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sábado, 1 de octubre de 2016

El tema del exilio en la obra de Mireya Robles


Anna Diegel

“Siempre llevo mis raíces conmigo”, dijo Mireya Robles en una entrevista en la cual le pidieron que hablara de sus sentimientos hacia su país natal. Mireya salió de Cuba para los Estados Unidos en 1957, sola, a la edad de 23 años. En aquella época, todavía no había estallado la revolución cubana. Normalmente, el exilio se define como un destierro provocado por fuerzas fuera del control de un individuo. Pero Mireya Robles escogió dejar su país, no por presiones políticas (lo que probablemente hubiera sido el caso unos años después), sino por razones personales, pues se sentía encarcelada en un medio ambiente provincial y sofocante. Sin embargo, en su vida estadounidense, siempre consideró su dislocación de Cuba como un exilio. Al llegar a los Estados Unidos, Mireya Robles empezó a pintar y a escribir para expresar la desolación que sufría después de la separación de su país y de su pasado. “Creo”, dijo en la entrevista citada arriba, “que el cubano nunca se desprende de su tierra, no importa donde esté ni cuán amplia sea la separación temporal. Es una intimidad telúrica indestructible. Es el cordón umbilical conectado a nuestra tierra.” (8. Alfonso, p. 35). Cuando, hace varios años, en un ensayo crítico, quise describir la novela de Mireya Robles, Hagiografía de Narcisa la Bella, como “la historia de una familia pequeñoburguesa en la Cuba prerrevolucionaria, ella me corrigió vehementemente. Se trata, ella insistió, de la historia de una familia cubana en los años cuarenta. La revolución y la política, dijo, no tienen nada que ver con la emoción   que la llevó a escribir esta historia. Además, esta nostalgia no es estrictamente geográfica o relacionada a una época definida. En su escritura, Mireya Robles, sí, procura reconstituir sus memorias de la topografía de Cuba y describir exactamente la vida cubana diaria de su infancia y de su juventud. Pero a medida que uno penetra en la obra de Mireya Robles, se percibe que aquí se trata de un sentido del exilio más complejo, de un deseo sin objeto preciso, compuesto de pesar y de ternura al mismo tiempo. Es un sentimiento estrechamente relacionado con el ansia de amor. Este sentido de alienación y de soledad nos recuerda la saudade lusitana. En la pintura y la literatura de Mireya Robles, esta nostalgia es la fuente viva de su inspiración creadora.
Varias veces le pregunté a Mireya Robles, que adora viajar, porqué no había ido a Cuba para volver a ver los lugares donde había pasado su infancia y su juventud. “Temo”, ella dijo, “que si voy allá, pierda las imágenes de la Cuba de antes, que me acompañaron durante toda mi vida”. En Cuba, las experiencias personales de Mireya Robles no fueron siempre felices, y por esto dejó su país, voluntariamente, después de una desilusión sentimental. Su madre la siguió más tarde y Mireya Robles, finalmente, se estableció con éxito como profesora de universidad en los Estados Unidos. Sin embargo, la Cuba de los años treinta, cuarenta y cincuenta es el lugar donde Robles recibió su lengua y su forma de ver las cosas, y por esto ella siempre regresa a sus raíces en su escritura. Un exiliado europeo puede volver físicamente a su país y sumergirse de nuevo en los recuerdos de su juventud. Pero en Cuba, como en todos los países que sufrieron trastornos violentos, las transformaciones que ocurrieron son tan drásticas que ahora es difícil reconocer las huellas de la civilización anterior.
Al principio, Mireya Robles expresó aquella nostalgia por su pasado en la pintura, en la poesía y en la narración corta. Siempre había escrito poemas, pero después de su llegada a los Estados Unidos, empezó a pintar “febrilmente, desesperadamente, a veces por noches enteras, impulsada por una obsesión de salvar algo…”, como escribió más tarde (1. Robles, p.146). Su desolación estaba relacionada a su reciente fracaso sentimental, pero también, sentía la pérdida de un modo de vida familiar desaparecido para siempre. Los dos temas se confunden en las pinturas. Algunas muestran caras tristes o cuerpos de mujeres acurrucados en forma de feto, otras representan paisajes urbanos, de calles desiertas. A veces, el vacío que siente Mireya Robles se manifiesta en visiones como la del cuadro “Cavernas” (4. Robles, p. 25), donde estalagmitas y estalactitas se estiran unas en dirección de las otras, sin atingirse, y transmiten un sentido de ruptura entre dos mundos. A través de su vida, Mireya Robles publicó varias colecciones de poemas, y su poesía también refleja el dolor de la separación y de la pérdida del pasado. En uno de estos poemas, por ejemplo, la voz poética se describe como “desarraigada/ciudadana trashumante/de la piel del mundo” (5. Robles, p. 15). En otro poema, Robles alude a su infancia, en la que tenía una premonición de su condición dolorosa de exiliada: “Pidámosle silencio al miedo/Que no suene en el cordón de mis zapatos/cuando digo: niña, corre, el abecedario a cuestas/y en el plano inclinado se descarna tu muerte/en el dos tan frágil de la tarde/Jugabas a llorar tempranamente…” (6. Robles). Varios cuentos de Mireya Robles, también escritos después de su salida de Cuba, expresan la misma idea de exilio y de alienación, tal como “Frigorífico del Este” (7. Robles), en el que la protagonista se encuentra en un mundo desconocido y deshumanizado, donde los personajes parecen autómatas.
Mireya Robles es conocida en el mundo literario hispánico principalmente como novelista. Una mujer y otras cuatro, la primera novela que escribió en los Estados Unidos, aunque no se publicó hasta 2004, es una busca del tiempo perdido. La primera parte de la novela describe la vida de una mujer, un alter ego de la autora, desde su infancia hasta su salida de Cuba. El epígrafe del libro cita el pensamiento de otra escritora cubana, Maya Islas: “Las memorias nos definen. Este fluir de la vida que tuvimos y que ya no está como presencia, es lo que nos valida”. La narradora de Una mujer y otras cuatro cuenta su infancia con la voz de una niña que descubre el pequeño mundo de su aldea, Caimanera. Habla de su fascinación por unos vecinos chinos cuya lengua se apasiona en aprender, y el lector ríe de su interpretación ingenua de los chismes de la gente sobre los escándalos locales. Robles describe en detalle y con ternura, personajes, calles, casas y muebles, y habla sabrosamente de la comida y de la cocina de su país. Ya durante la infancia se manifiesta el sentimiento de destierro. La protagonista sufre el dolor del exilio cuando debe separarse de su madre para ir a estudiar en un colegio de Guantánamo, la ciudad vecina. Años más tarde, mujer ahora, ella decide mudarse para los Estados Unidos, y experimenta este dolor otra vez: en el avión que la lleva a Miami, tiene una visión que es una casi alucinación, en la que revive la muerte de su adorada abuela.
En la segunda novela de Mireya Robles, Hagiografía de Narcisa la Bella, el tema de la soledad y de la alienación se intensifica. Esta novela trata de una niña explotada por su familia. La protagonista, Narcisa, tiene ansia de un mundo más amplio y bello que en el que vive, a pesar de los esfuerzos que hace para adaptarse y para ser amada por su familia insensible y de miradas estrechas. Al final de la novela, el ansia de aceptación y de amor de Narcisa da lugar a una simbólica escena de canibalismo, en la que su familia la devora. Aquí también abundan los pormenores sobre la vida diaria en Cuba. Esta vez, se trata de Baracoa, y al final del libro, el lector tiene la impresión de conocer esta ciudad. Se describen exactamente las calles que recorre Narcisa, la heroína, para ir a la escuela, se retratan las casas, la gente que la niña encuentra, se cuentan las ceremonias de la iglesia católica y las fiestas de bautizo o de aniversario. A veces, los relatos adquieren un tono dulcemente irónico, como en la escena en la cual el hijo de la familia se ríe sotto voce de la hipocresía del cura que lo confiesa. En una de las descripciones, Mireya Robles dedica casi una página entera a la enumeración de los regalos recibidos por la niña Narcisa el día de su cumpleaños, regalos que incluyen objetos de aquella época y ahora ya desusados, como peines de plástico decorados con la figura de Betty Boop. En otro pasaje, Mireya Robles describe meticulosamente la arquitectura de un filtro de tela colgado de un soporte de madera, con el cual su abuela colaba el café. En la escritura de Mireya Robles, estos pormenores son una forma de recuperar un pasado perdido y de fijarlo. Además, fuera de la minuciosa descripción de la vida diaria, en Hagiografía de Narcisa la Bella, Mireya Robles usa la técnica del realismo mágico, con la que la novelista ultrapasa las fronteras del mundo tangible. Narcisa tiene la capacidad de clarividencia, que le permite penetrar en la mente de otras personas. También, tiene el poder de influir la materia por el pensamiento: en un pasaje de la novela, construye “chimeneas” mágicas para escapar de su triste realidad diaria. Finalmente, Narcisa puede volar o transportarse mentalmente a otros lugares, lo que nos da una perspectiva más amplia de la geografía cubana, cuando ella sobrevuela varias regiones de la isla. Más que todo, las salidas de Narcisa a un mundo extra-sensorial simbolizan su ansia de ideal y su nostalgia de una vida más libre y más llena de amor.
En la novela La muerte definitiva de Pedro el Largo, “la novela más inmediata a mí”, según una entrevista hecha a la escritora en 1991 (9. Soto, p. 19), el personaje principal también tiene el don de la magia. Esta novela es la última que escribió Robles (y la segunda que se publicó). En toda la literatura de Mireya Robles, es la obra que más intensamente traduce el sentimiento de alienación y de nostalgia de un ideal inalcanzable. Por un lado, la novela contiene una crónica de la vida cubana diaria: un aspecto interesante de esta obra es la forma en la que la escritora transcribe y hace revivir la lengua del pueblo, con la ternura irónica que caracteriza sus recuerdos de Cuba. Aquí también abundan los pormenores realistas. Pero más que todo, La muerte definitiva de Pedro el Largo es la crónica de un exilio interior. Pedro el Largo, un viejo que es “una parodia del chamán, un loco visitado por la sabiduría, un sabio en estado constante de locura”, según lo describe Mireya Robles (9. Soto, p. 18), está en busca de la “muerte definitiva” que lo liberará de su doloroso sentimiento de alienación, una alienación simbolizada por una serie de reencarnaciones, en las que se ve proyectado de un papel para otro, papeles masculinos y femeninos, de varias épocas y geografías. Pedro, en muchas de sus reencarnaciones, está en busca dolorosa de un amor absoluto. Al mismo tiempo, lo absurdo de la vida errante de Pedro el Largo tiene cierto elemento cómico, pues los varios personajes que encarna son incongruos e insólitos. Pedro nace ya viejo, de un retrato de Van Gogh (que Mireya Robles identificará más tarde como el dibujo Treurende oude man (Viejo afligido) de 1882, ahora en el Stedelijk Museum en Ámsterdam), y se va al río Guaso, que pasa por Guantánamo, donde se desdobla en una docena de personajes, desde personas humildes del pueblo cubano de los años cuarenta hasta un emperador de la China antigua. Todos estos personajes, algunos dulcemente irónicos, otros risibles o francamente grotescos, tienen en común un sentido de alienación y de separación de los demás humanos.
La obra de Mireya Robles nos muestra que su sentido de exilio no es una simple nostalgia del lar natal, aunque los colores de Cuba componen la tela de fondo de su obra. Más bien, se trata de una emoción compleja e inmanente en la persona, causada por el paso del tiempo y por la memoria de un pasado irrecuperable. Se parece a las saudades lusitanas, donde el elemento principal es un ansia por un ideal de amor irrealizable en la vida adulta, y que se sitúa en los recuerdos de la infancia. En la obra de Mireya Robles, estos recuerdos suscitan una tristeza que es, al mismo tiempo, ternura.
El sentimiento de destierro de Robles no es un pesimismo depresivo de poeta maldita. En su obra alternan los momentos de melancolía y de alegría, la cual se expresa en forma de un humor suave, particularmente en Hagiografía de Narcisa la Bella y en La muerte definitiva de Pedro el Largo. En la vida como en la obra de Mireya Robles también, a veces, el desgarramiento del exilio y la alegría soñada de la infancia llegan a juntarse. En la última parte de su carrera de profesora, Mireya Robles se mudó a Durban, en Sudáfrica, donde enseñó por diez años. La estancia de Mireya Robles en Durban fue una época positiva para ella, tal vez porque esa ciudad subtropical le recordó a Cuba, y porque encontró allá mucho calor humano. Durban aparece en un pasaje de La muerte definitiva de Pedro el Largo. Pedro, con un escuadrón de amigos cubanos, emprende un vuelo astral que lo lleva a aterrizar en Durban, una ciudad en la que “admiraron todo y se regocijaron a cada paso” (3. Robles, pp. 110-111). Mireya Robles habla explícitamente de sus sentimientos en una entrevista de 1991, antes de su regreso definitivo a los Estados Unidos, donde tuvo que regresar para ocuparse de su madre: “Sudáfrica es un hermoso país que amo. Llegué a Johannesburgo el día 13 de julio de 1985. Al día siguiente, en el avión de South African Airways que me llevaba a Durban, oí La Guantanamera. Sentí que me daban la bienvenida. Sentí que una puerta se abría para mí. Una puerta a un mundo en que muchos mundos convergían en uno solo” (9. Soto, p. 19).


Bibliografía
1. ROBLES, Mireya. Una mujer y otras cuatro. Editorial Plaza Mayor, Inc., San Juan, Puerto Rico, 2004.
2. __ Hagiografía de Narcisa la Bella. Ediciones del Norte, Hanover, N.H., 1985.
3. __La muerte definitiva de Pedro el Largo.  Lectorum, S.A., México, 1998.
4.__ Las pinturas de Mireya Robles. Editado por Anna Diegel y Olaf Diegel. K&L Publishing, Auckland, 2006.
5.__ Tiempo artesano, poemas. En Dos Poemarios. Xlibris Corporation, Bloomington, IN, 2010.
6.__ Solitarios del silencio, poemas. En Dos Poemarios. Xlibris Corporation,
     Bloomington, IN, 2010.
7. __ Frigorífico del este, cuentos. Xlibris Corporation, Bloomington, IN, 2010.
8. ALFONSO, Vitalina. Ellas hablan de la isla. Ediciones Unión, La Habana, 2002.
9. SOTO, Francisco. “Mireya Robles: una cubana en Sudáfrica”. Linden Lane Magazine, Vol. X, No. 4, Princeton, NJ, 1991.

   

Diegel, Anna.  Ciudadana trashumante: 9 ensayos sobre la obra de Mireya Robles. Alexandria Library Publishing House, Miami, 2015.


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