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sábado, 15 de abril de 2017

Bienvenidos a Pensamiento


Iglesia de San Francisco de Paula, dibujo de René León

EL MÁS CUMBANCHERO DE LOS ORISHAS

Tomada de: La Jiribilla

Este cuatro de diciembre, como otros tantos en la historia de Cuba, La Habana vibra con el toque de los tambores, acompañantes de danzarines que con sus cuerpos y gargantas realizan, con voluptuosidad y fuerza, sus ebbó para Changó, el más cumbanchero de los orishas.

Paquita Armas Fonseca| La Habana
 

S/T2001. Manuel Mendive

Sobre los hombros musculosos de príncipes negros destronados hizo su primer viaje. Mientras su cuerpo bailaba de manera voluptuosa, sus ojos buscaban el rayo que no quería acudir a su invocación. Ya se las vería con él, para eso era su amo, como también gobernaba al trueno. Changó no podía suponer que años después, el más viril de los orishas tendría que trasmutarse en una mujer (Santa Bárbara) para poder sobrevivir, pero para eso faltaba tiempo. Solo sabía que hombres blancos con lanzarrayos pequeños, habían conjurado la fuerza de los guerreros en los que él se asentaba desde la primera noche de la historia humana. Y también doblegaron a los hijos de Oggún, Obbatalá, Orula, Ochún, Yemayá y todas las deidades de su familia yoruba.

Hijo de Yemayá con Aggayú, el dueño del río, fue despreciado por su madre. Por eso Obbatalá lo crió y como lo reconoció en rol de hijo le colocó un collar blanco y rojo. Muchachón revoltoso, Changó fue expulsado del Congo por la Madre de Agua Kalunga. Tomó su tablero, su castillo y su pilón, todo lo que tenía al bajar del cielo, y comenzó su camino de desterrado. A Orula, hombre de respeto, le regaló el tablero.

Con caracoles y coco adivinaba además de cantar, fiestar y fajarse. Obba fue su mujer por casamiento, pero tenía de amantes a Oyá y Ochún. Y como la primera era mujer de Oggún, se desató una guerra entre los dos hombres. Una vez tuvo que esconderse en casa de Oyá y de ahí Changó salió disfrazado con las trenzas que Oyá se cortó. Sus enemigos pensaron que era una mujer.

Changó peleaba sin armas y por ello su padrino, Osain, le preparó un sortilegio que le permitía echar candela por la boca. Esa es la razón por la que cuando se oye tronar se dice que es Changó de rumba en el cielo.

Esta, en síntesis es la leyenda (o pattakí) de Changó el orisha que representa el mayor número de virtudes e imperfecciones: es trabajador, valiente, buen amigo, adivino y curandero al mismo tiempo que mentiroso, mujeriego, pendenciero, jactancioso y jugador.

Con sus hermanos, amantes, madre, padre, primos y todos los santos que conforman el Panteón Yorubá, Changó realizó una emigración forzosa de África a América, y tuvo un receptáculo especial en Cuba.

En la Isla cantó, lloró, bailó con los esclavos y esclavas que le adoraban de forma oculta. A otros "orishas", los del catolicismo, tenían que venerar y así Changó que un día salvó la vida disfrazado de mujer, fue Santa Bárbara. Por todo el tiempo que duró la esclavitud e, incluso, durante buena parte de la era republicana, el hombre jacarandoso se ocultó en la saya de una mujer, que según la leyenda fue degollada, luego de que su padre, un bárbaro, la entregara a los tribunales por ser cristiana.

Lo cierto es que tanto con Changó, como con el resto de los orishas, existen aún toneladas de prejuicios. Su origen africano lo hace a los ojos "civilizados" un ejemplo de barbarie y marginalidad.

Pero fueron "los civilizados conquistadores" los que convirtieron a reyes y príncipes africanos en esclavos, para ser tratados como animales en una tierra lejana y ajena a la suya. Con el poder de la pólvora pretendieron enterrar aquellos ritos extraños y salvajes con los que negros y negras se comunicaban con sus dioses.

Una cultura milenaria, sin embargo, no puede ser arrasada, y los cantos se dijeron bajito primero, más alto después, para que los jóvenes, niños y niñas los aprendieran. Y también conocieron las formas de adivinar, las yerbas buenas en la curación, los colores y bailes que lleva cada orisha. A la par, no pocos "amos civilizados" comenzaron a utilizar "la brujería" de sus esclavos y esclavas, claro que a escondidas porque otros "blancos" no podrían conocer que ellos "caminaban", como se dice de quien conoce o practica la santería.

Así, en un tortuoso y complejo proceso, se fraguó la sincretización. Hoy no existe persona culta que pueda negar la enorme influencia de lo yoruba en la cultura cubana. Porque si de espinela se vistió la nación caribeña también lo hizo con el rojo y blanco de Changó, el azul de Yemayá o el amarillo de Ochún.

Decenas de palabras provenientes de lo africano se incorporaron al habla cotidiana, mientras la música cubana es la mejor síntesis de los ingredientes europeos y africanos. Y si por décadas se practicó la santería de manera oculta, hoy los blancos, junto a los negros, y por supuesto, mulatos, convergen en los ritos que a las diferentes deidades les hacen sus hijos e hijas.

Este cuatro de diciembre, como otros tantos en la historia de Cuba, La Habana vibra con el toque de los tambores, acompañantes de danzarines que con sus cuerpos y gargantas realizan, con voluptuosidad y fuerza, sus ebbó para Changó, el más cumbanchero de los orishas.

MOMENTO ESTELARES EN LA HISTORIA DE CUBA

Escudo Familiar


Por Emilio Martínez Paula
A los 19 años llegó Cortés a la Española.
Hernán Cortés, al que algunos han calificado de semental histórico a juzgar que dejó descendientes por doquiera que puso sus plantas y el resto de su humanidad. De la Española, donde ganó fama de pendenciero y alguna fortuna, pasó a Cuba. A los 26 lo encontramos de secretario del gobernador Diego Velásquez y tesorero del rey Carlos V, lo que le permitía tener buena vida en su ranchón atendido por sus sirvientes y muy en especial por una que era la encargada de hacer el pan casabe que se hacía de la yuca. Leonor, que así se llamaba la niña, se movía de un lugar para otro con el torso denudo y sus vergüenzas las cubría con la vestimenta al uso. No era un taparrabos, porque rabo no tenía. Digamos un tapa nalgas, que le cubría los misterios de su sexo y las posaderas. (La mujer es la presa que se lanza sobre el cazador Ortega y Gasset). Una tarde,  bajo la presión de la canícula tropical, Leonor se afanaba en  hacer su pan  casabe. Se movía airosa, con sus senos erectos y triunfales. Fernando que era el nombre que le gustaba firmar, la  contemplaba con las pupilas dilatadas por  la libido. Y sin pensarlo más,  Fernando Cortés la asió por la cintura y forzándola un poco la deja caer sobre el tosco lecho. El macho la contempló desnuda. Era hermosa. Leonor cerró los ojos. Y con orgullo de hembra preferida, se sometió al divino suplicio del desflore. El himen desgarrado dio fe de la virginidad de la doncella.
  Leonor contemplaba cómo su figura se desdibujaba por la maternidad cercana. Cuando dio a luz, había nacido la primera cubana que pasó a la historia. Leonor la mecía en sus brazos orgullosa. La niña era muy blanca, y el padre vio en ella el retrato de su propia madre. Tanto le gustó la niña que quiso celebrar el acontecimiento. A ruegos y a regañadientes el gobernador Velázquez accedió a ser su padrino. Hubo fiestas y corrió el buen vino del Guadalcanal, que tanto le gustaba a los indios que se caían para atrás si tanto se les daba. Fernando la bautizó con el nombre y el apellido de su madre, ajena a estos devaneos de su hijo. 
La niña fue bautizada como Catalina Pizarro, que así se llamaba la madre  de Hernán Cortez. Fue la primera cubana que pasó a la historia. 

Martí en inglés: una traducción

desconocida: Argument for the Argentine Republic Upon the Question with Brazil

Jorge Camacho, University of South Carolina, Columbia

     Una de las muchas ocupaciones  a las que se dedicó Martí en los Estados Unidos fue la de traductor. En las Obras completas, aparecen dos tipos de traducciones que hablan de la intensidad y el tiempo que dedicó a estos menesteres. En el primer grupo están comprendidas sus traducciones literarias y en el segundo aquellas que podemos considerar pedagógicas o de divulgación.(1)  El dinero que obtenía de estas traducciones, junto con el que le proveían sus artículos para los periódicos latinoamericanos, más un por ciento que le quedaba de sus representaciones consulares, era todo con lo que contaba para vivir. Por tanto, infinidad de críticos y el propio Martí se han referido a estas labores como una forma de pane lucrando, un modo de sobrevivir intelectual y honestamente en el exilio. Hasta ahora las traducciones que se han encontrado, y aparecen en sus Obras completas, entran dentro de los tipos que he mencionado, y por años los investigadores martianos se han lamentado de que se perdieran las que hizo para los países de Uruguay, Argentina y Paraguay cuando era cónsul de estas Legaciones. A este tipo de traducción es a la que me voy a referir en este ensayo.
     En un ensayo titulado “José Martí y la Argentina,” Néstor Carbonell da por primera vez la noticia de que existía una traducción, que aun no se había encontrado, pero que mostraba los lazos de amistad y de trabajo que estableció Martí con los diplomáticos argentinos en New York. Según Carbonell, Martí habría colaborado en una traducción de la que da cuenta Aldao en su libro A través del mundo. Dice Carbonell: “cuenta Carlos A. Aldao, que cuando Martí terminó su labor, y llegó la hora de ajustar cuentas, al preguntarle lo que le debía, aquel le respondió que nada, pues él, al aceptar dicha tarea, lo había hecho únicamente para dar una prueba más de afecto y simpatía a la Argentina. Ante la insistencia del señor Aldao, Martí, en voz muy baja, como cohibido dijo: ‘Puesto que usted lo exige, déme cuatrocientos pesos.’ El señor Aldao, – cuenta – le hizo recibir ochocientos, los cuales íntegros, pasaron a engrosar los fondos del Partido Revolucionario Cubano” (165).  Carbonell no dice nada más de esta traducción, pero sesenta años después, Leonel-Antonio de la Cuesta en su libro Martí, traductor (1996) vuelve a mencionarla, reproduce la información que da Carbonell en su artículo y se lamenta de no encontrarla.(2)  
     En la década de 1890, Carlos Aldao fue el secretario de la Legación argentina en New York y Martí habría traducido o supervisado para él la traducción al inglés de unos documentos relacionados con un litigio territorial entre Argentina y Brasil. Estos documentos fueron presentandos al Presidente norteamericano Stephen Grover Cleveland (1837-1908) en 1894 para que arbitrara en la disputa. Existe, sin embargo, otro testimonio sobre el asunto que no es el de Carlos Aldao, sino el de la persona que contrató a Martí directamente para hacer este trabajo: Estanislao S. Zeballos (1854-1923). En 1901 Zeballos  publicó en la Revista de Derecho, Historia y Letras de Buenos Aires, varios poemas de Martí acompañados de una reseña de su amistad con el cubano en New York. Zeballos fue el encargado de presentar al presidente Cleveland los documentos concernientes a la disputa territorial, y tenía el cargo de Ministro plenipotenciario de Argentina en Washington DC. Según este diplomático y jurisconsulto, Martí  “tradujo o dirigió la traducción bajo la superintendencia del doctor Carlos A. Aldao, secretario de la Legación, de todos los documentos sobre Misiones que sometí al árbitro; y cuando lo invité a arreglar cuentas de honorarios, solamente aceptó el importe modestísimo de sus gastos de viaje y personales. No quería dinero ni lo necesitaba. ¡Estaba resuelto a morir o a libertar a Cuba y la hora de la partida era inminente!” (82). 
     Si analizamos ambos testimonios encontramos que hay coincidencias y discrepancias. En la primera versión de lo ocurrido, Martí no acepta nada y luego le envían ochocientos dólares. En la segunda, lo único que cobró fueron los gastos de viaje y personales sin que se estableciera tampoco el monto de la traducción. Lo cierto es que en la papelería de Martí no existe ninguna evidencia del dinero que recibió por este trabajo, pero sí existe, la carta de Zeballos confirmando su renuncia al honorario que debía cobrar. Volveré más adelante sobre el asunto.  Lo que me interesa subrayar ahora es que en cualquier caso, lo que sí parece evidente por estos testimonios es que ya se sabía que Martí fue quien tradujo o dirigió la traducción al inglés de este informe, el cual debió ser de gran importancia ya que se trataba de una cuestión de Estado, de territorios de fronteras reclamadas por Argentina y Brasil.  Además, si juzgamos por el importe en que se tasó la traducción, (según el testimonio de Aldao y Carbonell), esta debió ser bastante considerable ya que $800.00 dólares en aquella época era una buena suma de dinero. Para que se tenga una idea de lo que estoy diciendo, se dice que Martí recibió únicamente $100.00 dólares por la traducción al español de Called Back, de Hugh Conway, y esta novela tenía doscientas treinta páginas (De la Cuesta 92), (Arencibia 75). 
     Si revisamos la bibliografía de Estanislao S. Zeballos encontramos que los “documentos” que aparecen bajo su nombre en inglés referentes a esta disputa territorial de Misiones, están recogidos en tres volúmenes. El primero es un recuento breve, de unas cien páginas, que Zeballos publicó en Buenos Aires en 1893. Este volumen lleva por título: Arbitration on Misiones. Statement made by the late Minister of Foreign Affairs of the Argentine Republic. To refute mistakes of Brazilian origin and to enlighten public opinion in South and North America. (Buenos Aires: Jacobo Peuseur, 1893). Los otros son dos tomos cuyos títulos consigno más abajo.  El primero aporta los documentos históricos que demarcan los territorios de Brasil y Argentina desde la época colonial hasta finales del siglo XIX, y el segundo narra la historia de tal división y distribución, de acuerdo a los distintos tratados que se firmaron en diferentes épocas. Estos dos volúmenes fueron los que presentó el gobierno de Buenos Aires al presidente Cleveland. Ambos se publicaron en Washington DC y llevan por título:
Arbitration upon a part of the National Territory of Misiones Disputed by the United States of Brazil. Argentine evidence laid before the President of the United States of America by Estanislao S. Zeballos. Envoy Extraordinary and Minister plenipotentiary of the Argentine RepublicVolume 1. New York: Figueroa Printer, 1893.
Argument for the Argentine Republic Upon de Question with Brazil in regard to the Territories of Misiones, submitted to the arbitration to the president of the United States in Accordance with the treaty of September 7, 1889. Presented by Estanislao S. Zeballos. Envoy extraordinary and Minister Plenipotentiary of the Argentine Republic. Washington DC, 1894.
El primero de ellos tiene 771 páginas y recoge desde la bula del Papa Alejandro VII en 1493, pasando por el tratado de Tordesillas en 1494, hasta las últimas comunicaciones diplomáticas entre Argentina y Brasil, y las razones y reparos que esgrimieron estos países para sustentar sus puntos de vista. El segundo volumen tiene 335 páginas, es más descriptivo que el primero y articula desde un punto de vista histórico y jurídico la posición del gobierno de Buenos Aires en relación a estos territorios. Ese mismo año, Carlos Aldao publicó en la imprenta de Figueroa de New York otro libro titulado La cuestión de Misiones donde, al igual que Zeballos, recapitula la historia de estos acuerdos, pero no publicó ninguna traducción de este libro al inglés y si algo sabemos sobre la participación de Martí en esta empresa es que “tradujo o dirigió la traducción”, como dice Zeballos, de estos documentos al idioma de Shakespeare. ¿Pudiera ser la traducción perdida de Martí alguno de estos libros? ¿Acaso los dos? Para responder estas preguntas necesitamos seguir la correspondencia entre Zeballos y Martí, y luego los apuntes y cartas que escribió este último donde menciona el “trabajo” de Aldao.
    El 14 de septiembre de 1893, Estanislao Zeballos le escribió a Martí una carta desde Washington DC que dice:
    Mi estimado señor:
    Desde mi llegada a esta capital he tomado noticias de Ud. y me felicito al saber ahora su dirección.
    Conozco sus talentos y sus servicios a mi país y desearía utilizarlos nuevamente, con motivo del grave asunto internacional que me ha traído a Estados Unidos.
    Si Ud. puede prestarme la cooperación a que me refiero, especialmente para dirigir la traducción de documentos relativos al arbitraje sobre las Misiones, le rogaría que viniera a Washington para hablar conmigo, pues no tengo seguridad de llegar pronto a New York, como me propongo hacerlo.
Esperando su favorable respuesta me repito su atto. y SS
Estanislao S. Zeballos
Sr. Dn José Martí
New York City.
(Destinatario 286)
La carta aparece en el volumen Destinatario José Martí y a juzgar por ella, el único volumen que no se había traducido entonces era el segundo, que apareció en 1894. Si consideramos el número de páginas que tiene este volumen, así como el hecho de que Martí estaría traduciendo (solo o con la ayuda de alguien) a una lengua que no era la suya, la tarea le debió parecer titánica. ¿Aceptó el trabajo? En el epistolario de Martí no aparece ninguna carta dirigida a Zeballos aceptando la oferta. No obstante, sí tenemos la prueba de que le envió tres meses después un ejemplar de su último libro Versos Sencillos (1891) con una dedicatoria. El 23 de noviembre de 1893, Martí le escribe: “Autor de un poema – estas octosílabas sinceras, / un servidor / José Martí” (OC XX, 523). Un mes antes, al parecer, Martí había comenzado el trabajo de traducción. La mejor prueba de esto son las notas que le escribe a Gonzalo de Quesada sobre un supuesto “trabajo” de Aldao. En la primera de estas misivas, el 20 de octubre de 1893, Martí escribe: 
Gonzalo querido:
A las 5 en punto, o un poco antes, nos espera en Hoffman House, cuarto 42, el Sr. Carlos Aldao, S[ecretar]io de la L[egación] Argentina. Vaya sin falta, a ver el trabajo, tomarlo, y darle precio.
Las otras referencias son posteriores:
Gonzalo querido:
Vengo de la oficina, y no hay nada aun. Fui tan temprano porque Aldao me pide urgentemente el día de hoy.
Gonzalo:
Mudo de pensamiento y no saldré mañana, sino el dom. por la mañana. No lo espero esta noche. Mañana solo saldré a las 11 ½ am a Aldao, y vuelvo.                                                                                                        
(OC XX, 432-33)
Finalmente, en noviembre de ese mismo año, Martí le comunica a Gonzalo de Quesada: “a Aldao aun no le escribo: ya le avisaré a Vd. antes de mañana si he de rogarle que me sustituya por unos cuantos días” (OC II, 416). ¿Qué significa pues todo esto? La única explicación que se me ocurre es que se está refiriendo en estas notas a la “traducción” de marras, que hizo en su oficina/apartamento de New York, con la ayuda posiblemente de Gonzalo de Quesada y de algún otro colaborador. La sospecha de que hubo tal vez una tercera persona aparece cuando leemos otra carta de noviembre de 1893 dirigida por Martí al propio Carlos Aldao donde le dice lo siguiente: “A las 5 me han prometido estar en el Hoffman nuestros compañeros de trabajo. Y un poco antes, le habrá dado ya la mano su affmo. servidor. // José Martí” (“Mensajes” 9).(3)
    Si cotejamos las cartas de Martí escritas a Gonzalo de Quesada con esta dirigida a Aldao, llegamos a la conclusión de que la primera debió ser el encuentro inicial con el secretario de la Legación argentina ya que Martí le explica a Gonzalo de Quesada quien es Alado. Es en esta primera reunión en que aceptan el trabajo y se le fija un precio. Y la última de las notas que citamos se refiere posiblemente a un encuentro posterior en que ya participan al menos tres personas “nuestros compañeros de trabajo.” Ese mismo mes, el 15 de noviembre de 1893,  Martí le vuelve a escribir a Carlos Aldao donde expresa (cito solamente la parte que nos interesa): “Hallo en la oficina noticias que requieren mi inmediata atención. – Estamos adelantados, y me quedo, en esta otra fatiga” (“Mensajes” 10). En otra  nota, con el timbre de la Imprenta America, “298 Broadway S. Figueroa Publicista” Martí le dice: “Amigo mío: //no me le escapo aún. – A la una estará sentado en la mesa del espejo //su //José Martí” (“Mensajes” 10). El 6 de diciembre supuestamente de ese mismo año (1893), le comenta también al secretario de la Legación argentina en otro mensaje: “llego del campo a las doce, y me hallo – con pruebas que ya leí y devolví – unas líneas de Gonzalo sobre el manuscrito adjunto, que con razón quiso Vd. traducir de nuevo, porque los cajistas se declaran incapaces para hacerlo” (“Mensajes” 10) [las itálicas son mías]. Al parecer Martí terminó el trabajo de traducción y supervisión de la impresión ese año o a principios de 1894. Esto lleva a pensar que el libro que debió traducir al inglés con la ayuda de Quesada y tal vez de alguien más, salió de la imprenta de Washington DC ese año y llevaba por título Argument for the Argentine Republic Upon de Question with Brazil (1894). Como resultado, el 29 de mayo de 1894, Estanislao Zeballos le escribe una segunda carta a Martí desde la capital dándole las gracias por el trabajo y le dice:
Señor D. José Martí
New York
Estimado Señor:
Me es agradable comunicar a Ud. que, en nota de 13 de abril p. pdo. S. E el señor Ministro de Relaciones Exteriores, me dice lo siguiente: “La mención que hace V. E. de los desinteresados servicios que ha prestado a esa Legación el escritor D. José Martí, merecen, como Ud. lo indica, se le exprese el agradecimiento del Gobierno, para lo cual se faculta a V.E. a fin de que se le dirija en su nombre, la nota del caso, toda vez que ha declinado la aceptación de honorarios.” Lo que me es grato comunicar a Ud. con las seguridades de mi mayor consideración y aprecio.
Estanislao S. Zeballos.
(Destinatario 310)
    Esta carta es la prueba más fehaciente pues de que Martí aceptó el trabajo, y lo completó para esa fecha. Posiblemente la traducción para ese entonces ya estaba en imprenta, 'o se la había entregado al presidente'. Y como indica Zeballos en su carta, y luego lo reafirma en sus memorias de 1901, el cubano no aceptó ningún dinero por su labor. Entonces ¿cómo se explica que Carlos Aldao haya dicho que sí le pagó $800.00 dólares a Martí? ¿Será ese el dinero para “gastos de viaje y personales” que menciona Zeballos?
    En el capítulo que le dedica Carlos Aldao a Edison y Martí (por ese orden) en su libro A través del Mundo (1914), el argentino nunca dice que le pagó este dinero a Martí, ni siquiera habla de la traducción que hizo el cubano para la legación argentina en esa época. Sí dice que Martí era además de escritor, traductor, y que iba al bar del Hoffman House. Pero en ningún momento menciona el supuesto trabajo. ¿Cómo es posible entonces que Carbonell y De la Cuesta dijeran que según Carlos Aldao Martí recibió $800.00 por aquella traducción? No lo sé. Lo único que se me ocurre pensar es que cuando Néstor Carbonell estaba contando esta historia se confundió y en realidad tenía en mente las memorias de Zeballos (que nunca menciona). Carbonel cita el libro de Aldao, pero no cita la página de donde sacó este dato. De la Cuesta, en cambio, sí da la página (37) pero ni en esa página, ni en ninguna otra, hay nada que remotamente justifique esta versión.
    Pero analicemos las dos versiones. La de Zeballos y la supuesta de Aldao se parecen mucho. En ambas Martí hace el trabajo y luego se niega a cobrar por él. Según el testimonio de Zeballos, Martí después de mucho convencimiento acepta un monto mínimo para gastos de viaje y personales, y en el caso de Aldao (que repito, no he podido encontrar) Martí pide $400.00 dólares, y al final recibe $800.00 que habría destinado de forma “íntegra” a “los fondos del Partido Revolucionario Cubano” (Carbonell 165) (De la Cuesta 73). ¿Pudo ser entonces una equivocación? Esa respuesta se la dejo a un futuro investigador. Ahora me interesa puntualizar que en cualquiera de los casos, lo mismo si se encontrara o no finalmente el testimonio del argentino afirmando que le pagó $800.00 dólares a Martí, a lo que hay que atenerse es al dato de que no existe evidencia alguna de que Martí recibió dinero por esta traducción. Solamente existe una carta, la de Zeballos, confirmando que Martí renunció a sus honorarios y donde este le trasmite  el agradecimiento del Ministro de Relaciones Exteriores de Argentina y su gobierno por esa labor tan desinteresada.(4)
    La otra cuestión en la que hay que pensar además es que Aldao publicó otro libro sobre la cuestión de Misiones el mismo año en que salió de la imprenta Argument for the Argentine Republic Upon de Question with Brazil (el libro que pienso tradujo / ayudó a traducir Martí). El primero se publicó en la imprenta Figueroa y uno de los mensajes que le manda Martí a Aldao lleva justamente el timbre de esta imprenta. ¿Querrá decir esto que Martí también supervisó la impresión de La cuestión de Misiones ante el presidente de los Estados Unidos de América? ¿Pudo estar haciendo ambos trabajos a un mismo tiempo? En uno de los mensajes que le envía a Carlos Aldao en 1894, Martí le dice: “con el mayor cariño estoy atendiendo a su muy hábil y lógico trabajo” (“Mensajes” 10).
    Debemos recordar, además, que ya para esta fecha (1893-1894) Martí había renunciado oficialmente a los consulados de Argentina, Uruguay y Paraguay, por las quejas del Cónsul español en New York y una denuncia que salió publicada en Las Novedades. El trabajo por tanto debió ser free lance y con mucho cuidado de no llamar la atención de las autoridades españolas, ya que de haber aceptado traducir estos documentos, Martí habría seguido en la práctica trabajando para el gobierno argentino aunque ya no como su representante legal. Esto explicaría que Gonzalo de Quesada y Martí se encontraran con Carlos Aldao en un cuarto del Hoffman House, un bar neoyorquino, y no en las oficinas de la representación diplomática. Ninguno de ellos, lógicamente, necesitaba crear sospechas o causar un escándalo diplomático especialmente con un tema tan delicado.
    De modo que la traducción debió hacerse en casa, y la evidencia que tenemos de esto es la carta que Martí le manda a su amigo y discípulo, indicándole: “Vaya sin falta, a ver el trabajo, tomarlo y darle precio” (OC XX, 432). Esto sugeriría que desde un inicio Martí estaba consciente e interesado en el dinero que podía obtener por aquella traducción. ¿La hizo solo? En sus memorias, Estanislao Zeballos no lo aclara o no está seguro si fue así, pero me inclino a pensar que Martí tradujo con la ayuda de Gonzalo de Quesada y, posiblemente, con alguien más de su confianza. Según la carta de Zeballos, Martí rechazó el dinero después del trabajo, y lo hizo a título personal como una muestra de su agradecimiento. De haber estado al frente de un grupo de traductores, no hubiera podido hacer ninguna de las dos cosas. Para esto habría sido necesario que fueran sus amigos, y que lo hubiera pedido de favor. No obstante, Martí no podía traducir él solo aquel libro al inglés, especialmente bajo las condiciones y en el tiempo en que lo hizo (en plena preparación de la “guerra necesaria”). Alguien más tuvo que ayudarlo y nadie mejor que el propio Gonzalo de Quesada quien había crecido en New York y recién en 1891 se había graduado de abogado en el College de esta ciudad. Coincidentemente, el mismo año en que se publica el libro, Martí saca en Patria un artículo donde comenta otro ensayo de Zeballos que había publicado la revista North American Review. Afirma Martí:
Sobre el punto principal de las guerras civiles de nuestra América, publicó un artículo, ya muy celebrado, en la North American Review, de New York, el Ministro de la República Argentina en Washington, el Sr. Estanislao Zeballos, y Patria traduce con su idea y su fin, el trabajo, categórico y altivo, como los hijos de aquel país robusto, de un americano que, como Zeballos une a la épica sencillez con que ha escrito la trilogía india de Painé el desembarazado poder de análisis y clarividencia de estadista que distinguen en su patria a los hombres de la magnífica generación de que es él tipo brillante y acabado. (OC VI, 27).
    En esta semblanza, Martí demuestra su admiración por el Ministro argentino, por el artículo que había publicado y por su libro Painé y la dinastía de los zorros (1889). En 1894, Zeballos le regaló a Martí la traducción al francés de esta narración, con la siguiente dedicatoria: “A mi querido amigo D. José Martí. Estanislao Zeballos, Washington DC. En 19-1894”. Esta dedicatoria no aparece en ninguna de las ediciones de Destinatario José Martí, pero sí la cita Dardo Cúneo en la introducción a José Martí, Argentina y la Primera Conferencia Panamericana (1955).(5) Cúneo pensaba que en esta crónica de Patria, el cubano estaba traduciendo el artículo de Zaballos al español, pero no es así. El artículo de Zeballos tiene ocho páginas, escritas en letra muy breve y el de Martí no pasa de una. Pero lo cierto es que Martí afirma que “Patria traduce con su idea y su fin, el trabajo de un americano [Zeballos]”, con lo cual hace pensar nuevamente en su forma particular de traducir, y los cambios, los matices de ideas y ajustes lingüísticos que introduce en sus traducciones. ¿Nos podría estar indicando en esta nota además, que él también “traduce” al inglés el libro que Zeballos había recién entregado a la imprenta? ¿Cómo “traduce” pues Martí a este idioma? ¿Qué dominio llegó a tener de esta lengua?
    En esto reside a mi entender la importancia de analizar un texto como Argument for the Argentine Republic upon de Question with Brazil in regard to the Territories of Misiones, que nos permite conocer una faceta ignorada de Martí ya que esta sería la única traducción suya del español al inglés de carácter diplomático-consular que ha llegado hasta nosotros. Martí se ocupó de ella entre 1893 y 1894, supuestamente cuando ya había logrado perfeccionar este idioma después de vivir más de trece años en los Estados Unidos. Un vistazo al original y a la traducción revela las dificultades lingüísticas que debió sortear (una prosa retórica, judicial y de períodos largos) y al mismo tiempo, el cuidado que debió tener de no quitar o agregar nada a los textos, ya que se trataba de traducir un documento legal. Por suerte, el gobierno argentino también publicó la versión en español de este segundo tomo y esto nos permite comparar ambas versiones. La que está en español se titula:
Alegato de la República Argentina sobre la Cuestión de Límites con Brasil en el Territorio de Misiones sometida al presidente de los Estados Unidos de acuerdo con el tratado de arbitraje de 7 de septiembre de 1889. Presentado por Estanislao S. Zeballos. Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Argentina. Seguido de los documentos y mapas que forman “La prueba Argentina”. Washington DC, 1894.
Esta, la original, también se publicó en Washington DC, el mismo año que la otra. Dice este libro al comienzo del segundo capítulo a manera de introducción:
La traducción al inglés que aparece en el otro volumen dice:
    Sin entrar en el análisis detallado de esta traducción, que tiene más de 300 páginas, me limito en lo que sigue a comparar estos dos fragmentos. Primero está la omisión en la versión en inglés de una idea completa y fundamental que fue la que motivó los viajes de Colón y otros navegantes al Nuevo Mundo,  “en pos de las profecías recordadas” y la ausencia, poco después también, de una frase adverbial “más allá”. Sigue en este párrafo, la traducción no muy acertada tampoco de la oración siguiente: “la exploración de los caminos y de los países de la India” por “exploration of the routes to the Indies and the countries there.” Y finalmente, cierta extrañeza en la totalidad del párrafo que le viene de la construcción lingüística en español. De más está decir que no señalo esto para criticar a Martí, ni criticar la traducción, sino para demostrar los ajustes que debió hacer para verter a “su” inglés, el español de Zeballos y de otros diplomáticos argentinos. Además, estos dos párrafos que hemos citado de ninguna forma pueden hacer justicia a un libro de 335 páginas donde la versión en inglés sí logra muchas veces superar los giros lingüísticos propios de nuestro idioma.
    Para resumir y concluir entonces. ¿Por qué no se halló antes esta traducción? Primero por el poco interés que han despertado en la crítica las traducciones de Martí en comparación con su obra creativa y política. Incluso, dentro del campo de la traducción casi todo el interés se ha dirigido hacia las traducciones literarias y se han dejado casi completamente de un lado las periodísticas, o la búsqueda de las traducciones diplomático-consulares. Se pasó por alto además la relación entre Martí y Zeballos, la correspondencia entre ambos que nadie había mencionado y la fecha en que Martí trabajó con Aldao en New York. No se sabía, tampoco, si eran “documentos” lo que estábamos buscando o si era un libro publicado. Los investigadores pensaban que estos documentos solo podían encontrarse en los archivos del Ministerio de Argentina o en Washington. Nunca pensaron que fuera un libro o varios de ellos. Con estos datos y estas interrogantes fue que comenzamos la investigación y revisamos todas las publicaciones referentes a la disputa por los territorios de Misiones que aparecieron en inglés y que cronológicamente coincidían con el tiempo que Martí pasó en los Estados Unidos. Así fue que dimos con este libro.
    Si nos guiamos entonces por las palabras de Estanislao Zeballos, si leemos la comunicación que le envía el primero desde Washington y las notas que le escribe Martí a Gonzalo de Quesada, debemos concluir que Martí tradujo y dirigió la traducción del español al inglés del segundo volumen sobre la disputa territorial de Misiones, el libro que le entregó Zeballos al presidente Cleveland en 1894. Este libro lleva por título Argument for the Argentine Republic upon de Question with Brazil in regard to the Territories of Misiones. En él podemos apreciar el Martí traductor que no conocemos. El supervisor y traductor de un trabajo para el que la historia y los críticos dirán si estaba o no pertrechado. Es el Martí que trabaja seguramente por las noches, encerrado en su oficina, traduciendo los documentos diplomáticos y las querellas jurídicas de la Legación que hasta hacía poco representaba legalmente. No es el Martí solitario del que usualmente escuchamos y leemos. Es el Martí que trabaja con sus “compañeros” y su trabajo pasa al anonimato por las mismas convenciones de este tipo de traducciones, ya que Argument for the Argentine Republic upon de Question with Brazil in regard to the Territories of Misiones no lleva su firma, ni la de los otros traductores. Tal vez por eso también ha sido tan difícil dar con ella. Necesitamos más estudios, sin embargo, para analizar la forma en que Martí, con la ayuda de los otros, vierte al inglés el alegato de la representación consular. Estos estudios tendrían que contrastar ambas versiones del documento con el fin de analizar los giros lingüísticos, las convenciones protocolares y las marcas del español que quedan en su escritura. Vale la pena hacerlo ya que Argument for the Argentine Republic sería el único texto suyo de este tipo que tenemos, pero no el único seguramente en que es imposible delimitar donde termina su trabajo y donde comienza el de los otros. Muchas de sus crónicas periodísticas tienen también esta característica. En ellas Martí hace de escritor y traductor a un mismo tiempo. Traduce las noticias que salen en otros periódicos y crea en base a ellas sus “escenas norteamericanas”.  ¿Qué capítulos de este libro pertenecen entonces a la pluma del cubano? ¿Merecería este libro incluirse en las Obras Completas de Martí? La finalidad de este estudio ha sido dar a conocer esta traducción y considerar estas preguntas para un estudio futuro.
Notas:
1. Algunos de los títulos son Ramona, de Helen Hunt Jackson, Antigüedades Griegas de J. H Mahafy (1883), Antigüedades Romanas, de A. S Wilkins (1883) y Nociones de Lógica de William Stanley Jevons (1886). Está también lo que debemos considerar como traducciones parciales: los fragmentos de noticias que Martí incorpora en sus crónicas. Lourdes Arencibia Rodríguez en El traductor Martí (2000) también habla de un “diccionario de voces autóctonas” que supuestamente Martí iría conformando en sus apuntes. Lourdes Arencibia y Leonel de la Cuesta, quienes le han dedicado más tiempo a este tema, se concentran en estudiar las traducciones literarias de Martí.
2. Dice De la Cuesta: “sesenta años después yo intenté, por carta, localizarla, y tampoco pude. Es posible conjeturar que Martí no la firmara, lo cual, en las traducciones de encargo, se hacía entonces y se sigue haciendo hoy en día” (73).
3. Cito estos mensajes según aparecieron en el Anuario Martiano en 1990. Raúl Rodríguez La O, en La Argentina en José Martí también cita algunos aunque no menciona esta traducción de Martí ni relaciona estos mensajes con aquel trabajo. No publica ni comenta tampoco las cartas que intercambiaron Martí y Zeballos, y el nombre de este último sólo aparece en una referencia hecha por otro autor. Véanse las páginas. 136-137. Tampoco Lourdes Arencibia habla de esta traducción. Destinatario José Martí reúne todas las cartas conocidas que recibió Martí y que aparecieron después de su muerte. Algunas ya las había publicado Gonzalo de Quesada en Papeles de Martí (Archivo de Gonzalo de Quesada). Tomo II.  (La Habana: Siglo XXI, 1934página 44.
4. En ninguna de las bibliotecas de EEUU hemos encontrado un ejemplar de la quinta edición de A través del mundo (1914). En una comunicación telefónica con Leonel-Antonio de la Cuesta, éste no supo decirme tampoco donde lo consiguió ya que habían pasado catorce años desde que escribió su libro. En Cuba hay una fotocopia de los capítulos tres y cuatro del libro, (el tercero es el que habla de Martí). Estos materiales se encuentran en el Centro de Estudios Martianos. Las fotocopias las donó la sobrina del diplomático argentino junto con otros papeles en la década de 1980. En la Biblioteca Nacional de Argentina la misma edición está solamente disponible con autorización del director de la institución por lo deteriorado y antiguo del ejemplar. Aprovecho esta oportunidad para agradecer la ayuda que recibí de Iván Camacho en La Habana y Clara Mengolini en Buenos Aires para conseguir las fotocopias de esta edición  del libro de Carlos Aldao.
5.  Sugiero que en el futuro deberían incluirse estas dedicatorias en una nueva edición de Destinatario José Martí. Apunto que se desconoce la suerte que han corrido la mayoría de estos libros. Según varios testimonios, lo que queda de su biblioteca particular está “guardado” hoy en las bóvedas del Consejo de Estado en Cuba. Además de la dedicatoria de Zeballos al mandarle su libro Painé et la dynastie des Renards, Cúneo transcribe otra de Bartolomé Mitre y Vedia, director del periódico La Nación, que tampoco aparece en este libro.
Obras citadas:
Aldao, CarlosLa cuestión de Misiones ante el presidente de los Estados Unidos de América. Secretario de la misión argentina de arbitraje. New York: Figueroa, 1894.
____. A través del mundo. Buenos Aires, 1914.
Arencibia Rodríguez, Lourdes. El traductor MartíPinar del Río: Ediciones Hermanos Loynaz, 2000.
Arbitration upon a part of the National Territory of Misiones Disputed by the United States of Brazil. Argentine evidence laid before the President of the United States of America by Estanislao S. Zeballos. Envoy Extraordinary and Minister plenipotentiary of the Argentine RepublicVolume 1. New York: Figueroa Printer, 1893.
Alegato de la República Argentina sobre la Cuestión de Límites con Brasil en el Territorio de Misiones sometida al presidente de los Estados Unidos de acuerdo con el tratado de arbitraje de 7 de septiembre de 1889. Presentado por Estanislao S. Zeballos. Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Argentina. Seguido de los documentos y mapas que forman “La prueba Argentina”. Washington DC, 1894.
Argument for the Argentine Republic Upon the Question with Brazil in regard to the Territories of Misiones, submitted to the arbitration to the president of the United States in Accordance with the treaty of September 7, 1889. Presented by Estanislao S. Zeballos. Envoy extraordinary and Minister Plenipotentiary of the Argentine Republic. Washington DC, 1894. 
Carbonell, Néstor. “Martí y la Argentina.” Archivo José Martí. 12 (1948): 162-165.
Cuesta, Leonel-Antonio de la. Martí, traductor. Prólogo de Gastón Baquero. Salamanca: Universidad Pontificia de Salamanca, 1996.
Cúneo, Dardo.  Prólogo. José Martí, Argentina y la Primera Conferencia Panamericana. Buenos Aires: Ediciones Transición1955. 9-29.
Martí, José. Obras Completas. La Habana: Editorial Ciencias Sociales, 1963-1975.
_____. “Mensajes a Carlos A. Aldao: Más sobre los vínculos de Martí y Argentina.” Anuario Martiano 13 (1990): 7-12. 
Rodríguez La O, Raúl. La Argentina en José Martí. La Habana: Casa Editorial Abril, 2007.
Zeballos, Estanislao S. “Civil Wars in South America.” The North American Review 159 (1894): 150-158.
______. Arbitration on Misiones. Statement made by the late Minister of Foreign Affairs of the Argentine Republic. To refute mistakes of Brazilian origin and to enlighten public opinion in South and North America. Buenos Aires: Jacobo Peuseur, 1893. 
_____. "Lira cubana”. Revista de Derecho, Historia y Letras 3. 9 (1901): 82-85.
_____. Païné et la dynastie des RenardsTrans. Mme Menjou. Illus. Alfred Paris. Paris: J. Escary, 1890.
_____. “De Estanislao S. Zeballos.” Destinatario José Martí. Ed. García Pascual. La Habana: Casa Editora Abril, Centro de Estudios Martianos, 1999. 286.
_____. “De Estanislao S. Zeballos.” Destinatario José Martí. Ed. García Pascual. La Habana: Casa Editora Abril, Centro de Estudios Martianos, 1999. 310.
Portell Vilá, Herminio. “Martí diplomático.” Revista de la Universidad de La Habana. 3 (1934): 23-31.

La Habana del adolescente Alejo Carpentier


Adorador de la prodigalidad de su entorno, defensor de su esencia barroca y perpetuo transeúnte por sus arterias más enigmáticas, este cronista de La Habana de todos los tiempos supo desentrañar la poesía contenida en su totalidad.
«Durante mucho tiempo me había apretado a mi propio ser. La sustancia de mi pensamiento había sido cuidadosamente elegida en el caos de las cosas. Yo me había creado a mí mismo, acaso incompletamente, pero de modo armonioso. Pero llegó el advenimiento de las cosas desconocidas...»

Paul Valéry
 
Durante toda su vida, Carpentier dará testimonio de una conmovedora habaneridad. Y si ha sido en los últimos años motivo de ataques a la memoria del escritor el hecho de no haber nacido en Cuba, existen sobrados ejemplos de casos similares, en los que la convicción ha pesado más que la sangre y las raíces. Porque, a fin de cuentas, lo significativo es que él se sintió, actuó y realizó su obra como cubano y, sobre todo, habanero.

La imagen superior izquierda remite a los días de infancia de Alejo Carpentier, allá en la finca familiar de la periferia semicampestre, cuando «era todavía La Habana una ciudad muy marcada por los hábitos de la Colonia». En la imagen inferior izquierda, un grupo de Minoristas se reunió en el bufete de Roig, para agasajar a la actriz y recitadora rusa (nacionalizada argentina) Berta Singerman, quien aparece sentada a la derecha, junto a Mariblanca Sabas Alomá; detrás de esta, el anfitrión, y al fondo, Carpentier. Imagen derecha: entrada de la Legación mexicana en La Habana, donde se ofreció un té al filósofo y ensayista Antonio Caso, quien aparece al centro. Entre los cubanos se distinguen José Zacarías Tallet; en la tercera fila, Jorge Mañach, Rubén Martínez Villena, Juan Marinello; al fondo, entre otros, Carlos Loveira, Enrique Serpa, Alberto Lamar Schweyer, Carpentier y Emilio Roig de Leuchsenring. 
Temprano empezó a escribir con una norma castiza, todavía en el canon decimonónico, pero con un macroobjetivo bien definido: sacar al lector cubano del provincianismo y el aislamiento. El joven Alejo Carpentier es un extranjero aclimatado, bilingüe, con una cultura atípica, que aún se encuentra sometido a algunos rezagos del esteticismo trasnochado que languidecía a nivel continental, lo cual se verifica en sus primeros trabajos periodísticos, tildados por él en la madurez de «pecados», porque respondían a una forma ya superada.
Ora inducido por sus mayores, ora resultante de una especie de íntima predisposición llamada a condicionar la forja de un carácter, lo cierto es que la curiosidad, esa voluntad de explorarlo y abarcarlo todo, constituyó atributo suyo, al parecer, de mayor notoriedad en el tránsito hacia la adolescencia.
Esa capacidad de «saber ver» y de «poder sentir», de «padecer» una irrenunciable fiebre de curiosidad, de lograr impresionarse, de hallar motivos de asombro en escenas vulgares o cotidianas en apariencia efímeras e intrascendentes, acompañará desde esta etapa la sensibilidad del impenitente observador que  comienza a escribir, y desembocará, más adelante, en su teoría de lo real maravilloso.
«Todo lo escrito, todo lo impreso, está sujeto a misteriosos azares», reflexionaba el periodista adulto, a propósito de las claves secretas, de los móviles tantas veces inexplicables que circundan el texto que se resiste a morir en el olvido, «que resurge, en el momento menos pensado, porque su potencial de virtudes lo había dotado, en sus inicios, de una vitalidad más duradera que la memoria de los hombres…»1
Tras la pista de esos «azares misteriosos», todo hace indicar que el bautismo del periodista se produjo en el diario habanero El País. Entre los meses de octubre y noviembre de 1922, se tiene noticia de la publicación de unos tres trabajos firmados con el seudónimo de su madre, Lina Valmont, anteriores al que hasta hace poco era reconocido como el primer artículo dado a conocer por Alejo.2
Presumiblemente, ambos, madre e hijo, de común acuerdo, decidieron que esa era la vía más factible para cobrar el importe de cada crónica terminada, en espera de que el mozalbete lograra posicionarse en el gremio y esquivara el sinnúmero de prejuicios y resquemores que de seguro despertara su precocidad intelectual.
Diálogo con los hallazgos
No es fortuito que el primer escrito publicado –de que se tenga noticia– esté consagrado a su ciudad. Durante toda su vida, Carpentier dará testimonio de una conmovedora habaneridad. Y si ha sido en los últimos años motivo de ataques a la memoria del escritor el hecho de no haber nacido en Cuba, existen sobrados ejemplos de casos similares, en los que la convicción ha pesado más que la sangre y las raíces. Porque, a fin de cuentas, lo significativo es que él se sintió, actuó y realizó su obra como cubano y, sobre todo, habanero, y la identidad nacional de un individuo puede depender también del acto volitivo de aceptación y elección de pertenencia.
«Yo cobro conciencia de lo que es esta Habana (…) en el año1912. Cuando cumplo siete años, es decir, esa edad en que empieza uno a ver las cosas con un pequeño espíritu analítico incipiente, en que uno recibe impresiones del exterior y esas impresiones empiezan a fijarse en la mente y a crear un panorama del mundo en que se vive, y que uno empieza a descifrar, a ver, a interpretar y a acomodarse en cierto modo con los elementos circundantes de la vida diaria», referirá en ejercicio retrospectivo casi en el ocaso de sus días, cuando se propuso legarnos ciertas claves de una existencia preñada de enigmas.3
Sin embargo, la infancia y la primera mocedad de Alejo Carpentier habían transcurrido en las fincas El Lucero y Loma de Tierra, ambas ubicadas en la periferia semicampestre habanera, donde la familia se asentó en busca de un clima menos hostil para el hijo condenado por el asma. Excepto muy esporádicas visitas a la capital, sobre todo para aprovisionarse de novedades editoriales, su horizonte, hasta 1921, es básicamente rural. De tal suerte, la iniciación como cronista trasunta una ruptura con esa visión hasta cierto punto bucólica, que se manifiesta en el deslumbramiento del «guajirito circunstancial» frente al hallazgo de una urbe que, de ser terreno virgen, devendrá remanso definitivo.
Aclarado esto, no sorprende la caracterización que el eufórico articulista realiza de todas las dependencias que conforman el convento de Santa Clara en «Tras los vetustos muros del Convento de Santa Clara surge la ciudad antigua del romance y la leyenda».4
La inusitada modernización de la ciudad, que conspiraba con el ánimo de recogimiento y era fuente de interrupciones durante los acostumbrados rezos, motivó que el 28 de marzo de 1922 las religiosas abandonaran el sitio que acogía la congregación desde el siglo XVII, después de venderlo a una sociedad anónima por un millón de pesos. Para satisfacer de algún modo la curiosidad pública, se acordó instalar allí, a mediados de noviembre, la sede del VI Congreso Médico Latinoamericano, al tiempo que se inauguraron las Exposiciones Nacionales de Higiene y de Industria y Comercio. Habiendo aparecido este artículo apenas unas semanas antes, el 16 de octubre, abordaba un tema de gran actualidad.
El acento descriptivo que adopta convenientemente el autor, al ejercer como intermediario entre el potencial lector y lo insólito que se revela ante sus ojos hacia el interior del retiro, responde al propósito general, que es ofrecer una panorámica del sitio. Sin embargo, la idea central se explicita casi al final: legitimidad y necesidad de (auto) reconocimiento de La Habana y, por añadidura, de Cuba, como plaza histórica del Continente, donde convergen lo nuevo y lo viejo, lo antiguo y lo moderno:
«Todos los países de la América Latina poseen recuerdos de su pasado: iglesias, palacios antiguos, casas, que son objeto de orgullo por parte de los habitantes de las naciones a que pertenecen. Según la creencia general, estos detalles no abundaban en Cuba; se veían una iglesia antigua de vez en cuando, un castillo, un pedazo de muralla aquí o allí, pero no verdaderos datos tangibles de la vida de los primeros colonizadores de la isla; no piezas que se remontaran a verdadera antigüedad (antigüedad relativa a América, se entiende). Pero ahora queda demostrado que en el mismo centro de la Habana existe esto y que estos rincones por los que los turistas extranjeros corren kilómetros en sus carros amplios bajo las vociferaciones de un “cornac” que nadie entiende, se hallaban lo mismo en Cuba como en otras partes».
Aquí el joven periodista realiza la primera defensa pública de su ciudad, acaso avizorando por casi seis décadas el mérito que el mundo le atribuiría al Centro Histórico de La Habana, declarado en 1982 por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Si bien con el paso del tiempo quedó demostrado que considerar este paraje citadino como el más añejo fue un error5 —repetido por algunos historiadores—, hacia los años 60 el ya reconocido internacionalmente escritor no parece haber ofrecido demasiado crédito al dato historiográfico, o en todo caso se preservó de menoscabar la hipótesis primitiva, cuando advirtió en La ciudad de las columnas: «independientemente de aquella Habana anterior a La Habana que —según se dice— alzaron unos cuantos colonos en las orillas del río Almendares, hemos de buscar el verdadero núcleo generador de la ciudad en aquellos humildes y graciosos vestigios que aún perduran en uno de los patios del antiguo Convento de Santa Clara, cerca de las clásicas tabernas pecaminosas del puerto, bajo la presencia de un pequeño mercado, de un baño público y de una fuente municipal que, a pesar de su modestia, ofrece una evidente nobleza de factura. Trabajo todo, de alarifes, como aquella “Casa del marino”, más ambiciosa, que aún puede verse a una escasa distancia de lo que fuera, en un tiempo, ágora entre manglares, plaza entre malezas, y que al ser revelada al público, en días de nuestra adolescencia,6 tras de larga reclusión impuesta por el envolvente crecimiento de un monasterio de clarisas, ostentaba todavía un borroso letrero que la identificaba como la “Casa del pan”».7
Todos los tiempos del cronista
En ese, su texto inaugural, Carpentier da a entender que la colaboración con El País no será esporádica: «Ya que no por el hallazgo del pseudo-pasadizo subterráneo, la iglesia está poetizada por una leyenda perfectamente verídica, pero tan dramática y a la vez tan encantadora y completa de sí, que en otra ocasión la daré a conocer con toda la amplitud que merece por su originalidad». Con toda seguridad, se refería a la que publicó veinte días después en el propio periódico, el 5 de noviembre de 1922, la cual se contempla como su segundo artículo: «Las dos cruces de madera. Leyenda del Convento de Santa Clara».
Para relatar cómo transcurrió el último día en la vida de dos monjas –y sus respectivas esclavas– que perecieron simultáneamente a causa del impacto de un rayo en el convento de Santa Clara, el cronista parece trasladarse al siglo XVIII para ofrecer varias pinceladas que retratan la dinámica monacal y prefiguran el ambiente citadino donde convergen los «ojos profanos».
Obviamente, desde este momento, o quizás antes, Alejo comienza a hurgar en los fondos hemerográficos de la Sociedad Económica de Amigos del País, la Biblioteca o el Archivo Nacional, en búsqueda del sustento de estos artículos y de los antecedentes que le permitan reflejar una época de la que ni siquiera podrá contar con referencias por vía familiar, tratándose los suyos de europeos trasplantados a suelo cubano.
Si bien el cronista exagera, matiza e interpreta la información que recoge, se tiene constancia de que la modificación no será sustancial. Entre la papelería que con esmero conservó su madre, y que sobrevivió a mudanzas y exilios, se encuentra una pequeña nota mecanuscrita, con una información aparentemente sacada de algún asiento necrológico, que revela la verdadera existencia de las dos monjas que dieron pie a la leyenda. De cualquier manera, como aseveró con autoridad Juan Ramón Jiménez, el estilo es fantasía, propiedad, analogía, prosodia y ortografía.
Más allá del inventario de datos que le posibilita esbozar el precario trazado urbanístico, sintetizar el exiguo repertorio de bailes y espectáculos, y hasta aludir a los por entonces frecuentes ataques de piratas, a la luz del presente resulta sumamente ilustrativo conocer su reconstrucción de cómo y en qué medida la inminencia de una tempestad condicionaba la vida de los habitantes de la villa en fecha tan remota como 1727:
«En las calles, resonaban los gritos de los carreteros que excitaban a sus bestias para que apuraran el paso; los mendigos se resguardaban prudentemente al amparo de los balcones enrejados de las casas ricas, antes de que la lluvia comenzase a caer, y cerca del Castillo de la Fuerza, los vendedores de comestibles y baratijas recogían apresuradamente sus mercancías, desparramándose en todas direcciones con sus cajas a la cabeza o empujando sus carritos, murmurando a veces entre los dientes una imprecación, cuando un jinete pasaba cerca de alguno de ellos con demasiada velocidad…»
Con estos primeros trabajos que tienen como escenario el también llamado convento de El Santísimo Sacramento, se va perfilando una pasión de narrar, al tiempo que una conciencia nacionalista.
Por momentos, el autor parece sugerir que esas piedras y esa gente no son solo historia, sino que tienen un valor afectivo superior, una trascendencia desde el punto de vista cultural, y que para conformar una identidad es preciso aferrarnos a lo nuestro.
Vindicación de «intramuros»
«Alejándome del bullicioso centro de la Habana moderna y olvidando sacrílegamente los iluminados santuarios del Fox, donde las parejas se balancean con una gracia del todo latina, al estruendo de saxofones y timbalazos, ni graciosos ni latinos, me atreveré a atentar contra el modernismo todopoderoso, evocando por un instante tiempos pasados», confiesa, a modo de preámbulo, en el tercer trabajo aparecido en El País, el 12 de noviembre de 1922, que también resalta por su sabor costumbrista: «Recuerdos de la Habana antigua».
Aquí, auxiliándose de noticias que extrae del Papel Periódico de La Havana (1790-1805) y del libro Lo que fuimos y lo que somos, o la Habana antigua y moderna (1857), de José María de la Torre, propone otra mirada ingeniosa a la vida recoleta de la ciudad.
«En nuestra época, rodeada sin cesar por el vertiginoso torrente de la vida actual, hallo un placer intenso en hojear las apolilladas colecciones de periódicos antiguos, con sus anuncios de ventas de esclavos y sus artículos de actualidad, que nos pintan el género de existencia de nuestros antepasados, tanto más encantador, como que es diametralmente opuesto al nuestro», expresa Carpentier, tal vez como declaración de principios.
La prosa, que destaca por su amenidad, fue construida en función de que el lector comprendiera que cada época o período histórico es el resultado de un conjunto de circunstancias, y a la vez son peldaños que fue preciso superar para desembocar en el «hoy», para dar forma a la vida moderna. En síntesis, años por los que fue necesario –y hasta saludable, como aventura el cronista– transitar.
Sin pretender pasar por alto ni justificar la falta de distracciones, en tono conciliador hace notar que «la época de nuestros abuelos no tiene nada que envidiar a la presente, bajo el punto de vista intelectual, y si la Habana no gozaba en esos tiempos de vías anchas y teatros suntuosos, su labor fue harto noble, en dar nacimiento a algunos de estos monstruos sublimes que se llaman genios y de cuyo paso por nuestra historia nos podemos vanagloriar a través de los siglos…».
No obstante, especula el cronista, «los enamorados de su época, concluirán como siempre que la existencia en los tiempos pasados era bien aburrida, y no valía el trabajo de vivirla. Años transcurrían, entre fiestas y fiestas, sin más diversiones ni incidentes para la juventud que monótonos paseos en quitrines y calesas por la Alameda de Paula; visitas en las silenciosas residencias de portones armoriados, y la misa dominical, a cuya salida se pavoneaban los guapos mozos de la ciudad, luciendo sus chaquetas azules, pantalones de gamuza y corbatas de encajes orlados».
Solo alguien con mirada crítica, pero sobre todo histórica —es decir, un sujeto como Carpentier, que se interesa por lo lejano para mejor comprender el presente—podría recurrir a un trazo como el siguiente: «No somos –en cualquier tránsito de nuestras vidas– sino hechura de nuestro pasado. Lo que hacemos hoy no es, no puede ser, sino consecuencia de lo hecho hasta ahora –aunque un comportamiento, una decisión, inesperados, operen por proceso de reacción, negación o rechazo. Pero sólo puedo rechazar lo que conozco. Como, igualmente, sólo puedo seguir en lo que conozco por haberlo aceptado como bueno, después de conocido…»,8 explicará en una entrevista.
Aunque hasta el momento serán estos los únicos trabajos encontrados sobre su ciudad, no puede descartarse que existan otros, dado que nos fue imposible, por el avanzado grado de deterioro, consultar las colecciones de El País.
Sin embargo, entre los fondos que atesora la Fundación Alejo Carpentier, llama la atención un texto –según parece inédito– que se titula «Primeros periódicos de La Habana», porque se trata del mismo estilo carpenteriano de estos años iniciales, y encaja con el perfil de las crónicas anteriormente glosadas.
Allí refiere su autor que «pocas ciudades del mundo tienen, en relación al número de sus habitantes, tantos y tan buenos periódicos como La Habana». Más allá del apunte objetivo, se transpira una devoción por su ciudad que el emisor no esconde, como tampoco lo hará en los tres textos impresos.
Está presente también, abiertamente, la dicotomía geográfica Europa-América —contrapunteo que sustenta tanto su ensayismo como algunos volúmenes de ficción— no exenta de ironía: «En esto, nada tenemos que envidiar al viejo continente. Sus diarios, impresos en mal papel, llenos de fotografías que parecen siempre representar las profundidades del mar en vez de retratos o paisajes, que no pueden llevarse dos cuadras sin tener las manos negras, no admiten comparación con nuestras publicaciones netas, en las cuales los mismos anuncios están hechos con habilidad y arte».
Misterio y poesía de una ciudad de sombras
En esta primera visión carpenteriana de La Habana, deben señalarse como aciertos estilísticos notables, por la belleza y originalidad que le imprimen a la crónica, un conjunto de construcciones, imbricadas a veces, que encajan en las conocidas figuras literarias.
Un recurso al que constantemente acudirá el cronista será al símil. Tanto en el corpus literario como en el periodístico, la comparación representará un papel esencial, y le permitirá al narrador exponer su potencial asociativo, que no es más que el testimonio de una cultura inusual, si nos atenemos a estos años iniciáticos.
Así, representar toda la aspereza y la hosquedad del tronco de una planta puede resultar dilatada empresa, si puede acotarse que es por el estilo de los que pintaban en sus cuadros los «Primitivos» flamencos. Del mismo modo, no hace falta calificar con un montón de adjetivos las horadaciones conque el calendario ha fijado su paso en una pared del claustro; en vez de eso, vale sugerir que las líneas redondeadas recuerdan vagamente las zonas concéntricas que se ven en las calcedonias.
Hubiese sido demasiado fácil para el periodista y poco atractivo para su presunto lector, que el primero describiera un ambiente impersonal y apagado como el que domina siempre en un convento, explicando que reina la oscuridad, la quietud y el silencio en una construcción monótona y sin color. Pero en vez de eso, resulta más eficaz evocar unas superficies leprosas que se repiten, en mayor o menor cuantía, en las altas paredes desnudas que sostienen y proporcionan equilibrio a un cielo de madera admirablemente labrado.
Roberto Fernández Retamar ha dicho que en buena lid no existe palabra recta, dado que calificar a unas de «“metáforas” es una manera abreviada de decir que son “más metáforas que las otras”».9 Indudablemente, reconoce que la trasposición de lo espiritual en material «es posible gracias a la acción asociativa del alma humana: hablamos de ideas sombrías o luminosas, estrechas o amplias, dando a los adjetivos un vuelco metafórico –por otra parte necesario, pues la metáfora no es un lujo: es un órgano respiratorio del idioma».10
Además de la concurrencia metafórica, que será uno de los rasgos distintivos de la prosa carpenteriana, privilegiará construcciones de este tipo que incluyan el epíteto (gruesas gotas comenzaron a caer, y principió el aguacero tropical con toda su violencia y sus caprichos de cíclope ebrio), o donde resalte el sentido onomatopéyico de la frase (humedad del aire y el tableteo de la lluvia).
Al evaluar las metonimias en el contexto de la frase donde se insertan, se entiende que cada una cumple una función específica, pero siempre con una definida voluntad de engalanar la composición y aligerar la prosa. En vez de describir que el paisaje arquitectónico del claustro se repite sin variaciones medulares, se dice que corren las arcadas. Cuando la desgracia se aproxima, sobreviene la tormenta que cubre todo el firmamento y hasta la dinámica terrestre se opaca por una luz triste y grisácea.
Si se analiza la trayectoria de Carpentier, cuya filiación barroca ha sido harto comentada, e incluso vindicada por él mismo, no debe asombrar la temprana afición por la hipérbole, que es uno de sus recursos más comunes.
¿Quién se dispondría a probar que al interior del convento de Santa Clara no mecía su enramada un árbol centenario, que por el ancho de su corteza nos indica una existencia comenzada antes del Descubrimiento? ¿De qué sirve negar que el corazón de sor Francisca, una de las dos monjas asaltadas por el mismo miedo horrible, latía a romperse?
La retórica no es una teoría del ornato, sino el empleo de frases cabales que, sin renunciar a la poesía, describan con singularidad y acierto creativo el estado de ánimo que genera una situación, que predomina en un ámbito o contexto determinado, que define una imagen…
En no escasas ocasiones, el tono se vuelve mordaz cuando quiere, o bien aliviar la carga dramática del episodio narrado, o siquiera aportar un complemento sutil que mueva a la meditación y convoque la sonrisa. Habrá quien se mostrará algo contrariado, si se juzga el desenfado con que se aborda un tema delicado como es la religión.
Al interior del convento, donde supuestamente se encontraba el núcleo más antiguo de la ciudad, el cronista dibuja con esmero unas seculares casitas que no solo se valorizan por la historia que encierran, sino que, ante todo, deben de inspirar un religioso respeto. Un poco más distante, se tropieza el caminante con alguna sacra imagen que inspiraría piadosos sentimientos a la población.
Y si una tormenta tropical desata toda su cólera, sin clemencia, sobre las construcciones más añejas, únicamente el chato pilar de la fuente de la Samaritana parecía resistir a los elementos desencadenados, fuera por la tosquedad de su construcción, fuera por la imagen piadosa que se resguardaba en una pequeña hornacina tallada en uno de sus flancos.
También persistirá latente el asunto de la iluminación. Más que la luz de fuego, los torrentes de luz e inclusive la cruda claridad, Carpentier parece preferir la claridad mortecina, incierta y triste, o en todo caso la luz tenue y suave, lo que también pudiera explicar la identificación con la arquitectura colonial habanera y su propiciador universo de sombras. Así, las monjas cubanas oraban a la tenue luz de los cirios, que será la misma de la que el periodista se servirá para redactar sus reseñas teatrales de La Discusión a altas horas de la noche, como dejó escrito en unas páginas de memorias.11
Por otra parte, dentro de los giros más utilizados, cabe señalar la terminología tomada del léxico de la Arquitectura, que como se sabe fue la profesión de su padre y una de sus mayores pasiones, incluso antes de matricularla en la Universidad de La Habana. Aunque no pudo cristalizar como carrera, sí constituyó esta una ciencia afín, útil sobre todo para el periodista-escritor que describe ambientes.
Techos y bóvedas artesonadas, cornisas, frontones, ménsulas, hornacinas, pilares, capiteles e intercolumnios, permiten tempranamente al cronista hacer gala de su dominio, y serán, más que destellos, el preludio de la monumentalidad arquitectónica, típica del barroco, que la crítica literaria ha señalado en sus obras de madurez.
Observador en casa propia
Cuando luego de once años de ausencia, en 1939 se produce el reencuentro con su ciudad, al evocar su época de adolescente Carpentier reflexionaría sobre el pernicioso hábito que «había cubierto las cosas de La Habana con una pátina tan espesa que todo descubrimiento, toda revelación se nos hacía imposible».12 Ello lo llevaría a manifestar públicamente que la peor enfermedad que podía aquejar a un ser humano era la falta de curiosidad.
Al joven cronista que se estrena en 1922 no le interesa tanto construir sus colaboraciones lo más apegado posible a eso que se tiene como «imagen de la realidad»; en vez de eso opta por legar una mirada singular y atrayente, que si por momentos idealiza lo que pudiera tomarse como «verdad», no deja de erigirse en espacio donde el sujeto-narrador interpreta y dibuja el mundo social.
Osado, trepidante, con un conocimiento atípico para su edad y una elocuencia también poco común, y con la temprana conciencia de superar los tiempos abolidos, se revela el adolescente que, partiendo de un sentido universalista de la cultura, no desdeñará la preterida renovación nacional.
Su modo de actuar será la voluntad de servicio  por medio de la prensa, y su modesta contribución, aún en una etapa genésica como intelectual, serán estas páginas, donde si bien no ha cristalizado lo que ha de llamarse su estilo –una voz definida como espejo de culturas–, no dejan de advertirse, junto a la desmesura de todo iniciado, algunos atisbos destacables: la autonomía creadora, la cubanía absoluta, el audaz enfoque personal, las riquezas de su metaforismo, la sutil ironía, los golpes de audacia comunicativa…vale decir, la fulgurante carrera periodística que precede y complementa al escritor en ciernes, aunque el lenguaje periodístico diferirá, en lo esencial, del lenguaje literario.
En este caudal cronístico en el que La Habana es, más que inspiración, leitmotiv, subyace el ojo crítico de quien no fallará en deslindar lo efímero de lo valedero, lo superfluo de lo imperecedero. Un hombre comprometido con su época, apasionado por su ciudad, un transgresor deslumbrado por el arte legítimo, un iconoclasta que otea y sucumbe ante lo autóctono.
«Puedo jactarme de tener un profundo conocimiento de La Habana; pero no tan sólo de su topografía e itinerarios interesantes. Vi crecer La Habana con el siglo. La he contemplado bajo sus más distintas iluminaciones. En cien oportunidades he escuchado sus voces, secretos, y he tomado su pulso…»,13 afirmará quien apostó por un periodismo volcado hacia lo endógeno, pero dentro de lo universal.
Por ello, más allá del dato puntual para sus futuros biógrafos, ¿de qué sirve esgrimir con obstinada insistencia que su nacimiento se produjo en Lausana, Suiza, y no en la habanera calle Maloja, como él mismo, de tanto repetirlo, acaso habrá llegado a creer?
Ciertamente, La Habana será uno de sus mayores desvelos y una de sus más caras posesiones. A ella consagrará páginas como estas casi desconocidas, u otras ya antológicas, como las del aludido ensayo La ciudad de las columnas, testimonio del privilegiado caminante adorador de su entorno vital. Así pues, habrá que imaginarlo siempre, como es voluntad del Historiador y guardián de la villa, poseído por «las inquietantes sensaciones de estar inmerso en el gozo generoso y extraño de los más recónditos rincones habaneros».14
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1«La tenacidad de lo escrito», El Nacional, Caracas, 29 de abril de 1954. Recorte que obra en la Colección Alejo Carpentier, en lo adelante CAC.
2El propio Carpentier siempre reconoció que la primera vez que su nombre apareció en letra de imprenta fue calzando la reseña titulada «Pasión y muerte de Miguel Servet» [por Pompeyo Gener], con la que inauguró la sección Obras Famosas del periódico La Discusión, el 23 de noviembre de 1922.
3Tomado de «Sobre La Habana (1912-1930)», entrevista filmada por Héctor Veitía para el ICAIC en 1973. Puede consultarse en Alejo Carpentier: Amor por la ciudad. Compilación y prólogo de Fernando Rodríguez Sosa. Ediciones Unión, La Habana, 2006, p. 87.
4Esta crónica fue reproducida por el investigador Sergio Chaple en Opus Habana (vol. X, no. 2, nov. 2006-ene. 2007, pp. 4-15).
5Véase El Convento de Santa Clara, del investigador Pedro Herrera López. CENCREM, 2006.
6El subrayado es mío.
7Alejo Carpentier: Ensayos. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984, pp. 42-43.
8Alejo Carpentier: Entrevistas. Compilación, selección, prólogo y notas de Virgilio López Lemus. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1985, pp. 345-346.
9 Roberto Fernández Retamar: Idea de la estilística, Comisión de Publicaciones, Universidad de La Habana, 1963, p. 56.
10Ibídem, p. 43.
11Véase Alejo Carpentier: «Páginas de memorias» en  revista Revolución y Cultura, no. 94, junio de 1980.
12«La Habana vista por un turista cubano», primera parte. Carteles, 8 de octubre de 1939, pp. 16-17, CAC.
13«Jubilosa Habana», en Letra y Solfa, El Nacional, Caracas, 17 de junio de 1959. Puede consultarse en Alejo Carpentier: Amor por la ciudad, ob. cit, pp. 65-66.
14Eusebio Leal Spengler: «En el centenario de Carpentier», prólogo a la reedición del libro La ciudad de las columnas, Editorial Espasa Calpe, 2004. Recogido en Patria amada. Ediciones Boloña, Colección Opus Habana, 2005, p. 108.

Miembro del equipo editorial de Opus Habana Mario Cremata Ferrán elaboró este artículo a partir de Arpegios de un «pecador», su tesis de Licenciatura en Periodismo en la Universidad de La Habana (2011), tutorada por la Dra. Graziella Pogolotti y la MsC. Yamilé Ferrán, en la que analizó el estilo narrativo-periodístico de Alejo Carpentier (1922-24) y propuso una mirada inédita a su primera producción como cronista.
Tomado de Opus Habana, Vol. XIV/No. 1, agost. 2011/ene. 2012.