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domingo, 1 de octubre de 2017

CONTRAPUNTEO CUBANO ENTRE EL PENSAMIENTO AUTONOMISTA Y EL MARTIANO

Manuel de la Cruz
Foto tomada de: Nacion y Emigracion

Por: Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)
(Primera de dos partes)

Manuel de la Cruz (1861-1896), en sus “Episodios de la Revolución Cubana” (1890) y en “Cromitos Cubanos” (1892), dejó constancia de su condición de cronista apasionado de la lucha por la Independencia, a la que sirvió no con el machete sino con la pluma. Raúl Roa lo llamó “mambí de las letras” y apostilló que “Nada lo define mejor que estas palabras suyas: ‘Soy un sectario fanático del cubanismo’.

Para mayor abundamiento de coincidencias en su formación, téngase en cuenta que Manuel de la Cruz y José Martí asistieron –con algunos años de diferencia- al colegio de San Anacleto –en la calle Reina número 109-, dirigido por Rafael Sixto Casado, un enseñante de ideas pedagógicas avanzadas para la época.

Desilusionado –cuando todavía era un adolescente de 17 años- ante la pérdida de la Guerra de los Diez Años, según quedaba certificada por la Paz del Zanjón, durante varios años Manuel de la Cruz cifró sus esperanzas en el autonomismo: como él mismo dijo, “me creía muy autonomista, entendiendo que autonomista era sinónimo de cubano, y conservador sinónimo de español puro y neto” aunque –tras viajar a España y permanecer allí dos años (1883-1884)- se convenció “de que la autonomía era una aspiración superior, pero que España, por sus condiciones, estaba incapacitada para concederla”.

Revertido a la fe del independentismo, le envía a Martí un ejemplar de los “Episodios…” y el Apóstol le contesta (2): “con qué orgullo he visto, como si fuera mía, esta obra de usted, y en cuánto tengo su piedad patriótica y su arte literario…no puedo tropezar con el libro sin tomarlo de la mesa con ternura, y leer de seguido páginas enteras…En las notas que fui poniendo al margen, como guía para las líneas que he de escribir, hallo que he puesto en tres ocasiones poco más o menos esta misma frase: Hay veces en que se desea besar el libro. Los caballos debió usted preparar; porque leer eso, para todo el que tenga sangre, es montar a caballo”.

En la primera semblanza de sus “Cromitos Cubanos”, dedicada a la figura de Rafael Montoro (3), Manuel de la Cruz lo caracteriza como “coloso de la tribuna cubana…coloso de la tribuna española..” y lo pone en la copa del árbol genealógico cuyo tronco es Saco (4) diciendo de ambos que “Pocas veces también hallará la psicología comparativa parentesco tan estrecho entre dos caracteres como el que existe entre José Antonio Saco, publicista-apóstol, y Rafael Montoro, tribuno-filósofo de un mismo ideal político. Jamás las tentaciones del separatismo, para Saco encarnadas en las sabrosas páginas de su amigo Gaspar Betancourt Cisneros, lograron turbar sus creencias de reformistas; jamás el Satán de la rebelión, con su armadura y corcel de batalla, ha enturbiado la pureza de la fe autonomista de Montoro. La malicia integrista cree en él por excepción, como el árabe en el carácter de profeta de Mahoma; en los demás apóstoles siempre cree columbrar, como surgiendo de entre las maniguas, el perfil del soldado insurrecto que martilla el rifle en la emboscada”.

El alfa y omega (5) del pensamiento autonomista al que sus fundadores y continuadores se mantuvieron fieles, durante los veinte años de existencia del Partido Liberal fundado en el habanero restaurante “El Louvre” –a partir de su creación el 3 de agosto de 1878, hasta su disolución- quedó expresado en el Programa dado a conocer mediante Circular de su Junta Central, fechada el 1 de abril de 1882 y publicada en la edición del 25 de julio de 1882 del periódico decenal madrileño “Revista de las Antillas”(6).

En el extenso manifiesto, se decía que “Tres principios fundamentales integran la doctrina que sustenta el Partido Liberal en lo tocante á la organización y atribuciones de los poderes públicos en esta Isla, y son: 1º, la soberanía de la Metrópoli, sin la cual no cabe la existencia de la colonia; 2º, la representación local, que dá forma en el dominio del derecho y en la esfera de los intereses á la personalidad de la colonia en lo que á su vida interior atañe; 3º, la responsabilidad del Gobierno colonial, garantía de recta administración y de respeto á las leyes”.

El Partido autonomista reconocía lo que por demás era evidente, a saber, que “Es el Gobernador general representante y delegado del Gobierno de la Nación. A éste incumbe su nombramiento y separación; y, en el orden político, ante él es responsable única y exclusivamente. Tiene el mando de las fuerzas de mar y tierra; ejerce la prerrogativa de indulto y los derechos inherentes al Vice Real Patrono; entiende en lo respectivo á las relaciones exteriores, en los casos que las leyes establecen; convoca, suspende y disuelve la Diputación insular; aprueba ó desecha los acuerdos de la misma; nombra y separa libremente á los individuos del Consejo de Gobierno. Es también el Gobernador general Jefe Superior de la Administración insular”. Es decir, que en la práctica seguían residiendo en el Gobernador colonial poco más o menos las ominosas facultades omnímodas que habían sido conferidas al capitán general Dionisio Vives por Real Decreto de 25 de mayo de 1825 y que teóricamente habían dejado de ser exigibles con la Paz del Zanjón.

Tras la derrota militar, dispersión, desesperanza, reincorporación a la vida civil de los combatientes mambises y el exilio de los principales caudillos de la causa separatista –a la conclusión de la Guerra de los Diez Años-, se abrió un largo paréntesis –perturbada apenas la forzosa tranquilidad de la Colonia por intentonas estériles tales como la Guerra Chiquita- durante el cual la inmensa mayoría de los separatistas de la víspera mantuvo una actitud de quietud y silencio mientras que una parte ellos se sumó a la colaboración con los autonomistas (7).

El Dr. Raimundo Menocal y Cueto planteó en 1947 la tesis (8) de que “los que buscaban la separación por medio evolutivo propugnaban las reformas, la legislación colonial y por último la autonomía, y es incomprensible que mentalidades tan lúcidas como las de Gálvez y de Montoro, que batallaban por arrancarle conquistas a la Metrópoli, creyeran que la autonomía fuera un medio de conservar a Cuba indefinidamente unida a España” así como “Que el Partido Liberal autonomista era una agrupación de jefes sin el apoyo de grandes núcleos populares que lo respaldasen, era cosa aceptada por los más adictos a los grandes hombres que constituían su comité ejecutivo. La masa popular, después del Zanjón, se convirtió al separatismo, y si la clase media defendía al Partido Liberal y le daba alientos para seguir combatiendo a la Metrópoli, lo hacía para mantener viva su fe en el desplazamiento de los gobernantes españoles. De ahí la influencia de los radicales cubanos en la inspiración de la campaña política autonomista y en la confección de su programa”.

En las horas bajas de los ánimos separatistas, fresca todavía la sangría de la Guerra Grande y el fracaso de la Guerra Chiquita, José Martí hace una valoración del autonomismo, en crónica de fecha 15 de octubre de 1881 y dirigida al Director del periódico caraqueño La Opinión Nacional (9), en la que advierte que, “Aunque el gobierno de España ha reconocido de una manera indirecta, y nunca abiertamente, el derecho de los cubanos a solicitar la autonomía, el ejercicio de este derecho es considerado como un delito de traición por los españoles que en Cuba habitan…El partido colonial, que quiere en Cuba la perpetuación del ahogador sistema de antaño, perdía todo freno ante la probabilidad de una exigua victoria, de una mezquina victoria, de los autonomistas. La victoria vino:…-perdieron los autonomistas las elecciones de diputados a España, pero vencieron en las de diputados provinciales, -vencieron brillantemente, a pesar de los fraudulentos y desesperados esfuerzos de sus poderosos contrarios…Al derecho de votar y vencer con votos, llamaron los diarios coloniales crimen de deslealtad y traición a España…Corren vientos favorables a los anhelos cubanos…ya se oye decir al general Martínez Campos que es tiempo de dividir por igual entre cubanos y españoles los empleos de la Isla. Mas son tan radicales y esenciales las reformas que Cuba necesita, y lastiman todas ellas tan profundamente los intereses de los peninsulares que en Cuba habitan y los que de ella viven en España, que pudieran ser estas benevolencias de ahora como esas brillantes hojas de estío, que nacen en los árboles después de largo invierno, para ser a poco arrebatadas por los vientos primeros del otoño.”

Incluso en esta etapa de pujanza inicial del autonomismo, la doctrina a cuyo amparo las clases medias-altas de la sociedad colonial pretenden acceder a un grado de autogobierno –por tímido que sea- , Martí sabe que está abocada al fracaso –en un ejercicio de presciencia que ahora, ciento treinta años después, puede parecer una conclusión inevitable pero que entonces se refería a un movimiento político que entrañaba una consoladora esperanza para una parte de la población cubana-. Apréciese que Martí no fustiga a los epígonos del autonomismo ni sus expectativas; sencillamente, ve clara su futilidad.

Obras de referencia, y notas

1-Prólogo de Salvador Bueno a “Cromitos Cubanos”, Editorial de Arte y Literatura, La Habana, 1975.

2-En carta fechada en New York, a 3 de junio de 1890 (José Martí, Obras Completas, Tomo V, pág. 179. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975). 

3-Fundador y principal ideólogo del Partido Liberal Autonomista, Secretario de Hacienda del efímero gobierno autonomista en 1898, Ministro Plenipotenciario de Cuba en Inglaterra y en Alemania durante la presidencia de Tomás Estrada Palma, Secretario de la Presidencia con el general Mario García Menocal (1913-1921) y Secretario de Estado con el Dr. Alfredo Zayas Alfonso (1921-1925). Falleció en 1933, dos días después del abandono del Poder y huída de Cuba del general Gerardo Machado Morales.

4-A Montoro lo califica como “extraña flor que ha brotado en la copa del árbol, milagro de tan pomposo manzanillo, símbolo de la savia color de oro y sangre que circula por sus canales” (alegoría esta última referida a los colores rojo y gualda de la bandera española, con la que claramente sitúa a Montoro como meritorio de las filas españolistas, y clava en la frente del autonomismo su papel tributario del integrismo al añadir que “La miopía integrista no diferencia ese núcleo en el conjunto de la familia cubana: se lo impide la torpeza de su ingratitud y el desvanecimiento de su soberbia. Y acaso, en la consolidación y permanencia de su dominio, deba más a ese núcleo que a la fuerza de sus ejércitos, como el pacificador debió sus laureles del Zanjón, en primer término, a los veinticinco mil criollos que pelearon a la sombra de la bandera de España”).

5-En el sentido del Apocalipsis,1:8 y 1:11.

6-Vid. facsímil del núm. 14 del año I en http://ufdc.ufl.edu/UF00097352/00014 (University of Florida Digital Collections).

7-Vid. “El Autonomismo Cubano 1878-1898: Las Ideas y los Hechos”, Marta Bizcarrondo (UAM), Historia Contemporánea 19, 1999, págs. 69-94: “Juan Gualberto Gómez, residente forzoso en España, explica esta actitud e incluso consigna un elogio abierto de los autonomistas en su opúsculo La cuestión de Cuba en 1884, publicado en Madrid al siguiente año. A su juicio, el partido ‘representaba a la verdadera clase media de Cuba’ y sus gentes, ‘de verdadero arraigo en el país, sentían la humillación a que los condenaba el viejo régimen colonial y pugnaban por modificarlo’. Años más tarde, el mismo periodista patriota evocaba el apoyo prestado en Madrid por los separatistas cubanos deportados a la península a los diputados autonomistas, siguiendo el consejo de su jefe moral, el general Calixto García. Les iban a recibir a la estación, concurrían a sus banquetes y se mostraban convencidos de defender una causa común: ‘Estaban los dos bandos cubanos frente a España y, no obstante, combatíanse los dos y halagándose los dos y convencidos los dos de su recíproca necesidad. Y es que siempre hubo una estrecha correlación entre los autonomistas y los separatistas(…)Lo que ellos querían, a nosotros no nos parecía mal, pero que nos diferenciábamos esencialmente en que mientras ellos estaban esperanzados en conseguirlo, nosotros teníamos la convicción de que no habrían de obtenerlo” (Cit., por Miguel Varona, “La guerra de independencia de Cuba”, vol. I, La Habana, 1946, pág. 276).

A continuación, la Prof. Bizcarrondo señala que “El también independentista Manuel Sanguily destacó asimismo la importancia primordial de la propaganda autonomista para difundir los ideales patrióticos por todo el territorio cubano, desautorizando de antemano a quienes luego definirán toscamente al PLA [Partido Liberal Autonomista] como partido antinacional: ‘Porque la propaganda autonomista se ejercitaba inmediatamente sobre el sentimiento y la inteligencia de los cubanos. Bajo el dosel de la bandera española encendió un foco de luz ardiente que habría de consumirla al poner al descubierto, como un baldón, sus manchas imborrables. El pueblo inconforme e impacientado se amontonaba continuamente alrededor de la tribuna autonomista y la palabra prodigiosa de aquellos eximios oradores derramaba claridad tan viva, que todos pudieron ver con horror cómo aquel organismo estaba gangrenado en sus entrañas mismas’ (Manuel Sanguily, “Céspedes y Martí “ (1895) en Discursos y conferencias, La Habana, 1918, pp. 427-428)”.

8-”Origen y Desarrollo del Pensamiento Cubano”,Volumen II, Editorial Lex, La Habana, 1947, pp. 392-397. 

9-José Martí, Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. Tomo 14, págs. 149-151.

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