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jueves, 15 de noviembre de 2018

HERMANA RAFAELA

18 años

Emilio J. León (†)

Como naciste hembra hubo que utilizar la variante femenina del gran ninja del cosmos San Rafael. Émula de ese gran rival para ayudar a los seres humanos acometías tus obras sin aspavientos, con bondad, sonriente, con dulzura, en silencio, “a la silencio ha tenido que ser”, como dijera el Apóstol José Martí. 

Hija del Mar, ya que naciste en un puerto marino, llevabas en ti la fiereza de su poder y la mansedumbre de sus caricias. 

Huérfana. Ya a los seis años frente al cadáver de tu madre, de tez blanca, cabellera negra y ondeada, te sentiste sola y desamparada. Su ausencia definitiva marcó en ti la senda a seguir: si perdías el gran amor de madre, tú te convertirías en lo adelante en cuerpo y alma en todo amor para derramarlo en tus semejantes. 

Tenías la bondad y cariño de tu progenitor, pero la ausencia de la que te dio el ser, pesaba más que la dulzura de tu padre. Sabías o lo presentías que eran las manos femeninas las que moldeaban –cuál vasija de barro- la nobleza y cariño en la niñez. 

Tu familia se traslada para la ciudad de La Habana. Comenzaste a estudiar en el colegio la Inmaculada Concepción, en Belascoaín y San Lázaro. Las monjas que impartían la enseñanza te dieron a conocer la vida de Jesús y la de su madre la Divina Misericordia. Y, ella fue en lo adelante, además de tu guía, la alcancía de todas tus peticiones para el socorro de los demás. 

Cumplías con tu deber de católica practicante, rezabas a diario. 

Con tus hermanos en cautiverio en las ergástulas comunistas, tuviste la imperiosa necesidad de exiliarse con tu esposo e hijos. 

Toda carta que recibíamos de ti, finalizaba: “…Que la Divina Misericordia los proteja…” 

Desde joven fuiste en Cuba funcionaria del Seguro de Salud y Maternidad Obrera de La Habana. Lo que te dio libertad económica para ayudar a los gastos de tu hogar. 

Pero, algo inesperado, extraño, radical, duro con un idioma extraño, se interpuso en tu camino de cubana criolla. Un nuevo Modus Vivendi se imponía para subsistir y superar variantes dificultades. Viviste con tus familiares en un cuartucho “donde había que pedir permiso para poder caminar”. Pero nada te amilanaba…un día, tan parejo como los otros, descubriste la iglesia y para tu sorpresa en el altar mayor se encontraba La Divina Misericordia: para tu alegría te diste cuenta que la Madre de Dios, era el amor para todos sin importar raza o país. Su presencia te confortó, acrecentó tu fe. 

Disímiles fueron tus labores en el exilio. Los emolumentos sólo alcanzaban para hacerle frente a los gastos básicos. Tu monedero, por lo general vacío, siempre aguardaba alguna moneda para el socorro de instituciones de caridad, darle de comer a los necesitados, para atender a un leproso. Más que tu bolsa era su corazón el que se hallaba abierto a todas las misericordias. Decías: “…Hay otros más necesitados que yo…” 

El 26 de marzo de este año, te encontró tu hijo Ramoncito desmadejada sobre el piso de la sala del pequeño apartamento. El reloj marcaba la una y media de la tarde. 

A una llamada telefónica de él, hicieron acto de presencia oficiales de policía. No encontraron nada anormal. No había golpes en su cuerpo. La autopsia determinó un ataque masivo al corazón. 


En la Funeral Service se congregaron cientos de personas. Las mismas que a través de los años recibieron de ti toda clase de servicios desinteresados. Cuidar a una anciana norteamericana. Por hallarse enferma; a un cubano, un Vietnamita, un colombiano, o un negro. 

La comunidad de la iglesia a la que pertenecías valoraba admirada tu gran disposición para realizar todo tipo de labor. 

La caravana de autos que te acompañaban como transitoria morada al Sharon Memorial Park, les resultó a los norteamericanos del lugar un caso sorprendente. La masiva concurrencia al cementerio daba fe del amor que sentían por la desaparecida. 

Dos sacerdotes, uno norteamericano y otro colombiano, despidieron tu duelo. No fueron sólo alabanzas para ti, sino para tu obra. Tu humanismo, tu infinita misericordia para tus iguales los seres humanos. Dijeron más: “…Hermana Rafaela…” 

Para que dos sacerdotes de idiosincrasias no iguales consideren a un lego como hermana, es porque dice mucho de la labor desplegada en favor de los demás, por la reciente ausencia de Rafaela. 

Quizá, no desaparecemos del todo. 

Te saludo, hermana Fela, peldaño a peldaño, fabricaste la escalera que te ha llevado a la morada de la luz. No te fue fácil, pero al parecer la Virgen de la Misericordia, te ayudó mucho. Ya alcanzaste tu libertad espiritual, quizás otros, vestido con sayón o de color púrpura o haber recibido un Premio Nobel, no podrán hallarse en su oportunidad a la diestra del Señor o Jesús como lo estás tú ahora. 

Tu hermano, Emilio 

Nota: Fela como la llamábamos a ella cuando nos escribía a mí y mis otros dos hermanos Julio (†) y René, que nos encontrábamos en distintas prisiones sus cartas comenzaban: “…Que la Virgen de la Misericordia los proteja…’’ 

Nota: El único que queda vivo de mi familia es René.


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