El 4 de julio del año 1776, el Congreso Continental decide adoptar la Declaración de Independencia al reunirse en la ciudad de Filadelfia, en la Casa de Estado de Pennsylvania (actualmente conocida como the Independence Hall) para declarar a las trece colonias americanas como estados libres e independientes de Inglaterra a través de un documento cuya primera firma fue plasmada en esta fecha por John Hancock y el resto de los firmantes lo hacen el 2 de agosto de 1776.
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miércoles, 1 de julio de 2020
CREO EN EL AMOR
Foto tomado de: pxhere.com |
amé con pasión
y el destino
destruyó mi corazón.
Después,
conocí a otras mujeres,
pero como aquel primer amor,
destruyó mi corazón.
Después,
conocí a otras mujeres,
pero como aquel primer amor,
nada encontré.
Pasaron los años,
Pasaron los años,
ilusiones y amores,
pero mi corazón
vació se encontraba.
Vengo a estas regiones
Vengo a estas regiones
de clima y costumbres
diferentes hallamos,
y la encuentro a ella.
Pero como son las
y la encuentro a ella.
Pero como son las
cosas de la vida,
nunca son como uno quiere,
nunca son como uno quiere,
obstóculos hay en mi camino.
Ella tiene la sonrisa
de aquella que en mi
Ella tiene la sonrisa
de aquella que en mi
juventud ame
con pasión loca.
Sus ojos brillan
con pasión loca.
Sus ojos brillan
como las estrellas
en la noche azul,
alumbrando mi vida.
Ella llega a mi vida
alumbrando mi vida.
Ella llega a mi vida
en un momento
que necesito de su amor,
sin embargo cada día se aleja de mi.
Pero no importa
que necesito de su amor,
sin embargo cada día se aleja de mi.
Pero no importa
aunque el tiempo
y la distancia
nos separe.
Yo la quiero con el corazón
nos separe.
Yo la quiero con el corazón
de un hombre que por años
ha buscado un amor
que le haga borrar las cicatrices de su corazón.
que le haga borrar las cicatrices de su corazón.
Y pueda por un momento
creer en el amor.
Por: René León(†)
EL MUNDO QUE DEJAMOS. CARICIAS IMPERTURBABLES
Foto tomada de: Blastingnews |
Lola Benítez Molina
Málaga (España)
Hace ya algún
tiempo, leí un libro que me atrajo por su sugerente título: “La vida no
vivida”, novela de Asunción Ramírez. Los personajes de dicha novela, como otros
tantos de la vida real, tienen que afrontar el presente sin haber resuelto
conflictos del pasado. Tal vez, eso forme parte del mundo que dejamos atrás y
de lo que proveeremos a nuestras generaciones futuras. De toda acción o
inacción resultan consecuencias. Eso es obvio, sin duda.
Las relaciones humanas son complejas,
y la vida está para vivirla con ilusión, a pesar de las incontables zancadillas
que se presentan. Vivir con alegría ante la adversidad no es fácil, pero, si se
consigue, el camino valdrá la pena porque permitirá percibir los pequeños
detalles, que son los que dan sentido y, muchas veces, pasan inadvertidos.
Como nos recordara Oscar Wilde “la
belleza está en los ojos de quien la mira”. Muchos escritores idean mundos de
fantasía para enfrentarse al mundo que no les gusta ver, pero que, a su vez,
plasman en lo que escriben. Tal es el caso del escritor estadounidense, de
origen judío, Philip Roth (1933-2018), galardonado, entre otros, con el Premio
Pulitzer y con el Premio Príncipe de Asturias de Las Letras, éste último en
2012. Entre sus novelas destacan la famosa Trilogía compuesta por “Pastoral
americana”, “Me casé con un comunista” y “La mancha humana”. En ésta última,
Roth examina la situación política estadounidense de la década de 1990. Otras
obras suyas son: “La conjura contra América”, “La contravida”, “Operación
Shylock”, “El teatro de Sabbath…”.
En mayo de 2006, le fue concedido el
“Nabokov” del PEN Club, y es en ese mismo año cuando ve la luz su obra
“Elegía”, en la que realiza una meditación acerca de la enfermedad, el deseo y
la muerte. “Némesis” fue su último libro, tras anunciar que dejaba de escribir.
La muerte irremediable le vino en 2018 por una Insuficiencia Cardíaca.
Como él mismo escribiría en “El animal
moribundo” refiriéndose al hombre: “Su heroísmo no consiste solo en soportar
estoicamente la cotidianidad de sus renuncias …”
El escritor siente la obligación
moral de denunciar, con su pensamiento y con su pluma, aquellas injusticias que
ve y percibe, pero también tiene el don de poder soñar con mundos de fantasía.
Tú, Philip Roth, te fuiste sin saber
que tus fantasías podían crear caricias imperturbables bajo un cielo de
sonrisas.
El amor genera amor y la violencia
genera violencia. En nuestras manos está dejar un mundo mejor. El mundo nunca
será perfecto, pero sí puede ser mejorable.
Concluyo con la brillante frase de
Antoine de Saint-Exupéry en “El principito”: “Solo con el corazón se puede ver
bien. Lo esencial es invisible a los ojos”.
AJIACO Cubano
Tomado de: My Big Fat Cuban Family
Traducido del original usando Google Translate Google Translate
Coloque lo siguiente en una olla de cocción lenta de 6 cuartos:
¼ lb. Filete de flanco, cortado en cubitos en trozos pequeños
½ lb. Lomo de cerdo, cortado en cubitos en trozos pequeños
4 tazas de caldo de pollo
1/4 taza de vino tinto
¼ taza de boniato (batata) pelado y en cubos
¼ taza de yuca (yuca) pelada y en cubos
¼ taza de calabaza fresca (o calabaza moscada) pelada y cortada en cubos
1 plátano maduro, pelado y en cubos
1 mazorca de maíz dulce fresco, descascarado y cortado en trozos de 2 pulgadas
1 cucharadita sal
½ cucharadita pimienta
2 cucharaditas Pimenton
1 hoja de laurel
1 lima fresca, cortada en rodajas
Prepara el sofrito:
3 cucharadas aceite de oliva
1 cebolla pequeña, cortada en cubitos
¼ pimiento verde, cortado en cubitos
2 dientes de ajo fresco, prensados
1 lata (8 oz) de salsa de tomate
½ cucharadita Comino
½ cucharadita Orégano
1) Calienta el aceite de oliva en una sartén pequeña a fuego medio.
2) Saltee la cebolla y el pimiento verde hasta que la cebolla esté translúcida.
3) Agregue el ajo, la salsa de tomate, el comino y el orégano.
4) Agregue esto a las verduras y la carne en la olla de cocción lenta.
5) Cocine a fuego lento durante 6-8 horas, o a fuego alto durante 4-5 horas.
Rinde 4-6 porciones
Retire la hoja de laurel, exprima la lima y sirva con pan caliente (¡cubano!).
De mi cartera
De mi cartera. Autor: Adán Iglesias Publicado: 21/09/2017 | 06:36 pm
Tomado de: Juventud Rebelde
Por: Ciro Bianchi Ross
¿Sabía usted que la Cruz de la Parra que se conserva en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa es la reliquia más remota del cristianismo en América? ¿Que la casa de Diego Velázquez, frente al parque Céspedes, en Santiago de Cuba, es en su tipo el inmueble español más antiguo que se conserva en toda la América Latina? ¿Que la calle Padre Pico, en la misma ciudad, cuenta con 52 escalones que se agrupan en 13 bloques de cuatro peldaños cada uno y 12 descansos? ¿Que la cruz emplazada en la cima de la loma de ese nombre, en la ciudad de Holguín, es la tercera que allí se coloca y se confeccionó de caguairán, como la original que en 1790 subió el fraile Francisco Antonio de Alegría, prior de la comunidad franciscana local? ¿Que la propiedad de la finca La Demajagua, de Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria —Parque Nacional desde 1968— fue traspasada al Estado cubano por su hijo de igual nombre, en la segunda mitad de la década de 1930?
El mercurio y la fama
La imagen de bulto de Mercurio emplazada en lo alto de la Lonja del Comercio es una réplica de la obra del escultor flamenco Juan de Bolonia que se halla en el Museo del Louvre, de París. Confeccionada con láminas de cobre muy delgadas, preside la esbelta cúpula de la azotea del edificio desde la inauguración del inmueble, el 28 de marzo de 1909. No ha estado, sin embargo, exenta de percances. El 14 de octubre de 1999 los vientos del huracán Irene la sacaron de su sitio y la caída obligó a que se le sometiera a un proceso de restauración. Volvió a su lugar en el año 2001, esa vez sobre un soporte giratorio.
La Fama, escultura del italiano Américo J. Chini, corona la cúpula del palacio Salcines, en la ciudad de Guantánamo. El artista realizó la obra para que fuera colocada en ese edificio, propiedad del ingeniero-arquitecto José Leticia de Jesús Salcines, que llevó adelante la construcción del inmueble entre 1916 y 1918. Es una de las construcciones más significativas del centro histórico guantanamero, mientras que la escultura, por su importancia artística y cultural, pasó a ser, a partir de una encuesta popular, el símbolo de la ciudad desde el 1ro. de diciembre de 1993.
También la milagrosa
Por su ubicación privilegiada en una de las alturas más prominentes de la ciudad, la iglesia de La Milagrosa es un punto de referencia en el paisaje urbano guantanamero. Es, desde 2008, la sede del Obispado Guantánamo-Baracoa y desde el punto de vista arquitectónico, dicen especialistas, denota el estilo racionalista con una marcada influencia del brutalismo. Su torre de hormigón está rematada con una cruz latina.
Numeritos
La Loma de la Cruz se eleva a 261 metros sobre el nivel del mar. El ascenso a su cima puede hacerse por una escalera de 458 peldaños con descansos intermedios y bancos incluidos.
El puente Yayabo, en Sancti Spíritus, tiene una altura de nueve metros y un largo aproximado de 85. La Parroquial Mayor de dicha ciudad terminó de construirse en 1680, lo que la hace uno de los templos más antiguos que se conserva en la Isla. Su torre, sin embargo, data de 1819, cuando llegó a considerársele una de las de mayor altura de la Colonia. Alcanzaba entonces los 20 metros, pero varias descargas eléctricas afectaron su cúpula y a mediados del siglo XIX se le dio el remate que aún conserva.
El puente de Bacunayagua, que marca el límite territorial entre las provincias de Matanzas y Mayabeque, se inauguró el 26 de septiembre de 1959. Es una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana. Tiene, desde las bases, una altura de 110 metros y mide 316 metros de largo y 16 de ancho.
La Chorrera
En 1633 el capitán general Marqués de Cadereyta y el almirante Carlos de Ibarra estuvieron en La Habana, por orden del rey de España, a fin de examinar el estado en que se encontraban los castillos de El Morro, La Punta y La Fuerza.
Los visitantes recomendaron reparar e introducir mejoras en dichas fortalezas y sugirieron además la construcción de los torreones de Cojímar y La Chorrera para impedir que en esos lugares estratégicos se realizaran desembarcos enemigos y se internaran en la ciudad sorprendiendo a sus moradores. En ambos lugares no se hacían efectivos los fuegos de El Morro, La Punta y La Fuerza.
El presupuesto para esos torreones fue de 20 000 ducados cada uno. Dinero que, en definitiva, aportaron los vecinos de cada una de esas zonas. Las construcciones comenzaron en 1646, es decir, 13 años después de que se recomendara edificarlos.
El torreón de La Chorrera fue totalmente destruido en 1762, en ocasión de la toma de La Habana por los ingleses, pese a los esfuerzos que, en su heroica defensa, desplegó el habanero Luis de Aguilar. Lo bombardeó la artillería de los barcos británicos que fondearon en su cercanía para abastecerse de agua en la desembocadura del Almendares. El torreón de Cojímar también fue destruido.
Tras la salida de los ingleses de La Habana, los españoles se apresuraron a restaurar ambos torreones. El de La Chorrera quedó reconstruido como un rectángulo abaluartado, de dos plantas, que no era como el original y es el que ha llegado hasta hoy.
Ya en la República, La Chorrera fue una dependencia de la Marina de Guerra cubana. Durante la dictadura de Fulgencio Batista fue sede del Servicio de Inteligencia Naval y muchos jóvenes revolucionarios fueron torturados o encontraron allí la muerte, entre ellos Lidia y Clodomira.
No se seca el malecón
El Malecón comenzó a construirse el 6 de mayo de 1901, en tiempos de la intervención militar norteamericana. Al cesar esta e instaurarse la República, el 20 de mayo de 1902, la obra llegaba a la esquina con la calle Crespo. Esto es, había recorrido un tramo de 500 metros. A causa de la irregularidad de los arrecifes, los cimientos del muro presentaron muchas dificultades en ese primer tramo, precisa Juan de las Cuevas, historiador de la Construcción. El proyecto norteamericano contemplaba la presencia de árboles y farolas en el muro, pero la idea fue desechada al llegar la temporada invernal y entrar los primeros «nortes».
La obra continuó su curso. En 1909 llegaba a Belascoaín, donde abrió sus puertas el café Vista Alegre. Siete años después se extendía hasta el torreón de San Lázaro, para lo que se impuso rellenar la caleta del mismo nombre —frente al actual hospital Ameijeiras— que tenía 93 metros de ancho en la boca y 5,5 metros de profundidad. El huracán del 9 de septiembre de 1919 —el llamado ciclón del Balvanera— afectó grandemente ese tramo; le arrancó trozos inmensos de hormigón y los adentró en la ciudad. A partir de 1921 la obra avanzó hasta la Avenida 23, pero habría que esperar un par de años para que se reconstruyera el tramo frente a la caleta.
La obra, al pasar frente al promontorio de la batería de Santa Clara —Hotel Nacional— hasta la calle O, exigía separar el muro unos 30 metros del litoral y rellenar un área de más de 100 000 metros cuadrados, con vistas a la construcción del monumento al acorazado Maine.
Hacia el sur
Los estudios para prolongar el Malecón hasta la desembocadura del río Almendares datan de 1914. Extenderlo hacia el sur, desde el castillo de La Punta hasta la Capitanía del Puerto, fue una idea que surgió en 1921. Esta avenida se uniría con el tramo del Malecón ya construido y daría un fácil acceso al puerto desde el Vedado. El proyecto comprendía ganarle 111 000 metros cuadrados al mar, de los cuales gran parte se destinarían a parques y soluciones viales.
Las obras del muro, sin el relleno, las obtuvo en subasta la firma de contratistas de Arellano y Mendoza a un costo de 2 101 000 pesos y se calcula que el relleno costó otro millón de pesos adicionales. Para realizar la obra se colocaron a lo largo de la línea donde se construiría el muro dos hileras de tablestacas de hormigón armado; también se hincaron pilotes en profusión cada 2,50 metros. Sobre las tablestacas y los pilotes se corrieron arquitrabes de hormigón armado.
El muro se realizó a base de unos grandes bloques huecos de hormigón armado, prefabricados en una planta que hicieron al efecto los contratistas en la Ensenada de Guanabacoa. Estos bloques, aunque de dimensiones variables, tenían como promedio cinco por cuatro metros de área y dos metros de altura y descansaban sobre un fondo preparado con una base de hormigón y después se rellenaban también con hormigón, dejando fuera las cabillas que se empataban con todo el muro fundido a lo largo de la línea de los bloques.
Precisa Juan de las Cuevas que en este tramo se gastaron 17 000 toneladas de cemento Portland, 22 000 metros cúbicos de arena, 45 000 metros cúbicos de piedra picada, 35 000 metros cúbicos de rajón, 4 200 toneladas de barras de acero, 295 toneladas de vigas de acero y un millón de pies de madera. La obra se comenzó en marzo de 1926 y se terminó en 1929. Para hacerla posible hubo, en un comienzo, que demoler la glorieta de Prado y Malecón, frente a La Punta, donde la Banda Municipal de Conciertos amenizaba las retretas. Obstaculizaba el tráfico hacia el puerto. Esa glorieta, decía el arquitecto Bay Sevilla, fue la primera obra de hormigón armado, esto es con cabillas, que se realizó en Cuba.
El oeste
El general Gerardo Machado y Carlos Miguel de Céspedes, su inquieto ministro de Obras Públicas, extendieron el Malecón hasta la calle G. Precisamente en G y Malecón quería Céspedes, en un acto de guataquería insuperable, erigir un monumento a Machado, pero el dictador fue derrocado antes y él, su ministro y otros funcionarios de su régimen tuvieron que salir de Cuba.
Otro dictador, el general Fulgencio Batista, alrededor de 1955 adelantó el Malecón hasta la calle Paseo, pero allí se interpuso el Palacio de Convenciones y Deportes, situado donde hoy se encuentra la Fuente de la Juventud, frente al hotel Havana Riviera.
Desde 1950 se hablaba de prolongar el Malecón hasta el nivel de la calle 12, en el Vedado, para, a través de un puente colgante gigante, enlazar con la Avenida Primera de Miramar, cerca de donde después se edificó el hotel Rosita de Hornedo, hoy hotel Sierra Maestra.
En esa época, al oeste del Palacio de Convenciones y Deportes no se había trazado el Malecón ni existían en el área viviendas u otras edificaciones. Pero la construcción del túnel de Calzada, bajo el río Almendares, en 1958, determinó que el Malecón enlazara con esa vía subterránea que terminaría uniéndolo, ya en 1959, con la Quinta Avenida.
LA SALUD, O LA EFICACIA FUNCIONAL DE UN CUERPO
Dibujo tomado de: Wikipedia |
laberinto de rosas y de espinos,
a veces, como ciertos pergaminos,
a veces, como cierto sol flamante.
La salud es belleza deslumbrante,
que se esparce por campos y caminos,
donde las aves vuelan, con sus trinos,
por el aire veloz y emocionante.
Besos de luz y de pasión sagradas
atesoro en mi esencia, con luceros
radiantes, que iluminan madrugadas.
Verdean las campiñas de sinceros
pulsos que vibran en las enramadas
gloriosas de los nuevos cancioneros.
Carlos Benítez Villodres
Málaga (España)
Historia de la construcción del Malecón de La Habana
Articulo tomado de: norfipc.com
El Malecón desde la Punta hasta la calle 23 (1901 - 1921)
El primer tramo del Malecon comenzó a construirse el 6 de mayo de 1901, proyectado por los ingenieros. Mr. Mead y su ayudante Mr. Whitney, bajo el Gobierno Interventor Norteamericano del Gral. Wood.
Litoral habanero antes del Malecón en 1900
Al cesar esta e instaurarse la República, el 20 de mayo de 1902, la obra llegaba a la esquina con la calle Crespo.
Esto es, había recorrido un tramo de 500 metros.
A causa de la irregularidad de los arrecifes, los cimientos del muro presentaron muchas dificultades en ese primer tramo, precisa Juan de las Cuevas, historiador de la Construcción.
El proyecto norteamericano contemplaba la presencia de árboles y farolas en el muro, pero la idea fue desechada al llegar la temporada invernal y entrar los primeros «nortes».
Muro del Malecón con bancos a principios del siglo XX
La obra continuó su curso. En 1909 llegaba a Belascoaín, donde abrió sus puertas el café Vista Alegre.
Siete años después se extendía hasta el torreón de San Lázaro, para lo que se impuso rellenar la caleta del mismo nombre —frente al actual hospital Ameijeiras— que tenía 93 metros de ancho en la boca y 5,5 metros de profundidad.
El huracán del 9 de septiembre de 1919 —el llamado ciclón del Balvanera— afectó grandemente ese tramo; le arrancó trozos inmensos de hormigón y los adentró en la ciudad.
A partir de 1921 la obra avanzó hasta la Avenida 23, pero habría que esperar un par de años para que se reconstruyera el tramo frente a la caleta.
La obra, al pasar frente al promontorio de la batería de Santa Clara —Hotel Nacional— hasta la calle O, exigía separar el muro unos 30 metros del litoral y rellenar un área de más de 100 000 metros cuadrados, con vistas a la construcción del monumento al acorazado Maine.
El Malecón desde la Punta hacia el sur (1926 – 1929)
Los estudios para prolongar el Malecón hasta la desembocadura del río Almendares datan de 1914.
Extenderlo hacia el sur, desde el castillo de La Punta hasta la Capitanía del Puerto, fue una idea que surgió en 1921.
Esta avenida se uniría con el tramo del Malecón ya construido y daría un fácil acceso al puerto desde el Vedado.
El proyecto comprendía ganarle 111 000 metros cuadrados al mar, de los cuales gran parte se destinarían a parques y soluciones viales.
Las obras del muro, sin el relleno, las obtuvo en subasta la firma de contratistas de Arellano y Mendoza a un costo de 2 101 000 pesos y se calcula que el relleno costó otro millón de pesos adicionales.
Para realizar la obra se colocaron a lo largo de la línea donde se construiría el muro dos hileras de tablestacas de hormigón armado; también se hincaron pilotes en profusión cada 2,50 metros.
Sobre las tablestacas y los pilotes se corrieron arquitrabes de hormigón armado.
El muro se realizó a base de unos grandes bloques huecos de hormigón armado, prefabricados en una planta que hicieron al efecto los contratistas en la Ensenada de Guanabacoa.
Estos bloques, aunque de dimensiones variables, tenían como promedio cinco por cuatro metros de área y dos metros de altura y descansaban sobre un fondo preparado con una base de hormigón y después se rellenaban también con hormigón, dejando fuera las cabillas que se empataban con todo el muro fundido a lo largo de la línea de los bloques.
Precisa Juan de las Cuevas que en este tramo se gastaron 17 000 toneladas de cemento Portland, 22 000 metros cúbicos de arena, 45 000 metros cúbicos de piedra picada, 35 000 metros cúbicos de rajón, 4 200 toneladas de barras de acero, 295 toneladas de vigas de acero y un millón de pies de madera.
La obra se comenzó en marzo de 1926 y se terminó en 1929.
Para hacerla posible hubo, en un comienzo, que demoler la glorieta de Prado y Malecón, frente a La Punta, donde la Banda Municipal de Conciertos amenizaba las retretas. Obstaculizaba el tráfico hacia el puerto.
Esa glorieta, decía el arquitecto Bay Sevilla, fue la primera obra de hormigón armado, esto es con cabillas, que se realizó en Cuba.
El Malecón desde la calle 23 hasta el Rio Almendares (1929 – 1959)
El general Gerardo Machado y Carlos Miguel de Céspedes, su inquieto ministro de Obras Públicas, extendieron el Malecón hasta la calle G.
Precisamente en G y Malecón quería Céspedes, en un acto de guataquería insuperable, erigir un monumento a Machado, pero el dictador fue derrocado antes y él, su ministro y otros funcionarios de su régimen tuvieron que salir de Cuba.
Otro dictador, el general Fulgencio Batista, alrededor de 1955 adelantó el Malecón hasta la calle Paseo, pero allí se interpuso el Palacio de Convenciones y Deportes, situado donde hoy se encuentra la Fuente de la Juventud, frente al hotel Havana Riviera. Desde 1950 se hablaba de prolongar el Malecón hasta el nivel de la calle 12, en el Vedado, para, a través de un puente colgante gigante, enlazar con la Avenida Primera de Miramar, cerca de donde después se edificó el hotel Rosita de Hornedo, hoy hotel Sierra Maestra.
En esa época, al oeste del Palacio de Convenciones y Deportes no se había trazado el Malecón ni existían en el área viviendas u otras edificaciones.
Pero la construcción del túnel de Calzada, bajo el río Almendares, en 1958, determinó que el Malecón enlazara con esa vía subterránea que terminaría uniéndolo, ya en 1959, con la Quinta Avenida.
El artículo original de Ciro Bianchi "De mi cartera", fue publicado el 6 de Agosto del 2016 en el periódico Juventud Rebelde.
El Malecón es una ancha avenida que corre a todo lo largo de la costa norte de la ciudad de la Habana, desde el Castillo de la Punta en la entrada de la bahía, hasta la desembocadura del rio Almendares, por alrededor de 7 km.
Está separada del mar por una ancha acera y un muro 1 metro de altura que es el verdadero Malecón.
El Malecón es un símbolo de la ciudad.
Es el lugar preferido de los habaneros para correr, caminar, sentarse en las noches calurosas, pescar, admirar el paisaje o simplemente pasar el tiempo. Algunos muchachos se arriesgan a bañarse en el acantilado, aunque es peligroso.
Es un lugar de citas de parejas de enamorados, de amigos para charlar y de los que buscan una relación.
A lo largo del muro se pueden ver vendedores, músicos improvisados y todo tipo de personajes.
En invierno cuando entran los frentes fríos, es invadido por las olas y queda desierto.
EL AMOR VENCE A LA MALDAD
Foto tomado de: C a m i n a n d o |
Carlos
Benítez Villodres
Málaga
(España)
Todos los hombres y mujeres del mundo son iguales, por consiguiente, según esta igualdad, jamás debe, en ningún lugar del planeta, existir el odio, la violencia, la xenofobia, la intolerancia, la hambruna, la discriminación por lugar de nacimiento, por el sexo, por la religión que cada cual practique, la envidia, el caos, la esclavitud, la corrupción y los predicadores de todas estas maldades que propugnan la revolución permanente para aniquilar la bondad del hombre de buena voluntad.
Vivimos en un mundo, donde el hombre genera, desde siempre, lo ya expresado en el párrafo anterior, en especial, la violencia síquica y física, debido a la crueldad que se origina en su esencia. Sin embargo, el hombre debe vivir en el amor. Si lo lleva a cabo, logrará la sociabilidad y la convivencia pacífica, la libertad, en todos los aspectos, y la hermandad, la comprensión y el respeto, la justicia y la objetividad… entre todos los hombres y mujeres que pueblan nuestro planeta.
La lucha no violenta no es un invento de nuestros días, pero nunca ha sido tan actual, tan realista, tan posible y tan necesaria como hoy. Tiene su origen en la conciencia de una superioridad intelectual y en el convencimiento de que, con métodos bárbaros, no se puede dar forma a una sociedad más humana. Esa lucha es pregón de una época nueva, posible y humana, en la que los conflictos no se resolverán con balas y bombas atómicas, sino por medios pacíficos a todos los niveles.
La lucha no violenta, que mana del amor, es hasta ahora la forma más sublime, más pura y, a la larga, la más eficaz de todas las revoluciones. No solo transforma estructuras sociales deshumanizadas, sino también a los hombres. Esa revolución es la que deben realizar hombres y mujeres, gobernantes y gobernados, para que todos los seres humanos seamos hermanos.
Si todos fuéramos hermanos, no existiría el consumismo. Este ha inducido a millones de seres humanos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. Tengamos siempre presente que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre.
Cuando el alimento se comparte de modo equitativo, con solidaridad, nadie carece de lo necesario, cada comunidad puede ir al encuentro de las necesidades de los más pobres. El amor nos hace hermanos. Vínculo este que aniquilará las maldades de hombres y de mujeres nacidos para envenenar a la humanidad. Además, el amor se hiere por cualquier negación de la dignidad humana. Los que trabajan en estos sectores, políticos y económicos, tienen una responsabilidad precisa para con los demás, especialmente con los más frágiles, débiles y vulnerables.
UNA LEYENDA CUBANA "25 de febrero 1945"
A cargo de René León, historiador y poeta
El remolcador Manatí arrastraba las patanas cargadas de azúcar moreno del central Trinidad por el río Jobabo hasta el fondeadero del mismo nombre para cargar un barco japonés de los Marú con capacidad para 45,000 sacos.La labor de los lancheros, pantaneros, eslingadores, entongadores y jefes de cuadrillas, se realizaban con regularidad y eficiencia. La jornada de trabajo comenzaba a las 7 de la mañana y finalizaba a las 3 de la tarde, de acuerdo a las leyes sociales, y teniendo en cuenta que el viaje en las lanchas, con capacidad para 80 trabajadores, tenía una duración de 2 horas del puerto de Casilda hasta el citado fondeadero y viceversa. A las 4 y media de la madrugada salían las lanchas con el personal para la zona de trabajo desde el Muelle Real.Llegados los trabajadores al mencionado muelle sobre las 5 de la tarde con la bolsas de yute a cuestas conteniendo el jarro, plato, cuchara, cigarros, fósforos y alguna caneca de ron, eran requisados por los miembros de la Marina de Guerra, en evitación de que pasaran algún cartón conteniendo paquetes de cigarrillos norteamericanos, y cualquier otro artículo prohibido por la reglamentación aduanera.
El buque de carga y pasajes la Santa Isabel hacía un recorrido dos veces por semana del puerto de Casilda hasta el de Cienfuegos, en la propia costa sur, y el regreso en igual lapso.La madrugada se había presentado con una espesa neblina. La Santa Isabel, con su nuevo motor navegaba despacio y con precaución. Cuando se encontraba entre el Masío y Bajos del Medio, de pronto se sintió un gran encontronazo. Había pasado por ojo a la lancha Agabama cargada de obreros hacia la zona de trabajo.La muralla de neblina reinante hacía más espantosa la escena con los gritos de los que fueron precipitados al mar dando a conocer su exacta posición dentro del agua. Los llamados de socorro salían de todas partes.Dar bordadas con los faros de búsqueda encendidos, casi inoperantes por la niebla, para recoger a los náufragos, resultaba una maniobra de mucha prudencia llevada a cabo por la Santa Isabel, el remolcador Manatí, y la lancha Los Nietos. Para estas dos embarcaciones les resultaba fácil recoger a los accidentados ya que estaban dotadas con bordas de poca altura, no así la primera de costados y amura más elevada. Las naves comenzaron a maniobrar en círculo. Era necesario ampliar la zona de búsqueda.A éstas se sumaron los botes de pesca de motor o vela que se dirigían a sus respectivos pesqueros. Dos de los botes regresaron a puerto en busca de ayuda y para informar a la Capitanía de la Marina y a los vecinos de la tragedia habida entre la Santa Isabel y el Agabama en Bajos del Medio.La neblina ya se había disipado, pero el rastreo continuaba. Cuando llegaron al lugar del accidente el Capitán de la Marina, en la lancha del Práctico del Puerto que era propiedad de éste, y utilizada por dicho Cuerpo para todo tipo de parecidas circunstancias o para visitar los buques de carga en los fondeaderos. Seguida por otras embarcaciones para prestar auxilio en el sitio del desastre, ya se sabía, que cinco eran los trabajadores desaparecidos. El Capitán de la Marina, ordenó que llevaran de regreso a Casilda a los rescatados. Más adelante se les tomaría declaración. Mientras tanto, comenzó sus investigaciones con los capitanes de las naves envueltas en el choque y a levantar las actas correspondientes.Con la ropa mojada, o casi seca, envueltos en sacos abiertos de yute, con el pelo revuelto, el rostro con signos de espanto; aquellos hombres hechos a la dura faena, a las penalidades de la vida, unos pocos minutos dentro de la vorágine de lo inesperado los había convertido en seres mudos, o de ojos huidizos, de reflejos incontrolados y un enorme cansancio corporal inexplicable, como si toda la energía vital se hubiese esfumado. Estaban como petrificados dentro de una tragedia que para ellos había terminado. Lo imprevisto siempre asalta por sorpresa. La víctima queda por segundos paralizada y sorprendida.El gentío colmaba el Muelle Real o subido en las cubiertas de embarcaciones atracadas al desembarcadero. Había una expectación latente. Sólo tenían nociones de la coalición. No sabían nada más.Cuando la lancha Los Nietos terminó la maniobra de arrimar la nave al muelle, los casildeños de ambos sexos, los adolescentes y hasta los niños, se precipitaron a extender las manos para ayudar a subir a los náufragos hasta el andén. Quedaron perplejos cuando observaron los rostros de aquellos hombres. El pánico había estampado sus huellas en la faz de cada uno. Sin hacerles preguntas comprendieron que el abordaje había cobrado una o más víctimas ¿Quién o quiénes?Poco a poco, con un volteo de cabeza, se susurraban los nombres de los desaparecidos…José Llanes…,Manolo Llanes…, hijo del anterior.Con cada nombre se oía el desgarrador grito de una mujer que a codazos atravesaba la multitud hasta situarse en primer plano para conocer de cerca, por boca de un náufrago, la verdad. Volvía a oír el nombre del familiar y el último átomo de esperanza desaparecía en la oscuridad.Guillermo Otero…Emiliano Albert…Alberto Colina…Las lágrimas se posesionaron de todos los ojos. Los desaparecidos mantenían algún tipo de lazo familiar con muchos de los que en el muelle esperaban. Fue un duelo general. De familiares cercanos, de parientes, amigos, del pueblo.Aun cuando los siguientes tres días continuaron las pesquisas en el lugar del accidente y se registraron todos los manglares de los alrededores por si alguno había podido salvarse a nado, todo fue en balde.Se acordó el arrastre de los chichorros por el Masío y la bahía de Casilda. Esto dio el resultado deseado. En el Bajo se rescataron 3 cadáveres y 2 en la bahía.La autopsia reveló que dos de las muertes se debieron a que se ahogaron –no sabían nadar–, y las otras tres a golpes recibidos por las embarcaciones en la tarea de rescate.Como una muestra de solidaridad humana y como obreros del mar, parte de la oficialidad y simples marinos del barco japonés Marú concurrieron al masivo velorio expuesto en el Gremio de Lancheros del Puerto de Casilda.El 25 de Febrero de 1945, quedó grabada en los corazones de los casildeños como un día de dolor y luto y cómo la oscuridad mancomunada con el imponderable puede desembocar en la muerte o, quizás, algunas veces, en la suerte.Cuando esto sucedió, tenía 9 años de edad, y me encontraba en Casilda. Mis padres me dijeron que no se sabía nada, que me quedara en él chalet. Mi padre fue al puerto para averiguar lo que había pasado, pues él representaba a todos los obreros del sector marítimo en Cuba, en esa época. Más tarde supe lo que había pasado. Fue terrible para las familias que perdieron un familiar.
A cargo de René León, historiador y poeta
El remolcador Manatí arrastraba las patanas cargadas de azúcar moreno del central Trinidad por el río Jobabo hasta el fondeadero del mismo nombre para cargar un barco japonés de los Marú con capacidad para 45,000 sacos.
La labor de los lancheros, pantaneros, eslingadores, entongadores y jefes de cuadrillas, se realizaban con regularidad y eficiencia. La jornada de trabajo comenzaba a las 7 de la mañana y finalizaba a las 3 de la tarde, de acuerdo a las leyes sociales, y teniendo en cuenta que el viaje en las lanchas, con capacidad para 80 trabajadores, tenía una duración de 2 horas del puerto de Casilda hasta el citado fondeadero y viceversa. A las 4 y media de la madrugada salían las lanchas con el personal para la zona de trabajo desde el Muelle Real.
Llegados los trabajadores al mencionado muelle sobre las 5 de la tarde con la bolsas de yute a cuestas conteniendo el jarro, plato, cuchara, cigarros, fósforos y alguna caneca de ron, eran requisados por los miembros de la Marina de Guerra, en evitación de que pasaran algún cartón conteniendo paquetes de cigarrillos norteamericanos, y cualquier otro artículo prohibido por la reglamentación aduanera.
El buque de carga y pasajes la Santa Isabel hacía un recorrido dos veces por semana del puerto de Casilda hasta el de Cienfuegos, en la propia costa sur, y el regreso en igual lapso.
La madrugada se había presentado con una espesa neblina. La Santa Isabel, con su nuevo motor navegaba despacio y con precaución. Cuando se encontraba entre el Masío y Bajos del Medio, de pronto se sintió un gran encontronazo. Había pasado por ojo a la lancha Agabama cargada de obreros hacia la zona de trabajo.
La muralla de neblina reinante hacía más espantosa la escena con los gritos de los que fueron precipitados al mar dando a conocer su exacta posición dentro del agua. Los llamados de socorro salían de todas partes.
Dar bordadas con los faros de búsqueda encendidos, casi inoperantes por la niebla, para recoger a los náufragos, resultaba una maniobra de mucha prudencia llevada a cabo por la Santa Isabel, el remolcador Manatí, y la lancha Los Nietos. Para estas dos embarcaciones les resultaba fácil recoger a los accidentados ya que estaban dotadas con bordas de poca altura, no así la primera de costados y amura más elevada. Las naves comenzaron a maniobrar en círculo. Era necesario ampliar la zona de búsqueda.
A éstas se sumaron los botes de pesca de motor o vela que se dirigían a sus respectivos pesqueros. Dos de los botes regresaron a puerto en busca de ayuda y para informar a la Capitanía de la Marina y a los vecinos de la tragedia habida entre la Santa Isabel y el Agabama en Bajos del Medio.
La neblina ya se había disipado, pero el rastreo continuaba. Cuando llegaron al lugar del accidente el Capitán de la Marina, en la lancha del Práctico del Puerto que era propiedad de éste, y utilizada por dicho Cuerpo para todo tipo de parecidas circunstancias o para visitar los buques de carga en los fondeaderos. Seguida por otras embarcaciones para prestar auxilio en el sitio del desastre, ya se sabía, que cinco eran los trabajadores desaparecidos. El Capitán de la Marina, ordenó que llevaran de regreso a Casilda a los rescatados. Más adelante se les tomaría declaración. Mientras tanto, comenzó sus investigaciones con los capitanes de las naves envueltas en el choque y a levantar las actas correspondientes.
Con la ropa mojada, o casi seca, envueltos en sacos abiertos de yute, con el pelo revuelto, el rostro con signos de espanto; aquellos hombres hechos a la dura faena, a las penalidades de la vida, unos pocos minutos dentro de la vorágine de lo inesperado los había convertido en seres mudos, o de ojos huidizos, de reflejos incontrolados y un enorme cansancio corporal inexplicable, como si toda la energía vital se hubiese esfumado. Estaban como petrificados dentro de una tragedia que para ellos había terminado. Lo imprevisto siempre asalta por sorpresa. La víctima queda por segundos paralizada y sorprendida.
El gentío colmaba el Muelle Real o subido en las cubiertas de embarcaciones atracadas al desembarcadero. Había una expectación latente. Sólo tenían nociones de la coalición. No sabían nada más.
Cuando la lancha Los Nietos terminó la maniobra de arrimar la nave al muelle, los casildeños de ambos sexos, los adolescentes y hasta los niños, se precipitaron a extender las manos para ayudar a subir a los náufragos hasta el andén. Quedaron perplejos cuando observaron los rostros de aquellos hombres. El pánico había estampado sus huellas en la faz de cada uno. Sin hacerles preguntas comprendieron que el abordaje había cobrado una o más víctimas ¿Quién o quiénes?
Poco a poco, con un volteo de cabeza, se susurraban los nombres de los desaparecidos…
José Llanes…,
Manolo Llanes…, hijo del anterior.
Con cada nombre se oía el desgarrador grito de una mujer que a codazos atravesaba la multitud hasta situarse en primer plano para conocer de cerca, por boca de un náufrago, la verdad. Volvía a oír el nombre del familiar y el último átomo de esperanza desaparecía en la oscuridad.
Guillermo Otero…
Emiliano Albert…
Alberto Colina…
Las lágrimas se posesionaron de todos los ojos. Los desaparecidos mantenían algún tipo de lazo familiar con muchos de los que en el muelle esperaban. Fue un duelo general. De familiares cercanos, de parientes, amigos, del pueblo.
Aun cuando los siguientes tres días continuaron las pesquisas en el lugar del accidente y se registraron todos los manglares de los alrededores por si alguno había podido salvarse a nado, todo fue en balde.
Se acordó el arrastre de los chichorros por el Masío y la bahía de Casilda. Esto dio el resultado deseado. En el Bajo se rescataron 3 cadáveres y 2 en la bahía.
La autopsia reveló que dos de las muertes se debieron a que se ahogaron –no sabían nadar–, y las otras tres a golpes recibidos por las embarcaciones en la tarea de rescate.
Como una muestra de solidaridad humana y como obreros del mar, parte de la oficialidad y simples marinos del barco japonés Marú concurrieron al masivo velorio expuesto en el Gremio de Lancheros del Puerto de Casilda.
El 25 de Febrero de 1945, quedó grabada en los corazones de los casildeños como un día de dolor y luto y cómo la oscuridad mancomunada con el imponderable puede desembocar en la muerte o, quizás, algunas veces, en la suerte.
Cuando esto sucedió, tenía 9 años de edad, y me encontraba en Casilda. Mis padres me dijeron que no se sabía nada, que me quedara en él chalet. Mi padre fue al puerto para averiguar lo que había pasado, pues él representaba a todos los obreros del sector marítimo en Cuba, en esa época. Más tarde supe lo que había pasado. Fue terrible para las familias que perdieron un familiar.