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lunes, 15 de mayo de 2017

ANÉCDOTA DE LA VIDA DE JOSÉ MARTÍ.

Por:  BERNARDO FIGUEREDO

Al presentar esta contribución al Congreso de Escritores Martianos, muchos de los cuales vinieron de lejanas tierras, honrándonos por ello doblemente por su compañía y cola­boración, quiero advertir que sé bien que mi trabajo no es de los que fácilmente caben en el temario. Lo presento úni­camente como una información, la de un testigo presencial que depone ante los que han de formar juicio.

Tuve la gloria de estar al lado de Martí con frecuencia, algunas veces en momentos únicos, como un viaje, reclusión de enfermo en forzado reposo, largas esperas en estaciones de ferrocarril, y otros por el estilo, que brindaban ocasión sin prisa, porque la prisa no abreviaría la espera, para conversar extensamente sin la presión de una acción impostergable.

COMO APRENDEN LOS PUEBLOS

Era muy temprano en la fresca mañana del día 21 de diciembre de 1893, cuando ya estaba yo sentado, como madru­gador único, en la cubierta del vapor Olivette. Había calor en el camarote en el que quedó Martí durmiendo por haber estado leyendo hasta muy tarde la noche anterior. Mi tempranera soledad no duró mucho, pues poco después se me unió un señor de mediana edad, de agradable aspecto, que me saludó cortésmente, entablando conversación después de sentarse a mi lado: se presentó él mismo como M. J. Sánchez, de 9 Old Slip en Nueva York, que regresaba de hacer compras de tabaco en rama en La Habana. Hablábamos de cosas sin importancia, del calor del camarote, de los tumbos que daba el barco que no era muy marinero según su opinión, del gran ruido que hacía la máquina del vapor... En eso apa­reció Martí con un libro en la mano como era su hábito; al decirle yo que el señor Sánchez venía de La Habana indagó por la situación en Cuba. Mi nuevo amigo consideraba que en lo económico había cierta preocupación por los mayores impuestos aduanales en los Estados Unidos a la rama y al torcido; en lo político consideraba que no tenía mucha importancia, por sus limitados efectos, la propaganda que estaban haciendo algunos, entre ellos el periodista Juan Gualberto Gómez, inspirados en la actividad agitadora en el extranjero de Martí... Intervine rápidamente al darme cuenta que Sánchez no sabía quién era su interlocutor, di­ciéndole: "Señor Sánchez, este señor es José Martí."

Es fácil suponer la confusión del informante. No sabía cómo seguir después de lo dicho tan sinceramente. "Usted perdone, dijo, si le han molestado mis palabras, es mi opinión, mi punto de vista que puede ser erróneo." Entonces Martí, evidentemente con pena por la pena de Sánchez, lo alentó para que siguiera su relato, diciéndole: "No quiero que varíe su opinión por complacerme, eso sí me disgustaría; quiero - que sepa que considero que el hombre que defiende una causa y no oye más palabra que la que lo halaga está perdido y está perdida también su causa."

Efectivamente, siguieron hablando por mucho rato cordial­mente, como buenos viejos amigos, como hermanos que expo­nen sin temor a ofenderse su sentir verdadero. Sánchez reco­nocía que había cierto malestar, no mucho, como lo hay en todas partes, aún en los mejores países; la inconformidad notada, sin embargo, no era bastante para alentar un movi­miento armado; aceptó como posible la observación de Martí de que su opinión se basaba en que sus relaciones en Cuba eran con los magnates del tabaco, integristas y voluntarios y en la zona de Vuelta Abajo, donde un feudalismo secular ahogaba la aspiración de la libertad.

Sánchez consideraba a Martí equivocado por juzgar al pueblo de Cuba por los cubanos de la emigración. Esta era una selección, una muestra superior a la mercancía. Los cubanos en el extranjero , decía, eran ejemplares, le hacían honor a Cuba , tal vez porque hay más temor en violar una ley extranjera o porque fueran en realidad mejores, pero él tenía dudas muy grandes .de que los cubanos como pueblo pudieran regirse ellos mismos en su propia patria sin grandes contratiempos ... el pueblo no estaba preparado... La contestación de Martí fué digna de su genio: "Sí, tal vez haya tropiezos, pero ningún pueblo puede aprender a ser libre siendo esclavo."

Quedaron cordialmente amigos. Sánchez contribuyó a los fondos de la revolución en varias ocasiones, anónimamente, como era explicable, ya que tenía que venir con frecuencia a La Habana a negociar con los recalcitrantes de la Colonia . Creo que había nacido en Cuba.

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