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lunes, 1 de octubre de 2018

La batalla del Nilo (La batalla de Aboukir), 1-2 de agosto de 1798 (Primera Parte)

Tomada de:todo a babor

Los meses previos

A principios de ese año, el primer Lord del almirantazgo británico, conde George John Spencer, escribía al flamante conde de S. Vicente (John Jervis): “cuando se informa que la presencia de una escuadra inglesa en el Mediterráneo es una condición de la que se dice puede depender el destino de Europa, no debe Ud. sorprenderse de que estemos dispuestos a tensar cada nervio y asumir un riesgo considerable para llevarlo a cabo”, a continuación la carta decía: “...y tal escuadra podría encomendarse a Horacio Nelson”.
El ascenso de Nelson tras la batalla del cabo S. Vicente no había sido visto con muy buenos ojos por sus compañeros de promoción. Su actuación “por libre” en dicho combate había levantado ampollas entre los oficiales al mando de Jervis e incluso en el almirantazgo aceptaron a regañadientes subir un grado al polémico marino.
Nelson fue llamado a la fastuosa cabina del almirante Jervis en el Prince of Wales, a la sazón al mando de la flota de bloqueo frente a la rada de Cádiz, y allí, tras informarle que la inteligencia británica había detectado preparativos expedicionarios de la flota francesa en el puerto de Toulon, le hizo saber que sería enviado a reconocer ese puerto y que el honor y la integridad de Inglaterra descansaban en sus exiguas espaldas. En los días postreros de abril, marineros norteamericanos que venían de Italia habían transmitido a Jervis el insistente rumor que aseguraba que los galos preparaban la invasión de Irlanda o Inglaterra y que una ingente cantidad de efectivos y pertrechos militares estaba siendo amasada en algún puerto francés del Mediterráneo.
Desde finales de 1796 este mar no había visto a la Royal Navy y fue precisamente Nelson el último en surcar sus aguas al mando de una pequeña flotilla encabezada por la fragata MinerveUna refriega con dos fragatas españolas frente a Cartagena dio como resultado el apresamiento de la Sta. Sabina y, cuando el navío Príncipe de Asturias junto con la fragata Ceres se acercaban para investigar el origen de los cañonazos, Nelson ordenó cortar el cable de remolque y orzó a toda vela, “declinando usar la fuerza”, eufemismo muy manido en la Royal Navy como sinónimo de la menos elegante “huyó”.
Como consecuencia del encargo del almirantazgo, Nelson, enarbolando su insignia de contralmirante en el Vanguard de 74 cañones, escogió al Alexander y al Orion, del mismo porte, y a las fragatas Emerald y Terpsichore y una pequeña balandra, para su derrota de reconocimiento de aquel puerto meridional francés, partiendo el 9 de mayo. La travesía a lo largo de la costa hispana no ofreció nada relevante los siguientes diez días. El 22, cuando se encontraban a la altura del golfo de Lyon, fueron sorprendidos por una galerna que voló los masteleros y el palo del trinquete del Vanguard e hizo desaparecer a las embarcaciones menores. Nelson se salvó de caer al agua de milagro, cuando se empeñaba en ver lo que sucedía a su pequeña escuadra.
Parece un serio revés, pero ese día la providencia estuvo del lado de la marina británica. Exactamente hacía 3 horas que el grueso de la flota revolucionaria (13 navíos de línea, entre los que se encontraba el buque insignia del almirante D´Aigalliers, L´Orient, 120 cañones y uno de los mayores buques del mundo, y 3 de 80, amén de cuatro fragatas) había zarpado de Toulon escoltando la tropa de desembarco del general Bonaparte, huésped de honor en el insignia, de más de 200 barcos cargueros con destino a Egipto. Las anotaciones de los capitanes del Vanguard y del L´Orient registraban sus posiciones a escasas 2 millas uno del otro en el momento de la tormenta, por lo que, de haberse encontrado, es evidente que, con su barco inutilizado y sin poder darle a la vela, Nelson hubiese sucumbido ante fuerzas tan superiores.
El Alexander remolcó al Vanguard y los tres navíos se dirigieron a Cerdeña. Las fragatas y la balandra habían sido perdidas de vista definitivamente al amanecer del 23, lo que suponía un grave contratiempo para la finalidad de la expedición, ya que Nelson no podía permitirse el lujo de destacar un buque durante mucho tiempo en labores de reconocimiento adelantado, mermando la, ya de por sí, pequeña flotilla. Aún así el Orion se alejó para escrutar una posible hacia St. Pierre, en donde fueron recibidos el 24 de muy malas maneras, pues las autoridades galas habían dejado instrucciones de no admitir a ningún buque británico en el puerto. Debido a la perseverancia de los capitanes Berry del Vanguard y Ball del Alexander, los desperfectos de aquél pudieron ser reparados y el 28 pudieron seguir su rumbo.
Las fragatas dispersadas durante la tempestad pudieron regresar a Gibraltar y enviaron aviso a Jervis de sus consecuencias sobre la flotilla al mando de Nelson, pero ni una palabra de dónde estaban los franceses. Como consecuencia y, tras dos despachos del conde de S. Vicente al almirantazgo, éste decidía el envío de una flota que se desgajaría de la del canal de la Mancha con destino a ocupar el lugar, en la de bloqueo de Cádiz, que dejarían los diez buques que el capitán Troubridge encabezaba en el Culloden (74) con el objeto de adentrarse en el Mediterráneo para unirse y reforzar a Nelson. Al barco de Troubridge le seguían el MajesticBellerophonDefence, Minotaur, Theseus, Goliath, Audacious, Zealous, Swiftsure, todos de 74, y el Leander, de 50.
El capitán Hardy, viejo camarada de Nelson y futuro capitán del Victory en Trafalgar, a bordo de la fragata La Mutine de 16 cañones, destacada de la flota de bloqueo de Cádiz, se unió a la flotilla de Nelson el 4 de junio y fue el encargado de darle esta buena nueva. Hardy y los demás capitanes fueron invitados a cenar en el camarote de Nelson en el Vanguard y allí, aliviado y eufórico, Nelson brindó porque ahora “ya podría enfrentarse al enemigo en condiciones honrosas”, una vez que la escuadra de Troubridge hiciese un número de 13 navíos ingleses en el Mare Nostrum.
En ese momento Nelson no tenía ni idea de la cantidad de efectivos franceses que se dirigían a Alejandría, aunque suponían serían muy superiores a sus tres bajeles, uno de los cuales había sido vapuleado duramente durante la tormenta del 22 de mayo, en caso de que fuese cierto el rumor de la salida de una numerosa tropa de invasión, ya que de esto se infería que la escolta tendría que ser poderosa.
Dos días después, el 6 de junio, el capitán Ball, a bordo del Alexander, volvía al grupo y comunicaba a Nelson que había avistado varias velas en lontananza hacia la bordada del sur y continuó para decir que se trataba de un gran convoy español cargado de tesoros y mercancías con destino a Cartagena, información que había recabado, dijo, tras interceptar a uno de los barcos. Nelson adujo que su objetivo no era el enriquecimiento personal, sino salvar a su patria y cumplir con su deber como marino, e ignoró al convoy. Los registros oficiales españoles hablan de una escuadra española de seis navíos de guerra que, a principios de junio de 1798, volvía a Cádiz escoltando un grupo de mercantes desde la costa berberisca. A pesar de que aquélla es la versión ofrecida por el héroe británico en su informe oficial, todo parece indicar que Nelson, “declinó el uso de la fuerza” de nuevo cuando Ball, balbuceando, contó a su jefe que una flota enemiga muy superior se encontraba en las inmediaciones, y que convenía alejarse lo máximo posible y el contralmirante, soslayando su carácter guerrero y contumaz, no contradijo a su subordinado y ordenó aumentar aparejo y desaparecer.
Era la segunda vez que la presencia de barcos españoles generaba un aumento inusitado del tracto intestinal, en su fase rectal, de Sir Horatio, que anunciaba una inminente necesidad de evacuar y decidía evitar a los Don. Parece que no gustó nada al Lord el recibimiento que se le ofreció en la tacita de plata y en Sta. Cruz de Tenerife el año anterior, a pesar de los empeños de las autoridades locales de hacerle un presente, mediante el uso de salvas y fuegos de artificio que, en el caso canario, incluyó un regalo personal en forma de esfera de plomo, eso sí, propulsada a distancia desde “el Tigre” y que él recibió, no muy agradecido por cierto, en el brazo derecho.
Efectivamente, no es muy verosímil que Nelson ignorase un convoy español, país al que Inglaterra consideraba tan peligroso como Francia, debido a los tratados recientes de alianza mutua, e informase de ello ecuánimemente a sus superiores en un despacho oficial, pues sabía que le supondría una corte marcial, como mínimo, por allanarse en sus obligaciones como guerrero ante una escuadra enemiga de porte similar. De todos modos, los sucesos que se avecinaban eclipsarían este incidente por su escasa relevancia en el desarrollo de la campaña.
El anhelado refuerzo se verificó el 8 de junio cuando la escuadra de Troubridge se fundió con la de Nelson, elevando a 13 el número de buques. Ahora el contralmirante estaba más seguro de su capacidad y de poder ofrecer resistencia a casi cualquier flota enemiga. Troubridge, sin embargo, no traía instrucciones concisas sobre el paradero de la flota francesa y por tanto Nelson, con sólo una fragata de observación, debía confiar en las muchas y, en ocasiones, contradictorias informaciones que recabaría de sus encuentros accidentales con pescadores o lugareños de los distintos puertos a los que se dirigían para reabastecerse.
La Mutine fue enviada a Civita Vecchia en la costa romana y el resto de la flota se dirigió a Córcega, a donde llegó el 12 de junio. Hardy se reencontró con la escuadra a la altura de la isla de Elba y dijo a Nelson que un enorme convoy había sido visto pasar por las inmediaciones recientemente. En Sicilia, Nelson supo que Malta había caído en manos galas y que el 18 algunos pescadores había visto pasar una gran cantidad de navíos extranjeros con viento en popa del norte-noroeste.
El 29 se toparon con dos barcos que venían de Alejandría y aseguraron no haber visto buque francés alguno. A pesar de ello, Nelson se dirigió al puerto egipcio y no encontró más que bajeles mercantes turcos. Desde el día 4 de julio hasta el 15, la flota británica deambuló por la costa del levante palestino y el 18 regresaron a Siracusa, Sicilia. Nuevas informaciones de la presencia de una gran flota francesa en dirección sur precipitaron la salida de la escuadra inglesa rumbo a Egipto.
La casualidad volvió a jugar un importante papel en el desarrollo de los acontecimientos, pues tanto en su bordada el sur como en su regreso a Siracusa, Nelson estuvo de nuevo a punto de toparse con el convoy francés en alta mar. Lo que evitó ese choque fue que la flota de D´Aigalliers se dirigió a Alejandría pasando por Candia (costa africana), describiendo una línea angular, mientras que la británica navegaba directamente a ese puerto desde Siracusa y viceversa. Por dos veces Nelson halló el puerto egipcio vacío de buques franceses. Había llegado con dos días de antelación y se fue un día antes de que lo hiciese Napoleón y su ejército invasor. 
El Culloden fue destacado a Coron y Troubridge retornó con las mismas nuevas: el enemigo había sido visto en dirección sureste hacía 4 semanas. De nuevo las proas británicas apuntaron hacia el puerto egipcio y, por fin, el 1 de agosto divisaron un enorme grupo de buques franceses fondeados, eran los transportes que habían desembarcado todos los efectivos para llevar a cabo la invasión. El puerto estaba saturado y la flota de guerra tuvo que atracar en la bahía de Aboukir, 37 km. al este, la única rada en toda la costa egipcia, excepto Alejandría. La flota de Nelson llegó allí a las 5.30 de la tarde de ese mismo día.
navío L'Orient
  • Pintura del navío L'Orient en Tolón en 1797. Este navío de tres puentes y 118 cañones fue botado en 1790 con el nombre de Dauphin Royal. Tras la revolución francesa fue renombradoSans Culotte, y vuelto a renombrar el mismo año de su destrucción por el definitivo Orient, en honor a la expedición de Napoleón por aquellas tierras. El gran tamaño de este navío, con un calado proporcional, hizo que la línea francesa se tuviera que alejar más de lo conveniente de las aguas someras, lo que influyó en que los navíos británicos doblaran la línea francesa.

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