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miércoles, 15 de marzo de 2017

PANDEMONIO, DE PEDRO BRICEÑO


Pedro Briceño

Comentario
Por Lola Benítez Molina
Málaga (España)

D. Pedro Briceño, escritor reconocido, ya con la primera frase de su novela PANDEMONIO:
“Bienvenidos al pasado”, nos está invitando a adentrarnos en su singular visión de un mundo complejo (quizá sea solo un sueño, como él nos hace ver),  hostil, que resulta muchas veces kafkiano, pero ahí reside su maestría,  haciendo gala de un estilo excelente y peculiar, con un auténtico dominio del lenguaje y un amplio y erudito vocabulario, construye a cada paso hermosas frases que quedan grabadas en la retina del lector.

¿A quién no le gustaría retroceder, aunque solo fuese por unos instantes, al pasado y, más aún, si es “bienvenido”? No obstante, ese pasado que describe no resulta nada halagüeño. Retrata la vida en una isla donde residen los aquejados por el mal de Hansen. Enfermedad esta que está producida por la bacteria Mycobacterium leprae, que fue descubierta por el médico noruego Gerhard Armauer Hansen. Por ello, tanto a la patología como a la bacteria, se las denomina de “Hansen”. Sin embargo, el nombre más usual de esta enfermedad fue “el mal de San Lázaro”. Incluso los hospitales, donde se atendían a estos pacientes, se les denominó “de San Lázaro”, y a los lugares, donde se apartaban a los enfermos para evitar el contagio, se les conocían con el nombre de “lazaretos”.

 En PANDEMONIO las frases destacan por su belleza en la construcción, aunque describa con gran realismo y crudeza la vida en dicha isla.

En medio de tanto dolor el personaje de Esperanza nos acerca a la importancia del amor, tema este que por su trascendencia siempre debe estar presente en toda obra que se precie, pues es el motor del mundo. Ella se imagina un mundo donde deben coexistir paz y amor. En palabras de Gandhi: “El amor es todo aquello que dura el tiempo exacto para que sea inolvidable”. Así lo es para Esperanza. En este caso se trata de un amor platónico a Inocencio, aquejado del ya mencionado mal.

Por otro lado, llama la atención las muchas referencias al “tiempo”, que son una constante en muchos escritores: “tiempos eternos, tiempos desesperantes de dolor, tiempos de masoquismos oníricos”, o, “para ellos, desde entonces, el tiempo dejó de tener fronteras prohibidas y se dispersaba de igual forma en todas las direcciones”.

Pandemonio, Tuculpita, Esperanza, Inocencio, Claridad son nombres perfectamente elegidos por el autor para entremezclar las miserias y las grandezas de la vida.

Manifiesta D. Pedro que el personaje principal de su novela, como único escape a las desgracias que tanto le acosaban y le atosigaban, leía y soñaba constantemente, pero “lo hacía solo de día por eso sus noches eran eternas”. Los libros del protagonista eran lo único que lo unían al recuerdo del ayer, que lo hacían soñar, como modo de evasión de la realidad a veces asfixiante. Los libros también salvaron a Esperanza de su perdición, de la locura, ya que la llevaban a otros mundos idílicos.

Además, todo conduce a un desenlace plausible por lo inesperado.

Es, por tanto, más que recomendable la lectura de esta brillante obra no solo por el contenido, sino por la forma. El éxito de esta genial novela está asegurado.

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