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martes, 1 de marzo de 2016

EL ESPÍRITU RUSO EN LA LITERATURA Y EN LA MÚSICA (Entre la realidad oficialista y la ensoñación tolerada)

el compositor ruso Sr. Aleksandr Skriabin (de fines del siglo XIX y comienzos del XX), junto a su esposa
Roberto Soto Santana, Miembro de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)

            Echemos mano del Diccionario de la Real Academia y veremos que el sustantivo “estereotipo” está definido como la imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable.  Por otra parte, “tópico” está definido como un lugar común convertido en fórmula o cliché fijo y admitido en esquemas conceptuales del que se han servido en particular los escritores. Con los significados de ambos vocablos a la vista, no hay inconveniente en postular que se corresponde con la realidad el tópico de que el carácter del pueblo ruso -desde sus orígenes esteparios en la región nororiental de la Europa central, a partir del segundo milenio antes de Cristo, hasta el día de hoy- presenta como elementos conformadores su sentido melancólico de la vida y la vocación trágica de su comportamiento ante los avatares que colectivamente se ve abocado a enfrentar.
            Como ha escrito el académico checo Ivo Pospišil, “el rasgo típico de la literatura rusa es “ahogarse en la corriente de la Historia”, el esfuerzo de de que la historia fluya, sin intervenir con gestos demoniacos en los procesos cósmicos. Esto, por supuesto, no significa en lo absoluto que la literatura rusa en general y la novela rusa en particular no quisieran realizar sus funciones demoniacas –el mesianismo y el utopismo rusos son sobradamente conocidos-. El origen de este rasgo se remonta –como se cree generalmente- a un conjunto de enseñanzas orientales, muy probablemente al gnosticismo y las tradiciones de la cultura bizantina…[existen muchos ejemplos] de estos fenómenos en los trabajos de varios autores rusos y no rusos frecuentemente asociados con la excentricidad, la rareza y la locura, así Ivan Goncharov, Nikolai Gogol, Nikolai. Chernishevski, Faddey Bulgarin, León Tolstoi, Anton Chekhov, Karel Čapek, Vladimir Nabokov y otros” (entre todos estos, el único no ruso incluido en esta relación era el checo Capek).
El realismo social de los novelistas rusos de la segunda mitad del siglo XIX dio paso con una abrupta solución de continuidad –a través de la espantosa represión de los intelectuales críticos que practicó el régimen soviético desde su implantación en 1917- a un sedicente y fementido ‘realismo socialista’ como único estilo permitido para las obras de ficción, segando literalmente las cabezas de los escritores que abrazaban el surrealismo. La víctima más notable de esta corriente cortada en flor fue el escritor Daniíl Ivánovich Kharms (1905-1942), muerto de inanición en la prisión de Leningrado número 1 tras haber sido llevado allí en agosto de 1941 a causa de su imputada naturaleza de “enemigo del régimen soviético”.
Otra muestra de ese carácter nacional, aunque en un campo distinto del espíritu ruso, lo corporeizó la obra musical de Aleksandr Skriabin (1872-1916). Dotado de sinestesia (la rara capacidad de percibir conjuntamente clases de sensaciones de diferentes sentidos en un mismo acto perceptivo), podía oír música y a la vez percibir sus notas, y los tonos de éstas, como colores. Incluso inventó un instrumento que podía ser tocado como un piano a fin de proyectar luz coloreada en la sala de conciertos.
Continuamente en pos de experiencias místicas, participó en experimentos aeronáuticos y hasta intentó en una ocasión caminar sobre el agua. Impresionado por las enseñanzas de la teosofista Helena Blavatsky –asimismo rusa-, sus partituras se volvieron cada más arcanas: su Séptima Sonata (la “Misa Blanca”) fue escrita para exorcizar demonios, mientras que su Novena Sonata (la “Misa Negra”) estaba diseñada para hacerlos regresar al Infierno viviente. Su obra final (“Misterio”), que quedó inconclusa, se debería ejecutar a los pies de la cordillera del Himalaya, a lo largo de siete días consecutivos. Los espectadores serían llamados con el tañido de campanas suspendidas de las nubes, y unas fragancias apropiadas permearían el aire; al final de la obra, el mundo se disolvería en un embeleso, y la humanidad sería reemplazada por seres “mejores y más nobles”. Falleció de una septicemia causada por una espinilla infectada.
            Con la misma intención irónica con la que lo redactó el cineasta Woody Allen en el guión de su película de 1975, “Amor y Muerte”, no resulta descaminado citar la descripción del espíritu ruso que expone el protagonista de la cinta, el anti-héroe Boris Grushenko, con las siguientes palabras: “Amar es sufrir. A fin de evitar el sufrimiento, uno debe no amar, pero entonces uno sufre a causa de no amar. Por lo tanto, amar es sufrir, no amar es sufrir, sufrir es sufrir. Ser feliz es amar, entonces ser feliz es sufrir, pero sufrir lo hace a uno infeliz, entonces para ser infeliz uno debe amar o amar el sufrir o sufrir a causa de demasiada felicidad.”
            Como quedó dicho con la máxima fuerza sinóptica por el Maestro Vladimir Fedoseiev, Director durante 40 años de la Orquesta Sinfónica Tchaikovski, de Moscú, en entrevista con John Allison, publicada el 21 de febrero de 2014 en el diario londinense The Telegraph, “los rusos, como los británicos, son pomposos y melancólicos”.


           



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