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domingo, 20 de mayo de 2018

20 DE MAYO DE 1902 Instauración de la República de Cuba



Eliana Onetti (1944-2008+)

  Cuenta Ricardo Núñez Portuondo que el 20 de mayo de 1902 a las 12 meridiano, comenzó, en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales en La Habana, el Acto oficial en el que el Gobernador Militar de la Isla General Leonardo Wood hacía entrega –en nombre del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Teodoro Roosevelt, del poder y gobierno de la Isla de Cuba al primer Presidente de la República, electo por la voluntad expresa del pueblo cubano: el señor Tomás Estrada Palma.
  A las 12:10 minutos, en el preciso instante que la bandera norteamericana era arriada en el Palacio, se ordenó su descenso en el mástil del Morro de La Habana y, a  los acordes del himno de Bayamo –tras una salva de 13 cañonazos- el General Emilio Núñez izó a las 12:15 minutos la bandera de Narciso López en el Castillo del Morro.
  El pueblo estalló entonces en indescriptibles manifestaciones de júbilo patrio al presenciar la culminación del doloroso proceso de forja de la Independencia de Cuba, y su nacimiento como nación. Hasta ese momento, y desde 1898, los cubanos habían tenido una Intervención extranjera en suelo patrio en que la esperanza de libertad e independencia estaba sumida en incertidumbre debido a esa Intervención norteamericana. Cuatro años de lucha política y diplomacia, sorda y dramática aunque incruenta, que tan bien plasmó Bonifacio Byrne cuando escribió su poema “Mi Bandera”.
  A partir de ese 20 de mayo, comienza la no menos patética historia de la República de Cuba, mediatizada por la Enmienda Platt, traicionada por sus mejores hijos, marcada desde su nacimiento por las desavenencias, las envidias, el orgullo desmedido, la avaricia y las corruptelas. Hasta Estrada Palma, heredero de la obra de Martí, quien lo dejó al frente del Partido cuando se fue a morir en los campos de Dos Ríos, prefirió asesinarla antes de renunciar a su mesiánico orgullo de anciano prevalerte. Olvidaron ¡todos! Los deseos del Apóstol:
  “Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier                                                                       mejilla de hombre. O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por si propio, el ejercicio integro de los demás: la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros hombres!...!Alcémonos para la república verdadera…!
  Estrada Palma, aquel anciano patriota, olvidó que la “Patria es ara; no pedestal” y el 29 de septiembre de 1906, renuente a sacrificarle su propio orgullo, la entregó inerme a una nueva Intervención que duró hasta el 28 de enero de 1909.
  Yo recuerdo los “20 de mayo” de mi infancia, llenos de sol, de zapatos blancos de estreno, de paseos por el Malecón, de asueto feliz y de fervoroso orgullo mambí. Recuerdo los trajes de dril de los hombres y los vestidos multicolores de las mujeres con ojos de mayo, orgullosas de su palmito y de su elegancia. Y me preguntó dónde y cómo estaríamos hoy si hubiésemos sido entonces más conscientes de que la república era la herencia de quienes, con sacrificio de sus propias vidas, quisieron una Cuba “con todos y para el bien de todos”. Si hubiésemos tenido bien presente que nuestro disfrute debió haber sido más bien el sagrado e ineludible deber de mantener esa república incólume, pura y unida.
  Porque los pueblos somos miopes, y olvidadizos, y cortos de entendederas, y desdeñosos de lo verdaderamente esencial y valioso, como aquella Eva que, inconsciente, despreciaba el alfiler de oro oscuro por prenderse al oscuro talle un diamante embustero. Así somos.
  Y hoy,  nuevamente, 20 de mayo. Una nueva oportunidad para aprender de nuestros desaciertos, para evitar culpar a terceros de sus consecuencias, para reconocer qué hemos hecho mal y cómo evitar frívolos olvidos en el futuro que puedan hacernos cometer los mismos errores una y otra vez. Para acercarnos –espiritualmente al menos- al monolito de Avenida 41 y Buen Retiro en Marianao y repetir, con Enrique José Varona, que “Si los cubanos honrados se hubieran conformado, Cuba seguiría siendo colonia”. Y meditemos en el significado de estas sencillas palabras que tan grande verdad encierran.
  Si los cubanos honrados no nos hubiéramos desentendido en gran medida de las necesidades de nuestra patria; si no nos hubiéramos conformado, Cuba sería –quizá- hoy una República en democracia.


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