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martes, 15 de mayo de 2018

MARÍA ZAMBRANO Y SU AMOR A CUBA

Foto tomado de: Huellas de Mujeres Geniales

          
 Lola Benítez Molina
Málaga (España)


María Zambrano, filósofa, pensadora, ensayista y poeta española nacida en Vélez Málaga (1904), y alumna de Ortega y Gasset, se vio obligada a vivir en el exilio. Casi medio siglo después diría a su regreso: “Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido”.  En su andadura conoció diferentes países de Sudamérica, pero sería La Habana una de esas ciudades que dejó una huella imborrable en ella. Quien conoció Cuba en aquella época de esplendor la lleva grabada en lo más hondo de su ser no sólo por su inigualable belleza, sino por la calidez de sus gentes. Aquél que se vio obligado a dejarla sabe que la vida no sigue igual, que un pedacito de su alma se quedó allá. Sin embargo, son personas admirables que, desde la distancia, la han defendido a ultranza con honor y gallardía. Cuando uno poseyó la belleza entre sus manos, tuvo profundas raíces arraigadas en lo más recóndito de su esencia. Esa sensación es eterna e irá inherente a su ser.
           
María Zambrano dejó sus raíces en España, pero sus frutos geniales y eneriquecedores adquirieron la magnificencia de lo eterno, pues los convirtió en imperecederos al comprobar la divinidad de aquellas tierras que la acogieron. De La Habana llegaría a decir que sentía necesidad de ella, que era tan necesaria como lo puede ser la palabra. Fueron años muy intensos para ella, en los que se relacionó con jóvenes intelectuales, escritores y poetas de la isla y otros españoles. Uno de ellos fue Juan Ramón Jiménez.

María escribe artículos y da conferencias. En ese preciso momento, Cuba ocupaba un lugar destacado en la vida cultural americana y caribeña. Eran años de resurgir económico. Fue precisamente en La Habana, ciudad en la que residió desde 1948 a 1953, donde conoció a José Lezama Lima, poeta, novelista, cuentista y ensayista cubano, uno de los autores más importantes de su país. Antes pasaría por ciudades como París y Nueva York. En México conoció a Octavio Paz y León Felipe. Previamente, a su exilio entabló amistad con los miembros de la “Generación del 27”: Luis Cernuda, Emilio Prados, Miguel Hernández, Jorge Guillén… Y en las filas de los que huían coincidió varios kilómetros con Antonio Machado.

Entre sus libros destacan: “Filosofía y poesía”, “El hombre y lo divino” y “La tumba de Antígona”. María intentaba ahondar en la relación entre filosofía y poesía en un intento de comprender al mundo, tras sucumbir ante ese exilio al que se vio abocada.

De su notable admiración por Ortega y Gasset llegaría a decir: “Bajo la hermosa distinción entre ideas y creencias de Ortega y Gasset descubrí la esperanza”.  Y sobre el oficio de escribir expresará que: “es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota de un aislamiento comunicable, en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas”.


En 1981 se le otorga el Premio Príncipe de Asturias y en 1988 su reconocimiento se hace notorio al concederle el Premio Miguel de Cervantes de Literatura.
           
Indiscutiblemente, su exilio, con el desgarro emocional que ello supone, y su estancia en La Habana, que la hizo resurgir, contribuyeron a sus altos reconocimientos, y que aún hoy se la recuerde con fervor.


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