El escritor y
filólogo Gerardo Piña-Rosales (gaditano de nacimiento y estadounidense por
naturalización) es el Director de la Academia Norteamericana de la Lengua
Española (ANLE) desde 2008, cuando fue elegido para suceder en el cargo al
crítico, poeta y novelista Odón Betanzos Palacios (1925-2007).
La infancia y
juventud de Piña-Rosales transcurrieron en Tánger. En 1973 estableció su
residencia en Nueva York, cuyo City University Graduate Center le otorgó el Doctorado en Lengua y Literatura
Españolas, y en cual centro universitario hubo de desempeñar la docencia
durante muchos años.
Además de su
distinguido desempeño al frente de la ANLE, es Académico Correspondiente de la
Academia de Buenas Letras de Granada y de la Real Academia Española. Entre sus
obras figuran las siguientes:
Hablando bien se
entiende la gente, 2010; Escritores españoles en
los Estados Unidos, 2007; Desde esta cámara oscura, 2006 (novela); Odón
Betanzos Palacios: la integridad del árbol herido, 2004; Hispanos en los
Estados Unidos: Tercer pilar de la hispanidad, 2004; España en las
Américas, 2004; Acentos femeninos y marco estético del nuevo milenio ),
2000).
Piña-Rosales
mantuvo correspondencia literaria con la escritora cubana Eliana Onetti Ocampos
(La Habana,1944-en el Exilio, España,2008), quien colaboró hasta su óbito en
las páginas de PENSAMIENTO y otras publicaciones patrocinadas por ese gran
mecenas de la Literatura que fue René León –quien en vida fue Miembro de la Academia de la Historia de
Cuba (Exilio) Editor de Pensamiento,
Miembro del Círculo de Cultura Panamericano, Miembro del Colegio
Nacional de Periodistas Cubanos en el Exilio, de la Academia Poética de Miami y
del Club Cultural “Atenea” de Miami, entre otras muchas entidades culturales-.
En fecha no lejana
van a cumplirse veinte años de un exigente pero laudatorio análisis de la obra
de Eliana Onetti por el actual Director de la ANLE. Como homenaje de evocación
de dicha físicamente desaparecida poetisa, ensayista y animadora cultural
cubana, se reproduce a continuación el texto que le dedicó D. Gerardo
Piña-Rosales.
LA POESÍA DE ELIANA ONETTI
D. Gerardo Piña Rosales, en Columbia
University
Mentiría
si me vanagloriase ahora de ser gran amigo de Eliana Onetti o de conocer a
cabalidad su importante obra poética. No; ni lo uno ni lo otro. Aunque tal vez
no debería ser tan categórico. El caso es que de Eliana Onetti me habló hace ya
unos años René León, ese cubano trasplantado a Tampa, historiador y amante de
las Musas (las de las Artes y las de carne y hueso), siempre dispuesto a tender
una mano amiga, desvelándose por difundir en revistas y periódicos de las
Américas lo que escriben sus amigos. No cabe mayor generosidad. Si mal no
recuerdo, fue León (que de fiero sólo tiene el nombre), quien, después de haber
leído el manuscrito de mi libro Desde
esta cámara obscura, me animó a
escribirle a Eliana Onetti. “Ponte en contacto con Onetti”, me urgió León en
una de sus frecuentes llamadas telefónicas desde Florida; “podrías publicar tu
libro en la Editorial que ella dirige, la Editorial Calíope”, me sugirió. Así
lo hice. No llegué a enviarle a Onetti el malhadado texto, aunque sí recuerdo
haberle escrito, para indagar las posibilidades de su publicación. Con
puntillosa puntualidad, Eliana Onetti, no sólo acusó recibo de mi carta sino
que me informó con todo lujo de detalles de cuál sería el camino a seguir en
caso de que me decidiese a publicar en su editorial mi flamante novela. Por
razones que no vienen a cuento, pasó el tiempo, y mi libro siguió y sigue
inédito (tal vez por mi bien y el vuestro).
De
Eliana Onetti me llegaban esporádicas noticias a través de nuestra común amiga
Estrella Betances de Pujadas, de René León, y de algún otro, quienes tuvieron
la amabilidad de enviarme algunos de los poemarios de la poetisa cubana. A los
pocos meses, recibí de la misma Onetti, dedicado y todo, su hermoso poemario En clave de mujer. Abrumado como estoy siempre de trabajo y compromisos, me temo no
haberle acusado recibo de su espléndido regalo.
Transcurrió
el tiempo (ese monstruo que no se sacia nunca), y pasaron por mis manos algunas
publicaciones de la Editorial Calíope, como el delicioso libro de Betances de
Pujadas, que presentamos en Teachers College, Columbia University, hace unos
meses.
Y
de pronto, la noticia, de boca de la misma Estrella Betances: que dentro de
unos días vendría a Nueva York Eliana Onetti en persona, que deberíamos
organizar algún acto en su honor, tal vez un homenaje, y que yo debería ser uno
de los participantes, pues para algo era el presidente del CEPI (y a quién no
le halaga que le llamen “presidente”, aunque lo que presida no pase de ser un modesto e inofensivo grupúsculo de
escribidores). Así que, engatusado por el verbo almibarado de Estrellita,
acepté, de buenísma gana, escribir unas líneas sobre la obra poética de Eliana
Onetti.
Huelga
decir que no era yo el primero en escribir sobre la poesía de Onetti. Ya lo habían hecho, con
mayor o menor enjundia, personas como la misma Betances de Pujadas, u otra
querida amiga, la escritora colombiana Leonora Acuña de Marmolejo.
Se
suele decir que la verdadera biografía de un escritor está en sus escritos. Y
es verdad, pero también es cierto que el poema, el cuento, la novela no han
salido de la nada, que detrás de cada texto no se esconde una muda máquina
enigmática, sino un ser de carne y hueso. Todavía hay críticos que se emperran
en acercarse a la obra literaria como si ésta hubiese nacido como por arte de
birlibirloque. Insisto, sacrificar al autor por un malentendido prurito
cientificista me parece poco menos que abominable. Yo les confieso que cuando
un artista me apasiona, sea escritor, músico, pintor o fotógrafo, acuciado por
un sentimiento más amoroso que intelectual, no descanso hasta haber devorado
todo cuanto de él o de ella se haya escrito. Y no digamos si contamos con sus
memorias, con sus diarios o con su correspondencia. ¿Cómo seguir leyendo del
mismo modo a Dostoyewski después de conocer sus Memorias del subsuelo? ¿Cómo no crisparse ante las cartas que Lezama Lima dirigía, desde Cuba, a su hermana
en el exilio? ¿Cómo no admirar aun más a Kafka sabiendo lo que nos cuenta en
sus diarios de su angustiada y tortuosa vida?
Por
todo ello, no pude menos que maravillarme al saber que Eliana Onetti, mujer
polifacética, políglota, de múltiples oficios y talentos, le robaba horas al
sueño para escribir poesía. Y cómo no admirarse y enternecerse al leer en una
de sus cartas hablando sobre su salida de Cuba: “salí de casa con 20 kilos de
ropa usada en una maleta vieja y sin una peseta”. ¿Cómo entender el dolorido
sentir que traspasa muchos de sus poemas sin pensar en el exilio que le tocó
vivir? Fijémonos bien: “ropa usada en una maleta vieja”. ¿Cabe símbolo más
adecuado para el destierro? Una maleta, una vieja maleta con unos cuantos
libros y una petaca de tabaco rancio,
como la que arrastraba el pobre Antonio Machado, cruzando a pie, bajo una
tormenta de nieve, los Pirineos, para refugiarse en Francia, y morir, ligero de
equipaje, fuera de una patria embarrada por la troglodítica casta militar, no
muy diferente a la que años después iba a desarbolar el destino del pueblo
cubano.
Abramos
ahora otra maleta, la que contiene los versos de Eliana Onetti, versos
viajeros, versos del éxodo y del llanto. En 1995 aparece en Madrid su poemario Surco y hontanar. El título no puede ser más significativo: nos remite a la feracidad
de la tierra misma, de donde todo surge y en donde todo acaba. No es capricho
que ya en el pórtico mismo del libro se evoque a una figura señera de las
letras femeninas hispánicas: Gabriela Mistral. “Soy mujer como tú y soy
maestra”, le dice Eliana a la Mistral, resumiendo y asumiendo así su condición
femenina y su noble oficio. Baste como botón de muestra el espléndido soneto
—de quevedesco tono— “Ayer, hoy, mañana”:
Cuando
casi diez lustros he cumplido,
acuso
en cuerpo y alma la fatiga
de
una brega vital controvertida
con
la que casi nada he conseguido.
Vuelvo
la vista atrás y me acoquino;
me
duelen mis presentes desengaños;
presiento
por venir duelos y daños
que
harán más azaroso mi camino.
Ha
tiempo que busqué, sin encontrarlo,
refugio
para mi ego maltratado
en
un austero y digno pesimismo.
Hoy
sé que mi destino está trazado.
Yo
misma me encargué de cincelarlo
con
cuitas, soledad y escepticismo.
Nos
hallamos ante un momento de reflexión en medio del camino de la vida. No es el
respirar satisfecho de quien cree haberlo logrado todo, sino de la persona
insatisfecha, como son siempre los verdaderos artistas, inquietos, descontentos
frente a la obra misma, porque no se trata ya de lo que se ha realizado sino de
lo que todavía nos queda por realizar, por alcanzar, por culminar. El presente
no ofrece más que desengaños; el futuro : “duelos y daños”. La poeta (lo de la
voz poética es un camelo) se enfrenta aquí con una de las grandes
interrogantes: ¿Qué es el destino? Si vivir consiste en decidirse a cada
instante, ¿somos nosotros o son nuestras circunstancias las que determinan el
rumbo de nuestra vida? Y esta vida: ¿es el sueño de un loco o el milagro de
Dios?
En ese mismo año de 1995 ve la luz otro poemario de
Eliana Onetti: Nekione,
Flor de Dolor. Betances de Pujadas
señala con agudeza que en este libro de Onetti “la angustia surge de dos
disconformidades: una, la incertidumbre de poder regresar algún día a una Cuba
liberada; la otra, por la interferencia de la ceguera, que le impide a la
modestia y al idealismo aquilatar el valor de una obra”.
Yo
destacaría dos poemas de este libro: el VIII y el XII. En el VIII asistimos,
desde la protectora platea de un teatro innominado, al implacable combate entre
el Bien y el Mal, entre Ormuz y Ahrimán. Se oyen los marciales clarines de
Darío:
……………………………………………..
Batalla
Refulgen
las armas bajo el sol incierto.
Chocan
las espadas con sonido intenso.
Combaten con cierto heroico pavor,
Se
lanzan impávidos. Enfrentan la muerte.
Es dueño del campo Ares, el feroz.
Se
oyen los dolientes suspiros de Bécquer:
……………………………………..
Huyó
el enemigo. ¡Ha vencido el Bien!
La paz de los muertos invade la faz de los vivos.
¡Dantesco es el triunfo de frutos de horror!
El
poema XII es un verdadero canto a la maestra, a aquella anciana mujer que era
capaz de “equidad en el juicio y mesura en la palabra”.
En 1997 publica Eliana Onetti el que es hasta ahora
su mejor libro: En
clave de mujer. Acuña de Marmolejo
compara a este poemario a una
carta abierta. Y tiene razón, pero abierta para quienes sepan leer más allá de
la insólita metáfora, del sonoro retruécano, de la hipnotizante rima, del
cadencioso ritmo. La poesía de Eliana Onetti es, en palabras de Acuña de
Marmolejo, “un grito existencial doliente, pero no de derrota sino por el
contrario de lucha airosa por el triunfo”. Acerquémonos a este libro singular.
Ya
en el umbral del libro, nos asalta una sugestiva imagen: un óleo del pintor
Vergara, “La Hora del Angelus”: una hermosa mujer de melancólica mirada, su
desnudez entrevista tras el exótico kimono, reclinada sobre haces de heno,
parece contemplar una cornucopia de suculenta fruta; a su espalda, un labrantío
—la tierra abierta en surcos y besanas— se extiende hasta el horizonte; a lo
lejos, se divisan un bosquecillo y unas torres. De nuevo, nos hallamos ante una
alegoría de la vida misma, vertebrada en sus ciclos y estaciones. En la
Primavera, la mujer-niña, como la Venus de Botticelli, surge de las aguas primigenias,
canturreando una inocente canción infantil. Carpe Diem:
goza de tu cuerpo, de tu belleza, porque todo es efímero, parece querer
decirnos la poeta. En el Verano, donde la niña es ya joven mujer, convertida
ahora en irresistible atracción para la lúbrica mirada del hombre. En el Otoño,
donde la mujer alcanza su plenitud y su armonía. En el Invierno, donde la mujer
es espejo de los surcos indelebles del tiempo y de la vida.
Nada
mejor para terminar estos breves comentarios sobre la poesía de Eliana Onetti
que la lectura de uno de los poemas más logrados de En clave de mujer, el titulado “Ocaso”:
Se viste de naranja el horizonte.
La
luz que se va haciendo imperceptible
se
asoma todavía tras el monte…
Desdibujando formas y perfiles,
la
sombra va incautándose de predios
que
fueran bajo el sol claros pensiles…
En hito sombra y luz se dan la mano
un
solo instante de mágica simbiosis
que
tiene el sobrio encanto de lo arcano…
Y muere en un temblor inesperado,
sublime
en su silencio de agonía,
el
Día, a quien la Noche ha traicionado.