Tantos años de lucha, ahora que por fin tiene unas yuntitas de bueyes, unos
cañutos de caña, cuatro matas de plátanos, unas yucas que nacen salvajes,
unos árboles de mangos y allá, a la orilla del río Yumurí,
“Nosotros entendemos que esta ley inicia un etapa enteramente nueva en
nuestra vida económica y un esplendoroso porvenir espera a la patria, si nos
dedicamos todos a trabajar”.
Esta primera ley, suscrita el 17 de mayo de 1959, fijaba el máximo de
propiedades rurales en 30 caballerías, o sea unas
El guajiro Jacinto, al escuchar la radio dando esta noticia, y comprender que
le arrebataban aquella finca donde habían nacido y enterrado a todos los
suyos, desde su abuelo Lázaro, que había sido un Mambí durante
“Si esto se cuenta, no se cree; pero ya lo dijo mi compadre:
- Después de esta revolución el cubano se está haciendo más hereje que
Barrabas”.
“Tantos años de lucha para ir tirando de la pobre vida, tanta sangre
derramada, para que venga un barbudo, tal vez salido del mismo infierno, a
decirnos que tenemos que entregarle el resto de nuestras fincas. De mi tierra
cubana donde hoy vive y come mi familia, regada con sudor y sangre por toda
mi familia desde hace tantos años, le zumba el mango.
Así, sin más ni menos. Como si fuéramos perros jíbaros, o quizás una jutía
que se le espanta del palo. Y en medio de esta fiesta de la naturaleza
inmortal estoy muy triste por mi finca, porque ella sabe que sus tierras se
me van entre mis dedos, sin quizás dejarme suficiente para que me entierren.
Esta tierra de la cual estoy tan agradecido. La que conozco como mis propias
manos, como la taza de café en las mañanas y como el Sol que sale cada día
alumbrando mis cosechas. Esa tierra, donde cada surco oyó latir el corazón de
mi madre, y ese camino polvoriento que te lleva derechito hasta donde hemos
enterrado a toda mi familia, allá al final, debajo de
De pronto, tocan a la puerta del bohío e interrumpen al guajiro de su
pensamiento. Y allí frente a su puerta está una pareja de barbudos que vienen
desde Matanzas, con unos papeles que tenía que firmar para entregar la
mayoría de su finca a la nueva Reforma Agraria.
“Jacinto Bofill, esta tierra ya no es suya. Ahora pertenece a la revolución”-
le dice uno de ellos.
“Esta tierra es mía. Yo la he trabajado como lo hicieron mis padres y también
mis abuelos. Me pertenece”.
“Le pertenece al pueblo”- le grita el otro miliciano.
Y bajo la luminosa tarde se repite en el eco de la finca el mandato de unos
cuantos términos legales-jurídicos.
Y Jacinto con toda la angustia y el dolor de todos sus antepasados, en un
ímpetu de desesperación como el que va a matar o morir, levantó sus manos
frenéticas hacia el cielo, lanzó un aullido al infinito como un perro jíbaro
y un coño bien gritado que estremeció la tierra para caer desplomado sobre
ella, entregándole su vida.
Y ahora que todos pueden visitar a Cuba, gracias a la administración del
Presidente Obama, no se olviden de pasar por “
“Acaba de entrar en su propia tierra el guajiro Jacinto. Quiera Dios que lo
dejen descansar definitivamente por los siglos de los siglos”.
Amén.
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