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jueves, 15 de septiembre de 2016

El primer automóvil en La Habana

Foto tomado de: La Nueva Replica
Josefina Ortega • La Habana

Negocios son negocios…

Muy bien pudo ser esta frase la que pronunció José Muñoz mientras se acariciaba el bigote, cuando decidió traer a Cuba en diciembre de 1898 el primer automóvil.

Tal vez pudiera creerse que lo suyo fue esnobismo o petulancia de nuevo rico, pero nada más lejos de la verdad.

El hombre había pasado los años de la guerra de independencia en París, donde pudo conocer de primera mano el esplendor que el nuevo medio de locomoción iba conquistando en el mundo, y no lo pensó dos veces que a su regreso a la Isla, en los días de la primera intervención, pudiera sacarle un buen filón a la venta de “aquel vehículo que no llevaba caballos y era capaz de propulsarse por sí solo”.

La crónica social se haría eco de tal suceso desde los primeros días, toda vez que el automóvil era considerado entonces un objeto de lujo y distinción, y no una necesidad, como lo es ahora.

A Enrique Fontanills, el más mimado de los cronistas sociales de la época, no podía pasarle inadvertido hecho tan excepcional que por otra parte, mostraba una nueva forma de ostentación, y a la que él, sin embargo, no dejaría de prodigarle un matiz de choteo criollo:

"Cuando hace tres años el señor José Muñoz se le ocurrió la peregrina idea de lucir su original automóvil por las calles de La Habana, la gente no salía de su asombro.

¿Se acuerdan ustedes? Era un carnaval, y muchos creían que se trataba de una broma:

—Diga usted, caballero —oíamos preguntar en el Prado—, ¿será verdad que camina solo?

—Quite usted, señora… ¡No ve que lleva dentro un gallego que lo va empujando…!" 

Con un explosivo taf-taf 

Es de suponer el pasmo y la curiosidad que despertó en La Habana de fines de 1898 el primer artefacto móvil desde su primera andanza desde los muelles, “con su crujir de herrajes mal ensamblados y el explosivo taf-tafque habrá de acompañarlo durante muchos años de su historia”, como dice Francisco M. Mota en su libro Por primera vez en Cuba.

Aquel vehículo hacía apenas unos 12 kilómetros por hora y costaba poco más de seis mil francos, equivalente a los mil pesos. Se trataba de una de las primeras marcas automovilísticas de la naciente industria francesa de ese sector.

La fábrica, nombrada La Parisiense, había entregado en exclusiva su representación en La Habana al susodicho Muñoz, quien

pensaba sacarle a ese convenio una buena tajada.

Sin embargo, aquello solo floreció en su acalorada mente, pues en un censo realizado diez años después sobre los vehículos y marcas que transitaban por la capital cubana, se encontraron muy pocos carros de La Parisiense, la marca que él personificó.

Por cierto, hay una vieja foto que eterniza el acontecimiento: Muñoz, con su esposa a la derecha del volante, presumiendo de su deslumbrante adquisición, el primer automóvil que rodó por las calles habaneras, en medio de la sorpresa, la admiración y hasta las chanzas de la gente.

No habría que esperar mucho para que otro representante de la burguesía cubana, el boticario Ernesto Sarrá, se convirtiera en el segundo de los automovilistas que figurasen por La Habana.

Aquello ocurrió en junio de 1899.

En esta ocasión el vehículo fue comprado en una fábrica de Lyon, en Francia, un Rochet & Schneider, con una mayor potencia que el de Muñoz y a un costo de cuatro mil pesos.

Se decía que hacía una velocidad de hasta 30 kilómetros.

No obstante, este carro presentaba también sus dificultades. Llevaba el timón en la parte posterior, la transmisión era por correa, y calamitosamente cada seis o siete cuadras, esta solía salirse de sus rodamientos, por lo cual era preciso que el encopetado boticario se bajara y colocara en su sitio la dichosa correa.

Por su parte, el negociante Muñoz no se daba por vencido. Y al fin logra vender una especie de camioncito de La Parisiense, capaz de cargar media tonelada de peso —que entonces ya era mucho— a la empresa Guardia y Compañía para un negocio de cigarros.

El cuarto vehículo de la historia rodante en Cuba será comprado por el entonces editor de La Gaceta de La Habana, don Rafael Arazoza, a la Locomobile and Co. of America, que ya producía más de 50 al año y los vendía entre tres y cuatro mil dólares.

Por cierto, este es el primer auto norteamericano de los muchos que luego rodarían por la Isla. 

“Ponme la mano aquí, Macorina” 

En 1903 se realiza en La Habana la primera carrera de automóviles, cuyo vencedor fue el francés Dámaso Lainé, propietario del primer garaje en el país, situado en la calle Zulueta, y donde también se albergó lo que pudiéramos considerar la primera estación de servicios automovilísticos en el país.

Dos años más tarde, en 1905, el cubano Ernesto Carricaburu, bate en la capital de la Isla el récord mundial de velocidad, lo que acredita que ya no se circulaba tan lento sobre nuestras polvorosas carreteras.

En 1913 ya existían en el país más de un millar de autos, conducidos por hombres. 

La primera mujer que se sentó al volante causó un verdadero escándalo. Fue en 1917 cuando obtuvo su cartera dactilar María Calvo Nodarse, La Macorina, una dama de no muy buena reputación y a quien una suerte de estribillo de una pieza musical la catapultó a la fama: "Ponme la mano aquí, Macorina…”

Con el paso del tiempo se fue haciendo más habitual ver a una mujer conduciendo un vehículo. Dicen que Flor Loynaz del Castillo tuvo uno al que llegó a dedicarle poemas. En él recorrió las calles de La Habana el poeta español Federico García Lorca.

Y por ser utilizado en una acción contra la dictadura de Gerardo Machado, se cubrió de un singular misterio. Como era un carro muy conocido, la familia Loynaz del Castillo decidió ocultarlo entre las paredes de la mansión.

Sería curioso conocer hoy qué cánones tomaba en cuenta Ernesto Carricaburu cuando en 1905, en su condición de Presidente de la Comisión de Examen, otorgó los primeros títulos oficiales de choferes.

Y cómo se las componían aquellos para conducir cuando no existían semáforos ni señales del tránsito.

Por cierto, el primer semáforo se instaló en La Habana en 1930.

El primer accidente automovilístico ocurrió en 1906 cuando Luis Marx, chofer de un general de apellido Montalvo, llevaba de regreso de un almuerzo en la finca La Zorrilla a Tomás Estrada Palma, y en la intersección de Monte y Ángeles, atropelló al dependiente Justo Fernández, a quien le causó la muerte.

En 1907 comienza a prestar servicios en Cuba la primera “guagua” (ómnibus) de Güira de Melena a San Antonio de los Baños.

Atrás iban quedando los días de cuando llegó el primer automóvil a La Habana, en 1898, cuando algunos graciosos comentaban en son de guasa:

"¡Qué va a caminar solo este carro! ¿No ve que lleva debajo un gallego que lo va empujando…?"

2 comentarios:

  1. Me encanta este blog... espero las proximas entradas. Saludos desde Taos

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    1. Muchas gracias. Siempre en Pensamiento va encontra cosasr bellas, y no basura. Que tenga un buen dia.
      Leon

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