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jueves, 1 de mayo de 2014

CARTA PARA ADRIANA: LA FUERZA DEL AMOR Y OTROS CUENTOS

J. A. Albertini

 La facultad del amor es la única
fuente de todas las certezas.
Simone Weil.

Carta para Adriana y otros cuentos, libro de relatos del escritor cubano Roberto Hernández Russi, alumbrado por Ediciones Baquianas, es una obra en la que se agrupan diez historias elegidas, entre otras, de estilos y temas variados que, a lo largo del quehacer creativo del autor, en diferentes épocas  y momentos, fueron concebidas al ritmo de la vida. La vida real donde lo sucedido, lo posible, y la espera se imbrican armoniosamente para lanzar un mensaje de fidelidad a la esperanza y al amor en todas sus manifestaciones.
Hernández Russi  guionista, productor de radio y televisión ha sido y es colaborador  frecuente de publicaciones variadas. Desarrollando en artículos, relatos verídicos y de ficción asuntos humanos, ecológicos y literarios. Su prosa  directa y clara; carente de rebuscamientos, con precisión de cámara cinematográfica,  proyecta imágenes llenas de colorido y sentimientos no ajenos.

En Carta para Adriana, narración que inicia el volumen, empleando el género epistolar, el autor en escrito dirigido a la hija fallecida de pequeña, en gesto de amor pleno, que reafirman sus valores éticos y religiosos, cimenta la  fe en el reencuentro ineludible y permite, con sonrisa de porvenir, que el lector penetre en su mundo íntimo. Ese mundo que, más allá de la visibilidad, latido a latido,  comparte, nunca ha dejado de hacerlo, con la pequeña Adriana. Conocer el contenido de la misiva causa una sacudida de ternura inefable. Entonces, más que leer se pueden escuchar las palabras agradecidas que el progenitor le dedica a  Dios y a ese pedacito de luz, por siempre  eterno e indisoluble de su existencia, que se llamó y sigue nombrándose  Adriana: No  eras una niña cualquiera…Eras un bello y pequeño ángel que Él nos enviaba para cuidarlo y quererlo, pero también para que aprendiéramos de ese angelito una manera de vivir y de valorar la vida humana más allá de los valores materiales y cotidianos.

En la mayoría de los relatos siguientes que integran el libro, encontramos girones de melancolía, emanados de la pluma de alguien que por circunstancias ajenas a su voluntad sufrió el desarraigo no deseado de lugares, amigos, paisajes olores, sabores y recuerdos ligados a lo habitual que se desdibuja en la lejanía presente.

Erase una vez…un pueblo es la mirada de una memoria que retrocede a la niñez que se asoma a la adolescencia para contar como era el regazo de su ciudad. De la mano de Roberto Hernández Russi recorremos las calles pueblerinas de entonces y asistimos a la iglesia católica donde el afable sacerdote Collin MacDermont, aficionado a la velocidad de las motocicletas y al buen vino, domingo tras domingo imparte sermones llenos de verdadera comprensión humana y cristiana. Severino el carpintero, el perro Moncada, Johnny, Vicent, los enanos y otros personajes locales emergen de las páginas para darnos la certeza que la ciudad de Colón, en la provincia de Matanzas, también nos pertenece porque lo único que realmente varía de uno a otro núcleo poblacional de Cuba es la ubicación geográfica.

¡Ah! Mi pueblo, mi infancia, los amigos de entonces. Hoy me siento más nostálgico que de costumbre… El autor declara al inicio de Nostalgia, relato que vuelve a recrear, con sentimiento de pérdida irremediable, la ciudad provinciana, cuna de afectos, sueños y fantasías ligadas a los “comics” de Los Halcones Negros, El príncipe Valiente, El Pájaro Loco, etc. También, el abuelo Antonio, aficionado al cine, resucita para en mediodías de matinée, desde la penumbra del cinematógrafo, introducirlo en el mundo de Tarzán, El Hombre Lobo, John Wayne y Fred Astaire que danza por siempre, acompañado de una joven beldad, etérea e imbatible. Y en pos de la belleza, emulando a los héroes del celuloide y de la literatura universal que recién descubre, disfruta del primer amor. Amor inocente que quedó en un verano de rostro juvenil con sabor a cigarrillos mentolados, al mismo tiempo que la casa solariega se hundía en una pátina de reloj extraviado.

Réquiem por el Strand es una narración que se refiere a la demolición de un cine de barrio. El Strand se muere, con esa oración se inicia la crónica, a través de los ojos de un asistente que contempla los minutos finales de la sala en el que reinaron figuras fabulosas, como Charles Chaplin, Buster Keaton,  Burt Lancaster o  Sofía Loren, seres que desde el blanco y negro o el tecnicolor de la pantalla trasmitían a los espectadores pasiones variadas, posibilidades de aventuras y travesías en naves piratas.  Pero quien ahora, con otros vecinos, contempla la caída del edificio para sepultar en polvo y escombros a tantas luminarias del séptimo arte no puede dejar de pensar en Camejo, el proyeccionista que tan buenas migas hacia con la muchachada del barrio y proclamaba que era un especialista de la anatomía de Brigitte Bardot. El Strand se iba al igual que un día partieron, para nunca regresar, los tres Reyes Magos de la infancia del espectador. El Strand ha muerto, con aseveración contundente finaliza la crónica y comienza la reflexión del lector.   

Y en el cuento La dama de La Habana impera al rompimiento brutal del entorno. El autor valiéndose de una mujer mayor, pletórica de dignidad que se contrapone al deterioro corporal, nos lleva a la ciudad capital que por obra de manos extrañas se deteriora y la cual,  también, él de manera brusca e inesperada, abandonará. Eduardo, el protagonista de esta historia  en un recorrido en que llena su ser con el amor que le profesa a la urbe, vestida de harapos arquitectónicos, se topa con el escenario de un accidente lamentable. Una señora entrada en años se ha lanzado al pavimento desde un balcón. Se ha inmolado, pero sus ojos verdes profundos parecen contemplar las estrellas y sus labios sonreír. Minutos más tarde, Eduardo, inopinadamente, es atropellado por un automóvil y perece. De pronto, sin conocer que ha muerto se contempla flotando, de la mano de la dama suicida, por sobre su Habana que como tantos pueblos y lugares queridos lo despide para siempre con una sonrisa de mujer. Entonces, Eduardo recuerda que la calidez de la mano de la dama de pelo rojo, piel blanca y ojos verdes es igual a otra mano: Como cuando era niño y su madre lo llevaba al parque.

Asimismo, Carta para Adriana y otros cuentos alberga relatos como Ojos azules y Otoño. El primero explora y especula alrededor del misterio de la muerte con perspectiva de mañana. Mañana prometedor de existencia fecunda; tal vez en otra dimensión de la existencia. Otoño, por su parte, centra la idea en las relaciones, primero de amistad y luego de amor, que se originan entre un hombre mayor, por más señas viudo reciente, y una joven entusiasta. Antes de conocerla, él piensa que sólo le queda recordar y vivir lo que le resta de conciencia atemperándose a su edad. No obstante, el amor inesperado destapa una nueva luz que revitaliza y colorea con matices de vigor renovado la palestra de sus motivaciones.

Tres narraciones más completan la obra de Roberto Hernández Russi. Ellas son: El hacedor de milagros, Los encuentros celestiales del soldado Pérez y Sansón, que al igual que las reseñadas, combinan admirablemente, realidad, imaginación y amor. Amor que desborda la palabra impresa y se vuelve carta entrañable. Carta para Adriana: La pequeña lo miraba con esa mirada que él tan bien conocía…Llego junto a la niña y la abrazo muy fuerte mientras ella reía. Después, la tomó de la mano y juntos los dos, con sus rostros brillantes de felicidad comenzaron a caminar hacía la Luna mientras un gran coro de ángeles… 

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