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sábado, 1 de diciembre de 2018

La Poetisa Chilena Gabriela Mistral

Gabriela Mistral



Por: Dr. Mario Andino


Nacida en un pequeño pueblo del norte de Chile, El Monte, en 1889, y quien tomó su seudónimo del arcángel Gabriel y del poeta francés Fredric Mistral. Su verdadero nombre fue Lucila Godoy Alcaya conoció la garra del hambre y se burlaron de ella, ya en la escuela elemental, por su apariencia hombruna, su altura desmesurada para una niña de cortos años, y también por su manía de escribir versos. A los dieciséis presentó sus Sonetos de la Muerte, a un concurso poético provincial y se cuenta que no se presentó a recibir el primer premio por encontrarse vestida inapropiadamente, por su pobreza. Más aún, Gabriela estaba presente en el lugar del certamen literario, cuando entregaron los premios, pero temió darse a conocer por un exceso de humildad. Ya a tal edad había conocido la congoja de un amor juvenil, al abandonarla su amado por otra mujer. El suicidio de éste, un empleado ferroviario con el nombre de Romelio Ureta, debido a deudas de azar, tiñó su espíri­ tu de tonos oscuros por el resto de sus días. 
  Su primer premio poético le dió alguna fama regional y la aceptaron como maestra auxiliar, modesto cargo en que demostró cariño por los niños y gran provecho de sus lecturas incesantes. Su sueño vital fue hacerse maestra, pero la autoridad religiosa de la zona, no la encontró idónea para tal profesión, aludiendo a su facha masculina, "de tendencias socialistas" por querer ayudar a niños pobres y "para peor", era poetisa lo que no era bien visto para las muchachitas de la época. Recordemos que la Iglesia y el Estado no separaron en Chile, hasta 1925. 
  Sin embargo, la maestrita rural no cesaba de componer danzas infantiles rimadas, poemas de alabanza a la maternidad y sin poder olvidar a "su suicida" siempre habitando en su corazón. Algunos de sus poemas aparecieron en modestos periódicos zonales y, tanto pupilos como maestros, empezaron a solicitarle su poesía para la práctica de la memoria, como era el enfoque 
  metodológico de la época y por una asociación emotiva inmediata. Pero siempre había una parte de la crítica que la rechazaba por "izquierdista", por llevar el pelo demasiado corto y por vestir sayas largas y de colores oscuros. 
  En un viaje administrativo, a la capital, Santiago, le recomendaron visitar al crítico literario del diario más poderoso del país, "El Mercurio". Hemán Díaz Arrieta, católico también, simpatiza con la maestra-poetisa y leyó los poemas de Gabriela que le había traído ella misma, en modestas cuartillas escritas a tinta. Gracias a la influencia del crítico, la poetisa logró críticas más justas y Díaz Arrieta no dejó de ayudarla, por el resto de sus días. La fama nacional no se hizo esperar y la personalidad de Gabriela, hosca y tozuda probablemente por su sangre vasca, se congració con los lectores, en especial, por sus poemas para niños. Sus poesías empezaron a poblar los libros básicos, para escolares, y a lucir en las primeras revistas femeninas que emergieron en el país. 
  Pronto, su obra poética ganó un reconocimiento internacional, aunque en España, encontró enemigos enconados, entre los críti­ cos, que la acusaron de excesos políticos y de explotar a niños y jóvenes, con la venta de sus obras. En realidad, Gabriela ya formaba parte de organizaciones mundiales para la protección de la infancia y sus cultores hicieron de sus compasivos versos "piececitos desnudos, cómo os ven y no os calzan..." un lema para ayudar a los menos afortunados. Las autoridades educacionales del país, reconocieron la vocación de la autora -más bien una avocación"-, por la enseñanza, y su carácter tenaz y organizativo. De maestra rural, pasó a . Directora de escuela, coordina-
dora educacional, bibliotecaria, y visitadora escolar. Luego, fue llama­da a la capital para hacerse cargo de la coordinación de programas educacionales, en todo el país. Después, y debido a sus ensayos y conferencias sobre el magisterio, fue invitada por José Vasconce­los, para reorganizar la educación mexicana. Su experiencia internacional, le logró cargos diplomáticos en el extranjero e inició, así, su larga carrera diplomática. Nuestra escritora ya podía ayudarse con el producto de sus libros, traducidos a catorce lenguas extranjeras y, asimismo, para protegerse de la irregularidad de sus pagos como diplomática. 
  Pero el caso de Gabriela Mistral, fue extraño en la literatura. Por haber logrado el Premio Nobel de Literatura, en 1945, su influencia ganó poder, también en el exterior de su país. En su patria, no soportó a los críticos literarios que la acusaban de una poesía pedestre y de simplona. Para fortuna de la poetisa, el crítico de "El Mercurio", no dejó de comprender su rebeldía, por el valor intrín­seco de su poesía y por la evidente independencia del intelecto de Gabriela. Ella nunca pudo aceptar el papel de segundón de las mujeres de la época y abogó por leyes sociales para proteger a sus congéneres, de maridos abusivos y de la negligencia de éstos, con respeto a la protección de los menores. Sus opositores políticos, aprovechando el aspecto adusto de la poetisa, sobriedad en el vestir, la brevedad de su cabello y su estatura de campanario, la acusaron de lesbiana porque todas sus secretarias personales fueron mujeres. Sus enemigos tampoco le habrían perdonado tener un secretario masculino. La última secretaria que tuvo, por más de veinte años antes de fallecer Gabriela, fue la norteamericana Doris Dana. Los diarios y las empresas editoriales, resintieron la mano férrea del estilo administrativo de la señorita Dana: "los libros de la Premio Nobel, se pagaban a la entrega de tales y no se dejaban a consignación." 
  La organización de la secretaria estadounidense, de mantener a la poetisa en un horario precisado hasta el minuto, ofendió a nuestro criollo estilo de organización y luego empezó la prensa a atacar a la poetisa porque se permitía "arrogancias" de presupuestar su tiempo, con la prensa. 
  Sería justo establecer que, "la maestrita rural", respondía a cada ataque cón su vehemencia acostumbrada. Debido a la prensa local y a la hostilidad de la mayoría de los críticos, Gabriela abandonó su país natal para dedicarse a su carrera diplomática, en el extranjero, y para continuar escribiendo. 
  De los ataques acerca de su seudo-lesbianismo, varias investigaciones alentadas por resquemores personales, no lograron estable­cer nada concreto y la poetisa no fue jamás encontrada en una si­tuación comprometedora. Por lo demás, algunas cabezas más jóvenes y más frías, entre otros críticos, aceptaron el hecho de que, sin acatar sospechas acerca de la conducta de la primera poe­tisa de Chile, el valor intrínseco de su obra poética no se comprometía, en absoluto, por sus preferencias personales. 
  Extraño su caso, en realidad, el de esta mujer que no nació en cuna de oro y, no obstante, poseyó gloria literaria antes de publicar su primer libro. Tuvo enemigos por parte de quienes no la comprendieron y quienes no lo fueron, contemplaron a través de su personalidad, un talento indiscutible. Extraño que una adolescente de pueblo pobre, que sólo poseía un par de sandalias hechizas, como calzado, haya obtenido el triunfo sobre poetas consagrados. Algunos dicen que fue porque su seudónimo despistó a los jueces. La "flor natural" de su poesía atrajo miradas sobre ella y el público sintió curiosidad por una poetisa de tan delicados temas, como los niños y las madres, quien tuviera una personalidad fuerte y áspera, una encina bravía que ocultaba celdillas de miel silvestre, bajo su corteza. Le escribían cartas y Gabriela respondía en papel de oficio, con una letra enorme y palabras lapidarias. 
  En cambio, los críticos la acusaban de imitar al chorotega inmortal, Félix Rubén María Sarmiento (Rubén Darío), a Vargas Vila y a Juan Ramón Jiménez. Descontaban ellos, además, sus luchas pedagógicas, su heroísmo por estudiar sola, entre el ambiente mezquino y hostil , en medio de una pobreza amarga y el hecho de que la historia de su amor suicida no abandonaba pasquines ni chismes. Pero su primer amor fallecido , la inspiraba a cantar, le arrancaba del pecho esos gritos pasionales, su ruego insistente y sollozos estremecedores. Cuántas admiradoras se asociaron a su dolor , en vista del machismo predominante en esos años. 
  En tanto , se extendía su fama nacional y universal y Gabriela era admirada hasta donde el nombre de Chile apenas se pronunciaba y la humilde maestra daba lustre a su patria. En cambio, la torpeza de la diatriba personal la hirió profundamente . Fuera de los factores ya mencionados, ¿por qué injuriarla? Dice La Palabra, "...el que se humilla, será ensalzado" y hombres de otro hemisferio se enamoraron de sus estrofas; por eso su primer libro Desolación, fue dado a luz en Estados Unidos bajo los auspicios del Instituto de las Españas. 
  En ediciones posteriores , este poemario llegó a 360 páginas, aun si siempre dividido en siete partes: Vida, la Escuela, Dolor, Naturaleza, Prosa, Prosa Escolar y Cuentos. 
  Los que confunden la crítica con la censura, quienes buscan una pequeña mancha en el cristal, desdeñando el paisaje que transpa­renta,encontraron amplio campo donde lucir la pequeñez de criti­-castruelos. Pudieron tacharla de oscura y retorcida porque no siempre Mistral logra aclarar su pensamiento y, a veces, las lágrimas corren turbias. 
  Por otra parte, le falta el respeto a la retórica , a veces. Ella misma se hace llamar "bárbara" y sus predilecciones van hacia La Biblia, el Antiguo Testamento y, en especial, el libro de Job. Para apreciarla, es necesario impregnarse en su atmósfera propia, no esperar de ella sino lo que puede dar, saber sus límites y no querer traspasarlos. Su acorde íntimo y profundo, lo que llamamos la nota tónica de su personalidad poética, es un canto de amor y de muerte , exasperado al borde de un sepulcro. Su fuerza literaria se basa en sus sentimientos de amor y de la muerte, que son los dos polos capitales de la especie humana.. 
  Y, ¡cómo ama al suicida! Pone de su contribución al mundo entero para buscarle nombres , lo llama, le habla, lo increpa, se alegra de que esté bajo tierra, "...así nadie vendrá a disputarle su puñado de huesos"; se desnuda de todo pudor para gritarle su pasión, lo sigue a través de la tierra; se abraza a él, en presencia de Dios, lo rechaza cuando recuerda sus desvíos, maldice el día en que él nació, pide la muerte para él y, la obtiene y, luego , loca , incendiada , pregunta si nunca, nunca más volverá a verlo, ni en el temblor de los astros, ni en la fontana trémula, ni en gruta lóbrega y, quiere una vez más "¡oh, volverlo a ver, no importa dónde, en remansos de cielo o en el vórtice hirviente, bajo las lunas plácidas o en un cárdeno horror, y estar con él todas las primaveras y los inviernos , en un angustiado nudo en tomo a su cuello ensangrentado l... 
  Sus estrofas fervorosas y herejes, escandalizan a la iglesia y obligan al católico viejo a bajar la mirada; al querer ella forzar la misericordia divina, no se apartará de los pies del Creador, mientras no le haya dicho "la palabra que espero", que es el perdón del suicida transgresor del dogma. 
  Los acentos poéticos de Gabriela, que traspasan el tiempo, no dan sino estas dos o tres notas agudas con que los profetas de La Biblia nos hablan, todavía, al corazón y desde las edades. Su pensamiento no expresa ni una verdad científica, ni un sentimiento infinito. Las letras de sus libros fueron contadas, pero son letras de fuego: dirá pocas cosas, pero martilleará sus versos sobre un yunque. 
  Debido a su relación anómala con la prensa y crítica literaria locales, Gabriela no publicó su primer libro Desolación, hasta 1922 y fuera de su país. Luego, Ternura, 1924; Tala, 1938; Lagar, 1954. Aunque lo primordial de su obra fue la poesía, dejó también páginas en prosa, en la manera de narraciones infantiles, mensajes, artículos, crítica y una correspondencia caudalosa, todo digno de perdurar por su elevación y contenido moral. 
  Gabriela temió la duda y no conocía la ironía, por lo menos no por escrito; luce la sonrisa ambigua del escéptico, salta de la carne al espíritu, sin detenerse en matices intermedios; su filosofía se disuelve en las imágenes de la India o en los anhelos misericordiosos de la legión "tolstoiana". Adora al Dios único, al Dios vengador y terrible que abomina los pecados de la carne, un Dios violento e intensamente distante de su criatura; en vano quiere echarle la túnica de Jesús a su suicida y a su herejía. Se siente detrás de su sombra de espanto y, en su plegaria insistente que dirige a los cielos, tiembla sordamente el miedo de su propia condenación. Podría decirse que sus ruegos profanos se pierden, sin hallar un eco. 
  La elección semántica de sus textos, indica constantemente su afán de intensidad. Todas sus expresiones le parecen débiles, busca el vigor por sobre todas las cosas y se desespera de no encontrarlo; retuerce el lenguaje, lo exprime, lo atormenta. No le importa nada sino eso, la energía, una máxima energía literaria. Estira la cuerda de la flecha hasta romperla y apunta con la loca esperanza, una flecha de acero, con la mira de alcanzar el corazón de la divinidad. 
  ¿Cómo se iba a detener, la frenética, delante de las vallas grama­ticales o lexicográficas?Se desentiende de los códigos, desentierra términos fuera de uso, usa verbos abandonados, traspone o altera el significado de expresiones habituales; es familiar y bárbara, dentro de un mismo libro, despareja y de tropezado ritmo, siempre en virtud de la misma ambición: la persecución de la intensidad. Para pintar la oscuridad de la noche, habla de "betunes" porque el sustantivo está menos usado , menos gastado; dirá del "suicida" que no untó sus labios de preces y, cuando nombra la herida de su recuerdo, la llamará "socarradura larga que hace aullar..." 
  Aun en las materialidades que tocan ambos extremos, entre lo zafio y lo sublime, pugnando por juntarlos, le parecen "laxas", aunque no fláccidas; "...tengo ha veinte años en la carne hundidos/ y es caliente el puñal,/ un verso enorme,/ un verso con cimeras de pleamar/ las palabras caducas de los hombres/ no han el calor/ de sus lenguas de fuego, de su viva/ tremolación.../ ¡Terrible don! 
¡socarradura larga/ que hace aullar! El que vino a clavarlo en mis entrañas/ ¡tenga piedad!"(1) 
  Las almas tímidas, los corazones fríos, pondrán gesto de extrañeza ante arrebato semejante, dirán que la poetisa rompe la armonía del estilo y la llamarán al orden, a· la mesura, a la dignidad conveniente. Hoy lo expresaríamos como que Gabriela no fue "políticamente correcta". Querrían cubrir con un velo suave, las desnudeces ciclópeas de los mármoles de Rodin o de Miguel Angel, que habrían encontrado el don de la palabra, con una forma real. 
  Sin embargo, aquel que haya sentido, alguna vez, el corazón en tempestad, el que haya amado, sufrido y soñado, quienes hayan entrevistó, siquiera, la impotencia de la voz humana para expresar ese nudo que ponen en la garganta el amor, el dolor y la muerte, experimentará con las estrofas de Gabriela Mistral, la sensación de alivio de quien estaba ahogado y logra salir al aire, del que iba solo cargando un recuerdo y encuentra compañía en el medio del desierto, del que antes de morir, ha divisado un rayo de eternidad. 




Bibliografía 

(1) Antología de Gabriela Mistral. Editorial Zig-Zag, Santiago de Chile, 1944. Pág. 95, (Credo) 


Obras de Mario Andino 

Oratorio Para Herejes (1984) Prohibido Para Mayores (1987) El Capo y las Amazonas (1991) Versos para no Versados (1993) La Loba (1996) 
Cuentos para el Siglo XXI (1999) Actos de Misterio (1995) Fuera de Juego (1997) 
Angel del Mas Allá ( 2000) Entre Ti (2002) Antología Poética (2004)

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