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viernes, 15 de junio de 2018

La Academia de la Historia de Cuba: Sus inicios

Foto tomada de: Amazon



René León

  Para dar comienzo a la historia de la Academia de la Historia de Cuba, tenemos que irnos allá a finales del 1800, que nuestros pensadores e historiadores se encontraban la mayoría de ellos en Francia. Entre ellos Domingo Figarola Caneda, miembro de la Comisión  nombrada en 1891 para escoger y enviar libros de los cubanos en el exilio y en Cuba a la Real Academia Española, para ser parte de la Antología de poetas hispanoamericanos, comisión que estaba compuesta por Menéndez Pelayo.
  Domingo Figarola Canela, era miembro, Director y fundador de la Biblioteca Nacional y de otras academia entre ellas de la Asociación  de Bibliotecarios de Inglaterra y honorario de la los Bibliotecarios Franceses.
 Fue el primer director de la publicación de la Academia que se publicaba en el Archivo, utilizando una pequeña imprenta que fue donada por la Sra. Pilar Arazosa de Mueller, siendo los primeros números de la Revista de la Biblioteca Nacional, impresos en el antiguo edificio. La Biblioteca en ese momento contaba con un presupuesto bien reducido.
  La primera donación de libros lo hizo Figarola Caneda, unos 2,000 volúmenes de su colección privada. Otros intelectuales cubanos donaron sus colecciones, tales como Antonio Bachiller Morales, Francisco Sellén, Manuel Pérez Beato, Manuel Sanguily, Evelio  Rodríguez Lendian, José A. González Lanuza, Fernando Figueredo y Socarrás y otros más siguieron donando libros. 
  La ubicación de la biblioteca estuvo en los altos del Castillo de la Fuerza, en un pequeño espacio, allí radicaba el Archivo General, permaneció en ese lugar hasta el 17 de agosto de 1902 que es traslado a la Antigua Maestranza de Artillería.
  En los primeros años la biblioteca era atendida por mujeres en calidad de asistentes, y alumnas de pedagogía de la Universidad y normalistas. Era visitada en aquellos momentos por un promedio de 800 a 1000 personas mensuales. Los libros preferidos eran los de Literatura, Historia de Cuba, Medicina y otros. Años después, llegó a haber en la Biblioteca unos 250,000 volúmenes. El gobierno solo daba $ 1,400 pesos para la compra de libros.
  Figarola realizaba una gran obra en la Biblioteca tratando de mejorar las condiciones, lo mismo del local, como el mantenimiento en general. Con él colaboraba la poetisa María Villar Buceta. El Dr. Figarola y la poetisa Buceta coincidían en la necesidad de crear un personal técnico de Bibliotecarios.
  Domingo Figarola Caneda dirigió la Biblioteca hasta 1920, siendo sustituido por Francisco de Paula Coronado. En 1929 la Biblioteca es trasladada al Capitolio Nacional. Entonces en construcción.
  Entre los libros de Domingo Figarola, se pueden mencionar:

Biografía de Don Saturnino Valverde (Habana, 1881);

Guía Oficial de la Exposición de Matanzas (Matanzas, 1881)

Biografía de Rafael M. Merchán (Habana, 1905)

El Dr. Ramón Mesa y Suarez Inclán, noticia bibliográfica (Habana, 1909)

Cartografía Cubana del British, Museum, catálogo cronológico de cartas, planos y mapas de los siglos XVI al XIX (Habana, 1910)

  El Historiador Dr. Emeterio Santovenia, miembro de la Academia y compañero y amigo de Figarola Caneda, nos dice sobre él:
 
“Los recuerdos de Figarola Caneda son casi inseparables de la Biblioteca Nacional. A la fundación y dirección de ella llevó él su amor a los libros, a la expansión de la cultura y a la reconstrucción histórica. Fue natural que no concibiera el desempeño de su encumbrado oficio sin un servicio tipográfico y un órgano de divulgación de altos conocimientos. Logró tener en la Biblioteca una imprenta, arrebatada luego de sus limpias manos por la inexcusable torpeza o la mala pasión de un ministro. En esa imprenta se componía la Revista de la Biblioteca Nacional, víctima también de la miopía oficial”.
  “En la Biblioteca Nacional, en la REVISTA, en la Academia de la Historia de Cuba y en su hogar, siempre acogedor,  Don Domingo era el maestro generoso, aparentemente malhumorado, pero al cabo cordial, de los que alcanzábamos el favor y el honor de su amistad. Francisco González del Valle, Emilio Roig de Leuchsenring, Gerardo Castellanos y yo hemos recordado públicamente las excelentes enseñanza debidas a Figarola-Caneda por cubanos de una generación muy distante de la suya. Él nos instruyó en el manejo de viejos papeles y en el arte de preparar libros para la imprenta. Y el único precio que ponía a sus lecciones consistía en que las siguiésemos honrada y escrupulosamente”.

  Antiguamente para ser admitido en la Academia el seleccionado tenía que presentar un tema que luego sería respondido por un miembro. Después de ser aceptado. No se admitían a personas por amistad, había que pasar como todas las personas el discurso de presentación.

  La Academia en el Exilio ha cambiado mucho.

Así es la vida.

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