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viernes, 15 de junio de 2018

LA PRIMER MUJER MEDICO DE CUBA, UNA TRAVESTIDA

Enriqueta Faber


(e icono, sin quererlo, de la igualdad de oportunidades entre los sexos)
Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba
Henriette Faver Caven (sucesivamente conocida como Enrique y Enriqueta Faber) nació en Lausana (Suiza) no se sabe bien si en 1786 o en 1791. Huérfana desde la niñez, fue criada por un tío que era coronel de un regimiento suizo al servicio de la Francia revolucionaria. Su tío la casó con un militar, Jean Baptiste Renau, con quien tuvo una hija que falleció a los ocho días de nacer. Viuda a los 18 años de edad, y sin la protección de su tío –al haber fallecido igualmente éste-, a partir de ese momento decidió vestir como hombre.
Obtuvo en París el grado de médico cirujano y, en 1812, sirvió como médico militar en la aventura napoleónica de Rusia. En 1813 fue apresada en Vitoria (Álava), durante la Campaña Peninsular, por las tropas Aliadas al mando del duque de Wellington. Firmado el 30 de mayo de 1814 el Tratado de París, por el que se puso fin a la guerra entre Francia y la Coalición integrada por el Reino Unido, el Imperio Ruso, el Imperio Austriaco, y los reinos de Portugal, Suecia y Prusia, Henriette –siempre bajo el atuendo masculino- se trasladó primero a la isla antillana francesa de Guadalupe y, a continuación, a Cuba, en cuyo puerto santiaguero desembarcó el 19 de enero de 1819.
En la treintena de su vida, tenía una estatura de sólo cuatro pies y diez pulgadas, tez blanca, ojos azules, cabellos y cejas del color del trigo. Sin dilación se trasladó a La Habana con el propósito, coronado con el éxito, de obtener audiencia del nuevo Gobernador de la Isla, Juan Manuel de Cagigal, y que éste le otorgara carta de domicilio junto con la autorización para ejercer la Medicina.
La Carta de Domicilio decía que “don Juan Manuel Cagigal, Caballero Gran Cruz de las Reales Ordenes de Isabel la Católica y San Hermenegildo, Teniente General de los Reales Ejércitos, Gobernador de la Plaza de La Habana, Capitán General de la Isla de Cuba y de las dos Floridas…[al] expresado don Enrique Faber, que es de nación suizo, de estado casado, de edad de 25 años, de profesión médico-cirujano, le concedo esta carta de domicilio, con la cual podrá establecerse en el lugar de esta Isla que le convenga ejercer su oficio o profesión…”
El Título de Cirujano Romancista le fue expedido por el Dr. Nicolás del Valle (protomédico regente del Tribunal del Protomedicato de La Habana e Isla de Cuba) y por el Dr. Lorenzo Hernández (médico consultor honorario y segundo protomédico), quienes le reconocieron capacidad para tratar en toda la Isla “todo género de enfermedades correspondientes a ella, visitando enfermos, enseñando discípulos y practicando cuanto los cirujanos aprobados y reválidos pueden y deben ejecutar”. Sus mismos examinadores lo propusieron para el cargo de Fiscal del Protomedicato en Baracoa, adonde se trasladó provisto de cartas de recomendación del Intendente Alejandro Ramírez y del Padre Félix Varela, entonces titular de la Cátedra de Constitución del Seminario San Carlos.
En Baracoa atendió como paciente a una joven huérfana enferma de tisis, llamada Juana de León, a quien le propuso matrimonio, que se celebró el 11 de agosto de 1819 en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Baracoa. Pasaron unos meses después de los esponsales, y habrá que suponer que quien supuestamente era el Dr. Enrique Faber justificó la falta de consumación del enlace en la delicadeza de su aplazamiento a fin de no conturbar la recuperación de la quebrantada salud de su esposa.
Debiendo trasladarse a La Habana, escrúpulos de conciencia le hicieron confesar su fementida masculinidad nada menos que ante el Obispo Juan José Díaz de Espada y Landa, quien le reconvino y llamó a hacer privada reparación cerca de su esposa Juan, tras darle cuenta de su impostura, hiciera lo necesario para recibir una sanción penal y vistiera hábito monjil hasta purgar sus culpas.
De todas estas sanaciones materiales y espirituales, “el Dr. Faber” solamente cumplió la primera, poniendo fin a la convivencia con Juana de León, tras lo que seguramente fue un amargo trago para su “mujer” y un sonado disgusto para el “médico” suizo (en verdad, “médica” –la primera en recibir dicho título en Cuba, aunque bajo el supuesto y la apariencia equívocos de ser hombre-). El 10 de enero de 1833, Juana de León presentó querella criminal contra Enriqueta, a fin de conseguir la nulidad del matrimonio. En sus alegatos, afirmó que decidió casarse “atendidas las circunstancias de orfandad y desamparo en que se veía”, sin ocurrírsele “sospechar [que] los designios de ese monstruo fuesen dirigidos a profanar los sacramentos”, sosteniendo además que Enriqueta consumó artificialmente el matrimonio en forma “que la decencia no permite referir”, comprobando posteriormente –mientras la misma dormía- que el Dr. Faber era mujer y no hombre.
Enriqueta fue detenida el 6 de febrero de 1833 y sometida a un reconocimiento facultativo que comprobó “que se hallaba dotada de todas las partes pudendas propias del sexo femenino”. El 19 de junio, fue sentenciada a diez años de reclusión en la Casa de Corrigendas, en la ciudad de La Habana, “bajo la especial vigilancia de las autoridades competentes, con calidad de que cumplidos permanecerá recluida hasta que haya ocasión de ser remitida a cualquier punto extranjero, el más lejano posible de la Isla, con absoluto prohibición de volver a entrar con pretexto alguno en los dominios españoles, apercibida de que encontrándosela en cualquiera de ellos se le impondrá doble reclusión, con las demás penas que haya lugar".
En la apelación de la condena, presentada ante la Audiencia de Puerto Príncipe, su abogado el Lic. Manuel de Vidaurre planteó que “Enriqueta Faber no es una criminal. La sociedad es más culpable que ella, desde el momento en que ha negado a las mujeres los derechos civiles y políticos, convirtiéndolas en muebles para los placeres del hombre. Mi patrocinada obró cuerdamente al vestirse con el traje masculino, no sólo porque las leyes no lo prohiben, sino porque pareciendo hombre podía estudiar, trabajar y tener libertad de acción, en todos los sentidos, para la ejecución de las buenas obras. ¿Qué criminal es ésta que ama y respeta a sus padres, que sigue a su marido por entre cañonazos de las grandes batallas, que cura a los heridos, que recoge y educa a negros desamparados, y que se casa nada más que para darle sosiego a una infeliz huérfana enferma? Ella, aunque mujer, no quería aspirar al triste y cómodo recurso de la prostitución”. La Audiencia resolvió la apelación, rebajando la condena de diez a cuatro años, no remitiéndola a prisión sino al servicio del Hospital habanero de Paula, "a donde será conducida en traje propio de su sexo, los cuales cumplidos saldrá de la Isla con extrañamiento perpetuo del territorio español".
Embarcada a los EE.UU., terminó sus días, de muerte natural, frisando los sesenta años de edad, en la ciudad de New Orleans –donde continuó atendiendo a enfermos-.

Bibliografía:
D’Ottavio Cattani AE. Favez o el secreto de Henriette Faver Caven. Revista Medicina y Cine. Universidad de Salamanca. Diciembre 2008.  [http://fundacion.usal.es/revistamedicina/nuevo/component/docman/doc_download/301-vol4-num4-originales02-es]

Emilio Roig de Leuchsenring, escribiendo bajo el seudónimo de “Cristóbal de La Habana”, en la revista habanera VANIDADES, en las ediciones del 15 de julio y del 10 de agosto de 1946.

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