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jueves, 1 de febrero de 2018

UN CULTO AL PASADO


Lola Benítez Molina
Málaga (España)

El presente es la viviente suma total del pasado”.
Thomas Caryle


El hombre, según la época que le ha tocado vivir, ha estado siempre influenciado por las circunstancias existentes. Eso es inevitable. Por ello, a lo largo de la historia ha pasado por diferentes etapas y es, a través de la literatura y el arte, como busca fórmulas de evasión, bien para denunciarlas o bien para eludir una realidad que lo atormenta y de la que quiere y no puede escapar. Esa inquietud cultural lo lleva, unas veces a distorsionar y soñar esa realidad inequívoca, y es así como surge el llamado Romanticismo y, otras veces, a denunciar con el mayor realismo posible. De ahí, la corriente que surge con el llamado nombre de Realismo Naturalista, que tiene lugar en la segunda mitad del siglo XIX, en la que adquieren popularidad diversos escritores que tratan de denunciar las injusticias sociales. 

Ya en el s. XX, como uno de sus más grandes exponentes encontramos al poeta y escritor estadounidense, conocido como “Narrador de narradores”, Willian Faulkner, en cuyas obras destaca el drama psicológico y la profundidad emocional con una gran riqueza léxica de su prosa. Premio Nobel en 1949 y Premio Pullitzer, su vida estuvo marcada por una gran angustia emocional y por los acontecimientos del Sur de los EE.UU. Gran innovador, en cuanto a técnicas literarias, como la introducción del monólogo interior, la inclusión de varios narradores o los saltos en el tiempo, dentro de la narración, influyó notoriamente en los escritores hispanoamericanos de la segunda mitad del s. XX por todos de sobra conocidos y admirados: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa…

Novelas de Faulkner de amplio reconocimiento: “El ruido y la furia”, la más conocida, o ¡Absalón, Absalón! 

Cabe mencionar a otro escritor reconocido, John Steinbeck, contemporáneo a Faulkner, que supo reflejar al hombre resultante tras la gran depresión de los años 30, con su fabulosa novela “De ratones y hombres”.

Los cambios sociales acaecidos demandan una literatura que refleje la realidad imperante, en la que el lector pueda verse identificado. Hay hechos que hay que denunciar para que no se repitan y, a través de la escritura, mantienen esa eternidad, a la que el hombre por sí solo no tiene acceso.

Yo me sumerjo en el ayer para rescatar sueños que naufragaron, y construir una sutil memoria asida a los rayos que otros veneraron. No quiero que perezcan las voces inocentes que el recuerdo se niega a perder. En la osadía, se construye el futuro.

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