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sábado, 31 de diciembre de 2016

LA NAVIDAD Y SU SIGNIFICADO (Primera Parte)



Dr. Salvador Larrúa 

¿Qué significa la Navidad? 

Todos los años, cuando llega la noche del 24 al 25 de diciembre, reunidos en familia, millones de hombres, mujeres y niños cristianos en todo el Mundo recuerdan que en una noche igual, hace 2016 años, vino al Mundo un Niño a quien pusieron como nombre Jesús, y que ese Niño, Hijo de Dios, dividió en dos la historia humana. Antes de su nacimiento, la historia del hombre era una narración interminable de guerras, despojos, muerte y terror, presidida por el odio, el resentimiento y la revancha. Después de su nacimiento, comenzó a aparecer el Amor en la historia. Y con el Amor llegaron el perdón, la reconciliación, el diálogo y la comprensión. 

Y la historia de amor fue tan fuerte que comenzó a cambiar la faz de la tierra. Hasta el nacimiento de Jesús, había prevalecido el terror miserable y espantoso de la muerte, convertido en siniestra manifestación cultural que aún se mantiene vigente, después de él, comenzó a reinar la Resurrección y el imperio del amor entre los hombres para dar inicio, por medio de la fe, a la cultura de la esperanza y de la vida. 

Los enemigos de la Navidad 

Los enemigos de la Navidad han intentado destruirla de muchas formas. Una de las más peligrosas es la que tiende a convertir la Navidad en una fiesta profana, de consumo desaforado y borracheras sin ningún sentido religioso, porque si la Navidad fuera sólo un pretexto para el grosero espectáculo de jolgorio que exhiben los más vulgares y ruidosos, sería mejor cancelarla, y en eso consiste la estrategia del enemigo, que es la de repudiar la realidad no por lo que ella es, sino porque ellos mismos la convirtieron en una fiesta pagana, tonta y superficial… 

Ocurre que si quitamos o negamos lo esencial de la Navidad, o sea, la Buena Noticia de que Dios Nuestro Señor se hizo presente entre nosotros para traernos la Redención, lo que queda puede ser agradable o superficial y en ambos casos falto de autenticidad, o se trata de una torpe manifestación de pobreza intelectual y moral. Repito que para llegar a esa siniestra conclusión hace falta negar lo esencial, o sea, que la Navidad es la conmemoración del nacimiento de un hombre, Jesús de Nazaret, que era Dios al mismo tiempo que hombre, y que vino al Mundo para dar sentido a nuestras vidas y hacerlas eternas, y cubrir con el más ominoso de los silencios la actitud de millones y millones de personas de buena voluntad que en todo el Mundo celebran la Navidad de forma sosegada, familiar, religiosa y auténtica. 

Nada tiene más sentido que festejar la Navidad verdadera, despojada de todo lo inconveniente, banal y superfluo, El resentimiento contra todo lo noble y excelente es la más nefasta patología que un hombre y un pueblo pueden padecer. 

Hace poco llegó la preocupante noticia de una película —«La brújula dorada»— supuestamente para niños, basada en un libro escrito por un enemigo de Dios. No un enemigo insignificante, como lo somos todos algunas veces cuando le volvemos la espalda, porque hablamos de un enemigo declarado, un fanático militante del ateísmo, que en una trilogía de libros termina presentando, como final feliz, al hombre matando a Dios para librarse de Él. 

Esto, aunque debe preocuparnos y ocuparnos, no debe extrañarnos. La presencia de Dios en el mundo siempre ha provocado intenciones de matarlo. Desde el arrebato momentáneo de Herodes, hasta la Ilustración, la masonería o el comunismo, con campañas permanentes a nivel internacional. En España, en Cuba y en otros muchos lugares se ha probado con cárcel, balas, calumnias, campañas periodísticas, leyes, programas educativos... Hoy este empeño es como una plaga extendida por el mundo que convive con la humanidad y que brota en cualquier momento de cualquier nauseabundo agujero. Hoy a Cristo ya no se le puede volver a matar, pero sí se puede matar su presencia entre nosotros. Es una guerra sin tregua fuera y dentro de cada uno. 

Pero Cristo dejó en el mundo una Madre, la Iglesia, que pueda seguirlo engendrando diariamente. Cristo renace de la Iglesia en cada sacramento, en cada conversión, en cada prédica, en cada catequesis, en cada acto de amor, en cada oración fervorosa. Para mantenerse vivo en nosotros, necesita renacer una y otra vez en nuestro corazón, en nuestras familias, en nuestros grupos, en nuestras instituciones, en nuestras naciones. Por eso la Iglesia nos ofrece la Navidad. 

La Navidad no es simplemente recordar con alegría aquel glorioso momento en que Dios se hace niño entre nosotros. Es actualizar el misterio. Es hacernos el propósito de que Cristo vuelva a nacer todos los días en el oscuro y sucio portal, en nuestras almas pecadoras, en nuestro ambiente corrompido, en nuestro mundo secularizado, y que igual que el pesebre se llenó de luz y de calor, nuestras vidas y nuestro mundo se llenen de la gracia y de la luz de Cristo. No importa lo densas que sean las tinieblas o incómodo el lugar. Cristo puede volver a nacer dondequiera que María es recibida y un José acondiciona el pesebre. 


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