En este momento en el cielo una estrella de gran belleza cruza el inmenso espacio, con rumbo a Belén.
  En canto de los poetas-trovadores se siente con más brillo. Las parejas danzan. Rostros felices, ojos brillosos, olor a lechón asado, frijoles negros, yuca con mojo, café y ron, todo es alegría en el batey.
  Para finalizar mi recuerdo a Cuba, una décima a la bandera cubana del poeta matancero Agustín Acosta:
Gallarda, hermosa, triunfal,
tras de múltiples afrentas,
de la patria representas
el romántico ideal…
Cuando agitas tu cendal
-sueño eterno de Martí-
tal emoción siento en mí
 que indago al celeste velo
si en ti se prolonga el cielo
o el cielo surge de ti…!

Así era NUESTRA CUBA
FELIZ NAVIDAD A TODOS.






El viejo solar principeño en la mirada de un cronista

 por Carlos A. Peón-Casas



Samuel Hazard, el intrépido e impenitente viajero norteamericano, en su interesante libro Cuba with pen and pencil, obra que data de 1871, se nos revela sin dudas como el cronista y el inmejorable ilustrador y dibujante, de ganada objetividad y buen ojo, a la hora de echar luz sobre las realidades de la Cuba de antaño a la que conoció muy bien y de primera mano en sus recorridos por toda la geografía de nuestra ínsula.


Volver sobre tan interesante obra, un ya verdadero incunable sobre la historia y la memoria patria, es hoy posible gracias a la magia de la digitalización de tan imprescindible texto (en su original versión en inglés), y que felizmente se comparte de mano en mano, como otros contenidos de igual e ineludible valía, y en los que es posible airear esa singular remembranza histórica.



Particularmente en lo que respecta a sus memorias sobre el añoso Puerto Príncipe se encaminan estas notas rememorativas. Hazard arribó a estas tierras por la puerta marítima de la entonces primitiva ciudad y puerto de Nuevitas, devenida como tal desde 1819. Arribaba allí en un vapor llamado Triunfo, que lo trajo desde Santiago de Cuba. El susodicho vapor, fabricado en la lejana Escocia, era según narra el cronista y traducimos: “(…)lo suficientemente bueno con aceptable comida y camarotes de igual condición con una que otra cucaracha y alguna rata, pero (…) sin mayores consecuencias”(1).



La descripción de los viajeros que hallaron acomodo en aquel bergantín de la época era de lo más variopinta y así deja constancia:

Los pasajeros incluían a un grupo de jóvenes sacerdotes que iban a Puerto Príncipe, un ingeniero naval, un cubano elegantón(2), quien puso sus reparos en buen español en un estilo muy de Cockney, y un grupo de mujeres, entre las que destacaba una verdadera dama, luego se me dijo que alguien me cuestionaba con estupefacción en tal definición y se escandalizaba por mi modestia, porque paseaba a su niña de un año, por la cubierta, cada día, en perfecto estado de desnudez.

El viaje del vapor discurriría por toda la costa sur oriental hasta voltear la punta de Maisí para seguir bordeando la costa norte rumbo a Nuevitas. Según la narración del cronista tras diecisiete horas de navegación ya avistaban Baracoa, de cuya localidad deja crecida constancia en el libro, apuntando como curiosidad singular los famosos bastones con empuñadura de piel de manatí y de carey, que se conseguían además a muy buen precio, de una onza en lo adelante, y por los que en La Habana podría pedir de cuarenta a cincuenta dólares de la época.



Doce horas después de dejar Baracoa, el vapor se aproximaba al puerto de Gibara, donde solía demorar todo un día tomando aprovisionamientos y mercancías. Los viajeros podían desembarcar y echar un vistazo a su aire, para Hazard en particular la villa no parecía ofrecerle muchos atractivos; aunque deja evidencia de los pormenores de su paisaje en un cuidadoso dibujo a plumilla que incluye como ilustración.



De allí a Nuevitas el trayecto se realizó en ocho horas. El incansable viajero da testimonio muy gráfico del arribo a aquel puerto, acotaciones que traducimos para el curioso lector:

Como a las diez de la mañana nos aproximamos a la bahía de Nuevitas(…) La entrada a esta bahía forma un estrecho cañón de entre cuatro y cinco y media millas de largo, conformando dos bahías entre sus límites, una llamada propiamente Nuevitas y la otra Mayanabo,(…) Hay en la primera unos islotes prominentes conocidos como Los Ballenatos. (…) En su extremo sur se ubica el pequeño pueblo de Nuevitas con sus pocas casas de fachada en blanco deslumbrantes bajo el sol(…)

Llama la atención del visitante una próspera actividad económica de los pescadores locales: la captura de esponjas y tortugas en las aguas de la bahía. Ambos rubros tenían a su ver gran demanda. Los pescadores levantaban sobre las aguas una estructura provisional que les permitía la labor, e incluso les servían de refugio y habitación para toda la temporada de pesca. El autor incluye un dibujo alusivo que lo ilustra muy bien.



El viaje a Puerto Príncipe discurriría por la vía más expedita de la época: el ferrocarril. Cuenta Hazard que, a pesar de la contienda bélica entre españoles y cubanos, recuérdese que transcurrían los años de la Guerra Grande y que las tropas mambisas solían hostigar el paso al puerto a lo largo de la vía férrea; la ciudad principeña y la villa nuevitera tenían comunicación diaria con hasta dos convoyes, dado el importante flujo de mercancias y pasajeros entre las dos poblaciones.



Hazard narra ya desde el tren las particularidades de aquel viaje de cuarenta y cinco millas hasta la ciudad principeña:

El camino hasta la ciudad discurre por un terreno fácil y provisto de bellas vistas; desde la colinas cercanas se tiene una magnífica vista no sólo de la ciudad sino de sus alrededores(4).

Pero indica a continuación al potencial viajero de una circunstancia que ya otros pertinaces peregrinos habían advertido de la bella ciudad principeña: la precaria situación del alojamiento, porque todavía para esa época no tenía hotel. Así lo testimonia:

Pero líbrete el Cielo, oh viajero, de aventurarte a la ciudad sin tener amigos allí que puedan ser tus anfitriones, porque la ciudad que tiene casi setenta mil habitantes no se vanagloria de tener un hotel, y aún las fondas están en paupérrimo estado. Sea quizás por ello que los principeños sean tan hospitalarios y no permitan a sus amigos atreverse a tales sitios, e incluso a los extraños que les son presentados, les acogen ellos mismos con igual deferencia(5).

A renglón seguido, el cronista relataba su propia visión de la ciudad principeña, a la que acompañaba con otra muy puntual plumilla(6) :

Santa María del Puerto Príncipe está situada en el corazón de una comarca ganadera, de cuyo negocio se deriva su importancia. Sus calles son estrechas y tortuosas, la mayoría de ellas sin pavimentar y sin aceras; sus edificaciones son mayormente de mampostería: varias iglesias de extraño porte, algunos conventos, grandes cuarteles para las tropas, unteatro pasable y varias edificaciones para uso público. La arquitectura general de la ciudad recuerda la del país, pero tiene grandes atractivos para el artista y el anticuario(7).

Los atractivos de la otrora ciudad parecían terminar allí, según la particular mirada del visitante, pero aún señalaba, en sus alrededores, un detalle que la singularizaba: los potreros, y que según su saber y entender: “permiten estudiar sus particularidades con una muy especial mirada que no se encuentra en otras parte de la Isla"(8).

Empieza por definirlos como:

(…) Grandes espacios limitados por cercas de piedra o madera. No sólo el ganado del lugar se mantiene allí, sino también el de los ingenios cercanos”(9). Acto seguido hace su propia valoración de tales prácticas:

La cría del ganado es un negocio muy rentable, aunque al no prestársele particular atención al engorde de aquéllos, sino que se les vende cuando se piensa que ya están aptos para el mercado. Las consecuencias es que no se encuentra uno una porción de carne digna de ser asada, tal y como estamos acostumbrados en otros sitios(10).

Un detalle que no pasa por alto y nos resulta revelador es el que concierne a los precios de los ejemplares: “los bueyes, de 25 a 40 dólares. Los toros y las vacas de 20 a 30. Las terneras de 10 a 12. Los carneros son muy baratos y se venden entre 1 y 3 dólares. Los cerdos de 8 a 10”(11).

El cierre de sus memorias por suelo principeño nos deja un dulce sabor de boca, pues el afamado cronista e ilustrador refiere con afable complacencia, a una especial delicatesen que considera insuperable en la región: la conserva de guayaba, a la que alude e dos especificas presentaciones: la Jalea y la Pasta de Guayaba.

El autor se regodea en describir a las bellas mujeres que se dedican a tan apetitoso oficio, y las describe como a odaliscas “de negros y brillantísimos ojos, pelo muy lacio y cierta gracia indescriptible en el contoneo de sus figuras, con un toque de peculiar languidez tan peculiaren el lejano Oriente”(12).

Luego de describir profusamente los detalles alusivos a la fabricación de tan delicado manjar, acaba recomendando a sus lectores el tan apetitoso postre, en específico las que se presentaban en cajas pequeñas de madera en forma alargada, y no las del tipo redondo que a su ver eran de inferior calidad.

Hazard ponía fin a su periplo por tierras puertoprincipeñas, encaminando sus pasos nuevamente a Nuevitas donde se embarcaba con destino a La Habana. Un viaje por tierra lo consideraba extremadamente penoso y tedioso, a lomo de caballo y por todo el camino real. Y dada su experiencia de viajero empedernido que luego de haber “circunnavegado la Isla y recorrerla por los depauperados caminos interiores de este a oeste, prefiero el modo más rápido del tren a Nuevitas y luego el vapor a La Habana, a la que finalmente arribaba luego de tres meses de ausencia, en los cálidos días del mes de mayo"(13)

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Citas y Notas

1. Cuba with pen and pencil. Samuel Hazard.Hartford.Conn.: 1871. p.500
2. Un dibujo que lo ilustra lo muestra elegantemente vestido con levita y sombrero de copa
3. Cuba with pen and pencil. Op cit.
4. Ibíd. p. 514
5. Ibíd. p. 515
6. La susodicha pintura recuerda mucho a aquel famoso grabado de otro viajero: Laplante. Ambas coinciden en la mirada a la ciudad desde una hipotética elevación por detrás del camposanto y mirando desde el poniente hacia la ciudad que se extiende de norte a sur con las torres ancestrales de sus iglesias en el fondo.
7. Ibíd. pp.515-516
8. Ibíd. p. 516
9. Ibíd.
10. Ibíd.
11. Ibíd. p.519
12. Ibíd. p. 523
13. Ibíd. p. 524

Portada


EL BUQUE FANTASMA


Luis Tulio Bonafoux (†) Cuba

Revista ISLAS, La Habana, Cuba, 1947

  El Almirantazco británico acaba de esclarecer un misterio del mar que hubiera cautivado la imaginación de Robert Louis Stevenson, que en el curso de su laboriosa existencia llenó tantas y tantas cuartillas, de misterios fascinantes.
  Los tripulantes de lanchas torpedos nazis que se aventuraron en el Mar del Norte con la esperanza de hundir buques enemigos, regresaron con frecuencia de sus incursiones, con noticias inverosímiles acerca de un “buque fantasma” –de un buque contra el cual dispararon todos sus torpedos y todos sus obuses, sin lograr hundirlo; de un buque que (¡cosa verdaderamente extraordinaria en una nave de cuyo palo mayor flotaba el pabellón británico!) no devolvió nunca el fuego nazi; de una nave sobre cuya cubierta no apareció nunca un solo tripulante; de una nave que en toda la guerra no se movió un metro del lugar donde fue vista por primera vez.
  Revela ahora el Almirantazco  que el “buque fantasma” era en realidad una sencilla nave mercante transformada con la ayuda de torres de combate, de madera, y de cañones de dieciocho pulgadas, de madera también, en soberbio acorazado…Contra la nebulosa nave lanzaron con furia los nazis sus mejores torpedos, desperdiciando así valiosas municiones en un estéril empeño para destruirla.
  ¿Y a quién –preguntará el lector- se le ocurrió tan ingeniosa, tan quijotesca y sin embargo tan práctica idea? Pues a Winston Churchill, Primer Lord del Almirantazco a la sazón. ¡Cuántas veces se río después el destacado estadista el enterarse de que los nazis publicaban la noticia de que habían “hundido” una poderosa unidad de guerra británica en el Mar del Norte!



SONETO DE ACCIÓN DE GRACIAS *

Por: Leonora Acuña de Marmolejo                

En continuo presente, Oh, Dios mío,
¡GRACIAS!, te damos por cada jornada,
por la vida y los dones que dan brío
y señorean en nos cada alborada:

Salud, amor, y libertad, y paz;
los hijos cual la vida prolongada
y los seres que con Cristo traen solaz,
nuestra tierra natal y la adoptada.

En continuo presente demos gracias.
¡GRACIAS, SEÑOR! que disfrutar nos dejas
de imponentes auroras y de ocasos;

del trinar de los pájaros en ansias;
de una paz interior, grata, sin quejas
entre los mimos de Natura en brazos.


* Poema del libro “Del Crepusculo a la Alborada”.
Los Pregoneros

 Ileana Fleites-La Salle

Recuerdo a mi ciudad natal de Santa Clara, en la provincial de Las Villas, Cuba, como una gran ciudad, incluso capital de provincial, pero con un sabor pueblerino muy típico y exquisito. Y digo que era una gran ciudad porque en aquel entonces la población de Santa Clara contaba con cerca de 170,000 habitantes; pero eran estos mismos habitantes los que le daban a Santa Clara una personalidad de pueblo costumbrista.

He aquí un breve relato de una de las muchas costumbres y tradiciones que recuerdo con cariño porque fueron parte de mi niñez: los pregones.

Vivíamos tan sólo a tres cuadras del Parque Leoncio Vidal, situado en lo que podemos llamar el centro de la ciudad. Y pienso que quizás esta situación geográfica, tan céntrica y conveniente, era lo que atraía el paso de tantos y muchos de los vendedores ambulantes o a caballo que día a día pregonaban las maravillas y bellezas de sus vituallas a vender.

Uno en particular, el escobillero, tenía el pregón más musical de cuantos pasaban por mi casa. Este hombrecito de piel oscura y andar tambaleante traía siempre colgadas en la espalda y pecho varias escobas, escobillas, palos de balleta y otros similares escobillones cuyos nombres no recuerdo con exactitud; también colgaban de su cintura cepillos de diferentes tamaños y formas. Toda esta parafernalia colgada por medio de sogas de diferentes partes de su cuerpo. Su pregón se oía desde que venía por la calle Independencia o Luis Estévez y era siempre el mismo:

“Escobillero, escobillero
vendo escobas, escobillas y escobillones,
doy todo a mitad de precio, liquidando”

Aunque me es imposible transmitir la musicalidad de aquel pregón en el papel, todavía soy capaz de oír perfectamente las notas y la inflexión de aquel anunciar mañanero que era reconocido en toda Santa Clara; y si cierro mis ojos soy también capaz de ver en mi imaginación a aquel vendedor pequeño de estatura, que transmitía la emoción musical a aquel pregón tradicional, mientras que era identificado en toda la ciudad como “el hombre de los escobillones”.

Otro muy conocido era “el hombre del café”. Un señor relativamente joven, de camisa blanca y pantalones  azul Prusia que caminaba a paso muy acelerado con cuatro termos, dos en cada mano, vendiendo café. Su pregón era muy simple, como una confirmación concisa y ajustada a su producto pero con la plena convicción de la venta, que no ocurría tan frecuente como lo era su pregón. Sus muy simples palabras anunciadoras empezaban muy suave y de bajo tono, talmente parecía un murmullo o como algo dicho a “sotto voce”; pero a medida que no se le llamaba, su anunciar se hacía más cálido e insistente, el tono de voz iba en aumento, hasta terminar en un aullido vociferado e inflamatorio donde añadía algunos vocablos innecesarios. Aquí va el simple pregón:

Café…..café…….café……café…..cafecito…….c-ñ-  café
(Espero que el lector pueda imaginar la palabra diariamente utilizada por este pregonero sin tenerla que expresar explícitamente) – “Al buen entendedor, con pocas palabras (y en este caso letras) basta…”

Otro pregonero que recuerdo es aquel que pasaba a caballo vendiendo frutas y era el de las frutas y vegetales, el guajiro típico. Este era la estampa típica de lo que hoy en día yo definiría, estereotipadamente, como un guajiro. Vestía camisa azul de trabajo, de mangas largas, pantalones de trabajo, botas de campo y un gran sombre de yarey que nunca se quitaba. Su pregón era un tanto monótono aunque extremadamente musical:

Traigo frutas frescas del campo……
frutas y vegetales frescos yo traigo….”

Estaba también el naranjero, aquel que traía docenas de naranjas frescas, jugosas, amarillas y dulces en una “jaula”. La tal jaula era una especie de armazón cuyas paredes eran de malla de alambre. De esta forma se podían ver desde el exterior las naranjas que uno quería comprar (no porque las naranjas fueran tan salvajes que pudieran escaparse…).  Este hombre tenía también un aparatico con el cual le quitaba la cáscara a las naranjas como resultado del movimiento circular de una manivela. Los niños, y en especial las niñas adolescentes se disputaban aquellas cáscaras enrolladas para tirarlas al piso y ver qué letra formaban.; casi siempre formaban, (o se creían que formaban) la letra del nombre de alguien, que en el caso de las adolescentes equivalía a la inicial del “hombre con el cual te vas a casar….”

Este vendedor era un poquito cascarrabias y no le gustaba que la gente tocara las naranjas antes de comprarlas. Había entrenado a las amas de casa a que éstas simplemente le indicaran con el dedo las naranjas que querían comprar. Su pregón era muy simple:

               “Naranjas, naranjitas…
               Naranjas de china dulces,
               Naranjas frescas traigo yo…
               Yo traigo naranjas frescas

También recuerdo al amolador de tijeras, que aparecía por las tardes, después de la hora de la siesta (seguramente coincidiendo con la hora en que la mayoría de las amas de casa utilizaban para coser). Venía en bicicleta y su máquina de afilar era muy simple y la cargaba en la parte de atrás de la bicicleta. Consistía en una piedra de amolar conectada con una o dos ligas y correas a una manivela; cuando ésta se activaba, la piedra daba vueltas. Se afilaban así tijeras y cuchillos. El ruido de este afilar era suficiente pregón, su chirriar se oía en toda la cuadra. Su estilo era algo diferente al de los otros vendedores y pregoneros. Simplemente  tocaba a las puertas de las casas y preguntaba:

¿Tiene tijeras y cuchillos que afilar hoy?

Otro pregonero que todos recordamos en Santa Clara es el manisero, por lo simple y escueto de su pregón. El manisero era un hombre alto y corpulento que no sé por qué siempre me dio la impresión de que no había nacido para pregonar. Pasaba por las tardes y traía una especie de lata grande llena de cucuruchos de papel conteniendo los maníes. Cuando éramos pequeños, creíamos que aquella lata era mágica pues el maní siempre estaba caliente. Asumo hoy que tal magia era posiblemente una vela en la base de la lata, mantenida a distancia para que los cucuruchos de papel no se incendiaran.

El pregón del manisero era más bien dos gritos donde la primera palabra era clara y era aquella de “Maní”; con la segunda palabra este hombre retaba las leyes de la gramática española al omitir alguna sílaba de la palabra “Manisero” y convertirla en palabra aguda a voluntad. Y ésta se llegaba a entender más bien por natural asociación de ideas que por audición selectiva. Era muy peculiar este pregón, el cual se oía desde que venía de muy lejos:

“¡ Maní! ………¡Man-… ceró !                ¡ Maní! …… ¡Man- … ceró !”




También recuerdo al barquillero. Este vendedor ambulante pasaba siempre por mi casa cerca de las 6 de la tarde. De niña me preguntaba por qué pasaba tan tarde y tan cerca de la hora de la comida. A mí, como a la mayoría de los niños de mi edad, no nos dejaban comer golosinas a esa hora pues … era “muy cerca de la hora de la comida y después no comes”.

Este barquillero debe haber sido un hombre muy inventivo pues había convertido un viejo recipiente de leche de grandes dimensiones en un curioso juego para niños. Adentro de aquel recipiente de metal traía las barquillas las cuales y debido a su forma, se insertaban una adentro de la otra para que ocuparan menos espacio y poder traer mayor cantidad. La tapa redonda se había convertido en un tablero con números pintados en el borde, en rojo y azul. Los números, en cualquier orden iban del 1 al 5. Había una manecilla en el centro de la tapa, la cual giraba y paraba indicando uno de los números. Por 2 centavos se tenían tres chances para hacer girara a la manecilla y ver cuántas barquillas “nos habíamos ganado”. Este juego de suerte era muy atractivo para los niños que nunca sabíamos cuántas barquillas nos íbamos a comer.

Lo más curioso del barquillero era que no tenía pregón definido y no pasaba con regularidad. Nunca se sabía qué día iba a aparecer y cuando lo hacía siempre venía cantando una canción popular que interrumpía de vez en cuando para pregonar: “Barquillas……¡Barquillas!” y luego continuar con su canto del día.

Otro más de aquellos vendedores típicos que inundaban la cuadra de color y sonido en las mañanas de nuestra ciudad era “Vivito”, el pescadero. A este señor lo conocíamos desde que era joven y con pelo negro, el cual se fue encaneciendo y tornándose gris con el paso de los años. Vestía camisa y pantalones grises de trabajo, con grandes zapatos o botas como si estuviera todavía cerca del mar, pescando. Conocía a mi familia bien, de muchos años y si alguien enfermaba, se interesaba por la salud y recuperación del enfermo. Igualmente hacíamos con él y su familia. Su peculiar pregón era inconfundible:

               “Pescado fresco…
               Vivito, vivito…”

Con los años y experiencia en el trabajo, sabía exactamente qué familias cocinaban pescado, y el día de la semana en que lo preferían; asimismo sabía qué tipo de pescado era el preferido de cada familia y se esmeraba en obtener el mejor pescado y el más “vivito” de todos los alrededores. Era nuestro proveedor del plato principal de los viernes y durante Semana Santa su presencia jugaba un papel muy importante, tanto social como religioso. Cuando nos llegó la “salida de Cuba”, Vivito se despidió de nosotros como un familiar más. Él también quería abandonar el sistema imperante pero carecía de familiares o amigos en Estados Unidos que pudieran costearle y tramitarle la visa para salir por España. Nunca supimos qué fue de su vida o si estará todavía “vivito”.

Éstos y otros pregoneros formaban parte de las costumbres y tradiciones de Santa Clara, aquella ciudad con personalidad pueblerina que se levantaba orgullosa en el mismo centro de la isla más grande del Caribe. Aquella ciudad donde un sol casi tropical y las brisas provenientes de la loma del Capiro daban la bienvenida diaria a sus habitantes y a todos aquellos que afluían a la ciudad a ganarse la vida con la venta de sus productos, que eran anunciados a través de sus populares pregones.   




En 1998, la autora resultó ganadora del Primer Premio “Enrique José Varona” con Los Pregoneros en la categoría de Estampas Costumbristas

¡CELOS!


Blanca M Segarra.


Él se sentía furioso, no podía remediarlo, una fuerza interna lo convulsionaba, siempre le sucedía igual cuando ella se marchaba sola y lo dejaba sin avisarle... sentía deseos de golpearla, invariablemente igual que siempre, después... ella regresaba dulce, coqueta, con su delicadeza sensual que lo desarmaba y se fundía en él en un abrazo y así, cuando quería, volvía a escaparse, atormentándolo.

Bien sabía que era querida por todos, deseada, nadie la rechazaba, ella tenía el don de darse a desear y se le iba, prodigando carisias, ayudando al exhausto, animando al triste. No existía puerta que se le cerrara, en cambio a él hasta podía decir que le cerraban las puertas en la cara, era él malo del cuento, lo describían violento, agresivo y a veces hasta cruel, algo parecido al cuento de La Bella y la Bestia.

Cuando esto sucedía y lograba dominarse para no ser brutal era peor para él porque se sentía triste, melancólico, débil y ella podía tomar el mando, cosa que no permitiría jamás, ella le pertenecía, eran como dos cuerpos en uno. Cierto que vivía para escaparse, retozar, juguetear a que era feliz paseando porque su llegada siempre provocaba alegría. En ocasiones parecía una niña traviesa pero siempre buena, dulce y gentil mas cuando adquiría ese aspecto seductor él no podía contener su ímpetu.

No podía más, le parecía que iba a estallar, ignoraba qué le causaba más daño, si el que ella fuera tan querida o el hecho de que lo rechazaran a él casi siempre. ¡Eran tan pocos los que se alegraban con su llegada!

Movió las cortinas a ver si regresaba. Al comprobar que no era así se dispuso a buscarla. En su prisa hizo caer un portarretratos de una mesita y se escuchó el sonido del cristal al romperse. En su ira esparció los cristales por el piso, de un golpe viró de lado una hermosa maceta de geranios, tiró tan fuerte la puerta que casi la desprende.

Sí, seguro que ésta vez ella recibiría su castigo, él pondría las cartas sobre la mesa y le haría entender quién era el amo. Ella era parte de su vida y no se gobernaba sola, nada iba a importarle que las personas le dieran la espalda, de todas formas siempre las sonrisas eran para ella, no sabía por qué, él no se consideraba malo, ni cruel, y en todo caso, no era culpable de ser como era. ¿Acaso no lo hizo Dios así?

Trató de serenarse para poder buscarla sin ofuscamiento y más calmado prosiguió su búsqueda. Se preguntaba qué haría al hallarla para neutralizar el poder que ella ejercía a su contacto. Estaba decidido, la sacudiría violentamente sin dejarse seducir con su roce, ejerciendo su poder. La golpearía haciéndole comprender quién era el fuerte, la dominaría y después, la poseería totalmente, avasallador, fundiéndola en su naturaleza porque ella le pertenecía. ¡Por algo él era el fuerte viento y ella la suave brisa!

De cuando el Generalísimo Máximo Gómez dirigió en persona el fusilamiento de un general mambí


por Roberto Soto Santana

En 1827 el gobierno colonial español dividió la Capitanía general de Cuba en tres departamentos administrativos: el Occidental, con capital en La Habana, que se extendía hasta la jurisdicción de Colón; el Central, con sede gubernativa en Trinidad y capitalidad en Puerto Príncipe; y el Oriental, con capital en Santiago de Cuba.

En 1853, el Departamento Central fue abolido, y sus jurisdicciones subordinadas –incluida la de Puerto Príncipe- fueron incorporadas al Departamento Occidental.

Tras el Pacto del Zanjón, que puso fin a la Guerra de los Diez Años, quedaron abolidos los Departamentos y se instauró una nueva división territorial, en seis provincias: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba.

El poblado villaclareño de Esperanza databa su fundación en 1809, aunque había sido conocido previamente por los nombres de Puerta de Golpe y de Nuestra Señora de la Esperanza. Su emplazamiento inicial se fijó a unos cuatro kilómetros del río Sagua la Grande, en los terrenos conocidos como Sitios de Acevedo (1).
En 1814, el vecino José de la Cruz Marrero establece un oratorio en su hacienda "Nombre de Dios", situada junto a Sitios de Acevedo y dona una caballería de tierra para incrementar el área del poblado, que ya se conocía con el nombre de Puerta del Golpe.
Para el historiador Gerardo Castellanos García, "el punto no pudo ser mejor escogido, no solo por la riqueza del suelo, propicio a toda clase de cultivos, sobre todo la caña y el tabaco, sino muy especialmente porque desde allí se domina, como desde el centro de un círculo, todos los caminos: por el este Santa Clara, la capital y Santo Domingo por el oeste que es la ruta que conduce a La Habana; por el norte Sagua, Remedios y Caibarién y por el sur la rica Cienfuegos con su magnífico y comercial puerto".
El 16 de abril de 1818 se inauguró la iglesia parroquial bajo la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza, y que fue bendecida un año después nada menos que por el Obispo de La Habana, ilustrísimo monseñor Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, de grata memoria en los anales de la Isla.
En 1825 una gran tempestad arrasó el caserío, que fue enseguida reconstruido. Fue elevado a la categoría de Capitanía pedánea en 1840. En 1844, se habilitó un cementerio costeado por los vecinos, cuyo censo en 1852 era de 1,573 almas repartidas en 178 viviendas.

El 5 de diciembre de 1871, cuando las tierras villaclareñas estaban comprendidas en el Departamento Occidental de la Isla, nació en Esperanza Roberto Bermúdez López, quien fue bautizado en la Iglesia parroquial de Santa Clara (2).

Al producirse el Grito de Baire (24 de febrero de 1895), el joven Bermúdez López se unió al alzamiento y empezó a destacarse en los combates contra las tropas coloniales. Encontrándose acampada la Columna Invasora –encabezada por el Generalísimo Máximo Gómez y el Lugarteniente General Antonio Maceo-, el 31 de diciembre de 1895, en una pequeña población llamada Estante, a horcajadas entre La Habana y Matanzas, se incorporó a esa tropa mambisa el ya Teniente Coronel Roberto Bermúdez López, al frente de ochocientos combatientes que le seguían. Fue ascendido al momento al grado de Coronel, y se le confió el avance hacia el Occidente por el sur, mientras que el también Coronel Juan Bruno Zayas continuaba en la misma dirección por el norte. Nombrado Jefe de la Vanguardia de la expedición invasora, en La Habana, Bermúdez se distinguió tomando Güira, Melena del Sur, Quivicán, Gabriel, La Salud, Alquízar, Ceiba del Agua, Vereda, Las Vegas, Caimito y Punta Brava.

El 16 de enero de 1896, Antonio Maceo se encontraba liderando la Invasión a sólo dos leguas de distancia de la ciudad de Pinar del Río, en Paso Viejo, un pequeño pueblo que medio siglo más tarde (según el censo de población de 1943) se convertiría en un barrio de la capital provincial). Allí se unió al Titán de Bronce el Coronel Bermúdez, a quien el Lugarteniente General había convocado –habiendo llegado a su conocimiento las quejas respecto a los despropósitos atribuidos a varios jefes, entre ellos Cayito Álvarez y el citado Coronel (3)- para que éste le rindiese cuentas “de la conducta que había observado desde su separación de la columna central en la provincia de la Habana; y como es de presumir, Bermúdez se disculpó con la lección, ya sabida de memoria, de que había perdido el rumbo desde las cercanías de Güines, y no sabiendo qué camino adoptar para reincorporarse al cuerpo general, se adelantó dos jornadas el núcleo invasor, creyendo que tendría oportunidad muy en breve de disculpar su conducta. Las depredaciones, que él no ocultaba, eran obra exclusivamente de Cayito Álvarez. Maceo aparentó convencerse, pero despachó una comisión para capturar a Cayito Álvarez, a fin de carearlo con Bermúdez, y proceder a la ejecución del culpable, cualquiera que éste fuese. Cayito Álvarez se evaporó de Pinar del Río (4); como una exhalación atravesó los territorios de La Habana y Matanzas, sin parar hasta los montes de Santa Clara. Todos los correos que posteriormente envió Maceo quedaron sin contestación” (5).

Al día siguiente, el 17 de enero, Bermúdez se distinguió en el combate de Las Taironas, formando parte de la vanguardia que “atacó con ímpetu las posiciones del adversario” (6), y como resultado padeció dos heridas de consideración (7).

Habiéndose escurrido del aprieto sin otra sanción que una reprimenda de Maceo, Bermúdez ascendió al generalato en abril de 1896, al ser aprobada por el generalísimo Gómez y por el Consejo de Gobierno la propuesta al efecto hecha por el Lugarteniente General. Se convirtió en ese momento en el más joven de los generales mambises.

No obstante, el 11 de abril de 1896 Maceo se desplaza a Cayajabos, poblado situado a dos kilómetros al norte de Artemisa y al sur de la Sierra del Rosario, próximo a los manantiales de Charco Azul, “para revisar la caballería al mando del general Bermúdez…le ordenó Maceo entregar el mando de la brigada a Ducasse (Juan Eligio) pasando a prestar servicios a sus inmediatas órdenes. En la comunicación a Bermúdez –La Tumba, 12 de abril- le dice Maceo: ‘Quedo muy satisfecho de sus servicios hasta la fecha y al darle las más expresivas gracias por ellos, tengo el gusto de manifestarle que los tengo y los tendré muy en cuenta para su oportunidad’” (8)

A estas alturas, el general Pedro Díaz presenta al Cuartel General reparos sobre la conducta del brigadier Bermúdez. Dice José Luciano Franco que “Éste era un campesino carente de instrucción. Rudo, brutal, de un valor salvaje en el campo de batalla, buen tirador, buen jinete, astuto y audaz, era un factor de importancia para el General Maceo en el tipo de guerra que ante la falta de material bélico adecuado se verá obligado a hacer en la región Occidental. Al General Maceo era el único hombre que Bermúdez consideraba por encima de todos los demás; y lo respetaba por su valor admirable, por la franqueza de sus virtudes patrióticas. Y bajaba la cabeza, sin odio ni rencor, aceptando con humildad la reprimenda cuando aquél, con la extraordinaria facultad de que estaba dotado para manejar los más disímiles y contrapuestos caracteres, en varias ocasiones lo hizo arrestar, amonestándole con severidad y dureza ante la oficialidad y soldados del Cuartel General. Pero alguna nueva hazaña asombrosa en el primer combate efectuado, después del enojoso castigo, hacía que Maceo le concediera un nuevo crédito aceptando sus promesas de enmienda. Pero también a veces, se exageraron los cargos contra el bravo mambí, que si bien, evidentemente no era modelo de moral y buenas costumbres, en cambio exponía diariamente su vida, despreciando y rechazando con energía cuantas veces le insinuaron rebelarse o pasarse al enemigo, para libertar de los vicios de la esclavitud colonial a los propios censores que lo injuriaban desde sus tranquilos hogares bajo la custodia de los realistas hispanos. Y a las quejas de Díaz, Maceo ni las admitió ni las rechazó, pero “es indispensable fundarla en hechos concretos, cuya relación circunstanciada debe usted presentarme”, hubo de decir en oficio No.761.” (9)

Todavía pasarían otros dos años y medio, hasta que en 1898 es el Generalísimo del Ejército Libertador el que arresta personalmente al general Bermúdez y consigna al enjuiciamiento de un Consejo de Guerra los cargos de desmanes repetidamente presentados contra él. En el Capítulo V del libro “Mis relaciones con Máximo Gómez” escrito por el Coronel del Ejército Libertador Orestes Ferrara y publicado en 1942, se relata que “Máximo Gómez había recibido muchas denuncias contra el Brigadier Bermúdez. A este le atribuían innumerables crímenes. Pero sabedor de la dificultad insuperable de cogerlo vivo, recurrió el ardid de enviarle como emisario al anciano Comandante Armas, un jefe de la Guerra de los Diez Años.
Los detalles de la forma como se arrestó a Bermúdez
El Comandante Armas trajo a Bermúdez engañado, haciéndole creer que Máximo Gómez quería encomendarle el mando de una operación que sólo él podría realizar.
Una vez en el campamento el propio General Gómez lo detuvo personalmente, poniéndole el machetín en la garganta mientras los soldados se le encimaban y lo conducían prisionero. Se celebraron dos juicios, el primero y el de revisión, y los jueces fueron los generales Francisco Carrillo Morales y José Miguel Gómez, tomando parte también el Coronel Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, abogado, hijo del Padre de la Patria. En ambos juicios Bermúdez fue condenado a muerte y el Consejo de Gobierno negó el perdón. Hubo pues que ejecutar la sentencia. El cuadro de fusilamiento tenía que ser mandado por un general porque antes de proceder a la ejecución había que degradar al reo de muerte, y solo un general puede degradar a otro. Ninguno de los generales presentes quiso prestarse al acto, justificándose para ello que habían sido jueces en el proceso. Cuando recibió la negativa del último general, expresa Ferrara que Máximo Gómez gritó: ¡MANDARÉ YO EL CUADRO! ¡CUÁNTA FLOJERA! La ejecución tuvo lugar en la mañana del 12 de agosto de 1898. Los propios soldados de Bermúdez debían fusilarlo, y él mismo los escogió entre sus mejores tiradores. Máximo Gómez, que entró al galope en el terreno, antes de dar la orden de fuego, alzado sobre los estribos y desenvainando el machete pronunció con voz estentórea las siguientes palabras: «Jefes, Oficiales, Soldados, venimos a cumplir esta mañana un doloroso deber, el más doloroso deber de un militar. Venimos a ejecutar un compañero de armas que ha sufrido nuestros dolores y amarguras y ha corrido peligros. El General Bermúdez era un humilde ciudadano cuando la voz de la patria lo llamó a los campos de Cuba Libre. Valiente ente los valientes, fue herido muchas veces teniendo escrita en las heridas de su cuerpo la epopeya cubana. La patria lo premió como debe premiar siempre a sus hijos que den a ella. El humilde campesino, soldado en los primeros tiempos, fue ascendido grado a grado, hasta llegar a la posición de general que lo hizo conductor de hombres y le dio un mando, que en nuestra guerra es limitado. Demostró con sus actos posteriores, que su valor no era sacrificio, sino sed de sangre. El General Bermúdez vio en la guerra sólo la parte mala, no la gran significación ideal que tiene. Y deshonró su alta posición. Un Consejo de Guerra lo ha condenado a muerte, y en cumplimiento de la sentencia, yo lo degrado».

 
Gómez dio a renglón seguido la orden de hacer fuego; tomados por sorpresa, los soldados del pelotón de ejecución no habían cargado sus fusiles, por lo que resultó un fuego graneado en vez de una descarga cerrada, circunstancia que hizo a Ferrara escribir  “que el fusilamiento de Bermúdez resultó un espectáculo horrendo”.

Ese mismo día, apenas unas horas más tarde, se firmaba en París el protocolo de paz entre los Estados Unidos y España que ponía fin a la guerra en Cuba.


(1)  Según el historiador y Comandante del Ejército Libertador Ricardo V. Rousset, vid. http://www.bvs.sld.cu/revistas/his/his%2095/hist2395.htm
(2)  Libro 39 de Bautizos de Blancos, folio 9, partida 34. Sus padres fueron Don Julián Bermúdez (capataz del ingenio azucarero “La Rosa”) y Dolores López Ramos.
(3)  Vid. “Crónicas de la Guerra”, Tomo I, pág. 392. José Miró Argenter.  Edit. Letras Cubanas, La Habana, 1981.
(4)  “Antonio Maceo – Apuntes para una historia de su vida”, Tomo III, pág. 46. José L. Franco. Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
(5)  José Miró Argenter, op.cit., pp. 393-394.
(6)  José Miró Argenter, ibid., p. 396.
(7)  “El general Bermúdez, su presencia en tierras pinareñas”, Jesús Marcos García Vázquez, VITRAL, año XIV, núm.79, mayo-junio de 2007.
(8)  José L. Franco, op. cit., pp. 129-130.

(9)  José L. Franco, op. cit., p. 158. Jesús Marcos García Vázquez transcribe esta misma cita en su trabajo, aunque con unos cuantos errores tipográficos y alguna omisión, respecto del texto del general Miró Argenter. Por lo tanto, el investigador ha de acudir a las “Crónicas de la Guerra”, del jefe de Estado Mayor del Mayor General Antonio Maceo.

Una batalla cubana contra la injerencia

Herminio Portell Vilá. 1933.

Una vasta tradición historiográfica cubana y foránea ha documentado la compleja y asimétrica relación entre Cuba y los Estados Unidos durante la República. Intervenciones, ocupaciones y mediaciones signan el devenir de aquel rico período de nuestra historia. Por ello, apenas se recuerdan los momentos en que los gobiernos cubanos tuvieron una saludable autonomía en su política exterior desafiando a la potencia imperial.

Uno de aquellos episodios ocurrió en la VIII Conferencia Internacional Americana celebrada en la capital de Uruguay, Montevideo, del 3 al 26 de diciembre de 1933. En esa histórica reunión, la delegación cubana desarrolló una de las páginas más brillantes de nuestra historia diplomática. Aquella cita, se desarrollaba en uno de los momentos más convulsos de la historia de la Isla, ya que hacía solo unos meses había caído la dictadura de Gerardo Machado y un gobierno nacionalista se enfrentaba a un fuego cruzado de fuerzas internas y externas que pugnaban por derribarlo.

No obstante, en una osada decisión (debido al casi nulo reconocimiento internacional del gobierno) el presidente Ramón Grau San Martín designó una delegación de tres miembros compuesta por Ángel A. Giraudy, al frente de la comitiva y Secretario del Trabajo, Herminio Portell Vilá, historiador y especialista en relaciones internacionales, además de un profundo conocedor de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos y el abogado Alfredo Nogueira.

Debido al silenciamiento de casi toda la prensa cubana hacia el evento, por estar opuesta al Gobierno de los Cien Días, sería Portell Vilá –uno de los grandes protagonistas de la cita– quien daría a conocer la intensa labor desplegada por la delegación en Montevideo, a través de una serie de artículos aparecidos en la revista Bohemia unos meses después. De esa manera, este gran intelectual sopesaba el importante peso del magno evento continental para un acontecimiento de singular importancia en la historia de Cuba: la abrogación de la Enmienda Platt, el ominoso apéndice que lastraba la soberanía nacional.

La Conferencia de Montevideo fue campo de batalla de las naciones latinoamericanas por ponerle un valladar a la indiscutida hegemonía de Washington. La “lucha” sería particularmente intensa por refrendar el derecho de No Intervención de un estado soberano sobre otro, donde brillaría el historiador Herminio Portell Vilá como defensor de ese legítimo derecho.

Según explica este intelectual, uno de los momentos más interesantes de su estancia en Uruguay ocurrió el 18 de diciembre al entrevistarse con el jefe de la delegación norteamericana y Secretario de Estado Corder Hull para abordar el estado de las relaciones entre ambos países. El diálogo se desarrolló en un ambiente cordial y sincero. En la conversación el cubano le expresó a Hull la necesidad de que Estados Unidos cesara la intromisión humillante en los asuntos internos de Cuba y derogara de una vez y por todas la Enmienda Platt. El funcionario estadounidense se compromete a ello y le explica que la misión de Sumner Welles ya casi finaliza y el nuevo embajador designado Jefferson Caffery hará un survey para sondear la situación en la Isla, a lo que Portell Vilá responde: “El bosquejo que usted traza, señor Secretario, es en extremo placentero; pero si Mr. Caffery va a hacer un survey ello supone intervención y condicionamientos para el reconocimiento. Ahí es donde está la debilidad de la actitud americana, investigar para reconocer después y no reconocer para después tratar. Yo tengo que decirle, en mi opinión, el Gobierno del Dr. Grau San Martín no será reconocido, que un día será derribado y ese día los Estados Unidos impondrán a Cuba un gobierno de reacción que será como de los años precedentes, y a la próxima Conferencia Panamericana vendrán cubanos de más competencia (…) quienes estarán atados por instrucciones que le impedirán resolver cuestiones de fondo, como siempre ha sido. La oportunidad que yo tengo (…) para precisar a nombre de Cuba una actitud contraria a la legitimidad de la Enmienda Platt y del Tratado Permanente, yo no la hipoteco por promesa alguna.” (1)

Al día siguiente, ante una plenaria abarrotada de delegados e invitados, Portell Vilá pronuncia un vehemente discurso a favor de la no intervención, de la proscripción de las coacciones diplomáticas y las adquisiciones territoriales. “Era la primera vez que la clara voz de Cuba, de una nueva Cuba que no quería someterse, era oída planteando el caso de la pequeña república antillana frente a las fuerzas imperialistas de los Estados Unidos que le impusieron un régimen de relaciones injusto, utilizando al efecto, la coacción militar y las peores artes diplomáticas en ese quinquenio terrible de 1898-1903” (2), rememora el autor de Narciso López y su época. Añade que “los cubanos habíamos sido líderes por primera vez en la historia de Cuba”.

No obstante, la sagacidad del diplomático cubano se puso a prueba al darse cuenta que se gestaba una triquiñuela jurídica que podía dar al traste con esa importante conquista continental. Para codificar el convenio de “Deberes y Derechos de los Estados” se crea una comisión de jurisconsultos compuesta por varios países y con amplios poderes para cambiar o modificar los acuerdos de la Conferencia, y por si esto no bastara, se establece además una comisión de expertos internacionales compuesta por representantes de Estados Unidos, Haití y Brasil que revisarían los principios del Derecho Internacional y establecerían varios requisitos para codificar los más recientes acuerdos. Esta comisión se subordinaba directamente a los gobiernos de sus respectivos países, por lo cual era de esperar que cualquier cambio de gobierno en el futuro ponía en peligro lo refrendado en Montevideo. Decidido a que no pudiera cambiarse el espíritu de lo acordado allí, el diplomático de la mayor de las Antillas recaba el apoyo de varios países latinoamericanos para impugnar dichas comisiones. En la reunión donde se debaten dichos proyectos, el delegado de la Isla, al pedir la palabra, propone la suspensión del cónclave por 48 horas para revisar serena y concienzudamente lo que se está acordando. Esta petición genera una tensión inesperada y hubo que suspender la reunión. Conscientes del riesgo que se corría al boicotearse la Conferencia y extender indefinidamente las sesiones, los países latinoamericanos más cercanos a Washington cambian de estrategia y prometen a la delegación cubana transformar los propósitos de esas comisiones, lo cual fue definitivamente aceptado.

Es muy importante subrayar que hubiera sido mucho más difícil alcanzar este éxito si la política exterior norteamericana hacia América Latina no hubiera estado basada en la estrategia del “Buen Vecino” desde que Franklin D. Roosevelt asume la presidencia en marzo de 1933. Apoyándose en esa nueva proyección de su gobierno es que el Secretario de Estado norteamericano le promete al delegado cubano la eliminación de la Enmienda y un nuevo tratado de relaciones entre ambos países.

Además de la aprobación del derecho de No Intervención, los cubanos –en distintas sesiones–, por medio de Ángel Giraudy y Alfredo Nogueira, se pronunciaron por la defensa de los derechos de las mujeres en la vida pública, propusieron que se estipulara un amparo jurídico a los emigrados políticos para cuando decidieran regresar a sus países de origen y tuvieron la feliz iniciativa de proponer un Instituto Panamericano de Medicina Tropical con sede en La Habana y que llevaría por nombre el del destacado científico cubano Carlos J. Finlay.

Dos de los más importantes libros dedicados a estudiar la génesis e historia de este apéndice a nuestra Constitución, Proceso Histórico de la Enmienda Platt (1941), del periodista y diplomático Manuel Márquez Sterling, e Historia de la Enmienda Platt: una interpretación de la realidad cubana (última edición 1973), del historiador Emilio Roig de Leuchsenring, guardan visiones muy diferentes sobre la impronta de esta Conferencia. Márquez Sterling fue el encargado de firmar en Washington junto a Corder Hull y Sumner Welles la eliminación de la Enmienda y el nuevo Tratado entre ambos países cuando ya había sido derrocado el gobierno de Ramón Grau San Martín y estaba en el poder el coronel Carlos Mendieta, con Fulgencio Batista y el embajador yanki a la sombra. Anteriormente, este periodista había considerado innecesario o inconveniente enviar una delegación a Montevideo, por lo cual en su libro omite olímpicamente la presencia de Cuba en la cita continental. Se limita a abordar la intención manifiesta de Estados Unidos de fundar una nueva era de relaciones con América Latina donde cesarían las intromisiones de la Casa Blanca. El estudio de Roig de Leuchsenring, más acucioso, no soslayaría la labor cubana y lo ratifica como uno de los eventos antesala a la inminente caída de la Enmienda.

La Conferencia de Montevideo constituyó uno de los eventos del período prerevolucionario que marcaron la perenne aspiración de establecer una relación de justa igualdad con tan poderoso vecino. La satisfacción de lo acordado en Uruguay fue en extremo efímera porque la intromisión yanki en nuestros asuntos internos persistió luego con el embajador Jefferson Caffery (3). Por otra parte, al anunciarse el 29 de mayo de 1934 la derogación de la Enmienda Platt, la opinión pública la asumió con suma cautela y muchas reservas. Se entendía como legítimo y necesario, pero todavía largo era el camino a desbrozar para lograr un sólido Estado de Derecho que, libre de caudillismo, dictadura y galopante corrupción, conjurara cualquier intromisión extranjera. En un editorial la revista Carteles analizaba la verdadera raíz de la perduración del plattismo por más de tres décadas:

“En una palabra, si en lo moral la abolición de la Enmienda Platt nos sustrae a toda suspicacia que nos inferiorice, en lo material no podemos contar con otra eficacia que la de nuestros propios actos, ajustándonos en todo al lema perfecto que sugirió Márquez Sterling: “A la injerencia extraña, la virtud doméstica. Y la injerencia extraña, entre nosotros, no ha sido nunca un resultado de la Enmienda Platt, sino de nuestras concupiscencias, de nuestros errores y de nuestras prácticas políticas cada vez más funestas. (…) Solo se puede esperar el disfrute del gobierno propio cuando los que ejercen son hombres capaces; porque la ineptitud erigida en sistema de gobierno –como ha estado siempre en Cuba– es el más indirecto, fácil e irresponsable de los vehículos de penetración con que cuenta el imperialismo en nuestros pueblos y con que cuenta, también en ellos, la injerencia extranjera. (…) El enemigo mayor ha sido, es y seguirá siéndolo –si no se rectifica los rumbos– la politiquería criolla, la estulticia local, la ambición y la ignorancia de nuestros hombres públicos, que a través de todas las etapas, y a través de todos los gobiernos, solo han hecho del poder oficial un medio de gobierno” (4).

Los males de los gobiernos republicanos fueron un boquete por donde se introducía la injerencia de Washington. Y ello ha conllevado a la mentalidad plattista de buscar las causas de nuestros problemas mirando hacia los Estados Unidos. Lamentablemente, a mi juicio, ha sido muy difícil para los diferentes gobiernos cubanos superar ese pensamiento, por los inseparables lazos que unen a ambos países. Para erradicarlo, el imaginario social insular necesita alcanzar una mayor dosis de madurez y cultura cívica que establezca de por sí y para sí la más plena de las soberanías y una real prosperidad económica. De cara al presente, el pensamiento de Herminio Portell Vilá, un profundo conocedor de la historia de ambos pueblos recobra especial vigencia: “Cuba y los Estados Unidos no pueden ignorarse; tampoco pueden prescindir de su pasado; pero sí pueden mirar el porvenir con la esperanza de mejores relaciones, una vez liquidado todo el bagaje de ambiciones frustradas y agravios recibidos e inferidos. Dos naciones tan inmediatas y tan lejanas como la naturaleza y simultáneamente colocadas en su respectiva evolución histórica, pueden y deben ser amigas y hasta aliadas, sin olvidar que amistad y alianza ponen deberes y derechos recíprocos, que llegan hasta el sacrificio” (5).
Notas
(1) Herminio Portell Vilá, Cuba y la Conferencia de Montevideo, Imprenta Heraldo Cristiano, 1934 p. 28.
(2) Ibidem p. 33.
(3) Veáse Herminio Portell Vilá, “La Intervención persiste”, Bohemia, 1ro. de julio 1934, p. 25.
(4) “La derogación de la Enmienda Platt”, Carteles, 17 de junio de 1934, p. 21.
(5) Herminio Portell Vilá, “Anexionismo” en “Los grandes movimientos políticos cubanos en la Colonia”. Cuadernos de la Historia Habanera. No. 23, 1943, p. 57