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jueves, 1 de junio de 2017

LA ATLÁNTIDA EN LOS "DIÁLOGOS" DE PLATÓN. SOBRE Ατλαντίς νῆσος (Atlantís nēsos) O LA ISLA-PENÍNSULA DE LA ATLÁNTIDA


 Fresco en la isla de Thera. Representa una ciudad-palacio rodeada por varios cercos de agua, con sus habitantes asomados en las terrazas. Barcos adornados, leones, gacelas y delfines la reodean. 

El filósofo griego Platón fue el primero en hacerse eco de una leyenda de la antigüedad en la que se menciona un reino mítico situado en una isla o península llamada Atlántida. En sus "Diálogos" hará referencia de ella a través de Critias, discípulo de Sócrates. Según el relato de Platón, Critias oyó esa historia contada por su abuelo, que a su vez la había escuchado del político ateniense Solón y a éste último se la habían transmitido los sacerdotes egipcios de la ciudad de Sais, situada en el delta del Nilo.periodo de tiempo nueve mil años antes del momento en el que se produce el diálogo en la que se la menciona. Describe su fundación y orígenes bajo la advocación del dios Neptuno, así como su geografía y sus leyes. También explica algunos cultos relacionados con el toro, la confederación de pueblos gobernados por la asamblea de sus reyes, la organización del ejército y la abundancia de sus riquezas. Aparece el nombre de Gades entre los lugares conocidos que menciona. Finalmente será destruida para castigar la soberbia de sus habitantes, que habían olvidado las tradiciones de susmayores y las enseñanzas de sus dioses.

Esquela de la edad del Bronce de El Viso (Los Pedroches-Córdoba). Tiene paralelismo con la hallada en el yacimiento tartésico de Cancho Roano (Zalamea de la Serena-Badajoz). Algunos investigadores la interpretan como la figura de un guerrero defendiendo su ciudad. En éste caso, la mítica Atlántida.




Sitúa la ubicación de esta poderosa nación en el Mediterráneo, en un
 En el siglo I a.d.C., Estrabón  y Posidonio están en la convicción de que el relato de Platón no era resultado de la imaginación literaria del filósofo, sino que se ajustaba a una realidad de recuerdo impreciso. Plutarco (s.II d.d.C) dará los nombres de los sacerdotes egipcios que habrían contado a Solón la historia de la Atlántida, haciendo mención de Psenophis (Sais) y Sonkhis (Heliopolis). Por su parte, Proclo hará alusión al viaje que hizo a Egipto que Crantor, filósofo de la Academia platónica y como pudo ser testigo de la existencia de unas inscripciones en las que aparecía la historia que había referido Solón.

Muchos serán los historiadores, arqueólogos e investigadores de todos los tiempos que intentarán descifrar el misterio de la Atlántida. Sobre todo, después de que Schiemann descubriera la ciudad de Troya siguiendo las pistas encontradas en las lecturas de Homero. Las hipótesis sobre su posible asentamiento han sido, en la mayoría de los casos, especulativas y con escasa base científica. Seguramente una de las que ha cobrado más fuerza es aquella que la relaciona con Grecia (Cultura minoica) y España (cultura tartésica). En ese sentido, las teorías encontrarían afinidad con algunos topónimos mencionados por Plantón y que hace referencia al Mediterráneo, África y a la que fuera colonia fenicia de Gades.



CRÍTIAS ó LA ATLÁNTIDA.
Timeo - Crítias - Sócrates - Hermócrates.

- TIMEO
Cuan agradable me es, Sócrates, poder, como sucede después de un largo viaje, descansar anchamente al ver terminado este discurso. Yo suplico á ese Dios, cuya existencia es muy antigua, pero que en cierta manera acaba de nacer de nuestra misma conversación, que si lo que hemos dicho ha sido oportuno, nos lo tome en cuenta; y que nos imponga el castigo á que nos hayamos hecho merecedores, si hemos pronunciado, sin quererlo, alguna palabra inconveniente. Pero ningún castigo más justo para el que se engaña, que ilustrarle. A fin, pues, de que en lo sucesivo nuestros razonamientos sobre la generación de los dioses sean verdaderos, suplicamos á este dios, que nos conceda el mejor de los talismanes, el talismán por excelencia, la ciencia. Hecha esta invocación, cedo la palabra á Critias, conforme á lo acordado.

- CRITIAS
La acepto, mi querido Timeo. Pero la misma indulgencia que has reclamado, cuando principiastes tu discurso, reclamo yo ahora. Querría alcanzarla mayor aún, atendido el objeto que debo tratar. No se me oculta que pueda tenerse por ambiciosa, y si se quiere, hasta por un poco inconveniente mi súplica; mas, sin embargo, estoy resuelto á hacerla. No se trata de negar las verdades, que tú nos has expuesto; ¿ni qué hombre sensato se atreverla á hacerlo? Pero debo esforzarme para convenceros de que mi tarea es aún más difícil; y, por consiguiente, que tengo necesidad de mayor indulgencia.
 Cuando se habla de los diosas á los hombres, mi querido Timeo, es infinitamente más fácil satisfacerlos, que cuando se les habla de los mortales, es decir, de ellos mismos. En efecto, la inexperiencia, ó más bien, la completa ignorancia de los oyentes, deja el campo libre al que quiere hablarles de cosas que ellos no-conocen; y tratándose de los dioses, ya sabemos á qué atenernos (1). Concebiréis más claramente esto, si fijáis vuestra atención en lo que voy á decir. Nuestras palabras son necesariamente una imitación ó imagen de alguna cosa.

Supóngase un pintor, que se proponga representar las cosas humanas ó las obras de la divinidad en general (2); desde luego vemos la facilidad ó dificultad que experimenta al imitar estos diversos objetos, para poder contentar al espectador. Si pinta la tierra, las montañas, los ríos, los buques, el cielo entero y todo lo que él comprende, así como todo lo que en él se mueve, nos daremos desde luego por satisfechos, por poco que haya sido su arte y escasa la semejanza conseguida al reproducir estos objetos; y en tal caso, desprovistos nosotros de todos los conocimientos precisos, no pensamos en examinar nada, ni en criticar nada, y nos damos por satisfechos con un bosquejo incierto y engañoso.

Pero que el pintor trace los rasgos de la humanidad, nuestros hechos propios, como el hábito de verlos nos los ha hecho familiares, notamos inmediatamente las más ligeras faltas, y nos convertimos en jueces severos del cuadro, si no ha reproducido su modelo con una completa fidelidad. Lo mismo sucede con los discursos. Cuando se trata de las cosas celestes y divinas, basta que se hable de ellas con alguna verosimilitud; pero cuando se trata de las cosas mortales y humanas, las examinamos con un espíritu riguroso.

Por lo tanto, si á causa de que voy á hablar sin preparación, se nota que se me escapa ó que incurro en alguna inexactitud, es preciso perdonármela; porque no es fácil, y antes bien es muy difícil, expresar las cosas que nos conciernen de una manera conveniente. No hay que olvidarse de esto. Hé aquí, Sócrates, lo que deseaba recordaros. Hé aquí cómo quería reclamar para mi discurso, no un poco, sino un mucho de indulgencia. Mis palabras no tienen otro objeto; y si os parece que tengo algún derecho á exigiros este favor, concedédmelo de. buena voluntad.

- SÓCRATES.
¿Por qué no concedértelo, Critias? También habremos de dispensar la misma gracia á Hermócrates, que hablará el tercero. Porque es seguro que apenas le llegue el turno, nos hará la misma súplica que tú. Y para que piense en otro exordio, y no se crea obligado á repetir tus palabras, tenga entendido desde ahora, que le dispensamos la misma indulgencia. Por lo demás, te daré á conocer, mi querido Critias, las condiciones del público, á quien vas á dirigirte. El actor, que acaba de representar su pieza, ha alcanzado un maravilloso éxito, y agotaremos toda nuestra benevolencia, para ponerte en estado de poder rivalizar con él.

- HERMÓCRATES.
Me doy ya por prevenido, Sócrates, al mismo tiempo que Critias. Pero dime, Critias: ¿no sabes que jamás los cobardes alcanzaron trofeos? Así, pues, es preciso que marches de frente y que discurras con resolución; es preciso quE después de haber invocado á Apolo y á las Musas, hagas la pintura de nuestros conciudadanos y celebres su valor.

- CRITIAS.
·Critias comenta como los sacerdotes egipcios cuentan a Solón el relato que sigue.
Bien, mi querido Hermócrates; como tu vez no llegará hasta mañana, y otro debe aún precederte, te presentas ahora muy valiente, pero no tardarás en saber por ti mismo si la tarea es fácil. Sin embargo, no me haré sordo ni á tus exhortaciones ni á tus excitaciones, y sin olvidar las divinidades que acabas de nombrar, llamaré en mi auxilio á todas las demás y singularmente á Mnemosina; porque de ella depende la mayor parte de mi discurso. Si la memoria me acompaña; si puedo referiros fielmente las antiguas historias de los sacerdotes egipcios importadas á estos lugares por Solón, creo que mi público quedará convencido de que he cumplido mi deber. Es preciso, pues, entrar en materia sin más demora.

 · Nueve mil años atrás hubo una guerra "entre entre los pueblos que habitan más acá y más allá" de las columnas de Hércules: Atenas y la federación de reyes de la Atlántida. La Atlántida, que se sumergió  en en mar por causa de terremotos, tenía un tamaño "más grande que la Libia y el Asia" quedó reducida a un escollo que impide la navegación en esa parte de los mares.
Ante todas cosas recordemos, que han pasado nueve mil años después de la guerra, que, según dicen, se suscitó entre los pueblos que habitan más acá y más allá de las columnas de Hércules. Es preciso que os dé una explicación de esta guerra desde el principio hasta el fin. De una parte estaba esta ciudad (3); ella tenía el mando y sostuvo victoriosamente la guerra hasta lo último. De la otra parte estaban los reyes de la isla Atlántida. Ya hemos dicho, que esta isla era en otro tiempo más grande que la Libia (4) y el Asia; pero que hoy día, sumergida por los temblores de tierra, no es más que un escollo que impide la navegación y que no permite atravesar esta parte de los mares. En el curso de mi historia hablaré por su orden de todos los pueblos griegos y bárbaros que existían entonces, pero debo comenzar por los atenienses y por sus enemigos, y daros razón de sus fuerzas respectivas y de sus gobiernos. En su vista, pues, de nuestra ciudad es de la que debemos ocuparnos desde luego.

·Los dioses repartieron las tierras entre sí. Vulcano y Minerva recibieron lo que Critias denomina "nuestro país". Sus habitantes, que se refugiaron en las montañas, han olvidado  la historia de sus mayores, aunque conservan la tradición de algunos de sus nombres. Recuerdan nombres de personas y héroes, pero no sus acciones.
Los dioses dividieron entre sí en otro tiempo la tierra toda, comarca por comarca, y esto sin que se suscitara alguna querella, porque no puede admitirse racionalmente, ni que los dioses ignoraran lo que á cada uno de ellos con venia, ni que, sabiéndolo, se robaran los unos á los otros el lote que les pertenecía. Habiendo obtenido como resultado de la justicia y de la suerte lo que querían, se establecieron en cada país; y después de haberse fijado en ellos, á la manera de lo que los pastores hacen con sus ganados, se consagraron á procurar el alimento y la educación á los hombres, que eran á la vez sus hijos y su propiedad.

Sin embargo, no emplearon la violencia como los pastores que castigan suavemente á su ganado para conducirle. Sabían que el hombre es un animal dócil, é imitando al piloto que conduce la nave, y sirviéndose de la persuasión como de un timón para mover el alma á su gusto, dirigieron y gobernaron así la raza toda de los mortales. Así gobernaron las demás divinidades en los países que les tocaron en suerte. Pero Vulcano y Minerva, que tienen la misma naturaleza, como hijos que son de un mismo padre, y que están animados del mismo amor á las ciencias y á las artes, recibieron como lote en común nuestro país, que les con venia y se adaptaba maravillosamente á su virtud y á su sabiduría.
·Los dioses hicieron hombres de bien. Con "la ruina de sus sucesores" y el tiempo perecieron, sobreviviendo sólo los que "escapando a los desastres"  que habitaban en las montañas. Carecían  de letras, cultura y tenían escasos medios de subsistencia. Habían olvidado su historia conservando solo algunas tradiciones. Empezaron a recuperar el pasado cuando algunos ciudadanos tuvieron resueltas las "cosas necesarias para la vida.
De los indígenas hicieron hombres de bien, y pusieron en su corazón el amor al orden político. Los nombres de estos hombres se han conservado, pero el recuerdo de sus acciones ha perecido con la ruina de sus sucesores y con el trascurso de los tiempos. La única raza, que ha escapado á estos desastres, ya lo hemos dicho, es la que habita las montañas, y que, sin letras y sin cultura, sólo recordaba los nombres de los que habían sido dominadores del país, sin saber nada ó casi nada de sus grandes hechos. Haciéndolo por punto de honra dieron estos nombres á sus hijos; pero en cuanto á las virtudes y á las instituciones de sus antepasados, sólo conocían lo que les había sido trasmitido por una oscura tradición.

Dada la escasez de subsistencias para el sostenimiento de la vida, escasez que duró por espacio de muchas generaciones; ocupados ellos y sus hijos en procurarse la satisfacción de sus necesidades, y entregado el espíritu á este solo objeto, para nada se cuidaron de los sucesos, que en otro tiempo se habían realizado. El estudio y la historia de las cosas antiguas se introdujeron con el ocio en las ciudades, cuando cierto número de ciudadanos, teniendo aseguradas las cosas necesarias para la vida, no tuvieron después que preocuparse bajo este punto de vista, Y he aquí como los nombres de los antiguos héroes se han conservado sin el recuerdo de sus acciones.

·Recuerdan nombres anteriores a Teseo conocidos por sacerdotes egipcios y que éstos mencionaron a Solón. La participación en las guerras eran iguales para hombre y mujeres, usando ambos armaduras en las batallas. El ejército y los sacerdotes vivían separados del resto de la población, sin propiedades pero recibiendo lo necesario para la subsistencia. Su estatus económico era semejante al del resto de los ciudadanos.
Lo que me autoriza á hablar así, es que los nombres de Cécrope, de Erecteo, de Eríctonío, de Erisicton y de muchos otros, que remontan más allá de Teseo, son precisamente aquellos de que, según la relación de Solón, se servían los sacerdotes egipcios, cuando le refirieron esta guerra. Lo mismo sucede con respecto á los- nombres de mujeres. Los trabajos de la guerra eran entonces comunes a las mujeres y á los hombres, y por esta causa la diosa era representada en sus imágenes y en sus estatuas con una armadura; era como una advertencia, para indicar que desde el momento en que el varón y la hembra están destinados á vivir juntos, la naturaleza ha querido que pudiesen ejercer igualmente las facultades, que son el atributo de su especie.
Diferentes clases de ciudadanos, entregados á los oficios mecánicos y á la agricultura, habitaban entonces nuestro país; la de los guerreros, separada desde el principio de las demás, como hombres divinos, habitaba aparte. Provistos de todas las cosas necesarias á su subsistencia y á la educación de sus hijos, estos guerreros no poseían nada en particular; consideraban todos los bienes como pertenecientes á todos; no exigían de los demás ciudadanos más que lo que justamente necesitaban para vivir, y desempeñaban con el mayor esmero las funciones diarias del Estado, tales como las hemos concebido.

·Describe los límites de su país (Ática), habla de un poderoso ejército  y de pueblos vasallos. Refiere que La Ática sufrió "numerosas y terribles inundaciones" a lo largo de los 9.000 años, y que las tierras de  "estas revoluciones" eran arrastradas al  mar, disminuyendo la superficie habitable.
Y también se dice como muy probable y quizá verdadero, que nuestro país en aquel tiempo tenia por límites el istmo (5) por una parte, y por otra los montes Citeron (6) y Parnaso (7), abrazando toda la parte del continente comprendida en este intervalo; que de aquí descendía, por la derecha, hasta Oropo (8), y por la izquierda, hacia el mar, hasta el río Asopo (9); estos eran sus límites extremos. Sobresalía entre todos los demás países por su fertilidad, lo cual le hacia capaz de sostener un numeroso ejército, compuesto de pueblos vecinos dependientes de nosotros. Es este un testimonio imponente de su fecundidad. Y, en efecto, lo que subsiste aún de esta dichosa tierra, no tiene igual en cuanto á la diversidad de producciones, excelencia de frutos y abundancia de pastos.

Tales eran entonces la belleza y la riqueza del Ática. ¿Podríais creerlo? ¿Ni cómo puede formarse una idea de lo que fue, por lo que es? Toda el Ática se desprende en cierta manera del continente, se mete por el mar y se parece á un promontorio. El mar que la envuelve, como si estuviera colocada en una vasija, es por todas partes muy profundo. En medio de las numerosas y terribles inundaciones que han tenido lugar durante nueve mil años, porque nueve mil años han pasado desde aquella época, las tierras, que estas revoluciones arrastraban desde las alturas, no se amontonaban en el suelo, como en otros países, sino que, rodando sobre la ribera, iban á perderse en las profundidades del mar. De suerte que, como sucede en las islas poco extensas, nuestro país, comparado con lo que era, se parece á un cuerpo demacrado por la enfermedad; escurriéndose por todas partes la tierra vegetal y fecunda, sólo nos quedó un cuerpo descarnado.
 ·Diferencia las inundaciones  descritas en los párrafos anteriores ( que arrastraban las tierras hasta hundirlas en el mar) de las lluvias anuales, que mantenían las tierras "en su seno" y las fertilizaba.
Pero antes el Ática, cuyo suelo no había experimentado ninguna alteración, tenía por montañas altas colinas; las llanuras, que llamamos ahora campos de Felleo (10), estaban cubiertas de una tierra abundante y fértil; los montes estaban llenos de sombríos bosques, de los que aún aparecen visibles rastros. Las montañas, donde sólo las abejas encuentran hoy su alimento, en tiempos no muy lejanos estaban cubiertas de árboles poderosos, que se cortaban para levantar vastísimas construcciones, muchas de las cuales están aún en pié. Encontrábanse también allí árboles frutales de mucha elevación y extensos pastos para los ganados. Las lluvias, que se alcanzaban de Júpiter cada año, no se perdían sin utilidad, corriendo de la tierra estéril al mar; por el contrario, la tierra, después que venían á ella abundantemente, las conservaba en su seno, las tenía en reserva entre capas de arcilla; las dejaba correr desde las alturas á los valles, y se veían por todas partes miles de fuentes, de ríos y de cauces de agua. Los monumentos sagrados, que se encuentran aún junto á los antiguos lechos de los ríos, atestiguan la verdad de mis palabras. He aquí lo que eran por naturaleza nuestros campos; los que los cultivaban, eran sin duda verdaderos labradores, entregados exclusivamente á sus labores, amigos del bien, de un natural excelente, y poseedores de una tierra fértil, regada por aguas abundantes y favorecida con el más benigno de los climas.

· Cuenta como la Acrópolis fue destruida por terremotos y lluvias en una sola noche, siendo ésta la tercera catástrofe natural antes del diluvio de Deucalión. En la parte alta vivían los guerreros y a su alrededor, campesinos y artesanos.  La meseta estaba vallada y los habitantes hacían vida en espacios colectivos. Una parte de la ciudadela estaba dedicada a jardines y lugares de esparcimiento. Tenía una fuente de la que manaba agua abundante, desaparecida por los terremotos. Contaba con un ejército de 20.000 efectivos, tanto de hombres como mujeres.  
En cuanto á la ciudad, ved la manera con que se gobernaba en aquel tiempo. En primer lugar, la Acrópolis (11) estaba muy distante de tener el aspecto que hoy tiene. En una sola noche torrentes de lluvia arrastraron las tierras con que estaba revestida, y la dejaron desnuda y despojada, en medio de temblores de tierra y de una inundación, que es la tercera antes del diluvio de Deucalion. Pero antes, en otra época, era tal la extensión de Id Acrópolis, que se extendía hasta el Herídan (12) y el Iliso (13), comprendía el Pnyx (14) y tenía el Lícabete (15) por límite por el lado opuesto al Pnyx. Estaba cubierta de una espesa capa de tierra, y, fuera de algunos puntos, presentaba en las alturas una llanura no interrumpida.

Estaba habitada, á los costados según se bajaba, por artesanos y labradores, que cultivaban los campos vecinos. En la altura sólo vivía la clase de los guerreros alrededor del templo de Minerva y de Vulcano, después de haber rodeado esta meseta con un solo vallado, como se hace con el jardín de una sola familia. Habitaban en común en casas situadas á la parte del Norte; en invierno tenían salas donde comían juntos; y tenían todo lo que reclama la vida en común, sea con relación á las habitaciones de los ciudadanos, sea con respecto á los templos de los dioses, á excepción del oro y de la plata de que no hacían ningún uso. Vivian tan lejos de la opulencia como de la pobreza; habitaban casas decentes, donde vegetaban ellos y los hijos de sus hijos, y las trasmitían sucesivamente tales como las habían recibido á hijos semejantes á sus padres.
 La parte meridional de la Acrópolis estaba destinada a jardines, gimnasios, salas de refectorio, que dejaban de ocupar durante el estío. En el punto, que ocupa hoy la Acrópolis (16), manaba una fuente; y así como ahora sólo salen de ella pobres arroyos por uno ú otro lado, entonces suministraba una agua abundante, tan saludable en invierno como en verano, pero que desapareció á consecuencia de los temblores de tierra. Tal era el género de vida de estos guardas de sus propios conciudadanos, de estos jefes respetados por los demás griegos. Procuraban tener siempre á su disposición, en cuanto fuese posible, un número igual de hombres y mujeres en estado de llevar ya las armas y poderlas llevar aún, es decir, veinte mil. He aquí cómo gobernaban según las reglas de la justicia su ciudad y la Grecia; he aquí lo que eran estos hombres, celebrados y admirados de toda la Europa y de toda el Asia por la belleza de sus cuerpos y por las virtudes de todos géneros, que adornaban sus almas.

· Cuando Critias era joven oyó relatos de los enemigos de Ätica. Solón tradujo los nombres extranjeros de esos enemigos a la lengua helénica. Los manuscritos de Solón fueron del abuelo de Critias que se los cedió a él, su nieto.
Pero ¿quiénes eran sus enemigos, remontando hasta el origen de su historia? Esto es, amigos míos, lo que voy á exponeros y daros á conocer, si es que no se ha borrado en mí el recuerdo de las cosas que oí contar cuando era joven. Antes de entrar en materia, debo haceros una prevención. No os sorprendáis al oírme muchas veces dar nombres griegos á los bárbaros, pues ved la razón que tengo para hacerlo. Cuando Solón pensaba consignar esta relación en sus poemas, quiso conocer la significación de los nombres, y encontró que los egipcios, primeros autores de esta historia, los habían traducido á su propia lengua; y el mismo Solón, á su vez, buscando el sentido de cada nombre, le escribió en la nuestra. Estos manuscritos de Solón estaban en poder de mi abuelo y ahora los poseo yo, que los he estudiado mucho siendo joven.

· Según éstos, en el reparto de los territorios hecho por los dioses, a Neptuno le correspondió la Atlántida. La describe como una isla o península con la palabra "nesos". Fue habitada por los hijos de Neptuno y Clito, una mortal nacida de Leuciopa, esposa de Evenor. Ocuparon una montaña poco elevada, rodeada de una amplia llanura.
Y así, si me oís pronunciar nombres griegos, no os sorprendáis, puesto que ya sabéis la razón. Esta larga historia comenzaba poco más ó menos de la manera siguiente: Ya dijimos antes, que los dioses echaron suertes sobre las diferentes partes de la tierra; que los unos obtuvieron un territorio grande, otros uno pequeño, y que todos establecieron templos y sacrificios. Neptuno, á quien correspondió la Atlántida, colocó en una parte de esta isla los hijos que había tenido de una mortal. Esta parte era una llanura situada no lejos del mar, hacia el medio de la isla, la más bella, según se dice, y la más fértil de las llanuras. A cincuenta estadios poco más ó menos de esta llanura, también en medio de la isla, había una montaña muy poco elevada. Allí habitaba uno de estos hombres, que en el origen de las cosas nacieron de la tierra, Evenor, con su mujer Leucipa.

· Neptuno fortificó la colina de Clito con muros y fosos de tierra y mar alternativamente. En ningún caso se menciona que sean circulares.
Estos engendraron una sola hija, llamada Clito, que era núbil, cuando murieron sus padres; y con la que se casó Neptuno, que se enamoró de ella. La colina (17), donde vivía Clito, fue fortificada por Neptuno, que la aisló de todo lo que la circundaba. Hizo muros y fosos con tierra y agua del mar alternativamente, unos más pequeños, otros más grandes, dos de tierra y tres de agua, ocupando el centro de la isla, de manera que todas sus partes se encontraran á igual distancia del mismo. La hizo por lo tanto inaccesible, porque entonces no se conocían ni las naves ni el arte de conducirlas. Como era un dios, le fue fácil ordenar y embellecer esta nueva isla, formada en medio de la otra, haciendo que salieran del suelo dos manantiales, uno caliente y otro frió; y que produjera la tierra alimentos variados y abundantes.

· Neptuno tuvo cinco parejas de hijos varones mellizos entre los que dividió la Atlántida en diez partes. Al mayor de los mellizos le dio la mejor, que era la de su madre. Se llamaba Atlas y lo hizo rey de los demás hermanos. Al mar que limitaba con sus tierras se le llamó Atlántico. A su hermano gemelo le di la tierra de Gadirica, en lengua indígena, Gadir,  hacia las columnas de Hércules.
Tuvo sucesivamente de Clito cinco parejas de hijos, todos varones y mellizos, y los educó. Dividió toda la isla Atlántida en diez partes; dio al hijo mayor de los primeros gemelos la estancia de su madre con toda la campiña circundante, que era la más vasta y la más rica de toda la isla, y le hizo rey de todos sus hermanos. Entre estos eligió jefes, y dio á cada uno de ellos el gobierno sobre un crecido número de hombres y una gran extensión de territorio. Todos ellos recibieron un nombre. El hijo mayor, el rey, de quien la isla y este mar, llamado Atlántico, han tomado su nombre, por haber sido el primero que reinó en ella, fue llamado Atlas. A su hermano gemelo le tocó la extremidad de la isla, hacia las columnas de Hércules, la parte del país que se llama Gadirica, que se llamó en griego Enmeles y en la lengua indígena Gadir, donde tiene su origen el nombre de este país. Los hijos de la segunda pareja se llamaron Aniferes y Euemon; los terceros, Mneseo, el mayor, y el otro Autóctono; los cuartos, Elasipo el primero y el segundo Mestor; y en fin, los quintos Azaes y Diaprepes.

· Los hijos de Neptuno extendieron su poder durante muchas generaciones,  llegando hasta Egipto y la Tirrenia. Poseían grandes riquezas metalúrgicas, destacando el oricalco, "el más precioso de los metales después del oro". Había lagos,  pantanos, toda clase de frutos, animales salvajes y muchos elefantes.  
Estos hijos de Neptuno y sus descendientes habitaron en este país durante muchas generaciones; sometieron en estos mares otras muchas islas, y extendieron su dominación más allá, según hemos dicho, hasta el Egipto y la Tirrenia. La posteridad de Atlas continuó siendo siempre muy respetada; el mayor en edad era el rey y trasmitía su autoridad al mayor de sus hijos, de suerte que conservaron el reinado en su familia durante largos años. Era tal la inmensidad de riquezas, de que eran poseedores, que ninguna familia real ha poseído ni poseerá jamás una cosa semejante. Todo lo que la ciudad y los otros países podían suministrar, todo lo tenían ellos á su disposición. Gracias á su poder, eran importadas muchas cosas en la isla, si bien producía ésta las que son necesarias á la vida, y por lo pronto los metales, ya fueran sólidos ó fusibles, y hasta aquel del cual sólo conocemos el nombre, pero que en la isla existía realmente, extrayéndose de mil parajes de la misma, el oricalco (18),que era entonces el más precioso de los metales después del oro.

La isla suministraba en abundancia todos los materiales de que tienen necesidad las artes, y mantenía un gran número de animales salvajes y domesticados, y se encontraban entre ellos muchos elefantes. Todos los animales tenían pasto abundante, lo mismo los que vivían en los pantanos, en los lagos y en los ríos, como los que habitaban las montañas y llanuras, y lo mismo el elefante que los otros, á pesar de su magnitud y de su voracidad. Además de esto, todos los perfumes que la tierra produce hoy, en cualquier lugar que sea, raíces, yerbas, plantas, jugos destilados por las flores ó los frutos, se producían y criaban en la isla.

Asimismo los frutos blandos (19) y los duros (20), de que nos servimos para nuestro alimento; todos aquellos con que condimentamos las viandas y que generalmente llamamos legumbres; todos estos frutos leñosos que nos suministran á la vez brebajes, alimentos y perfumes (21); todos esos frutos de corteza con que juegan los niños y que son tan difíciles de conservar (22); y todos los frutos sabrosos que nos servimos á los postres para despertar el apetito cuando el estómago está saciado y fatigado; todos estos divinos y admirables tesoros se producían en cantidad infinita en esta isla, que florecía entonces en algún punto á la luz del sol.

· Describe la organización espacial de la Atlántida con sus diferentes anillos de tierra y agua. Menciona las dimensiones de algunas de las grandes obras de la ciudad. Relata como sus habitantes crearon templos y palacios, puertos y dársenas. Levantaron puentes sobre los fosos circulares que rodeaban la antigua metrópoli. Abrieron canales por los que podían circular trirremes. En algunos pasajes de los mismos pusieron techos para que las naves lo cruzaran a cubierto.
Utilizando, pues, todas estas riquezas de su suelo, los habitantes construyeron templos, palacios, puertos, dársenas para las naves, y embellecieron toda la isla en la forma siguiente: Comenzaron por echar puentes sobre los fosos circulares, que llenaba la mar, y que rodeaban la antigua metrópoli, poniendo así en comunicación la estancia real con el resto de la isla. Muy al principio construyeron este palacio en el punto mismo donde habían habitado el dios y sus antepasados. Los reyes, al trasmitírselo, no cesaron de añadir nuevos embellecimientos á los antiguos, haciendo cada cual los mayores esfuerzos para dejar muy atrás á sus predecesores; de suerte que no se podía, sin llenarse de admiración, contemplar tanta grandeza y belleza tanta.

A partir desde el mar abrieron un canal de tres arpentos de ancho, de cien pies de profundidad y de una extensión de cincuenta estadios, que iba á parar al recinto exterior; hicieron de suerte que las embarcaciones que viniesen del mar pudiesen entrar allí como en un puerto, disponiendo la embocadura de modo que las más grandes naves pudiesen entrar sin dificultad. En los cercos de tierra, que separaban los cercos de mar, al lado de los puentes, abrieron zanjas bastante anchas, para dar paso á una trirreme: y como de cada lado de estas zanjas los diques se levantaban á bastante altura por cima del mar, unieron sus bordes con techumbre, de suerte que las naves las atravesaban á cubierto. El mayor cerco, el que comunicaba directamente con el mar, tenia de ancho tres estadios, y el de tierra contiguo tenia las mismas dimensiones.
 · Los recintos de la ciudadela estaba rodeada de varias murallas de piedras blancas, negras y encarnadas. Cubrieron con una especie de barniz de bronce  el muro exterior, de estaño el segundo y de oricalco la Acrópolis, "que relumbraba como el fuego". En el centro se levantaba el templo a Clíto y Neptuno con muros revestidos de oro. En ese templo cada diez años acudían desde las provincias a ofrecer los primeros frutos de la tierra..
De los dos cercos siguientes, el del mar tenía dos estadios de ancho, y el de tierra tenia las mismas dimensiones que el precedente. En fin, el que rodeaba inmediatamente la isla interior, tenia de ancho un estadio solamente. En cuanto á la isla interior misma, donde se ostentaba el palacio de los reyes, su diámetro era de cinco estadios. El ámbito de esta isla, los recintos y el puerto de los tres arpentos de ancho, todo estaba revestido en derredor con un muro de piedra. Construyeron torres y puertas á la cabeza de los puentes y á la entrada de las bóvedas, por donde pasaba el mar. Para llevar á cabo todas estas diversas obras, arrancaron alrededor de la isla interior y en cada lado de las murallas, piedras blancas, negras y encarnadas. Arrancando así aquí y allá, abrieron en el interior de la isla dos receptáculos profundos, que tenían la misma roca por techo.

De estas construcciones, una serán sencillas; otras, formadas de muchas especies de piedras y agradables á la vista, tenían todo el buen aspecto de que eran naturalmente capaces. Cubrieron de bronce, á manera de barniz, el muro del cerco exterior en toda su extensión; de estaño, el segundo recinto; y la Acrópolis misma, de oricalco, que relumbraba como el fuego. En fin, ved cómo construyeron el palacio de los reyes en el interior de la Acrópolis. En medio se levantaba el templo consagrado á Clíto y á Neptuno, lugar imponente, rodeado de un muro de oro, donde en otro tiempo habían ellos engendrado y dado á luz los diez jefes de las dinastías reales. A este sitio concurrían todos los años de las diez provincias del imperio á ofrecer á estas dos divinidades las primicias de los frutos de la tierra.
 · El templo estaba revestido en su exterior de plata, "fuera de los extremos, que eran de oro". En su interior y exterior habían tesoros y estatuas de oro y marfil, siendo las más importante la de Neptuno, situando centro del santuario en un carro tirado por seis corceles alados y rodeado de cien nereidas.. El palacio de los reyes armoniza con la grandeza del templo.   
El templo sólo tenía un estadio de longitud, tres arpentos de anchura, y una altura proporcionada; en su aspecto había un no sé qué de bárbaro. Todo el exterior, estaba revestido de plata, fuera de los extremos, que eran de oro. Por dentro, la bóveda, que era toda de marfil, estaba adornada de oro, plata y oricalcoLos muros, las columnas, los pavimentos, estaban revestidos de marfil. Se veían estatuas de oro, siendo de notar la del dios (23), de pié sobre su carro, conduciendo seis corceles alados, tan alto, que su cabeza tocaba á la bóveda del templo, y rodeado de cien nereidas sentadas sobre delfines. Se creía entonces, que tal era el número de estas divinidades. A esto se agregaban un gran número de estatuas, que eran ofrendas hechas por particulares. Alrededor del templo, en la parte exterior, estaban colocadas las estatuas de oro de todas las reinas y de todos los reyes descendientes de los diez hijos de Neptuno, así como otras mil ofrendas de reyes y de particulares, ya de la ciudad, ya de países extranjeros, reducidos á la obediencia.

Por su grandeza y por su trabajo, el altar estaba en armonía con estas maravillas; y el palacio de los reyes era tal cual convenía á la extensión del imperio y á los ornamentos del templo. Dos fuentes, una caliente, otra fría, abundantes é inagotables, gracias á la suavidad y á la virtud de sus aguas satisfacían admirablemente todas las necesidades; en las cercanías de las casas se encontraban árboles, qué mantenían la frescura; depósitos de agua á cielo abierto, y otros cubiertos con su techumbre para tomar baños calientes en invierno, aquí los de los reyes, allí los de los particulares, en otra parte los de las mujeres; y otros, en fin, destinados á caballos y en general á las bestias de carga, adornados todos y decorados según su destino. El agua, que salía de aquí, iba á regar el bosque de Neptuno, donde árboles de una magnitud y de una belleza en cierta manera divina se ostentaban sobre un terreno fértil y vegetal; y pasaba después á los cercos exteriores por acueductos abiertos en la dirección de los puentes.

· Además del templo de Clito y Netuno había otras divinidades, además de hipódromos, gimnasios y jardines intramuros. También había cuarteles pasa el ejército, situándose los cuerpos de más confianza más próximos a la acrópolis y el palacio. En el puerto habían muchas naves y gentes procedentes de todas partes del mundo, que de día y de noche formaban una algarabía continúa. 
Numerosos templos, consagrados á varias divinidades; muchos jardines; gimnasios para los hombres; hipódromos para los caballos; todo esto había sido construido en cada uno de los cercos ó murallas (24) que formaban como islas. Era de notar, sobre todo en el centro de la mayor de éstas islas, un hipódromo de un estadio de largo, que en su longitud abrazaba toda la vuelta de la isla, y donde se presentaba vasto campo para la carrera de los caballos y para la lucha. A derecha é izquierda había cuarteles destinados á la mayor parte de la gente armada; las tropas, que inspiraban más confianza, se alojaban en la más pequeña de las murallas, que era también la más próxima a la Acrópolis; y en fin, la tropa de más confianza vivía en la Acrópolis misma cerca de los reyes.

Las dársenas para las naves estaban llenas de trirremes y de todos los aparatos que reclaman estas embarcaciones; y estaba todo, en perfecto orden. He aquí cómo estaba dispuesto todo alrededor del palacio de los reyes. Más allá, y á la parte exterior de los tres puertos, un muro circular comenzaba en el mar, seguía el curso del mayor cerco y del mayor puerto á una distancia de cincuenta estadios, y volvía al mismo punto, para formar la embocadura del canal situado hacia el mar. Multitud de habitaciones, próximas las unas á las otras, llenaban este intervalo; el canal y el puerto rebosaban de embarcaciones y mercaderes, que llegaban de todas las partes del mundo, y de esta muchedumbre nacía día y noche un ruido de voces y un tumulto continuos. Creo haber referido fielmente en este momento lo que cuenta la tradición sobre esta ciudad, antigua estancia de los reyes.

· Descripción topográfica de la Atlántida. El suelo estaba muy elevado sobre el nivel del mar. Alrededor de la ciudad había una llanura que la circundaba a su vez rodeada de montañas que se prolongaban hasta el mar. En la parte de la isla que miraba al Mediodía había una llanura cuadrilonga, de 3000 estadios de un lado y 2000 de otro, con "populosas poblaciones", ríos y lagos. Estaba rodeada por un foso artificial al que vertían las aguas de las montañas. "Tocaba en la ciudad por sus dos extremidades". Para transportar los troncos de madera de las montañas se hicieron fosos que se comunicaban entre sí.
Ahora necesito exponer lo que la naturaleza hizo en el resto de este país, y las bellezas que le añadió el arte. Por lo pronto, se dice que el suelo estaba muy elevado sobre el nivel del mar, y las orillas de la isla cortadas á pico; que alrededor da la ciudad se extendía una llanura que la rodeaba, y que esta misma estaba rodeada de montañas, que se prolongaban hasta el mar; que esta llanura era plana y uniforme y prolongada, y que tenia de un lado tres mil estadios, y del mar al centro más de dos mil. Esta parte de la isla miraba al Mediodía, y no tenía nada que temer de los vientos del Norte. Eran objeto de alabanza las montañas que formaban como una cintura, y excedían en número, en grandor y en belleza á todas las que se conocen hoy día. Abrazaban ricas y populosas poblaciones, ríos, lagos, praderías, donde los animales salvajes y domesticados encontraban un abundante alimento, así como encerraban numerosos y vastos bosques, donde las artes encontraban materiales de toda especie para obras de todas clases.

Tal era esta llanura, gracias á los beneficios de la naturaleza y á los trabajos de gran número de reyes durante un largo trascurso de tiempo. Tenía la forma de un cuadrilongo recto y prolongado, y si faltaban estas condiciones en algún punto, esta irregularidad había sido corregida al, trazar el foso que la rodeaba. En cuanto á la profundidad, anchura y longitud de este foso es difícil creer lo que se cuenta, cuando se trata de un trabajo hecho por la mano del hombre, y si se compara con las demás obras del mismo género; sin embargo, es preciso que os repita lo que he oído decir. Estaba abierto hasta la profundidad de un arpento; tenia de ancho un estadio, rodeaba toda la llanura, y no tenia de largo menos de diez mil estadios. Recibía todos los cauces de agua, que se precipitaban de las montañas, rodeaba la llanura, tocaba en la ciudad por sus dos extremidades, y de allí iba á desembocar en el mar. Del borde superior de este foso, partían otros cien pies de ancho, que cortaban la llanura en línea recta y volvían al mismo foso, al aproximarse al mar; estos fosos particulares distaban entre sí cien estadios. Para trasportar por agua las maderas de las montañas y los diversos productos de cada estación á la ciudad, hicieron que los fosos comunicaran entre sí y con la ciudad misma por medio de canales abiertos transversalmente. Notad que la tierra daba dos cosechas por año, porque era regada en invierno por las lluvias de Júpiter, y en verano era fecundada por el agua de los estanques.

· Repartición de las levas por territorio. Contribución al ejército de las gentes de la llanura: Cada división territorial tenía una extensión de cien estadios. El territorio estaba dividido en 60.000 divisiones (por lo que se puede estimar una extensión de 60.000 x 100 = 6.000.000 de estadios) solamente en la llanura. Los habitantes de las montañas y el resto del país también contribuían a las fuerzas militares de la ciudad.
El número de soldados, con que debían contribuir los habitantes de la llanura que estuvieran en estado de llevar las armas, se había fijado de esta manera. Cada división territorial, debía elegir un jefe. Cada división tenía una extensión de cien estadios, y había sesenta mil de estas divisiones. En cuanto á los habitantes de las montañas y de las otras partes del país, la tradición cuenta que eran infinitos en número; fueron distribuidos, según las localidades y las poblaciones, en divisiones semejantes, cada una de las que tenía un jefe. El jefe debía suministrar, en tiempo de lucha la sexta parte de un carro de guerra, de manera que se reunieran diez mil; dos caballos con sus jinetes, un tiro de caballos, sin carro; un combatiente armado con un pequeño broquel; un jinete para conducir dos caballos; infantes pesadamente armados, arqueros, honderos, dos de cada especie; soldados armados á la ligera ó con piedras ó con azagayas, tres de cada especie; cuatro marinos para maniobrar en una nota compuesta de mil doscientas naves. Tal era la organización de las fuerzas militares en la ciudad real.

· Organización política de las otras nueve provincias del reino. Cada provincia tenía organización independiente, si bien compartían leyes comunes dadas por Neptuno y gravadas en una columna de oricalco en el templo que había en el centro de la isla. Los reyes se reunían cada cinco años-seis años.
Respecto á las otras nueve provincias, cada una tenía la suya, y nos extenderíamos demasiado, si habláramos de ello. En cuanto al gobierno y á la autoridad, he aquí el orden que se estableció desde el principio. Cada uno de los diez reyes tenia en la provincia, que le había correspondido y en la ciudad en que residía, todo el poder sobre los hombres y sobre la mayor parte de las leyes, imponiendo penas y la muerte á su capricho. En cuanto al gobierno general y á las relaciones de los reyes entre sí, las órdenes de Neptuno eran su regla. Estas órdenes les habían sido trasmitidas en la ley soberana; los primeros de ellos las hablan gravado en una columna de oricalco, levantada en medio de la isla en el templo de Neptuno. Los diez reyes se reunían sucesivamente el quinto año y el sexto, alternando los números par é impar. En estas asambleas discutían los intereses públicos, averiguaban si se había cometido alguna infracción legal, y daban sus resoluciones. Cuando tenían que dictar un fallo, ved como se aseguraban de su fe recíproca.

Después de dejar en libertad algunos toros en el templo de Neptuno, los diez reyes quedaban solos y suplicaban al dios, que escogiera la víctima que fuese de su agrado, y comenzaban á perseguirlos sin otras armas que palos y cuerdas. Luego que cogían un toro, le conducían á la columna y le degollaban sobre ella en la forma prescrita. Además de las leyes estaba inscripto en esta columna un juramento terrible é imprecaciones contra el que las violase. Verificado el sacrificio y consagrados los miembros del toro según las leyes, los reyes derramaban gota á gota la sangre de la víctima en una copa, arrojaban lo demás en el fuego, y purificaban la columna. Sacando en seguida sangre de la copa con un vaso de oro, y derramando una parte de su contenido en las llamas, juraban juzgar según las leyes escritas en la columna, castigar á quien las hubiere infringido, hacerlas observar en lo sucesivo con todo su poder, y no gobernar ellos mismos ni obedecer al que no gobernase en conformidad con las leyes de su padre.

Después de haber pronunciado estas promesas y juramentos por sí y por sus descendientes; después de haber bebido lo que quedaba en los vasos y haberlos depositado en el templo del dios, se preparaban para el banquete y otras ceremonias necesarias. Llegada la sombra de la noche y extinguido el fuego del sacrificio, después de vestirse con trajes azulados y muy preciosos, y de haberse sentado en tierra al pié de los últimos restos del sacrificio, cuando el fuego estaba extinguido en todos los puntos del templo, dictaban sus juicios ó eran ellos juzgados, si alguno había sido acusándole de haber violado las leyes. Dictados estos juicios, los inscribían, al volver de nuevo el día, sobre una tabla de oro, y la colgaban con los trajes en los muros del templo, para que fueran como recuerdos y advertencias.

Además había numerosas leyes particulares relativas á las atribuciones de cada uno de los reyes. Las principales eran: No hacerse la guerra los unos á los otros; prestarse recíproco apoyo en el caso de que alguno de ellos intentase arrojar á una de las razas reales de sus Estados; deliberar en común, á ejemplo de sus antepasados, sobre la guerra y los demás negocios importantes, dejando el mando supremo á la raza de Atlas. El rey (25) no podía condenar á muerte á ninguno de sus parientes (26) sin el consentimiento de la mayoría absoluta deles reyes. Tal era el poder, el formidable poder, que en otro tiempo se creó en este país, y que la divinidad, según la tradición, volvió contra el nuestro por la razón siguiente. Durante muchas generaciones, mientras se conservó en ellas algo de la naturaleza del dios á que debían su origen, los habitantes de la Atlántida obedecieron las leyes que habían recibido y respetaron el principio divino, que era común á todos. Sus pensamientos eran conformes á la verdad y de todo punto generosos; se mostraban llenos de moderación y de sabiduría en todas las eventualidades, como igualmente en sus mutuas relaciones. Por esta razón, mirando con desdén todo lo que no es la virtud, hacían poco aprecio de los bienes presentes, y consideraban naturalmente como una carga el oro, las riquezas y las ventajas de la fortuna.

Lejos de dejarse embriagar por los placeres, de abdicar el gobierno de sí mismos en manos de la fortuna, y de hacerse juguete de las pasiones y del error, sabían perfectamente que todos los demás bienes acrecen cuando están de acuerdo con la virtud; y que, por el contrario, cuando se los busca con demasiado celo y ardor perecen, y la virtud con ellos. Mientras los habitantes de la Atlántida razonaban de esta manera, y conservaron la naturaleza divina de que eran participes, todo les salía á satisfacción, como ya hemos dicho. Pero cuando la esencia divina se fue aminorando por la mezcla continua con la naturaleza mortal; cuando la humanidad la superó en mucho; entonces, impotentes para soportar la prosperidad presente, degeneraron. Los que saben penetrar las cosas, comprendieron que se habían hecho malos y que habían perdido los más preciosos de todos los bienes; y los que no eran capaces de ver loque constituye verdaderamente la vida dichosa, creyeron que habían llegado á la cima de la virtud y de la felicidad, cuando estaban dominados por una loca pasión, la de aumentar sus riquezas y su poder.

Entonces fue cuando el dios de los dioses, Júpiter, que gobierna según las leyes de la justicia y cuya mirada distingue por todas partes el bien del mal, notando la depravación de un pueblo antes tan generoso, y queriendo castigarle para atraerle á la virtud y á la sabiduría, reunió todos los dioses en la parte más brillante de las estancias celestes, en el centro del universo, desde donde se contempla todo lo que participa de la generación, y teniéndolos así reunidos, les habló de esta manera...

FIN DEL TOMO VI.
Gacelas minoicas del palacio de Knossos (Creta)
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 NOTAS.

(1) Critias veía en la religión una invención de los gobernantes para someter a los ciudadanos.
(2) La naturaleza propiamente dicha..
(3) La antigua Atenas.
(4) Posiblemente África.
(5) Lengua de tierra en medio del mar, que une la Acaya al Peloponeso. (Escoliasta).
(6) Montaña de Beocia.
(7) Montaña situada entre el Ática y la Beocia
(8) Ciudad de Beocia.
(9) Río de Beocia
(10) Era, dice el Escoliasta, una llanura árida y pedregosa.
(11) Literalmente, la ciudad elevada. En ella estaba la ciudadela de Atenas, la Atenas de la historia.
(12) Río del Ática.
(13) Río también del Ática.
(14) Plaza de Atenas donde tuvieron lugar al principio las asambleas del pueblo.
(15) Montaña del Ática que debe su nombre al gran número de lobos (Xúxot;) que la poblaban.
(16) Ciudadela.
(17) Una montaña de poca elevación antes mencionada.
(18) Hidrocarbonato de cobre y de zinc, conocido por los antiguos con el nombre de oricalco.
(19) La vid.
(20) El trigo
(21) ¿Cocos?
(22)¿Nueces?
(23) Neptuno.
(24) De tierra, separados por cercos de agua ó fosos.
(25) Aquel que ejercía el poder supremo o rey de reyes.
(26) Los otros nueve soberanos.
174,125




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