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sábado, 1 de septiembre de 2018

Nuestra Literatura



René León
Charlotte, NC
1987

  La primera manifestación que surgió como consecuencia del Descubrimiento de América es “La Crónica del descubrimiento”. El diario llevado por los capitanes de las naves que tocaron territorio americano recogió el regocijo de estos hombres, de estos marineros, al enfrentarse a esta naturaleza exótica y sus habitantes. Tanto el diario de Cristóbal Colón, como el de Fray Bartolomé de las Casas nos relatan la primera impresión del hombre europeo frente al paisaje, y al indio americano en particular.
  Al llegar a Cuba, los conquistadores no hallaron grandes imperios, ni grandes culturas indígenas. Los moradores de estas islas vivían en la edad de piedra. Eran simples cazadores y pescadores y la evolución de su cerámica era muy primitiva.
  Sin embargo, los imperios que hallaron los Capitanes españoles que tocaron en Tierra Firme, en el continente, los impresionaron hondamente. Tres grandes culturas indias enfrentaron los conquistadores al llegar a América:

1.   La Cultura Azteca (México).
2.   La Cultura Maya (Yucatán-Guatemala-Ecuador).
3.   La Cultura Inca (Perú-Colombia-Honduras).
 
Y sobre estas culturas y las costumbres de los moradores de estas regiones, los primeros cronistas, relataron la más bella Crónica Épica de nuestra época indígena.
  Hernán Cortés, al partir desde Cuba hacia México, no pensó hallar entre los indios la cultura, la arquitectura, y la formación político-militar que halló a su paso por territorio azteca.
  Fue Cortés el primer cronista que narró, en sus cartas al rey de España, las artimañas que utilizó para conquistar el vasto territorio indígena. En sus cartas no menospreciaba al indio, sino admiraba la construcción de sus casas, templos, y la formación arquitectónica de sus plazas, avenidas y ciudades. Sólo criticó el fetichismo, como cabía pensar en todo cristiano.
  En Cortés encontramos la narración del militar que pondera sus artes y mide su inteligencia y sagacidad. Pero tocó a Bernal Díaz del Castillo, acompañante de Cortés, relatar su punto de vista, añejado por el paso de los años, pues tardó en escribirlo. De todas las Crónicas de la Conquista la de Díaz del Castillo es la que ha sido más leída hasta nuestros días.
  Otros cronistas españoles nos hablan del indio araucano. Estos cronistas, aunque separados por la distancia, el tiempo y las circunstancias, coincidieron en hacerle justicia al valor, arrojo, belleza física y amor a la libertad del indio de nuestra América indígena. Esta parte de las Crónicas se conoce como “Crónica de la Conquista”.
  El que mejor enfocó el aspecto indígena, sin apasionamiento, y con mucha objetividad, fue Ercilla. Habló del indio araucano sin menospreciar su condición de no-cristiano. Nos relata la fiereza que desplegó en los combates contra los españoles. Alonso de Ercilla fue objetivo, realista y paisajista en su relato de las costumbres indígenas.
  Otra tendencia fue la que inició el Indio Garcilaso de la Vega, quien narró la parte mitológica, legendaria, del origen de los Incas. Toca pues a Garcilaso relatar en forma pesimista y nostálgica, los mitos y leyendas de la gran civilización suramericana. También inició la “Crónica de Viajes y Descubrimiento”, narrando la epopeya en la Florida, de la desgraciada aventura de Ponce de León.
  Las Crónicas, en sus distintas categorías, fueron las semillas literarias que se sembraron en el surco de nuestra América indígena.
  El Costumbrismo, rico en cuadros paisajistas, en personajes populares, en palabras del argot criollo, fue cobrando importancia. Del relato corto del periódico a la hoja suelta, se continúa hacia la novela costumbrista. Fue el Costumbrismo una búsqueda de la libertad artística, como respuesta al vasallaje que sufría América en la época de la colonización.
  La clásica novela costumbrista debemos buscarla en el autor cubano Cirilo Villaverde. No solo en su obra cumbre Cecilia Valdés  sino en La Joven de la Flecha de Oro y en otros artículos costumbristas aparecidos en periódicos de la ciudad de La Habana, a mediados del siglo XIX.
  Literatura que busca la crítica social al sistema colonial imperante. Siempre la literatura ha dado el primer paso hacia la salida a una solución de mayor libertad artística primero, y política más tarde.
  El tema social cobra fuerza en varios países de América: Esteban Echevarría, argentino, en su obra El Matadero, critica al régimen imperante en su país en el año de 1837. Igual mensaje social aparece en Amalia del también argentino José Mármol y como hemos mencionado, en Cecilia Valdés del cubano Villaverde.
  Fue Cortés el primer cronista que utiliza vocablos indígenas, con su traducción y significado al castellano. El uso de vocablos populares es continuado por muchos autores criollos. El tema del indio y el del gaucho cobran fuerza en la prosa y en la poesía nuestra.
  En la famosa novela María, de Jorge Isaacs, (1867), la primera novela de ficción romántica, salen a relucir vocablos populares, mitad castellano, mitad indios. Si bien es cierto que los cronistas españoles narraron la epopeya de la conquista –o sea, la lucha del español contra el indio- los literatos criollos narraron la lucha del gaucho contra los reductos indios que quedaban en el continente.
  Ya en el siglo XIX se puede leer esta lucha de razas.  Es el empuje del gaucho-criollo amante de la libertad que va colonizando, explotando lugares desiertos, convirtiéndolos en estancias, y empujando al indio más allá de sus cotos de caza y pesca.  Así surgen las novelas con temas de luchas raciales; Caramaru (1848) de Alejandro  Magorones; La Cautiva (1837) de Esteban Echevarría y Tabaré (1888) del poeta uruguayo Zorilla de San Martín. 
  Pero todas enfocan el lado malo del indio en lucha contra la expansión del gaucho.  Años más tarde vemos como la figura del indio se va haciendo más suave en la literatura. Cumanda (1871) del ecuatoriano Juan León Mera, es ejemplo de ello.  Después el indio pierde vigencia en la literatura y le deja paso a la personalidad pintoresca, agresiva, costumbrista y cada vez más recia del gaucho: Santos Vega (1851) de Hilario Ascasube, Martín Fierro (1872-79) de José Hernández.  Y la obra cumbre del gaucho como hombre, El Centauro (1868) de José J. de Vedía.
  Ya han pasado más de 450 años desde que Cortés desembarcó en México, y otros capitanes españoles desenvainaron su espada contra las culturas indígenas de América.  El legado que dejaron fue cuidadosamente guardado y del mismo que comenzó con Las Crónicas, tenemos hoy en día nuestra literatura genuinamente hispanoamericana.
  Cargada a veces de exotismo, de paisajismo, o de abstracciones y de nuevos moldes de tipo revolucionario, nuestra literatura puede adolecer de muchos defectos, pero tiene el sello característico de los poetas y prosistas del mundo hispanoamericano.
  Pasando del Costumbrismo, al Romanticismo, al Realismo, al Naturalismo y al Modernismo.  Desde el “Creacionismo” de Huidobro, hasta la “Anti-novela” de nuestros días. 

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