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domingo, 15 de octubre de 2017

Juan de Miralles




SOCIEDAD COLOMBISTA PANAMERICANA

1732 DÍA DE WASHINGTON 1947

JUAN DE MIRALLES, UN HABANERO

AMIGO DE JORGE WASHINGTON

por

Herminio Portell Vilá

Profesor de Historia de América,

Universidad de La Habana.
LA HABANA

1947


EN ESTOS TERRENOS ESTUVO LA CASA

SOLARIEGA DEL HABANERO JUAN DE

MIRALLES TRAILHON, INICIADOR DE LAS

RELACIONES ENTRE CUBA Y LOS ESTADOS

UNIDOS, DEFENSOR DE LA INDEPENDENCIA
NORTEAMERICANA (1778-1780) Y GRAN AMIGO DE JORGE WASHINGTON..


MURIO, EL 28 DE ABRIL DE 1780 EN MORRISTOWN, N.J. EN LA RESIDENCIA DE WASHINGTON, QUIEN ESCRIBIO SOBRE EL,:" .....EN ESTE PAÍS SE LE QUERÍA UNIVERSALMENTE Y DEL MIS­MO MODO SERA LAMENTADA SU MUERTE ... "

HOMENAJE DE LA SOCIEDAD COLOMBISTA

PANAMERICANA EN CONMEMORACIÓN DEL NATALICIO

DE JORGE WASHINGTON, 22 DE FEBRERO DE 1947.


Texto de la placa fijada por la Sociedad Colombista Panamericana en el costado del edificio del Ministerio de Estado de la República de Cuba con motivo de la conmemoración del 215 aniversario. del Natalicio de Jorge Washington Libertador de América.


JUAN DE MIRALLES UN HABANERO AMIGO

DE JORGE WASHINGTON

POR HERMINIO PORTELL VILA


Cuando Luis XIV presentó al Duque de Anjou a la Corte de Versalles como nuevo rey de España y pronunció la famosa frase: "Señores: ¡ya no hay Pirineos!'', no sólo dió nuevos rumbos a la historia del mundo y precipitó a su país, a España y al resto de Europa en la sangrienta Guerra de Sucesión, sino que en efecto un gran número de franceses, de aquéllos que habían nacido y vivido dentro de la rivalidad franco-española, cuyo origen se remontaba a las Guerras de Italia, de repente se encontraron con que disfrutaban de la nunca imaginada posibilidad de penetrar tranquilamente en España avencindarse en ella y con­vertirse en súbditos de los nuevos reyes espa­ñoles de la Casa de Borbón.

Entre esos soldados franceses de Felipe V figuró el capitán de infantería Juan de Miralles o Mirailles y Tizner, natural de la villa de Monein, en el Bearn, quien se radicó en España y casado con Gracia Trailhon, también natural de la Navarra francesa, fundó la familia Miralles-Trailhon. Juan de Miralles Trailhon, el habanero a quien le estaba reservado de­sempeñar un importante papel en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos nació en Petrel, Alicante, y creció con el dominio de las lenguas española y francesa. Se dedicó al comercio legítimo y al de contrabando, como buen levantino, adquirió algún capital y un buen día, ya con relaciones mercantiles en España, Francia y la Gran Bretaña, cruzó el Atlántico y vino a establecerse en La Habana, centro entonces del tráfico de las flotas espa­ñolas y también del contrabando inter-colonial porque, a despecho de las prohibiciones metropolitanas, los colonos británicos de la América del Norte, los franceses de la Luisiana y de las Antillas, y los españoles de México, Cuba, Panamá la Nueva Granada y el Río de La Plata, se compraban y se vendían sus respectivos productos, se capturaban los buques unos a otros y se dedicaban sin escrúpulo alguno al lucrativo negocio de capturar viajeros y marinos para libertarlos después mediante rescate, actividades todas en las que los cubanos de la época de la Guerra de la Oreja de Jenkins no se quedaban atrás.

Cuando Miralles llegó a La Habana, poco después de 1740, enseguida comprendió las ventajas de la situación, y se avecindó en la capital de la Isla. No tenía gran capital, ya que en un testamento suyo del año 1752, des cubierto con otros papeles de Miralles por el notable y generoso investigador. don Arturo G. Lavín, el nuevo vecino hacía constar que cuando en 1744 se casó con doña Maria Josefa Eli­gio de la Puente, toda su fortuna estaba calculada en ocho mil quinientos pesos. El matri­monio fué muy prolífico, pues conocemos los nombres y los particulares de la vida de ocho hijos de don Juan de Miralles, un varón y siete hembras.

Miralles sobrevivió a la grave enfermedad que le hizo temer por su vida y le llevó a otorgar el testamento que acabamos de mencionar. Se dedicó a los negocios de compra y venta de buques, al tráfico de esclavos, a los fletes marítimos y a la representación de arma­dores europeos, colocó sus ganancias en bienes raíces y se enriqueció. Es muy probable que el matrimonio que le había hecho emparentar con la influyente familia de Eligio de la Puente, algunos de cuyos miembros tenían puestos importantes en el gobierno de Cuba y de la Florida, contribuyese al aumento de los caudales de Miralles. Viajaba mucho, especial­mente entre San Agustín de la Florida v La Habana....... o sea, entre la terminal española del contrabando con las Trece Colonias británicas de la América del Norte, y el puerto central del comercio español con Hispano-América. Con toda seguridad que así se hizo de corresponsales en Savannah, Charleston, Baltimore, Filadelfia y otros puertos norteamericanos y agregó el conocimiento del inglés al de los otros idiomas que hablaba.

Veinte años después de su llegada a La Ha­bana, durante la Guerra del Pacto de Familia. en circunstancias misteriosas, Miralles se apareció en La Habana como prisionero de la flota y el ejército británicos que pusieron sitio a y tomaron la capital de Cuba. Según parece el buquen que viajaba había sido apresado por la escuadra del almirante Pocock, que se dirigía a La Habana, y los ingleses le habían traído consigo. Miralles estuvo en libertad durante la dominación británica (1762-1763), y se dedicó normalmente a sus actividades mercantiles; pero entre los españoles había una cierta sospecha de que aquel comerciante y na­viero, de padres franceses que hablaba varios idiomas y que no hacía ascos a traficar con herejes, no se había mostrado muy enemigo de los ingleses, ni de los millares de co­lonos norteamericanos que con ellos vinieron a La Habana.

La restauración española, que persiguió tan cruelmente a quienes habían colaborado con los invasores, no instituyó procedimiento al­guno, que sé sepa, contra Miralles; pero no por eso se desvanecieron las sospechas populares que quizás si también eran expresión de envidía entre los competidores del afortunado negociante por su creciente prosperidad. Muchos años después, en 1774. Miralles fué protagonista de un ruidoso incidente al liarse a bastona­zos, con quien en otra época había sido amigo suyo, don Manuel José de Urrutia, al encon­trarse ambos en el zaguán de la casa de don Francisco Javier Rodríguez, donde Urrutia hu­bo de referirse en alta voz a Miralles como traidor al rey de España.

Eran ésos los días en que se reunía el Primer Congreso Continental, en Filadelfia, y en los que la pugna entre las Trece Colonias nor­teamericanas y la Gran Bretaña se iba enconando y tenían lugar choques y atentados de tipo revolucionario. España había perdido las Floridas, entregadas a la Gran Bretaña a cambio de la devolución de La Habana; pero MiralÍes y los Eligio de la Puente habían conser­vado sus relaciones de comercio en la península floridana y las habían extendido hasta la Luisiana, cedida por Francia a España para compensarla por las pérdidas que había sufrido en la Guerra del Pacto de Familia. Por todas partes Miralles tenía oportunidad de establecer contactos con los colonos norteameri­canos y las noticias que recibía comunicada........ al Capitán General de Cuba y por éste trasmitidas al gabinete de Madrid, mantenían al gobierno español y al de Francia. enterados de] curso de los acontecimientos. Los contrabandistas norteamericanos, los traficantes de esclavos, los armadores de buques, los antiguos corsarios, los comerciantes,etc., de las Trece Colonias, es decir, los iguales y en algunos casos los amigos y corresponsales de Miralles, eran los que participaban de aquellos primeros movimientos revolucionarios contra el rey de Inglaterra.

El 4 de julio de 1776 se aprobó la Declaración de la Independencia de los Estados Unídos; ya hubo choques armados en la Nueva Inglaterra; los patriotas emprendieron expediciones contra las bases estratégicas británi­cas; se creó el Ejército Continental, al mando de Washington, y las Trece Colonias buscaron apoyo internacional para su esfuerzo li­bertador en las potencias que tradicionalmente habían sido enemigas de la Gran Bretaña. Los gobernadores Luis de Unzaga y Bernardo de Gálvez, de Luisiana, dependientes del Capitán General de Cuba, desde temprano prestaron oídos a las solicitudes de ayuda hechas por el comerciante Oliver Pollock, anti­guo amigo de Miralles durante los años en que había vivido en La Habana, y desde Cuba enviaron pólvora, balas y vituallas para los patriotas norteamericanos que operaban del otro lado de las Apalaches. En La Habana y en Nueva Orleans entraron de .supuesta arribada forzosa los buques de las Trece Colonias a reparar averías, aprovisionarse y hasta vender presas hechas a los ingleses. Miralles, el armador de buques, el comerciante contrabandista que hablaba varios idiomas, era el intermediario entre los marinos rebeldes y las autoridades españolas.

En 1777, el Capitán General de Cuba recibió instrucciones confidenciales para que enviase agentes secretos a Jamaica, Haití, Flori­da y las Trece Colonias, con encargo de establecer contacto con los rebeldes e informar al gobierno español. D. Luciano de Herrera fué enviado a Jamaica, el coronel Antonio Raffelin partió para Haiti. D. Josef Eligio de la Puente, el cuñado de Miralles. tuvo la encomienda de introducirse clandestinamente en la Florida y agitar a los indios contra la dominación inglesa, y el propio Miralles fué nombrado pa­ra que desempeñase la difícil misión de ir a los Estados Unidos, relacionarse con el Congreso Continental y con el general Washington, pre­parar la reconquista de las Floridas y acordar la forma en que desde Cuba se podía ayudar a la revolución norteamericana, todo ello sin dar sospecha alguna a los ingleses, a fin de que la paz entte la Gran Bretaña y España no........ se rompiese sino cuando el gobierno de Madrid hubiese completado sus preparativos de guerra.

A Miralles no se le ocultó el peligro de la gestión que se le encomendaba y en la que todo debía parecer que lo hacía él, por su cuenta, hasta la prestación de dinero con su firma, de modo de no comprometer a España; pero dejándole expuesto a las más duras sanciones por parle de los ingleses, como espia o cómplice de los rebeldes, si caía en manos de aquéllos. En los últimos días de diciembre de 1777 hizo testamento y otorgó poder por estar "próximo a seguir viaje a los Reinos de Castilla", y el 31 de diciembre salió de La Haba­na, a bordo del bergantín -"Nuestra Señora del Carmen", ostensiblemente en viaje a España; pero en realidad con el propósito de desembarcar en Charleston, Carolina del Sur. con el pretexto de una arribada forzosa por mal tiempo. Miralles desembarcó en Charleston, acompañado de su secretarlo, don Francisco Rendón, y cuando el barco español hubo reparado las supuestas averías, el comerciante habanero y su ayudante se quedaron en los Estados Unidos después de haber hecho aquella jugada maestra para despistar a curiosos y burlar a espías.

Miralles se aplicó en el acto al desempeño de su misión. Valido de sus antiguas relaciones de comercio reunió datos e informes y solicitó y obtuvo audiencia del gobernador Edward Rutledge con quien discutió los preliminares de un plan militar destinado a expulsar a los británicos de las Floridas. El agente secreto necesitaba informar al gobernador de Cuba acerca de sus trabajos, y el 13 de febrero de 1778 envió sus primeros despachos en la goleta de George Abbot Hall, la que fletó cargada de mercancías para que con el producto de la venta de las mismas el viaje le resultase menos costoso. Miralles no se olvidaba de que era comerciante y con el pretexto de en­viar y recibir correspondencia compró una go­leta, que bautizó "San Andrés" y fundó y mantuvo el primer comercio directo entre Cuba y los Estados Unidos, desde Charleston a La Habana.

Una real orden de 21 de enero de 1778 había aprobado el nombramiento de Miralles como comisionado en los Estados Unidos, propuesto meses atrás por el Capitán General de Cuba, y cuando se celebró en Charleston con un banquete lanoticia del reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos por Francia. Miralles oficialmente asistió a ese ac­to, en el que hubo más de un brindis por Carlos III. A fines de mayo d 1778, Miralles emprendió su viaje a Filadelfia, por tierra, se en­trevistó en el camino con el patriota Abner Nash, gobernador de Carolina del Norte, y con el insigne virginiamo Patrick Henry, y con ellos siguió perfilando el proyecto para la campaña contra los ingleses de las Floridas. Una de las cartas de Miralles está fechada el 22 de junio en la pegueña población de Yorktown, Virginia, entonces poco conocida y que pocos años después sería teatro de la batalla decisiva contra la dominación británica en las Trece Colonias.

A principios de julio, Miralles está instalado en Filadelfia, actúa de acuerdo con el ministro francés, M. Gerard, y se ha relacionado con el Congreso Continental. que gobierna a los Estados Unidos. Su mejor amigo lo es, naturalmente, aquel Robert Morris, llamado "el financiero de la revolución'', encargado de procurar dinero para los gastos de la guerra y para mantener en actividad la vida económic­a del país. Es posible que Miralles y Morris se conocieran de antiguo; pero si no fué así, se condujeron como viejos amigos. En octubre de 1778, los bergantines y goletas "Buckskin"', ''Don Miralles'', "Stephen", "San Antonio, y "Havana", fletados por Miralles y Morris, estaban traficando entre La Habana y Filadelfia.

Miralles dió su garantía personal en La Habana para que los buques de la escuadrilla del comodoro Alexander Gillon necesitados de reparaciones, fuesen carenados, reartillados y abastecidos en el Arsenal, y su firma respaldó un número de importantes transacciones de las Cajas de Cuba con aquellas Trece Colonias que estaban en bancarrota, financiando trabajos, compras y préstamos.

En realidad, Miralles, llevado de su entusiasmo por la causa de los revolucionarios, fué mucho más allá de lo que podía esperarse de su misión, y se convirtió en apasionado defen­sor de la independencia de los Estados Unidos, hasta el extremo de arriesgarse económica­mente para ayudarla. Por otra parte, cuando advirtió que los norteamericanos de las Carolinas, Georgia y Virginia, estaban más intere­sados en una empresa militar contra las Flori­das con el propósito de conquistarlas para sí, que con la idea de entregarlas a España su

consejo fué el de no aceptar convenio alguno de operaciones conjuntas, sino la de lanzar la operación de reconquista desde La Habana.

No terminó el año 1778 sin que Miralles tu­viera oportunidad de conocer y tratar a Jorge Washington, durante la visita que el jefe del ejército y su estado mayor hicieron a Filadel­fia. Con ánterioridad Miralles se había con­vertido en un ardiente propagandista de las virtudes de Washington, había comprado seis retratos del castellano de Mount Vemon, hechos por Charles Willson Peale, y los había enviado de regalo a La Habana, uno al Capi­tán General de la Isla, otro a su propio cuñado, el señor Eligio de la Puente, un tercero a Don Antonio Ramón del Valle y los demás a distintas personalidades. La admiración y el afecto por Washington se fortalecieron en Miralles después de que le conoció, y sus cartas al mariscal Diego José Navarro, al Ministro de las Indias. etc., durante el año de 1779, están lle­nas de elogios, de los más sinceros y entusias­tas que fueron tributados al Padre de la Patria de .los norteamericanos antes de que su gloria se hiciera universal.

El 31 de diciembre de 1778, Washington fué el invitado de honor de Miralles en un gran banquete que el antiguo comerciante habanero le ofreció y al que concurrieron todos los elementos representativos de la nueva nación. La­fayete, Von Steuben, De Kalb y otros oficiales europeos también estaban entre los comensales.

La señorial reserva de Washington se rompió al calor de aquella nueva amistad, tan espontánea y sincera. No es de creer que Washington supiera con qué ardor le elogiaba Mi ralles en su correspondencia; pero le cobro gran estimación, no exenta de gratitud, por la diligencia que Miralles había puesto en ayudar a los norteamericanos. Con efecto, más de una vez el santo y seña en el campamento de Washington, en Middlebrook, N. J., fué "Don Juan y Gerard'', en homenaje a Miralles.

En 1779 España declaró la guerra a la Gran Bretañia y comenzó a hostilizarla.

La representacion de Miralles ante el Gongreso Continental fué directa y Carlos III le hizo saber que, en premio a su actuación, seria nombrado el primer ministro plenipotenciario de España ante los Estados Unidos. Más estrechas fueron las relaciones entre Miralles y Washington, uni­das ambas naciones en el esfuerzo de guerra contra los británicos. En Cuba, financiadas esas empresas militares con los recursos de la Isla y participando de las expediciones las milicias criollas, de blancos y de negros, fué que se hizo el principal esfuerzo bélico español en América, durante la Guerra d Independencia de los Estados Unidos. Si elementos de guerra y dinero por más de medio millón de pesos, garantizados por Miralles y sus familiares, fueron entregados a los norteamericanos, de La Habana salieron además los conquistadores de las Floridas, que hicieron prisioneros a millares de soldados ingleses que así no pudieron combatir en Yorktown, y las armas y municiones con que George Rogers Clark y otros patriotas triunfaron en el valle del Ohio.

A principios de 1780, cuando las hostilidades eran francamente favorables a los Estados Unidos y los aliados, Miralles recibió instrucciones de discutir con Washington los particulares de la gran ofensiva general. Washington estaba en Morristown, N. J., con sus tropas, y allá fué a verle Miralles. El 19 de abril, recibido con grandes honores, llegó Miralles al campamento de Washington v casi enseguida se enfermó. sin que ni siquiera pudiera comenzar la gestión que le había llevado hasta allí. Los médicos llamados a asistirle diagnostica­ron el caso como de suma gravedad e hicieron todos los esfuerzos posibles para salvarle. La propia Mrs. Washington ayudó en la atención prestada al ilustre enfermo cuyos amigos, encabezados por el jefe del ejército, acudían a animarles. El 28 de abril de 1780 llegó el final y Miralles falleció lejos de su hogar y de su familia de La Habana, rodeado del afecto de los libertadores del primer pueblo de América que alcanzaba su independencia y con los que tan sinceramente había simpatizado. Washington, Hamilton, Lafayette, Robert Morris y otros muchos estadistas y militares formaron en el cortejo fúnebre hasta el cementerio de Morristown, donde fueron inhumados los restos de Miralles. Al día siguiente la pluma de Alexander Hamilton, años más tarde secretario del Tesoro, escribió la siguiente carta para que la firmase el comandante general del Ejército Continental, Jorge Washington, quien la envió al mariscal Diego José Navarro, Capitán General de Cuba:

Cuartel General, Morristown. N. J., abril 30 de 1780.

Señor:

Con profunda pena comunico a v. la dolorosa noticia del fallecimiento de don Juan de Miralles. Este desdichado suceso tuvo lugar en mi residencia antes de ayer, y los restos del señor Miralles fueron enterrados ayer, con todo el respeto debido a su carácter y a sus méritos. Me había hecho el honor de visitarme en compañía del Ministro de Francia, y el mismo día de su llegada fué atacado de violentos dolores biliares, los que, después de nueve días, pusieron fin a su vida, no obstante todos los esfuerzos de los mejores médicos que pudimos consultar. V. E. tendrá la amabilidad de creer que con el mayor placer hice todo lo que un amigo podía hacer por él durante su enfermedad, y que no se omitió cuidado o atención por nuestra parte para su comodidad o restablecimiento. Más sinceramente simpatizo con V. E. por la pérdida de amigo tan estimable, por cuanto que durante su re­sidencia entre nosotros había yo tenido el gusto de contarle en el número de los que son míos. Debe ser de algún con­suelo a sus familiares, sin embargo, el saber que en este país se le estimaba universalmente y del mismo modo será lamentada su muerte.

¿Pudiera solicitar de V. E. el favor de que presentase mis respetos a la viuda y demás familiares de nuestro amigo desaparecido, además de asegurarles cuán sentidamente participo de su aflicción en estas tristes circunstancias?

Tengo el honor de ser su atento S.S.

Geo. WASHINGTON.

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