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lunes, 15 de octubre de 2018

Del adulterio, del matrimonio, y otros delitos

Escrito por Emilio Roig de Leuchsenring






En esta ocasión, el articulista en voz de los personajes Don Suntuoso y el Dr. Altiga nos ofrece un acercamiento a las estadísticas falseadas sobre los secuestros y adulterios en la Isla durante la etapa republicana.

Lo que quiere decir esa estadística es todo lo contrario: que solamente ha habido en la República 31 maridos que no han querido seguir aguantando que su mujer los engañe. 

Don Suntuoso. — Cuánto me alegro verle Dr. Altiga! Hace días que estoy y por ir a su consulta a hacerle una visita. 

Dr. Altiga. —¿Qué? ¿Se siente usted malo, Don Suntuoso? 

—A Dios gracias, no. Es que deseaba departir con usted sobre algo que desde que lo leí, me retoza dentro y es necesario que salga afuera, si no me voy a reventar. 

—¿De qué se trata? ¿Del cómico cambio de forma de Gobierno que el Primo q. los dirige a ustedes ha dado a la dictadura de la Península? ¿De la Ley del 75 por ciento? ¿De las elecciones del Centro Asturiano, que han servido entre otras cosas para demostrar que ustedes los peninsulares gozan en Cuba de muchos más derechos y libertades que los que pueden disfrutar hoy en su propia patria? 

—No, Doctor. No se trata de ninguna cuestión española, sino por el contrario cubana y muy cubana y más que todo una cuestión de orden moral, que atañe a los principios básicos de nuestra sociedad, a lo sagrado del hogar y la familia, y que viene a disipar por completo las pesimistas y disolventes opiniones que a usted y otros bolcheviques por el estilo, les he oído exponer frecuentemente. 

—Qué? ¿Un nuevo milagro? Algún cojo que camina? Eso el Dr. Colk 

—No se burle Doctor. La cosa es demasiado seria para que la tire a chacota. 

Se trata de que la otra noche, en la Biblioteca del Centro, después de haber leído el artículo de Aznar y 1a Glosa de Mañach, que son hoy mis credos periodísticos, ya que Pepín no escribe con tanta frecuencia corno antes, tropecé con un folleto que se titulaba Memoria leída por el Fiscal de Su Magestad, digo del Tribunal Supremo (nunca puedo olvidar las cosas de mi tierra), y me puse a hojearlo pensando para mi caletre: Vamos a ver que dicen estos señores de la curia. Al principio, realmente se lo confieso, la lectura me aburrió, pues casi todo se refería a datos y consideraciones judiciales, que si las vistas, que si los juicios, que si el artículo tal o el artículo cual… Y empecé a saltar 

y hojas, hasta al final. Pero en e1 final estaba lo bueno, porque en el final había una hoja larga doblada, como una factura o conocimiento, con muchos números. ¿Qué será ésto? Y leí: «Relación de causas y delitos sobre que versan, radicadas en el territorio de la República durante el año 1924-1925.» ¡ Hombre, está interesante!, pensé, y, efectivamente, allí estaban todos los delitos habidos y por haber, con el número de veces que se habían cometido en la Isla, durante el año pasado. Era algo así como eso que ustedes los modernistas llaman cuadros estadísticos. 

—Justamente. 

—Pues bien, como es natural me puse a buscar los que más se habían cometido, y me encontré con que ocupaban el primer puesto los robos, con 3878; después venían los raptos, con 3188; en tercero, los hurtos, con 3143; y en cuarto, las lesiones, con 2400, y así sucesivamente. Deduje en seguida la consecuencia de que en esa cantidad enorme de robos y de hurtos, nosotros los comerciantes seríamos los más perjudicados, pues como propietarios y hombres de solvencia somos los más robables, sobre todo con esas ideas comunistas y bolcheviques que ahora imperan. De las lesiones, me dije, ¡bueno eso es por el calor y ese carácter nervioso que tienen ustedes los criollos. En cuanto a los raptos, eso fué lo que más me sublevó, porque es consecuencia de la libertad exagerada que se ha dado a la mujer, y de la confianza que tienen las muchachas con sus novios y sus amigos, ese tú por tú, chico vá y chica viene, y toca que toca, para hablar, constante; y, ¡dígame Ud! con los trajes que ahora se usan, el más tranquilo se estrepitosa, y, claro, termina la cosa en rapto, pues los pobres padres, velando por el honor de la familia y el prestigio y la tranquilidad del hogar, no pueden permitir eso, y hacen la denuncia para que los chicos se casen 

—jAy, amigo Don Suntuoso! Parece mentira, que con los años que lleva usted en Cuba sea todavía tan ingenuo. ¿No se da cuenta usted que los raptos no son otra cosa que una combinación que hacen los padres de familia, en complicidad con la niña, para casar a sus hijas, y que la única víctima es el infeliz novio 

—No lo creo. Habrá algún caso, pero, un padre, ¿hacer eso con su hija?, ¡qué vá! Usted siempre ha sido muy mal intencionado, Dr. Altiga; y después, ese grupo de escritorzuelos con los que usted se reúne, con el pretexto de hablar de literatura, pero en el fondo, a arrancarle la tira del pellejo a todo bicho viviente. 

—i Mire, que su sobrino está entre ellos! 

—Sí, ya lo sé, y ya lo he reprendido; pero é1 es un muchacho de sólidos principios religiosos y morales… 

—Pues oigame, Don Suntuoso: 

eso que le digo del rapto es lo cierto: timo y nada más que timo. ¿Quiere usted la prueba? ¿A qué no se cometía un rapto si condenaran también a la muchacha? Ya de esto he hablado con mi amigo el Dr. Ortíz… 

—El médico del Centro ? 

—No; el Dr. Fernando Ortíz, nuestro ilustre antropólogo, sociólogo e historiador. 

—Me ha dicho que es también espiritista como usted? ¿Creo que, tiene un libro sobre esas boberías? 

—Don Suntuoso: No hable usted de lo que no entiende. Ese libro, notable, por cierto, del Dr. Ortíz, se titula Filosofía Penal de los Espiritistas Pero, déjeme terminar lo que le decía. El Dr. Ortíz, está redactando la Ponencia del nuevo Código Penal, y en ella ha de modificar completamente la legislación sobre el rapto; ya usted verá. 

—Pues bien, Dr. Altiga, esa abundancia de raptos me produjo pena y hasta indignación, porque veía en ello un síntoma fatal del desquiciamiento de la familia cubana. Pero ¡Dios es grande! Seguí leyendo esa estadística y me encontré con el renglón de los adulterios. Le confieso, que me dió un revuelco el corazón, porque le había oído a Ud. decir tantas cosas sobre ésto, que me habían impresionado. Pero ¡ahora lo quiero ver a usted! ¿Sabe cuántos adulterios se han cometido en toda la Isla durante el año pasado? 

—¡Hombre! ¿Quién podría sacar la cuenta? Quedándose corto, yo calculo que un 75 por ciento, en relación con los matrimonios. 

—Lo vé usted? ¡Está usted cogido! Oiga, y asómbrese y no blasfeme: en toda la Isla no ha habido más, durante el año último, más que 31 adulterios. 

—Pero 

—No me interrumpa ¿Vé usted como la familia conserva toda su pureza, su unión, su espíritu religioso, su base moral, la fidelidad y el amor que los esposos se juraron al pie de los altares? 

—Pero 

—No me interrumpa. Lo mí hermoso es que descompuestos esos 31 adulterios por provincias, hay dos provincias Pinar del Río y Santa Clara, en las que no se ha cometido ningún adulterio. 

—Qué no se ha cometido ninguno? Pues yo conozco, le voy a decir, en Pinar del Río más de diez o doce mujeres que se le corren al marido; y en las Villas, pasan de 15 o 20, esto en las capitales, y eso que apenas las visito. 

—Le he suplicado que no me interrumpa. En Matanzas, 2; en Camagüey 6. 

—En Camagüey, la tierra del Comandante Zayas Bazán, 6 adulterios? ¡Qué inmoralidad! 

— En Oriente, siete. Y hasta en la Habana, que dicen que es tan corrompida, solamente hay 16 adulterios. 

—No siga, Don Suntuoso. ¿En la Habana 16 adulterios? 

—Sí, y no en la ciudad, sino en toda la provincia. 

—¡No sea cándido, Don Suntuoso! ¡Si hay barrios de la Habana y hasta calle donde los adulterios pasan de 16! Le han tomado el pelo. Pida que le devuelvan el dinero. 

—Pues lo dice el Fiscal de Su Magestad, digo, del Tribunal Supremo 

—Sí, hombre; pero hay que saber leer entre líneas. Lo que quiere decir esa estadística es todo lo contrario: que solamente ha habido en la República 31 maridos que no han querido seguir aguantando que su mujer los engañe. Todos los demás, y su número infinitus est, «tienen ojos y no ven, oídos y no oyen,» y «todo el mundo lo sabía, todo el mundo menos él.» Todos los demás, elevados, a la raíz cúbica, Son consentidores… Lo mismo que Ud. decía, pero al revés. ¿Me comprende?

(Artículo de costumbres tomado de Carteles, 20 de diciembre 1925)
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964. 

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