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viernes, 15 de mayo de 2015

CENTÓN ANECDOTARIO de la INDEPENDENCIA de CUBA

Foto: Jose Marti: Vida y Obra
Roberto Soto Santana
Tercera Parte 

Tomemos a José María Heredia (1803-1839), el cantor del Niágara, exiliado primero en los EE.UU. y después en México, tras el auto de prisión dictado en su contra el 5  de noviembre de 1823, como conspirador en una rama de la Orden de los Soles y Rayos de Bolívar. Concluyó su trayectoria vital como apóstata del independentismo, cuando tuvo la debilidad de dirigir una carta al Capitán General Miguel Tacón, con fecha del 1 de abril de 1836, en la que le decía “…he resuelto dirigirme a V.E. animado a dar este paso directamente y sin buscar empeños, por la fama de su carácter íntegro, franco y caballeroso. Se me asegura que V.E. expresó saber que mi viaje tenía un objetivo revolucionario, por lo que no dudo que sus informantes me han calumniado cruelmente. Es verdad que ha doce años, la independencia de Cuba era el más ferviente de mis votos y que por conseguirla habría sacrificado gustoso toda mi sangre. Pero las calamidades y miserias que estoy presenciando hace 8 años han modificado mucho mis opiniones, y vería como un crimen cualquier tentativa para trasladar a la feliz y opulenta Cuba los males que afligen al continente americano. Además si mi insignificancia no me protege contra tal sospecha, doy  desde luego mi palabra de honor de no mezclarme en asunto político mientras permanezca en Cuba, si se digna permitirme que vuelva a ella…De esta manera unirá V.E. en mi alma un sentimiento de gratitud personal al de estimación que han excitado en ella los beneficios de su administración íntegra y firme ha dispensado a mi patria” [pp. 24-25 del volumen II del “Centón Epistolario”, Domingo del Monte, edición de la Biblioteca de Clásicos Cubanos de la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz, de la Universidad de La Habana, La Habana, 2002]. ¡Triste final para el autor del “Himno del Desterrado”!
            Son impactantes las miserias humanas que se trasuntan en  el Diario de Carlos Manuel de Céspedes (“El Diario Perdido”, Eusebio Leal Spengler, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1992). En particular, los comentarios del Padre de la Patria con respecto al marqués de Santa Lucía, Salvador Cisneros Betancourt, quien le sucedió en la Presidencia de la República tras su destitución por la Cámara de Representantes. Así, en la anotación hecha el domingo 7 de diciembre de 1873 (p.1 del Diario y p.211 del libro) se lee: “Me han contado q. a los pocos días de haber recibido el Marqués la Presidencia de la Repª tenia una conversación obcena con Trujillo y otro mozalbete sobre la clase de mujeres q. preferia cada uno y despues de haber dado los otros su opinión dijo el Marqués: “Pue á mi me gustaban mucho la negla y mientla ma yedionda, mejor”. Que frase pª el primer Magistrado de una Nacion”. A pesar de todas las contrariedades, desconfianzas e ingratitudes, la lealtad de Céspedes a la legalidad de la República en Armas se mantuvo incólume: en la anotación del miércoles 10 de diciembre de 1873 dice: “Como Sanchez varias veces, al dirijirme la palabra, me ha tratado de Gral. y Presidente, le dije en presencia del Marqués, Romero y otros: “U. me da dos tratamientos de los cuales ninguno me corresponde” “Oh! No”: me contestó, “U. siempre será nuestro”…”Siempre”: le interrumpí, “seré un patriota”.-“Eso: se apresuró a decir, “nadie podrá negárselo” (p.4 del Diario  y p.214 del libro).  Apenas diez días después, en la entrada del domingo 21 de diciembre de 1873 (p.15 del Diario y p.225 del libro), Céspedes se queja de que “Todas las noches junto a su rancho y hasta tarde, tiene el Marqués un tango de negros q. mete un ruido infernal y dice y hace mil desvergüenzas. Sin duda con eso sacia sus gustos y aspira á hacerse popular, y aun tal vez se propone mortificarme; pr. q. mi rancho está cerca, me acuesto temprano y no gusto de esos escandalos y obcenidades. Yo desprecio esas bajezas; pº anoche duró tanto, y fué tan terrible el estruendo de golpes, cantos, risas é imprecaciones  q. me dio un leve dolor de cabeza y estuve desvelado. Le han regalado los aduladores al Marqués, sombrero, hamaca, tohalla, frazada, zapatos, etc. Casi todo esto me costaba a mi el dinero, ó me lo proporcionaba mi familia. Si recibia regalos, era preciso q. careciera de todo pª no corresponderlos con otros”. Y finalmente, con fecha del lunes 22 de diciembre de 1873 (p.18 del Diario y p. 228 del libro), Céspedes relata que “Parece q. en un periódico español se dice q. yo soy muerto y como le arguian de embustero, dijo Spotorno con su voz atiplada, aunque es un hombron de 6. pies: “Qué mas muerto lo quieren”. Dios te lo premie, maricon!” (sic)

El mayor general Vicente García González actualmente resulta, por un lado, justificado y hasta exaltado por un sector de la historiografía cubana pasada y presente, mientras que otro sector lo censura (desde dentro de la Isla, entre los primeros,  Eusebio Leal Spengler  y Victor M. Marrero; entre los segundos, Fernando Figueredo Socarrás, Armando Hart Dávalos y Raúl Roa García) [Vid. Marañón Rodríguez, J.L.: Presencia de Vicente García en el imaginario tunero, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, julio 2011, www.eumed.net/rev/cccss/13/]; (desde fuera de la Isla, entre los primeros, Enrique Ros, en la edición digital de LIBRE del 2 de septiembre de 2011, en un artículo hagiográfico en el que se le llama “el incomprendido mayor general cubano”, y el bisnieto de éste, Héctor R. García [vid. http://apic-alternativa.blogspot.com.es/2011/01/mayor-general-vicente-garcia-gonzalez.html]. La autora del presente trabajo presentado a concurso se decanta por sumarse al coro de quienes no pueden justificar la conducta del mayor general mambí en las Lagunas de Varona.
Por otra parte, Ramiro Guerra Sánchez, en la pormenorizada relación que hace del vergonzoso incidente sedicioso de las Lagunas de Varona, realizado como autor intelectual y material por el general tunero a partir del 30 de abril de 1875 y dirigido, con éxito, a la deposición –por la vía del pronunciamiento- del Presidente Salvador Cisneros Betancourt, no toma partido ni para convalidar ni para desaprobar la injustificable insubordinación de Vicente García, que se colocó fuera de la ley pero que se salió con la suya, infligiéndole el golpe de muerte a la poca autoridad que todavía podía irradiar la Presidencia de la República y la propia Cámara, que terminó cohonestando el ilegal procedimiento. Ramón Roa [p. 413, “Pluma y machete”, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1969] decididamente formula su desaprobación al afirmar que “Sobre el general García pesa la responsabilidad histórica de haber contribuido al fracaso de aquella heroica contienda por su conducta desigual, su espíritu regionalista y su apoyo a la indisciplina, cuyo primer foco encendió con su protesta en las lagunas de Varona”.
            Como recuerda Néstor Carbonell Rivero en su libro “Próceres” (1919), “llevada a  cabo la invasión de las Villas, las fuerzas españolas se reconcentran en aquella provincia con el fin de que cada paso que diera allí la revolución costara sangre…las fuerzas cubanas se sentían debilitadas por momentos, lo que hizo necesario acudir a Oriente y Camagüey en demanda de refuerzos…El Gobierno quería a toda costa mandar el auxilio que pedían los esforzados invasores. El Presidente en persona, Salvador Cisneros Betancourt, fue a visitar a Vicente García a las Tunas, deseoso de acallar recelos y conseguir su cooperación. Pero Vicente García, después de recibir muy fríamente a Salvador Cisneros, se retira a Las Lagunas de Varona, sitio donde ya se encontraban reunidas las tropas de Holguín, Bayamo y Tunas, todas las cuales se negaban a pasar a las Villas. Este hecho…mereció entonces la desaprobación del Gobierno y de casi todos los jefes…Hecho de tanta trascendencia trajo como secuela la dimisión de Salvador Cisneros, y otros acontecimientos”.
El general Máximo Gómez escribe en su Diario de Campaña el 25 de junio de 1875: “En fin, ha concluido este asunto. Compadezco al general García y compadezco la suerte de Cuba –sus hijos la pueden perder-. No sé qué diga de la conducta del general V. García, creo que se ha dejado dominar de resentimientos particulares con Cisneros; puede que este paso marchite sus laureles hasta ahora puros., pues como la política con su venenoso hábito todo lo infecta y corrompe. ¿Quién sabe?” [p.90, tomo I, “Antonio Maceo, Apuntes para una Historia de su vida”, José Luciano Franco, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1975]. El brigadier Maceo quedó, a partir de abril, al mando en propiedad de la 1ª División (Cuba) e interinamente a cargo de la jefatura del Ejército de Oriente, mientras que Vicente García era nombrado para el mando del Ejército de Camagüey y se hacía cargo, en comisión, de la jefatura del Ejército de Oriente.
No cabe duda de que Antonio Maceo guardaba el mayor respeto y consideración por José Martí. Pero de ahí a tenerle aprecio, iba un largo trecho. Recordemos el diálogo mantenido en octubre de 1895 entre el Titán de Bronce y Enrique Loynaz del Castillo, en el campamento de Canasta, a orillas del Cauto. Dice Loynaz [pp.214-215, “Memorias de la Guerra”, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1989] que “A la hora de la cena, me convidó –primera y única vez- el general Maceo. De sobremesa, a la luz de una vela de cera, con todo el Estado Mayor alrededor de nosotros, recordábamos el General y yo, nuestra vida de Costa Rica, la expedición de Fernandina y las pavorosas marchas de los expedicionarios de Maceo luego de desembarcar en Duaba. Como era natural, hablamos de Martí; porque mi mente saturada estaba de las emociones sentidas en la visita al campo de Dos Ríos, expresé mi angustia por la suerte futura de la República, privada de su artífice, sabio, austero y glorioso. El General me interrumpió:Sí, es verdad que Martí era un gran abogado...” Sorprendido, interrumpí a mi vez a Maceo: “No, General, no un gran abogado. Martí es el primer estadista de América: es la cumbre del patriotismo y la posteridad ha de venerarlo como el libertador de la Patria; porque sin él, General, ni usted, ni Gómez, ni nadie hubiera podido reanudar la guerra, abandonada en el fracaso de 1885; porque sin dinero, sin respaldo de crédito entre las emigraciones, decepcionadas, ninguna expedición trascendente podría haberse intentado, y cualquier chispaso temerario, como el de Purneo o las Cruces, habríase extinguido en la apatía del país. Martí galvanizó al pueblo cubano, puso a trabajar para la Revolución los talleres del exilio, unió –corazón a corazón- a todos los desunidos: a usted con Máximo Gómez, a usted con Flor Crombet y con Serafín Sánchez: él levantó los corazones y echó a andar la Revolución”.
“Era el general Maceo hombre tan comedido y sereno, que oyó hasta el final, sin interrumpirlas, estas justas observaciones. Cuando las terminé, púsose de pie y dijo: Bueno, señores, ya es tarde: se ha tocado silencio y vamos a descansar.” Después en el camino a nuestro rancho,  me decía el colombiano, teniente coronel Gustavo Ortega: “Mi amigo, ¿qué usted no es psicólogo? ¿que no veía usted la cara del General Maceo mientras hacía usted la apología de Martí? Mi amigo, esta noche ha jugado usted a esa carta su carrera militar y la ha perdido.” (En honor de Maceo, hay que decir que Loynaz ostentaba el grado de Comandante en el momento de esa conversación con el Titán de Bronce, y que continuó ascendiendo por méritos de guerra en el escalafón militar, acabando la contienda con las estrellas de general de Brigada en la charretera).
En definitiva, la Independencia se logró no gracias al apoyo activo y eficaz de la mayoría del pueblo cubano, sino merced a los sacrificios de una minoría, y a pesar de la indiferencia de la gran masa de la población, que se mantuvo al margen y a la expectativa, y de los actos de indisciplina y afán de protagonismo que minaron la Guerra de 1868-1878. Tampoco es probable que el Ejército Libertador llegase a contar alguna vez, entre 1895 y 1898, con cincuenta mil combatientes efectivos (ni tampoco que existiera la posibilidad real de pertrechar a un contingente de esa dimensión, sobre todo a partir de la aplicación por Weyler de la táctica de despoblamiento –verdadero aniquilamiento de la población civil- que entrañó la Reconcentración).

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