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viernes, 1 de mayo de 2020

Gerardo Piña Rosales -Reseña Sobre Eliana Onetti

El escritor y filólogo Gerardo Piña-Rosales (gaditano de nacimiento y estadounidense por naturalización) es el Director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) desde 2008, cuando fue elegido para suceder en el cargo al crítico, poeta y novelista Odón Betanzos Palacios (1925-2007).
La infancia y juventud de Piña-Rosales transcurrieron en Tánger. En 1973 estableció su residencia en Nueva York, cuyo City University Graduate Center  le otorgó el Doctorado en Lengua y Literatura Españolas, y en cual centro universitario hubo de desempeñar la docencia durante muchos años.
Además de su distinguido desempeño al frente de la ANLE, es Académico Correspondiente de la Academia de Buenas Letras de Granada y de la Real Academia Española. Entre sus obras figuran las siguientes: 

Hablando bien se entiende la gente, 2010; Escritores españoles en los Estados Unidos, 2007; Desde esta cámara oscura, 2006 (novela); Odón Betanzos Palacios: la integridad del árbol herido, 2004; Hispanos en los Estados Unidos: Tercer pilar de la hispanidad, 2004; España en las Américas, 2004; Acentos femeninos y marco estético del nuevo milenio ), 2000).

Piña-Rosales mantuvo correspondencia literaria con la escritora cubana Eliana Onetti Ocampos (La Habana,1944-en el Exilio, España,2008), quien ​colaboró hasta su óbito en las páginas de PENSAMIENTO y otras publicaciones patrocinadas por ese gran mecenas de la Literatura que fue René León –quien en vida fue Miembro de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio) Editor de Pensamiento,  Miembro del Círculo de Cultura Panamericano, Miembro del Colegio Nacional de Periodistas Cubanos en el Exilio, de la Academia Poética de Miami y del Club Cultural “Atenea” de Miami, entre otras muchas entidades culturales-.
En fecha no lejana van a cumplirse veinte años de un exigente pero laudatorio análisis de la obra de Eliana Onetti por el actual Director de la ANLE. Como homenaje de evocación de dicha físicamente desaparecida poetisa, ensayista y animadora cultural cubana, se reproduce a continuación el texto que le dedicó D. Gerardo Piña-Rosales.
LA POESÍA DE ELIANA ONETTI
 D. Gerardo Piña Rosales, en Columbia University

Mentiría si me vanagloriase ahora de ser gran amigo de Eliana Onetti o de conocer a cabalidad su importante obra poética. No; ni lo uno ni lo otro. Aunque tal vez no debería ser tan categórico. El caso es que de Eliana Onetti me habló hace ya unos años René León, ese cubano trasplantado a Tampa, historiador y amante de las Musas (las de las Artes y las de carne y hueso), siempre dispuesto a tender una mano amiga, desvelándose por difundir en revistas y periódicos de las Américas lo que escriben sus amigos. No cabe mayor generosidad. Si mal no recuerdo, fue León (que de fiero sólo tiene el nombre), quien, después de haber leído el manuscrito de mi libro Desde esta cámara obscura, me animó a escribirle a Eliana Onetti. “Ponte en contacto con Onetti”, me urgió León en una de sus frecuentes llamadas telefónicas desde Florida; “podrías publicar tu libro en la Editorial que ella dirige, la Editorial Calíope”, me sugirió. Así lo hice. No llegué a enviarle a Onetti el malhadado texto, aunque sí recuerdo haberle escrito, para indagar las posibilidades de su publicación. Con puntillosa puntualidad, Eliana Onetti, no sólo acusó recibo de mi carta sino que me informó con todo lujo de detalles de cuál sería el camino a seguir en caso de que me decidiese a publicar en su editorial mi flamante novela. Por razones que no vienen a cuento, pasó el tiempo, y mi libro siguió y sigue inédito (tal vez por mi bien y el vuestro).
 De Eliana Onetti me llegaban esporádicas noticias a través de nuestra común amiga Estrella Betances de Pujadas, de René León, y de algún otro, quienes tuvieron la amabilidad de enviarme algunos de los poemarios de la poetisa cubana. A los pocos meses, recibí de la misma Onetti, dedicado y todo, su hermoso poemario En clave de mujer. Abrumado como estoy siempre de trabajo y compromisos, me temo no haberle acusado recibo de su espléndido regalo. 
Transcurrió el tiempo (ese monstruo que no se sacia nunca), y pasaron por mis manos algunas publicaciones de la Editorial Calíope, como el delicioso libro de Betances de Pujadas, que presentamos en Teachers College, Columbia University, hace unos meses.
Y de pronto, la noticia, de boca de la misma Estrella Betances: que dentro de unos días vendría a Nueva York Eliana Onetti en persona, que deberíamos organizar algún acto en su honor, tal vez un homenaje, y que yo debería ser uno de los participantes, pues para algo era el presidente del CEPI (y a quién no le halaga que le llamen “presidente”, aunque lo que presida no pase de ser  un modesto e inofensivo grupúsculo de escribidores). Así que, engatusado por el verbo almibarado de Estrellita, acepté, de buenísma gana, escribir unas líneas sobre la obra poética de Eliana Onetti.
Huelga decir que no era yo el primero en escribir sobre  la poesía de Onetti. Ya lo habían hecho, con mayor o menor enjundia, personas como la misma Betances de Pujadas, u otra querida amiga, la escritora colombiana Leonora Acuña de Marmolejo.
     Se suele decir que la verdadera biografía de un escritor está en sus escritos. Y es verdad, pero también es cierto que el poema, el cuento, la novela no han salido de la nada, que detrás de cada texto no se esconde una muda máquina enigmática, sino un ser de carne y hueso. Todavía hay críticos que se emperran en acercarse a la obra literaria como si ésta hubiese nacido como por arte de birlibirloque. Insisto, sacrificar al autor por un malentendido prurito cientificista me parece poco menos que abominable. Yo les confieso que cuando un artista me apasiona, sea escritor, músico, pintor o fotógrafo, acuciado por un sentimiento más amoroso que intelectual, no descanso hasta haber devorado todo cuanto de él o de ella se haya escrito. Y no digamos si contamos con sus memorias, con sus diarios o con su correspondencia. ¿Cómo seguir leyendo del mismo modo a Dostoyewski después de conocer sus Memorias del subsuelo? ¿Cómo no crisparse ante las cartas que  Lezama Lima dirigía, desde Cuba, a su hermana en el exilio? ¿Cómo no admirar aun más a Kafka sabiendo lo que nos cuenta en sus diarios de su angustiada y tortuosa vida?
   Por todo ello, no pude menos que maravillarme al saber que Eliana Onetti, mujer polifacética, políglota, de múltiples oficios y talentos, le robaba horas al sueño para escribir poesía. Y cómo no admirarse y enternecerse al leer en una de sus cartas hablando sobre su salida de Cuba: “salí de casa con 20 kilos de ropa usada en una maleta vieja y sin una peseta”. ¿Cómo entender el dolorido sentir que traspasa muchos de sus poemas sin pensar en el exilio que le tocó vivir? Fijémonos bien: “ropa usada en una maleta vieja”. ¿Cabe símbolo más adecuado para el destierro? Una maleta, una vieja maleta con unos cuantos libros  y una petaca de tabaco rancio, como la que arrastraba el pobre Antonio Machado, cruzando a pie, bajo una tormenta de nieve, los Pirineos, para refugiarse en Francia, y morir, ligero de equipaje, fuera de una patria embarrada por la troglodítica casta militar, no muy diferente a la que años después iba a desarbolar el destino del pueblo cubano.
Abramos ahora otra maleta, la que contiene los versos de Eliana Onetti, versos viajeros, versos del éxodo y del llanto. En 1995 aparece en Madrid su poemario Surco y hontanar. El título no puede ser más significativo: nos remite a la feracidad de la tierra misma, de donde todo surge y en donde todo acaba. No es capricho que ya en el pórtico mismo del libro se evoque a una figura señera de las letras femeninas hispánicas: Gabriela Mistral. “Soy mujer como tú y soy maestra”, le dice Eliana a la Mistral, resumiendo y asumiendo así su condición femenina y su noble oficio. Baste como botón de muestra el espléndido soneto —de quevedesco tono— “Ayer, hoy, mañana”:
 
 
Cuando casi diez lustros he cumplido,
acuso en cuerpo y alma la fatiga
de una brega vital controvertida
con la que casi nada he conseguido.
  
Vuelvo la vista atrás y me acoquino;
me duelen mis presentes desengaños;
presiento por venir duelos y daños
que harán más azaroso mi camino.
  
Ha tiempo que busqué, sin encontrarlo,
refugio para mi ego maltratado
en un austero y digno pesimismo.
  
Hoy sé que mi destino está trazado.
Yo misma me encargué de cincelarlo
con cuitas, soledad y escepticismo.
 
 
Nos hallamos ante un momento de reflexión en medio del camino de la vida. No es el respirar satisfecho de quien cree haberlo logrado todo, sino de la persona insatisfecha, como son siempre los verdaderos artistas, inquietos, descontentos frente a la obra misma, porque no se trata ya de lo que se ha realizado sino de lo que todavía nos queda por realizar, por alcanzar, por culminar. El presente no ofrece más que desengaños; el futuro : “duelos y daños”. La poeta (lo de la voz poética es un camelo) se enfrenta aquí con una de las grandes interrogantes: ¿Qué es el destino? Si vivir consiste en decidirse a cada instante, ¿somos nosotros o son nuestras circunstancias las que determinan el rumbo de nuestra vida? Y esta vida: ¿es el sueño de un loco o el milagro de Dios?
En ese mismo año de 1995 ve la luz otro poemario de Eliana Onetti: Nekione, Flor de Dolor. Betances de Pujadas señala con agudeza que en este libro de Onetti “la angustia surge de dos disconformidades: una, la incertidumbre de poder regresar algún día a una Cuba liberada; la otra, por la interferencia de la ceguera, que le impide a la modestia y al idealismo aquilatar el valor de una obra”.
        Yo destacaría dos poemas de este libro: el VIII y el XII. En el VIII asistimos, desde la protectora platea de un teatro innominado, al implacable combate entre el Bien y el Mal, entre Ormuz y Ahrimán. Se oyen los marciales clarines de Darío:
 ……………………………………………..
Batalla
Refulgen las armas bajo el sol incierto.
Chocan las espadas con sonido intenso.
                                    Combaten con cierto heroico pavor,
                                                Se lanzan impávidos. Enfrentan la muerte.
                                    Es dueño del campo Ares, el feroz.
 
Se oyen los dolientes suspiros de Bécquer:
                                    ……………………………………..
Huyó el enemigo. ¡Ha vencido el Bien!
                                    La paz de los muertos invade la faz de los vivos.
                                    ¡Dantesco es el triunfo de frutos de horror!
   
El poema XII es un verdadero canto a la maestra, a aquella anciana mujer que era capaz de “equidad en el juicio y mesura en la palabra”.
 En 1997 publica Eliana Onetti el que es hasta ahora su mejor libro: En clave de mujer. Acuña de Marmolejo compara a este poemario a una carta abierta. Y tiene razón, pero abierta para quienes sepan leer más allá de la insólita metáfora, del sonoro retruécano, de la hipnotizante rima, del cadencioso ritmo. La poesía de Eliana Onetti es, en palabras de Acuña de Marmolejo, “un grito existencial doliente, pero no de derrota sino por el contrario de lucha airosa por el triunfo”. Acerquémonos a este libro singular.
 Ya en el umbral del libro, nos asalta una sugestiva imagen: un óleo del pintor Vergara, “La Hora del Angelus”: una hermosa mujer de melancólica mirada, su desnudez entrevista tras el exótico kimono, reclinada sobre haces de heno, parece contemplar una cornucopia de suculenta fruta; a su espalda, un labrantío —la tierra abierta en surcos y besanas— se extiende hasta el horizonte; a lo lejos, se divisan un bosquecillo y unas torres. De nuevo, nos hallamos ante una alegoría de la vida misma, vertebrada en sus ciclos y estaciones. En la Primavera, la mujer-niña, como la Venus de Botticelli, surge de las aguas primigenias, canturreando una inocente canción infantil. Carpe Diem: goza de tu cuerpo, de tu belleza, porque todo es efímero, parece querer decirnos la poeta. En el Verano, donde la niña es ya joven mujer, convertida ahora en irresistible atracción para la lúbrica mirada del hombre. En el Otoño, donde la mujer alcanza su plenitud y su armonía. En el Invierno, donde la mujer es espejo de los surcos indelebles del tiempo y de la vida.
 
Nada mejor para terminar estos breves comentarios sobre la poesía de Eliana Onetti que la lectura de uno de los poemas más logrados de En clave de mujer, el titulado “Ocaso”:
 
    Se viste de naranja el horizonte.
La luz que se va haciendo imperceptible
se asoma todavía tras el monte…
    Desdibujando formas y perfiles,
la sombra va incautándose de predios
que fueran bajo el sol claros pensiles…
    En hito sombra y luz se dan la mano
un solo instante de mágica simbiosis
que tiene el sobrio encanto de lo arcano…
    Y muere en un temblor inesperado,
sublime en su silencio de agonía,
el Día, a quien la Noche ha traicionado.

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