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viernes, 15 de septiembre de 2017

NUNCA CAERÁN EN EL OLVIDO

Foto de: wikipedia    
Lola Benítez Molina
Málaga

Un lugar de ensueño es sin duda el Palacio de Carlos V que, en las calurosas noches estivales, acoge para deleite de autóctonos y visitantes el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, ciudad que nunca vive en el olvido. Una vez más, la música, representada en el patio circular, rodeado de columnas renacentistas y abierto al cielo, nos hace alcanzar el éxtasis de los sentidos: vaivén de sueños, de nostalgias de juventud inquebrantables… Ejemplo de paraíso terrenal, cuna de grandes poetas y amores. La fragancia de los que por allí pasaron jamás morirá.
            Escuchar la Novena Sinfonía de Mahler o la de Beethoven  a la luz de la luna y bajo las estrellas, que parecen danzar gozosas de tan alta belleza, es llegar a rozar lo atemporal, uno de esos instantes que daríamos cualquier cosa por detener.
            El palacio, que ordenó construir Carlos V, en pleno corazón de la Alhambra, da muestras del gran poder que llegó a alcanzar tan ilustre y venerable emperador, V de Alemania y I de España. Nieto de los Reyes Católicos, en 1520 se convirtió en el monarca más poderoso de Europa, al heredar las Coronas de Castilla y Aragón, con sus respectivas posesiones en América y en el Mar Mediterráneo. Hijo de Juana, llamada “la loca”, y de Felipe “el hermoso” y, por tanto, nieto del emperador Maximiliano I de Habsburgo.
            Bajo su reinado España se convirtió en la primera potencia mundial: las artes, la cultura iniciaron el llamado “Siglo de Oro”. Al mismo tiempo, misioneros y conquistadores españoles extendían por América y el mundo sus dominios.
            Carlos V hubo de lidiar numerosas batallas para frenar el avance de los turcos, que bajo el liderazgo de Solimán “el Magnífico”, llegaron a sitiar Viena. Hubo de enfrentarse también a la reforma Protestante iniciada por Lutero, y a la animadversión de Francia y de otros países abrumados por su hegemonía.
En los últimos años de su vida, y tras abdicar a favor de su hijo Felipe II, se retiró al Monasterio de Yuste, ubicado en plena naturaleza de la provincia española de Cáceres, zona de robles y castaños. Allí se dedicó a la vida contemplativa y a sus grandes aficiones (las matemáticas y la mecánica, en especial de relojes). En 1555 padecía terribles dolores a causa de la gota y sostener su colosal imperio habían terminado por agotarle.
            El pintor veneciano Tiziano lo dejó inmortalizado en los bellos retratos que se conservan en el Museo del Prado de Madrid en los que, como queda constancia, reflejan: “su inextinguible tristeza y su pertinaz melancolía”.
            Tanto el Palacio de Carlos V como el Monasterio de Yuste son de esos lugares que, cuando uno los visita, parece contagiarse del duende y enigma que encierran.

            Conocer la historia es muy importante para, al menos, intentar subsanar errores del pasado. Existe una frase del poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana muy acertado: “Quien olvida su historia está condenado a repetirla”.

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