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domingo, 15 de diciembre de 2013

De cuando el Generalísimo Máximo Gómez dirigió en persona el fusilamiento de un general mambí


por Roberto Soto Santana

En 1827 el gobierno colonial español dividió la Capitanía general de Cuba en tres departamentos administrativos: el Occidental, con capital en La Habana, que se extendía hasta la jurisdicción de Colón; el Central, con sede gubernativa en Trinidad y capitalidad en Puerto Príncipe; y el Oriental, con capital en Santiago de Cuba.

En 1853, el Departamento Central fue abolido, y sus jurisdicciones subordinadas –incluida la de Puerto Príncipe- fueron incorporadas al Departamento Occidental.

Tras el Pacto del Zanjón, que puso fin a la Guerra de los Diez Años, quedaron abolidos los Departamentos y se instauró una nueva división territorial, en seis provincias: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba.

El poblado villaclareño de Esperanza databa su fundación en 1809, aunque había sido conocido previamente por los nombres de Puerta de Golpe y de Nuestra Señora de la Esperanza. Su emplazamiento inicial se fijó a unos cuatro kilómetros del río Sagua la Grande, en los terrenos conocidos como Sitios de Acevedo (1).
En 1814, el vecino José de la Cruz Marrero establece un oratorio en su hacienda "Nombre de Dios", situada junto a Sitios de Acevedo y dona una caballería de tierra para incrementar el área del poblado, que ya se conocía con el nombre de Puerta del Golpe.
Para el historiador Gerardo Castellanos García, "el punto no pudo ser mejor escogido, no solo por la riqueza del suelo, propicio a toda clase de cultivos, sobre todo la caña y el tabaco, sino muy especialmente porque desde allí se domina, como desde el centro de un círculo, todos los caminos: por el este Santa Clara, la capital y Santo Domingo por el oeste que es la ruta que conduce a La Habana; por el norte Sagua, Remedios y Caibarién y por el sur la rica Cienfuegos con su magnífico y comercial puerto".
El 16 de abril de 1818 se inauguró la iglesia parroquial bajo la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza, y que fue bendecida un año después nada menos que por el Obispo de La Habana, ilustrísimo monseñor Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, de grata memoria en los anales de la Isla.
En 1825 una gran tempestad arrasó el caserío, que fue enseguida reconstruido. Fue elevado a la categoría de Capitanía pedánea en 1840. En 1844, se habilitó un cementerio costeado por los vecinos, cuyo censo en 1852 era de 1,573 almas repartidas en 178 viviendas.

El 5 de diciembre de 1871, cuando las tierras villaclareñas estaban comprendidas en el Departamento Occidental de la Isla, nació en Esperanza Roberto Bermúdez López, quien fue bautizado en la Iglesia parroquial de Santa Clara (2).

Al producirse el Grito de Baire (24 de febrero de 1895), el joven Bermúdez López se unió al alzamiento y empezó a destacarse en los combates contra las tropas coloniales. Encontrándose acampada la Columna Invasora –encabezada por el Generalísimo Máximo Gómez y el Lugarteniente General Antonio Maceo-, el 31 de diciembre de 1895, en una pequeña población llamada Estante, a horcajadas entre La Habana y Matanzas, se incorporó a esa tropa mambisa el ya Teniente Coronel Roberto Bermúdez López, al frente de ochocientos combatientes que le seguían. Fue ascendido al momento al grado de Coronel, y se le confió el avance hacia el Occidente por el sur, mientras que el también Coronel Juan Bruno Zayas continuaba en la misma dirección por el norte. Nombrado Jefe de la Vanguardia de la expedición invasora, en La Habana, Bermúdez se distinguió tomando Güira, Melena del Sur, Quivicán, Gabriel, La Salud, Alquízar, Ceiba del Agua, Vereda, Las Vegas, Caimito y Punta Brava.

El 16 de enero de 1896, Antonio Maceo se encontraba liderando la Invasión a sólo dos leguas de distancia de la ciudad de Pinar del Río, en Paso Viejo, un pequeño pueblo que medio siglo más tarde (según el censo de población de 1943) se convertiría en un barrio de la capital provincial). Allí se unió al Titán de Bronce el Coronel Bermúdez, a quien el Lugarteniente General había convocado –habiendo llegado a su conocimiento las quejas respecto a los despropósitos atribuidos a varios jefes, entre ellos Cayito Álvarez y el citado Coronel (3)- para que éste le rindiese cuentas “de la conducta que había observado desde su separación de la columna central en la provincia de la Habana; y como es de presumir, Bermúdez se disculpó con la lección, ya sabida de memoria, de que había perdido el rumbo desde las cercanías de Güines, y no sabiendo qué camino adoptar para reincorporarse al cuerpo general, se adelantó dos jornadas el núcleo invasor, creyendo que tendría oportunidad muy en breve de disculpar su conducta. Las depredaciones, que él no ocultaba, eran obra exclusivamente de Cayito Álvarez. Maceo aparentó convencerse, pero despachó una comisión para capturar a Cayito Álvarez, a fin de carearlo con Bermúdez, y proceder a la ejecución del culpable, cualquiera que éste fuese. Cayito Álvarez se evaporó de Pinar del Río (4); como una exhalación atravesó los territorios de La Habana y Matanzas, sin parar hasta los montes de Santa Clara. Todos los correos que posteriormente envió Maceo quedaron sin contestación” (5).

Al día siguiente, el 17 de enero, Bermúdez se distinguió en el combate de Las Taironas, formando parte de la vanguardia que “atacó con ímpetu las posiciones del adversario” (6), y como resultado padeció dos heridas de consideración (7).

Habiéndose escurrido del aprieto sin otra sanción que una reprimenda de Maceo, Bermúdez ascendió al generalato en abril de 1896, al ser aprobada por el generalísimo Gómez y por el Consejo de Gobierno la propuesta al efecto hecha por el Lugarteniente General. Se convirtió en ese momento en el más joven de los generales mambises.

No obstante, el 11 de abril de 1896 Maceo se desplaza a Cayajabos, poblado situado a dos kilómetros al norte de Artemisa y al sur de la Sierra del Rosario, próximo a los manantiales de Charco Azul, “para revisar la caballería al mando del general Bermúdez…le ordenó Maceo entregar el mando de la brigada a Ducasse (Juan Eligio) pasando a prestar servicios a sus inmediatas órdenes. En la comunicación a Bermúdez –La Tumba, 12 de abril- le dice Maceo: ‘Quedo muy satisfecho de sus servicios hasta la fecha y al darle las más expresivas gracias por ellos, tengo el gusto de manifestarle que los tengo y los tendré muy en cuenta para su oportunidad’” (8)

A estas alturas, el general Pedro Díaz presenta al Cuartel General reparos sobre la conducta del brigadier Bermúdez. Dice José Luciano Franco que “Éste era un campesino carente de instrucción. Rudo, brutal, de un valor salvaje en el campo de batalla, buen tirador, buen jinete, astuto y audaz, era un factor de importancia para el General Maceo en el tipo de guerra que ante la falta de material bélico adecuado se verá obligado a hacer en la región Occidental. Al General Maceo era el único hombre que Bermúdez consideraba por encima de todos los demás; y lo respetaba por su valor admirable, por la franqueza de sus virtudes patrióticas. Y bajaba la cabeza, sin odio ni rencor, aceptando con humildad la reprimenda cuando aquél, con la extraordinaria facultad de que estaba dotado para manejar los más disímiles y contrapuestos caracteres, en varias ocasiones lo hizo arrestar, amonestándole con severidad y dureza ante la oficialidad y soldados del Cuartel General. Pero alguna nueva hazaña asombrosa en el primer combate efectuado, después del enojoso castigo, hacía que Maceo le concediera un nuevo crédito aceptando sus promesas de enmienda. Pero también a veces, se exageraron los cargos contra el bravo mambí, que si bien, evidentemente no era modelo de moral y buenas costumbres, en cambio exponía diariamente su vida, despreciando y rechazando con energía cuantas veces le insinuaron rebelarse o pasarse al enemigo, para libertar de los vicios de la esclavitud colonial a los propios censores que lo injuriaban desde sus tranquilos hogares bajo la custodia de los realistas hispanos. Y a las quejas de Díaz, Maceo ni las admitió ni las rechazó, pero “es indispensable fundarla en hechos concretos, cuya relación circunstanciada debe usted presentarme”, hubo de decir en oficio No.761.” (9)

Todavía pasarían otros dos años y medio, hasta que en 1898 es el Generalísimo del Ejército Libertador el que arresta personalmente al general Bermúdez y consigna al enjuiciamiento de un Consejo de Guerra los cargos de desmanes repetidamente presentados contra él. En el Capítulo V del libro “Mis relaciones con Máximo Gómez” escrito por el Coronel del Ejército Libertador Orestes Ferrara y publicado en 1942, se relata que “Máximo Gómez había recibido muchas denuncias contra el Brigadier Bermúdez. A este le atribuían innumerables crímenes. Pero sabedor de la dificultad insuperable de cogerlo vivo, recurrió el ardid de enviarle como emisario al anciano Comandante Armas, un jefe de la Guerra de los Diez Años.
Los detalles de la forma como se arrestó a Bermúdez
El Comandante Armas trajo a Bermúdez engañado, haciéndole creer que Máximo Gómez quería encomendarle el mando de una operación que sólo él podría realizar.
Una vez en el campamento el propio General Gómez lo detuvo personalmente, poniéndole el machetín en la garganta mientras los soldados se le encimaban y lo conducían prisionero. Se celebraron dos juicios, el primero y el de revisión, y los jueces fueron los generales Francisco Carrillo Morales y José Miguel Gómez, tomando parte también el Coronel Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, abogado, hijo del Padre de la Patria. En ambos juicios Bermúdez fue condenado a muerte y el Consejo de Gobierno negó el perdón. Hubo pues que ejecutar la sentencia. El cuadro de fusilamiento tenía que ser mandado por un general porque antes de proceder a la ejecución había que degradar al reo de muerte, y solo un general puede degradar a otro. Ninguno de los generales presentes quiso prestarse al acto, justificándose para ello que habían sido jueces en el proceso. Cuando recibió la negativa del último general, expresa Ferrara que Máximo Gómez gritó: ¡MANDARÉ YO EL CUADRO! ¡CUÁNTA FLOJERA! La ejecución tuvo lugar en la mañana del 12 de agosto de 1898. Los propios soldados de Bermúdez debían fusilarlo, y él mismo los escogió entre sus mejores tiradores. Máximo Gómez, que entró al galope en el terreno, antes de dar la orden de fuego, alzado sobre los estribos y desenvainando el machete pronunció con voz estentórea las siguientes palabras: «Jefes, Oficiales, Soldados, venimos a cumplir esta mañana un doloroso deber, el más doloroso deber de un militar. Venimos a ejecutar un compañero de armas que ha sufrido nuestros dolores y amarguras y ha corrido peligros. El General Bermúdez era un humilde ciudadano cuando la voz de la patria lo llamó a los campos de Cuba Libre. Valiente ente los valientes, fue herido muchas veces teniendo escrita en las heridas de su cuerpo la epopeya cubana. La patria lo premió como debe premiar siempre a sus hijos que den a ella. El humilde campesino, soldado en los primeros tiempos, fue ascendido grado a grado, hasta llegar a la posición de general que lo hizo conductor de hombres y le dio un mando, que en nuestra guerra es limitado. Demostró con sus actos posteriores, que su valor no era sacrificio, sino sed de sangre. El General Bermúdez vio en la guerra sólo la parte mala, no la gran significación ideal que tiene. Y deshonró su alta posición. Un Consejo de Guerra lo ha condenado a muerte, y en cumplimiento de la sentencia, yo lo degrado».

 
Gómez dio a renglón seguido la orden de hacer fuego; tomados por sorpresa, los soldados del pelotón de ejecución no habían cargado sus fusiles, por lo que resultó un fuego graneado en vez de una descarga cerrada, circunstancia que hizo a Ferrara escribir  “que el fusilamiento de Bermúdez resultó un espectáculo horrendo”.

Ese mismo día, apenas unas horas más tarde, se firmaba en París el protocolo de paz entre los Estados Unidos y España que ponía fin a la guerra en Cuba.


(1)  Según el historiador y Comandante del Ejército Libertador Ricardo V. Rousset, vid. http://www.bvs.sld.cu/revistas/his/his%2095/hist2395.htm
(2)  Libro 39 de Bautizos de Blancos, folio 9, partida 34. Sus padres fueron Don Julián Bermúdez (capataz del ingenio azucarero “La Rosa”) y Dolores López Ramos.
(3)  Vid. “Crónicas de la Guerra”, Tomo I, pág. 392. José Miró Argenter.  Edit. Letras Cubanas, La Habana, 1981.
(4)  “Antonio Maceo – Apuntes para una historia de su vida”, Tomo III, pág. 46. José L. Franco. Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
(5)  José Miró Argenter, op.cit., pp. 393-394.
(6)  José Miró Argenter, ibid., p. 396.
(7)  “El general Bermúdez, su presencia en tierras pinareñas”, Jesús Marcos García Vázquez, VITRAL, año XIV, núm.79, mayo-junio de 2007.
(8)  José L. Franco, op. cit., pp. 129-130.

(9)  José L. Franco, op. cit., p. 158. Jesús Marcos García Vázquez transcribe esta misma cita en su trabajo, aunque con unos cuantos errores tipográficos y alguna omisión, respecto del texto del general Miró Argenter. Por lo tanto, el investigador ha de acudir a las “Crónicas de la Guerra”, del jefe de Estado Mayor del Mayor General Antonio Maceo.

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