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jueves, 1 de mayo de 2014

LUCY HOLCOMBE PICKENS

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La Dama Sureña admiradora y panegirista de Narciso López
Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba
           
            Al encabezar desde la isla de Contoy, frente a las costa de Yucatán, a los expedicionarios insurgentes embarcados en el vapor Creole, Narciso López llevaba entre varias proclamas una que anunciaba que “la estrella de Cuba, hoy opacada por las brumas del despotismo, se alzará bella y refulgente, por ventura, para ser admirada con gloria en la espléndida constelación norteamericana, a donde la encamina su destino” (1).
            Como ha escrito el historiador estadounidense Basil Rauch, “Su plan estaba calculado para alcanzar el mayor espacio posible de apoyo, y obtuvo la adhesión de aventureros norteamericanos, de entusiastas del Destino manifiesto, de partidarios del Sur y de la esclavitud, de exiliados liberales europeos, así como de esclavistas y liberales cubanos” (2)
            Los anexionistas cubanos radicados en Nueva York en torno al periódico La Verdad (que circuló quincenalmente entre enero de 1848 y diciembre de 1853) habían dejado sentado –en un documento suscrito en 1850 por Gaspar Betancourt Cisneros, Pedro de Agüero y Porfirio Jardines, principales dirigentes del Consejo Cubano- que promovían la “Independencia de Cuba de toda monarquía o dominación extranjera”, la “Conveniencia y aun necesidad de anexión de Cuba a los Estados Unidos” –pacíficamente, “con el consentimiento de la Metrópoli, mediante una indemnización justa y aun generosa” o “ si la anexión pacífica no es posible, la anexión por la fuerza”-, junto con la intangibilidad de la esclavitud “partiendo de la necesidad de conservarla a todo trance, como el único medio de sostener el predominio de los blancos y la riqueza del país”.
            El mismo Narciso López estableció, también en Nueva York pero por su lado, el 5 de diciembre de 1849, una Junta patriótica promovedora de los intereses políticos de Cuba, en la que participaron, entre otros, Cirilo Villaverde y Ambrosio José González –este último, con contactos en el entorno del Presidente Zachary Taylor-.
            Habiendo enterado por escrito a Cristóbal Madan, Presidente del Consejo Cubano, de sus intenciones de “obrar con la prontitud que tan urgentemente proclama la crisis de nuestro país”, el Consejo le advierte que “La resolución en que parece está Ud. de lanzarse sobre Cuba sin la expresa y decidida cooperación de los propietarios cubanos…sería siempre un acto desesperado que las circunstancias no provocan…es de temerse que se desenvuelvan desastres calamitosos, que se convertirían en un manantial de remordimientos para todos…”
            López también interesó la cooperación del Club de La Habana –constituido en 1847 por Miguel Aldama, al frente de un grupo de hacendados azucareros cuyos intereses personales dependían de la conservación de la esclavitud en la misma medida que los de los integrantes del Consejo Cubano-. Pero este Club también le rehusó las armas que le pedía (3).
            Para la expedición a bordo del Creole, el General López obtuvo el apoyo de juez de la Corte Suprema Cotesworth Pinckney Smith, del Gobernador de Mississippi John Quitman, del Senador del mismo Estado, Henry S. Foote, del director del diario Delta de Nueva Orleans, Laurence J. Sigur, y del General, ex Senador, y dueño de una plantación algodonera John Henderson.
            Como es notorio, el empeño terminó en desastre, tras el combate librado en la ciudad de Cárdenas el 19 de mayo de 1850, con la derrota militar de los expedicionarios, la ejecución o condena a presidio en África de muchos de ellos, y la huida de Narciso López, con los demás supervivientes, en el mismo Creole, que arribó a Cayo Hueso el 21 de mayo. El año siguiente, un nuevo desastre se convirtió en tragedia, tras desembarcar al frente de una segunda expedición por tierras de Pinar del Río y, tras algunos combates, ser capturado y trasladado a La Habana, adonde fue ejecutado en garrote vil el 1 de septiembre de 1851.
            Puestos a calibrar esta trayectoria, ¿Cuál fue opinión mereció el General López de José Martí? En la carta que publicó el diario bonaerense La Nación en su edición del 20 de diciembre de 1889, Martí afirmó que “La admiración justa por la prosperidad de los hombres liberales y enérgicos de todos los pueblos, reunidos a gozar de la libertad…no ha de ir hasta excusar los crímenes que atentan contra la libertad el pueblo que se sirve de su poder y de su crédito para crear en forma nueva el despotismo…Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos, fue López a Cuba”(4). Y en el prólogo a sus Versos Sencillos apostilló: ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey  y de Chapultepec, el águila de López y Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América? (5)
            A pesar de que Herminio Portell Vilá haya consignado, en el prólogo de su monumental obra “Narciso López y su época” (en tres volúmenes, La Habana, abril de 1930), que “Ni Cuba ni los cubanos han sido justos con Narciso López, quien, en otro orden de cosas, merece con especialidad la reivindicación histórica de haber pensado en la solución republicana con preferencia a la anexión” y que “El secreto de sus actividades revolucionarias…fué el de aprovechar la ayuda de los norteamericanos mercenarios con ambiguas promesas, pero procurar por todos los medios el establecimiento de la república cubana, libre e independiente”, el ilustre historiador afirma, en esa misma introducción, que aspiraba a presentar las numerosas virtudes del biografiado “pero al mismo tiempo, sin ocultar sus defectos”.
            Nos parece más ponderada la valoración de José Martí, sin dejar de reconocer la inmolación de Narciso López en pos del ideal separatista respecto de España, pero también sin olvidar que el mismo oscilaba, en sus pronunciamientos públicos, entre preconizar la independencia y la anexión a los EE.UU. (aparte de que la independencia de España podría ser seguida sin solución de continuidad por la anexión a los EE.UU.), y que en todo caso propugnaba el mantenimiento de la odiosa institución de la esclavitud.
            Al poco tiempo del martirio de Narciso López, en 1854 la casa editorial De Witt & Davenport, de Nueva York, publicó una novela titulada “The Free Flag of Cuba; or, The Martyrdom of Lopez: A Tale of the Liberating Expedition of 1851”, que había escrito Lucy Petway Holcombe, de Texas, bajo el seudónimo de H.M. Hardimann. Fue la primera novela sobre el filibusterismo enmarcada en el escenario de Cuba. Su autora, miembro de la aristocracia sureña cuya posición económica se basaba en la plantación algodonera sustentada en el trabajo esclavo, quiso glorificar a los expedicionarios capturados y fusilados tres años atrás en las faldas habaneras de Atarés por orden del Capitán General José Gutiérrez de la Concha, como mártires de la propagación de los ideales de libertad y democracia –aunque el rol real que ejercían era, “subuso” (7), el de laborantes en pro del anexionismo y del mantenimiento de la esclavitud-.
            Tres años más tarde, la autora conoció a su futuro marido, Francis W. Pickens, con quien contrajo matrimonio el 26 de abril de 1858. Ella estaba a punto de cumplir los 26 años de edad y él, que había enviudado dos veces, acababa de celebrar su quincuagésimo tercer cumpleaños. Pickens había ocupado un escaño en el Congreso federal, como Representante de Carolina del Sur, desde 1834 a 1843, y en el Senado del mismo Estado entre 1844 y 1846.
Al tiempo de este matrimonio, Pickens era el acaudalado propietario de varias plantaciones en Mississippi y Alabama, de más de trescientos esclavos, de un patrimonio personal de un cuarto de millón de dólares, además de bienes raíces por otros cuarenta y cinco mil dólares. Tras un breve destino como Embajador en Rusia, donde nació la única hija del matrimonio, Pickens decidió regresar a los EE.UU. en agosto de 1860, y en diciembre de ese año fue elegido como Gobernador de Carolina del Sur, exactamente tres días antes de que ese Estado declarase su separación de la Unión. Habiendo apoyado la Secesión, permaneció en el cargo, al servicio del Gobierno Confederado sureño, hasta 1862. Falleció en 1869, a los 63 años de edad.
            Hay indicios de que uno de los personajes de la novela escrita por Lucy Holcombe Pickens está inspirado en la figura real del segundo teniente William L. Crittenden (sobrino del entonces Procurador General de los EE.UU.), que se enroló en la expedición de Narciso López de 1851, recibió el grado militar de coronel, cayó prisionero y resultó ejecutado dos semanas antes que López. De la lectura de la novela se puede deducir que existió un lazo sentimental platónico entre la novelista y dicho personaje real.
            Por otra parte, en el relato se da una visión idílica de las relaciones entre los esclavos domésticos y la familia blanca propietaria, y no se alude para nada a las condiciones de subsistencia opresiva de la mano de obra esclava ocupada en las tareas del campo –cuya existencia se obvia-.
            Durante la Guerra Civil, librada entre 1861 y 1865, llevó una rutilante vida social (se la llegó a conocer como “la Reina de la Confederación”), y hasta llegó a darse su nombre a una unidad militar Confederada (la Legión Holcombe). Tras el final de la contienda, continuó viviendo con esplendor y prosperidad, y profesando los mismos prejuicios racistas de su juventud, hasta su deceso.
            Lucy Pickens sobrevivió hasta el año 1899, cuando falleció a los 67 de edad.


           Su devoción a la causa sureña fue reconocida, durante los años de la Guerra Civil, a través de la reproducción de sus facciones en tres emisiones sucesivas de papel moneda de la denominación de cien dólares Confederados (hechas, respectivamente, el 2 de diciembre de 1862 -609,040 billetes-, el 6 de abril de 1863 -1,931,600 billetes- y el 17 de febrero de 1864 -896,644 billetes-).

 

También apareció su rostro en una emisión de billetes de un dólar, que fueron impresos en grandes cantidades por el grabador autorizado de la Tesorería Confederada, el Teniente Coronel Blanton Duncan, de quien fue la idea de mostrar en los billetes el rostro de Lucy Holcombe Pickens, cuyas facciones fueron las únicas femeninas que aparecieron en los billetes de curso legal de la Confederación sureña.
Los billetes de 100 dólares fueron impresos en Columbia (Carolina del Sur); el de un dólar, en Richmond (Virginia).
Al día de hoy, el único rostro de mujer que ha aparecido en papel moneda de los EE.UU. –es decir, de la Unión- ha sido Martha Washington –la esposa del primer Presidente, George Washington-, cuya efigie apareció en los “certificados plata” de 1886, 1891 y 1896.

(1) Leví Marrero. “Cuba, economía y sociedad”, tomo 15, pág, 174. Edit. Playor, Madrid, 1992.
(2) “American Interest in Cuba, 1848-1855”. Columbia University Press, Nueva York, 1948.
(3) Según carta del 4 de abril de 1850, dirigida por el General López a José Antonio Echevarría.
(4) José Martí, Obras Completas, tomo 6, pág. 162, Edit. Ciencias Sociales, La Habana, 1975. [Se refiere al filibustero estadounidense William Walker, que terminó sus correrías fusilado en Honduras en 1860]
(6) Ibid., tomo 16, pág. 61.

(7) Subuso: una antigua tira cómica en la que se narraba la vida cotidiana de un personaje miope a más no poder, que veía el mundo según su propia imaginación. Andaba con una descomunal cachucha y unas enormes y gruesas gafas a través de las cuales, veía... ¡lo que quería ver!

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