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lunes, 3 de marzo de 2014

CÓMO DEBE LEERSE EL QUIJOTE



Enrique José Varona
Foto tomado de: Biografias y Vidas


  Tanto se ha escrito  sobre el Quijote en lo que va de año, que bien fundadamente puede creerse que este libro apacible y deleitoso habrá tenido algunas docenas más de lectores de los habituales. Y con toda llaneza confieso que ese me parece el resultado más apetecible de todo este continuado rumor de plumas y discursos.
  No vaya a presumirse que esto envuelve censura, ni asomo de censura siquiera, de la glorificación de este centenario. El entusiasmo tonifica y fortifica, sobre todo si, como en este caso, el entusiasmo es genuino y legítimo. Soy cervantista de la antevíspera. Leí el Quijote de niño, y fue para mí manantial de risa y acicate de la fantasía. Dormí muchas noches con un viejo espadín debajo de la almohada, descabecé en sueños muchos endriagos y encanté y desencanté no pocas Dulcineas. Lo leí de mancebo, y la poesía sutil de las cosas antiguas se levantó, como polvo de oro, de las páginas del libro, para envolver en una atmósfera de encanto mi visión del mundo y de la vida. Lo he leído en la edad provecta, y me parecía que una voz familiar y amiga, algo cascada por los años, me enseñaba sin acrimonia la resignación benévola con que debe nuestra mirada melancólica seguir la revuelta corriente de las vicisitudes humanas.
  
tomado de Literatura Espaola don Quijote de la Mancha
  Pero es natural que, habiendo encontrado en esta lectura fuente siempre fresca y abundosa de impresiones acomodadas a la disposición de mi ánimo, desee a otros muchos el mismo refrigerio. De aquí que haya acabado por creer que la mejor manera de honrar al autor del Quijote sea, no aumentar la secta de los cervantistas, sino a crecer el número de los lectores de Cervantes.
  Esto implica, lo confieso, cierto temor de que se malogre ese justificado deseo, que no tengo por mío exclusivo, sino de todos los que a porfía elogian y encomian el peregrino libro. Y mi temor nace de dos clases de consideraciones.
  Ha dado sobre el Quijote una legión de comentadores, intérpretes, levantadores de horóscopos, descifradores de enigmas y adivinos, que asombran por su número y desconciertan por la misma sutileza de sus invenciones. A fuerza de querer encontrar un sentido acomodaticio a las frases más sencillas y una intención recóndita a los pasajes más claros, hacen sospechar a los desprevenidos que esa obra de verdadero y mero entretenimiento pueda ser un apocalipsis o un tratado de metafísica hegeliana.
Miquel de Cervantes
foto tomado de: biography.com
A los familiarizados con el libro, este intento de hermenéutica profana divierte o enoja, según los casos, pero no perjudica. Más no es entre ellos donde se han de buscar los nuevos lectores. A éstos debe decirse y repetirse que el Quijote es uno de los libros más llanos que se han compuesto: claro como río sereno y caudaloso de ideas, sin confusión; de estilo añejo, como el buen vino, pero no anticuado; que habla del tiempo viejo, pero no de un tiempo tan separado de nosotros que el alma de sus personajes nos parezca extraña y distante de la nuestra. Tantos ejércitos maravillosos describen esos exégetas, que el lector puede amilanarse, o encontrarse chasqueado, cuando se desvanezca toda esa fantasmagoría.
  Otros han tomado por distinto atajo. De tal suerte extreman el elogio, que más parecen corifeos entonando un ditirambo que escritores que recomiendan una exquisita obra del ingenio humano.
  No les niego yo su perfecto derecho a sustituir las razones y aun la razón por perpetuos ¡evohé!, ¡evohé! Cada cual expresa su delectación íntima a su manera; pero, desde el punto de vista en que me coloco aquí, temo que el efecto de sus desmesuradas hipérboles sea contraproducente. Lo de
desear son lectores sinceros, que vayan, sin prejuicio de snobismo, a apurar el contenido de esa rica copa en que escanciaron las gracias, y no individuos que se estén palpando y mirando por dentro con susto, si por acaso no se encuentran, desde las primera páginas, en un mundo de prodigios, y no se ven suspendidos en cada capítulo a la región de los encantamientos pregonados. Hacen, sin quererlo, estos críticos tan poco criticistas, el papel del ingenioso Chanfalla en El retablo de las maravillas. A fuerza de anunciar portentos, que ellos ven y manosean, parecen declarar memos y bolos a los que no miren por sus ojos y con su mismo ángulo visual. El pobre lector se azora, y aunque dice para sus mientes, ¿si seré yo de esos?, proclama a voces que se cierne a dos dedos del empíreo. Ninguno de los confusos espectadores del retablo quería ser judaizante, y ninguno de los atortolados lectores quiere pasar por imbécil.
  Aunque me acusen de algo sanchezco, prefiero, para los que lean el Quijote, la disposición de espíritu del estudiante del cuento, que se solazaba tendido en mullido césped y reía a pedir de boca en los pasajes de risa. Ese de seguro no tenía entre las manos ningún Quijote comentado y puntualizado. Los que han leído la deliciosa fábula por esparcimiento y la han celebrado con risa franca y sana, son los que luego la recuerdan con suave emoción y pueden descubrir la vena de plácida tristeza que va, casi a flor de tierra, serpeando por todo su contexto.
  “Mirad, escribano Pedro Capacho –decía el alcalde Benito,- haced vos que me hablen a derechas, que yo entenderé a pie llano”. Cervantes escribió a derechas; no subamos en zancos a sus lectores.

The statue of Miguel de Cervantes at the harbor of Nafpaktos (Lèpanto)
Tomado de Wikipedia

9 de Mayo, 1905

Enrique José Varona, de “Desde Mi Belvedere”

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