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viernes, 1 de enero de 2016

DONDE NACIÓ UNA PROTESTA


Por: Eduardo Robreño
Tomado de: La Jiribilla

Aquella madrugada acababan de sonar dos campanadas en el lujoso reloj del salón–consulta, en la residencia que habitaba el doctor Benigno Souza, en la calle de San Lázaro esquina a Manrique y la fuerte explosión sacudió ventanas y puertas de casi todas las casas en esa área del barrio de Monserrate.

El tranvía “confronta” (uno cada hora) de la línea Luyanó–Malecón, al cruzar las paralelas en ese lugar hubo de aplastar una cajetilla de cigarros (Competidora Gaditana) rellena de clorato y con un pequeño dispositivo.

El petardo que estallara de manera estrepitosa una noche del mes de junio del ya lejano año de 1930, puede decirse que iniciaba la lucha contra el régimen de terror del “asno con garras”, si bien la ciudadanía ya había dado pruebas de repudio a la dictadura machadista en actos aislados.

Desde este momento los esbirros de Machado le tuvieron “ojeriza” al lugar, llegando una noche la titulada “porra” a interrumpir en la lechería situada en una de sus esquinas, disparando sus armas de fuego en el inferior, con un balance de varios heridos.

Semanas después pasó por allí José Sergio Velásquez, y nos avisó a todos que a la mañana siguiente los estudiantes saldríamos a la calle de cualquier forma. Así ocurrió, dando lugar a los llamados sucesos del 30 de septiembre, que el propio Velásquez y nuestro canciller Raúl Roa, partícipes de los mismos, han descrito en páginas que deben conocer todos los cubanos.

En esas “tánganas” tomó parte activa aquel joven, fuerte de cuerpo y mente, que se llamó Pablo de la Torriente Brau. Fue golpeado fuertemente en la cabeza por los toletes policíacos y fuimos a visitarle días después a su recién instalado nido de amor (acababa de casarse), situado precisamente en el primer piso del edificio de cinco plantas que está en la calle de San Lázaro, a pocos metros de esta esquina a la que nos estamos refiriendo.

Aún nos parece estarlo oyendo relatar con su natural gracejo, los principales incidentes de aquel acto de protesta: Pepelín Leyva tratando de voltear a un policía con cabalgadura y todo, la “alpargata” que echaron más de un “patriota” por la calle de Infanta y el cuerpo a cuerpo trágico entre el estudiante Rafael Trejo y el policía Robaina, recogido en un flash impresionante de todos conocidos.

Anteriormente a estos sucesos el lugar era ya muy conocido por encontrarse allí el primer edificio de diez plantas que hubo de fabricarse, ya que constituía la segunda altura de la ciudad, superado únicamente por la cúpula de la iglesia de los jesuitas, en la calle Reina.

Frente a este mastodonte de acero y cemento, conocido como edificio “Carrera Jústiz”, estaba la lechería a la cual ya hice referencia, sitio de reunión de estudiantes y conspiradores contra el régimen machadista.

Años más tarde fue vendida a varios hermanos, encargándole la administración de la misma al menor de ellos para quitarle de la cabeza la idea obsesionante de ellos para quitarle de la cabeza la idea obsesionante de emprender el camino del arte. Nada pudieron conseguir. Un buen día vendió su parte y comenzó su artística, con la que ha alcanzado gloria y popularidad. Nos referimos al polifacético Adalberto Delgado:… ¡Mira!...

Pasadas las cuatro de la tarde desembocaba por la calle de Manrique para doblar por la de San Lázaro, un negro alto y fuerte, que si mal no recuerdo se llamaba Faustino, empujando trabajosamente una carretilla, en donde se podían contemplar las más variadas frutas del país y de muy cuidadosamente colocada en frutas del país y que muy cuidadosamente colocaba en ella, sin faltar las guirnaldas y algunas que otras flores en los costados de la misma.

Pero si llamaba la atención la belleza de las frutas escogidas, mucho más deleitaba su pregón, quejumbroso y melódico, de originalidad tal, que en él se evocaba toda la mercancía que en la carretilla llevaba:

Coloradas las manzanas
unas verdes, blancas y moradas,
a real y medio la libra,
barratas tan peras de agua.
También traigo marañones,
de China llevó naranjas.


Ratón fue también figura de popularidad en esa esquina. Era el sereno de la cuadra y debía su mote a lucir un copioso bigote negro, que daba la sensación de un roedor pegado sobre su labio superior. Español de nacimiento, había pertenecido al otrora famoso Orden Público de la colonia y todas las noches se le veía con su pito de auxilio y su revólver vizcaíno, recorrer el lugar. Cuando la madrugada del 4 de septiembre los muchachos lo desarmaron, lloró amargamente y al dársele una nueva arma de fuego, un Colt sin estrenar, solo atinó a decir: “Quiero mi vieja fulmina, pues estas cosas de los mericanosnunca me han gustado.”

Hoy día la esquina, con sus edificios aquí narrados, permanece igual (exceptuando la lechería), lo que hemos podido comprobar al realizar la visita de inspección que siempre hacemos antes de reseñar estas crónicas.

Hasta un viejo vecino de aquellos tiempos, cuyo nombre nunca supimos, lo vi estacionado en ella, como antaño, imperturbable ante todo. Estatua viviente que nos hizo recordar la gustada canción de Olga Navarro:
¡Estoy aquí de pie…!

Tomado de Cualquier tiempo pasado fue... Editorial Letras Cubanas, 1978.

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