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miércoles, 15 de julio de 2015

PAISAJE, ARTE Y ORACIÓN EN EL PAULAR < NO VINE HASTA AQUÍ EN BUSCA DE PRISIÓN, VINE EN BUSCA DE PAZ Y REFLEXIÓN >

Tomado de: Asociacion Caliope

Un mordiente zumbido acabó hiriendo mi subconsciente y, sobresaltado, desperté. Extendí el brazo y, a tientas, palpé el reloj-despertador que al acostarme había dejado sobre una silla, junto a la cabecera de mi cama, y lo paré.

Encendí la luz de la habitación. Era sencilla: cama individual, armario ropero, pequeña mesa-escritorio con lamparita de flexo, un sillón, un lavabo con un solo grifo de agua gélida, un espejo y una silla, la misma que yo utilizara como mesita de noche.

Procedente de Arroyomolinos, había llegado en algo más de una hora la tarde anterior, después de recorrer los 100 kms. que, aproximadamente, separan nuestro pueblo del de Rascafría. Y a tan sólo kilómetro y medio en dirección Navacerrada, aparqué el coche junto a la puerta de da acceso al Monasterio del Paular.

Esperaba mi llegada Fray Mateo, el hospedero, un sacerdote vasco-francés de 78 años, de aspecto bonachón y muy parlanchín. Con él cumplimenté las formalidades de rigor para instalarme como huésped de la Hospedería, dejando abonado por adelantado –como es costumbre- el importe total de mis días de estancia, a razón de 2.000 Pts/día, por pensión completa (12 € ).

Acto seguido, me facilitó las normas y horarios a cumplir durante mi hospedaje, así como las llaves de mi habitación y de la puerta principal del convento, la cual siempre permanece cerrada, salvo en las horas de visita turística al Monasterio.

Las visitas se realizan en grupos, acompañados de uno de los monjes, generalmente por el Hermano Eulogio, un simpático cordobés, aquí recluido desde hace 40 años. El Hermano Miguel, un joven diácono valenciano, está el frente de la pequeña tienda de recuerdos y regalos que está situada en la parte izquierda del atrio.

Las once habitaciones, sólo para hombres, que ofrece la Hospedería y que se distribuyen por un largo pasillo, con acceso al claustro, no están numeradas. Se distinguen por nombres de apóstoles, visiblemente rotulados sobre unos cuadros de cristal traslúcido que hay en la parte superior de cada puerta.

Fray Mateo me había asignado la de Sant-Yago, es decir, Santiago.

Como soy algo tardo en lo del aseo personal, y desconociendo el número de huéspedes alojados, que habían de utilizar los servicios comunes por la mañana, no es de extrañar que hubiese decidido levantarme a una hora tan temprana como la de las 5:30. Además, no quería perderme Maitines, a las 6:30 h., al menos el primer día.

A Maitines siguen: Laudes, a las 7:45; el desayuno, a las 9:00; Sexta, a las 13:55; la comida, a las 14:05 (siempre acompañada de lecturas sobre vidas de santos, o música clásica grabada en CD); Vísperas y Misa Conventual, a las 20:30; cena, a las 21:45 y, para terminar el día, Completas, a las 22:00 h.

No se exige al huésped que participe, ni siquiera parcialmente, en las distintas partes del Oficio Divino. Lo que sí se le exige es, hacer su cama y limpiar la habitación, cosa que yo hice después de Laudes y el desayuno.

También son normas de obligado cumplimiento:

- Una estancia mínima de 3 días y máxima de 10.

- Recogerse en las habitaciones a las 22:30, hasta el día siguiente.

- Evitar ruidos que alteren el silencio conventual.

- No hablar en el pasillo de la Hospedería, o hacerlo en voz baja.

- No hablar con los monjes, salvo lo estrictamente necesario, o con autorización del Padre Prior, un amable burgalés.

- No está permitido introducir en el Monasterio o en la Hospedería a otras personas.

- Durante las comidas y cenas en el Refectorio, todos permanecerán callados.

- Hay que guardar silencio y abstenerse de fumar en los trayectos entre el Claustro y el Refectorio.

Tanto da que los huéspedes vengan a cuidar de su alma o de su cuerpo. A lo primero, y si así se les requiere, ayudan los monjes; a lo segundo, pueden contribuir apacibles paseos por el lugar y su entorno: La Morcuera, Cotos y otros muchos senderos.

Confieso que, alojarme en el Monasterio del El Paular, y compartir unos días de

vida monacal con sus monjes, está siendo una experiencia inolvidable para mí. Confieso también que no ha sido fruto de la casualidad lo que me ha conducido hasta aquí. Excitado mi interés por las maravillas contadas sobre las cumbres nevadas, los hondos pinares y lo que fue en otro tiempo Cartuja, motivaron mi curiosidad. Pensé que, quizá podría conseguir en mí esas emociones que, el paisaje, el arte y la historia, hacen mella en tantos otros a los que se les define como buscadores de belleza.

Mucho se ha escrito sobre el valle y La Cartuja. El Paular, está situado en un incomparable marco natural, bellísimo paraje en la cabecera del Valle del Lozoya, a 1.160 m. de altitud, y rodeado por las más encumbradas cimas de la Sierra de Guadarrama que circunda el horizonte: Peñalara, El Reventón y el Risco de Los Claveles.

Las aguas que bajan de la Laguna de Peñalara por la angostura de El Paular, se unen en el punto en el que el río Lozoya empieza a serlo con caudal de frescura, corriente presurosa, y fría transparencia. Como si se despeñaran, varios riachuelos bajan por los montes y rodean la casa monástica. Y, unos berruecos, diseminados por la pradera; los escasos álamos blancos que quedan de la magnífica espesura de antaño; los fresnos, chopos y las nieves que cubren las cumbres, dejan aterido al Monasterio bajo la visión de los esqueletos de los árboles y los fantasmas de los pinos, en el frío invierno.

Todo ello compone ese cuadro natural y de espléndida belleza que es El Paular.

El Paular alberga, en lo que fue el recinto de La Cartuja, dos entidades bien diferenciadas:

A) El Hotel ‘Santa María del Paular’, con patios y jardines, ocupa hoy lo que fue pabellón de caza de los Trastamara. Paredes y árboles centenarios que han sido testigos mudos de importantes decisiones y acuerdos socio-económicos, y reformas legislativas de nuestra reciente historia. Actualmente, el hotel pertenece a la conocida cadena internacional hotelera ITT-Sheraton.

B) El Monasterio, cuyo origen de fundación, como primera cartuja castellana, se atribuye a una promesa hecha por Enrique II de Trastamara, en reparación por el saqueo e incendio que realizaron sus tropas a una cartuja francesa durante sus correrías bélicas.

Pero fue su nieto, Juan II de Castilla, quien en cumplimiento de aquella promesa, funda esta cartuja el 29 de agosto de 1390, y en ella vivieron los primeros monjes cartujos establecidos en Castilla, hasta 1835.

Un decreto gubernamental deja sin su casa de oración a esta orden contemplativa y el edificio queda vacío y abandonado.

Los cuadros de Carducho del claustro pasaron a distintos museos; la sillería de la iglesia se encuentra en San Francisco El Grande (Madrid); y La Cartuja terminó siendo durante mucho tiempo un gran almacén de maderas.

Pero también ha sido cobijo e inspiración de relevantes personajes. Por El Paular han pasado, desde Enrique de Trastamara a Juan II, el Arcipreste de Hita, Doña Juana de Castilla, el Marqués de Santillana, Jovellanos, Enrique de Mesa, Rubén Darío y Pío Baroja, entre otros muchos.

Aquí se firmó el Acuerdo de Paz entre los Reinos de Castilla y León; y también aquí se fabricó el papel en el que D. Miguel de Cervantes escribió su inmortal ‘Don Quijote de la Mancha’

Pero el regreso a la vida del Monasterio, sólo tiene lugar en 1954. Monjes de la Orden de San Benito, procedentes de la Abadía de Ntra. Sra. de Valvanera, en La Rioja, lo toman en usufructo, quedando como propiedad del Estado.

Desde el 20 de marzo de ese año, vive en el Monasterio del Paular una comunidad de monjes benedictinos, compuesta actualmente por 13 miembros, dedicados al trabajo y la oración. Son 5 sacerdotes y 8 hermanos, de edades comprendidas entre los 23 años del más joven y los 91 del más anciano y organista. Todos ellos orgullosos de su Monasterio, al que la Dirección General del Patrimonio Histórico-Artístico y la CAM, tienen concedido un Plan Director de Restauración Integral, a desarrollar en el transcurso de los próximos 10 años.

Las antiguas dependencias del convento, donde el silencio se siente y casi se palpa, invitan al admirado visitante al recogimiento y la reflexión.

No puedo entrar en la difícil tarea que supone describir la belleza del conjunto arquitectónico y los muchos detalles artísticos que encierra, porque mis escasos conocimientos en la materia desmerecerían de la realidad que mis ojos disfrutan:

- El paraje del mínimo consuelo.

- El Atrio.

- El Claustro, su Templete y su jardín-cementerio

- El Claustrillo dieciochesco

- El Refectorio

- La antigua Sala Capitular, hoy capilla barroca

- El Retablo Mayor, pieza excepcional del gótico tardío del siglo XV, labrado en alabastro.

- La espléndida reja, en la que unas figuras diabólicas parecen advertir al visitante que a los malos espíritus se les expulsa del sagrado.

- El Transparente, de deslumbrante atmósfera barroca y rococó, que mezcla exceso de rojo con imágenes y columnas, en un abigarramiento que puede ser atroz para los acostumbrados a la sobriedad, pero que es un verdadero reto a las apariencias suntuosas.

En fin, son tantos los detalles que merecen ser admirados que es imposible para mí describirlos como ellos y tú merecéis; mejor ven a verlos.

Estoy convencido de que disfrutarás como yo, y tendrás ocasión de serenar el alma con la contemplación de esta belleza, tan próxima a Madrid y quizá tan ignorada por muchos.

El Paular, 10 de febrero de 1998

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