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lunes, 1 de junio de 2015

Diario de Sudáfrica XXXIX



Mireya Robles

Febrero 1, 1991. Durban – Hace meses, en la esquina casi curva de Lamont y Sir Duncan, había un topo, desorientado por la textura del material que pisaban sus pies y que nada tenía que ver con su mundo: asfalto, cemento, en todo caso, algo que, literalmente, le resultaba impenetrable. Corría el pobre de un lado a otro del espacio limitado y volvía otra vez al punto de partida. Para agravar las cosas, vino una bandada de Indian Minahs, a atacarlo. Los Indian Minahs son pájaros de pico amarillo, cuerpo de plumas color tabaco oscuro y negras, con un borde blanco. Se encuentran en cada pedazo de Durban, siempre intranquilos y graznando. Al ver al topo, que buscaba desesperadamente un espacio de tierra, volaron en picada y empezaron a empujarlo, abalanzándose bruscamente contra él, haciéndolo saltar en el aire. Yo me debatía entre el impulso de salvar al topo y la perspectiva de ser atacada por los Minahs. El paso de un carro me salvó del dilema: cuando se aproximó el ruido del motor, los Minahs se elevaron al unísono, desapareciendo. El carro pasó sin que ninguna de sus ruedas atrapara al topo, que se vio de nuevo en la encrucijada de asfalto, buscando un pedazo de tierra donde meterse. Su soledad duró poco. Los Minahs volvieron, volando en picada, amenazantes. Otra vez vi al topo tirado en el aire, al aire. Lo vi aterrizar y rodar en el asfalto, empujado por los picos amarillos, como un cilindro. Decidí acercarme, decidí meterme en la escena. Los Minahs volaron, desapareciéndose otra vez. Traté como pude de orientar al topo hacia un terreno que estaba como a dos metros de distancia. No lo logré. Al verse solo, el topo corrió hacia la cuneta opuesta donde había un reguero de hojas secas que se habían caído de los árboles cercanos. El pobre se metía entre las hojas, buscando tierra donde hacer su túnel. Me daba pena el ímpetu de su intento porque yo sabía que debajo de las hojas sólo había cemento, la cuneta de cemento. En eso pasó un zulu vestido en su mameluco azul de obrero, llevando en la mano una penca de mata de plátano. Nos unimos en la tarea de orientar al topo con la hoja de plátano, hacia la cuneta de la acera opuesta, pegada a un campo de deportes, de piso de tierra. Lográbamos montar al topo en la penca, pero antes de subirlo a la acera, se nos volvía a escapar. Se nos acercó entonces otro zulu, también en su mameluco azul. Habló en zulu y se rió con benevolencia. No entendí sus palabras pero creo que le hizo gracia el hecho de que ni el otro zulu ni yo nos habíamos atrevido a agarrar al topo con las manos porque… ¿y si los topos muerden? El zulu recién llegado apartó la penca de plátano y agarró al topo con una mano, con una facilidad increíble, y lo puso sobre la tierra del campo de deportes. En una fracción de segundo, el topo desapareció, cavando túneles subterráneos. 


Son las 2:30 de la tarde de este viernes y estoy en un mitin en la Universidad de Natal, entre bocas que discuten la posibilidad de formar un solo departamento uniendo todos los pequeños departamentos que cada vez se achican más, porque los alumnos escogen lo práctico y lo que les permitirá ganarse la vida: computadoras, negocios, etc. Atrás nos vamos quedando: español, francés, alemán, hebreo, estudios judaicos, los clásicos. Comprendo la importancia de las infinitas e interminables reuniones---cuestión de sobrevivir---, de que se encuentre la forma de poder seguir pagando la renta, de poder seguir comprando comida y que esto sea sólo cuestión de ir al OK Bazar, a Checkers, a Pick and Pay, a cualquier mercado y escoger y poder pagar. Pero a pesar de esa importancia, me aplastan estas reuniones y cuando las bocas pasan horas proponiendo narratologías, metodologías, teorías literarias, teorías de todas clases y de todos los colores, me pongo como el topo, con un ímpetu desesperado buscando un parche de tierra para hacer un túnel.


Noche - Hoy habló el Presidente De Klerk en el Parlamento para anunciar la abolición del Group Areas Act y Lands Act. La primera prohibía que las áreas habitacionales estén integradas. Cada color con su grupo: blancos, indios, negros, mulatos. Mediante la otra ley, se excluía a los negros de poseer tierras. Cuando De Klerk anunció este cambio, los del Partido Conservador allí presentes, se levantaron indignados y se fueron. Los del partido Conservador, encabezados por Andries Treurnicht, son, en su mayoría, afrikaners y opuestos rabiosamente a todo cambio social. 

Diciembre 27, 1992, domingo. El martes 22 murió Julia Papaphilippou de cáncer en el hígado. Fue la primera persona que conocí en Sudáfrica cuando me fue a recoger al aeropuerto. Es una pérdida que se hace sentir profundamente. Hace unos meses la operaron de cáncer en un seno y después le dieron quimioterapia para erradicar toda posibilidad de reproducción. Su actitud en esa ocasión fue increíble: una semana después de la operación ya estaba trabajando y entusiasmada como siempre con su inseparable Platero y yo. Siempre hubo en ella una cordialidad agradable y un tono de ligereza que velaba quizás niveles más profundos que nunca llegamos a conocer. De ella, supe de su pasión por los caballos, por sus caballos, sus establos y esa finca a la que soñaba dedicarle algún día todo su tiempo. Estudió y vivió en México y trajo de allá un amor por todo lo mexicano. Estableció la tradición de dos fiestas mexicanas que cada año preparaba ella en su totalidad y que se celebraban en el Departamento de Español con una comida fastuosa a base de tortillas, frijoles refritos, carne en picadillo, pollo deshilachado, jalapeños, tequila, refrescos, vino, dulces, música latina y el entusiasmo, a la vez contagioso y lejano, de Julia. Por lo menos una semana antes de la fiesta, ya aparecían los carteles en el Departamento, invitándonos a todos a pasar unas horas de alegría. En su puerta siempre ponía un enorme avestruz de cartón con un mensaje que le salía del pico: “Vamos a gozar y a comer en la fiesta”. La última fiesta fue el 30 de octubre. La semana anterior a la fiesta ella no se apareció por la Universidad y aunque me extrañó no verla, pensé que estaría ocupada en los preparativos. La eché de menos porque, casi siempre que yo estaba en la Universidad, iba a su oficina a conversar unos minutos con ella. El último día que la fui a visitar tenía la cara como bronceada del sol pero con unas vetas amarillentas. Ese día la noté preocupada y le pregunté si se había tostado del sol y si se sentía bien. Me dijo que no había tomado el sol y que estaba bien, aunque se sentía cansada. Eso fue como el 20 de octubre y en ese momento no me pasó por la mente que ésa sería la última vez que la iba a ver. Un par de días antes de la fiesta del 30 de octubre, supe que le iban a hacer una biopsia del hígado. La biopsia reveló que tenía cáncer. El 30 de octubre la fiesta tuvo lugar sin ella. Preparó la comida y lo preparó todo como siempre.




Se llenó la sala con profesores de otros departamentos y del nuestro, y los alumnos acostumbrados a aprender español con alegría. Julia era una excelente maestra. Muchos de la fiesta ignoraban que mientras festejábamos allí, Julia había ido al hospital para que le hicieran una punción en el vientre que había acumulado más de dos litros de líquidos y toxinas. Yo sólo me quedé allí un par de minutos. Se me hacía demasiado penosa esta pérdida que sabía inminente. Un día antes de su muerte aún estaba la cartulina recortada con la figura del avestruz, allí, en su puerta, invitándonos a todos: Vamos a comer y a gozar en la fiesta. 


Judy E. Anderson, nuestra Julia, nació en California. Contaba a veces, que se crió en contacto con el ambiente de Hollywood porque su padre era uno de los músicos de las orquestas que proveían la música de fondo de las películas. Apenas supe nada más de ella. Ha dejado un eco de Platero y yo, de la fiesta mexicana, un recuerdo de ojos de asombro, como los de Lucille Ball y esa amabilidad suya que se impregnaba en los pasillos para hacerlos menos sombríos.


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