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jueves, 1 de octubre de 2020
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Sucedió este Mes en la Historia - October 24, 1793
Calendario republicano francés
El calendario republicano francés (en francés: Calendrier républicain) es un calendario propuesto durante la Revolución francesa y adoptado por la Convención Nacional, que lo empleó entre 1792 y 1806. El diseño intentaba adaptar el calendario al sistema decimal y eliminar del mismo las referencias religiosas; el año comenzaba el 22 de septiembre, coincidiendo con el equinoccio de otoño en el hemisferio norte.
El calendario republicano fue diseñado por el matemático Gilbert Romme, miembro de la Convención, con la ayuda de los astrónomos Joseph Jerôme de Lalande, Jean-Baptiste Joseph Delambre y Pierre-Simon Laplace, aunque se le suele atribuir notable participación al poeta Fabre d'Églantine, quien dio los nombres a los meses y días.
Nació así por decreto de la Convención Nacional Francesa del 5 de octubre de 1793, y el calendario fue adoptado por la Convención Nacional controlada por los jacobinos el 24 de octubre de 1793. Se fijó su inicio el 22 de septiembre de 1792, coincidiendo con la proclamación de la República en el Jeu de Paume. De ese modo, el calendario comenzó un año antes de ser finalmente adoptado, el día del inicio de la nueva era de Francia, al punto que el periodo de septiembre de 1792 a septiembre de 1793 fue denominado «Año Uno de la Revolución».
El calendario fue de aplicación civil en Francia y sus colonias americanas y africanas hasta que Napoleón abolió su uso oficial el 1 de enero de 1806 (de hecho este día correspondió a la medianoche del 10 de nivoso del año XIV, es decir, el 31 de diciembre de 1805, poco más de doce años después de haber sido introducido) como una manera oportuna de eliminar los signos del delirio republicano.
Napoleón se había autoproclamado Emperador de los franceses en diciembre de 1804 y había creado la nueva nobleza imperial durante el año 1805. Ambos conceptos eran incompatibles con la naturaleza de este calendario. Además, tras la abolición del calendario republicano y la vuelta al gregoriano, se reconcilió con los católicos y el papado, de los que consiguió una cierta tolerancia al devolver las festividades civiles y religiosas de la Iglesia católica; por otra parte, consideró asimismo cuestiones prácticas, tales como las ventajas de utilizar el calendario gregoriano, que casi todo el resto de Europa empleaba entonces.
Este calendario se volvió a implantar brevemente tras el derrocamiento de Napoleón en 1814, y fue usado también por la efímera Comuna de París de 1871
Los meses del año[editar]
En el calendario republicano, los años siempre empezaban en el equinoccio de otoño, tenía doce meses de treinta días cada uno. Los meses se dividen en tres décadas de diez días (desaparecen las semanas). No coinciden exactamente con los meses del calendario gregoriano, al empezar siempre la cuenta de los meses con el inicio astronómico de las estaciones, tal y como se hace también con el zodiaco griego. Los nombres de los meses adoptan denominaciones de fenómenos naturales y de la agricultura:
Otoño (terminación -ario, -aire):
- Vendimiario (Vendémiaire, del latín vindemia, 'vendimia'), a partir del 22, 23 o 24 de septiembre.
- Brumario (Brumaire, del francés brume, 'bruma'), a partir del 22, 23 o 24 de octubre.
- Frimario (Frimaire, del francés frimas, 'escarcha'), a partir del 21, 22 o 23 de noviembre.
Invierno (terminación -oso, -ôse):
- Nivoso (Nivôse, del latín nivosus, 'nevado'), a partir del 21, 22 o 23 de diciembre.
- Pluvioso (Pluviôse, del latín pluviosus, 'lluvioso'), a partir del 20, 21 o 22 de enero.
- Ventoso (Ventôse, del latín ventosus, 'ventoso'), a partir del 19, 20 o 21 de febrero.
Primavera (terminación -al):
- Germinal (del latín germen, 'semilla'), a partir del 20 o 21 de marzo.
- Floreal (Floréal, del latín flos, 'flor'), a partir del 20 o 21 de abril.
- Pradial (Prairial, del francés prairie, 'pradera'), a partir del 20 o 21 de mayo.
Verano (terminación -idor):
- Mesidor (Messidor, del latín messis, 'cosecha'), a partir del 19 o 20 de junio.
- Termidor (Thermidor, del griego thermos, 'calor'), a partir del 19 o 20 de julio.
- Fructidor (del latín fructus, 'fruta'), a partir del 18 o 19 de agosto.
La mayoría de los nombres de meses son neologismos derivados de palabras similares en francés, latín o griego. Las terminaciones de los nombres están agrupadas según la estación.
Cada uno de los diez días de las décadas se llaman sencillamente primidi, duodi, tridi, quartidi, quintidi, sextidi, septidi, octidi, nonidi, décadi.
Los cinco días (seis en años bisiestos) que hacen falta para completar el año se empleaban como fiestas nacionales al final de cada año. Al principio estos días fueron conocidos como les Sans-Culottides, pero después del año III (1795) fueron conocidos como les jours complémentaires o días complementarios:
- Fiesta de la Virtud, el 17 o 18 de septiembre.
- Fiesta del Talento, el 18 o 19 de septiembre.
- Fiesta del Trabajo, el 19 o 20 de septiembre.
- Fiesta de la Opinión, el 20 o 21 de septiembre.
- Fiesta de las Recompensas, el 21 o 22 de septiembre.
- Fiesta de la Revolución, el 22 o 23 de septiembre (en años bisiestos).
Los años bisiestos en el calendario republicano fueron un punto muy polémico, debido a los requerimientos de comenzar el año en el equinoccio otoñal, así como de añadir un día cada cuatro años (como en el calendario gregoriano). Aunque los años III, VII y XI fueron considerados años bisiestos, y los años XV y XX también se planificaron como tales, nunca se desarrolló un algoritmo para determinar los años bisiestos después del año XX, porque el calendario fue abolido. Véase como referencia el informe y proyecto de decreto presentados por G. Romme, el 19 de floreal, año III:
Una regla de intercalación levantará todos los inconvenientes. La que nos proponen los astrónomos conduce a tres correcciones indispensables: una cada cuatro años, la segunda cada cuatrocientos años; la tercera cada treinta y seis siglos, o por más conveniencia, cada cuatro mil años. Llamando franciades esos tres periodos sucesivos, todo el sistema de la computación francesa se encierra en esos seis resultados:
- Diez días forman una década;
- Tres décadas forman un mes;
- Doce meses y cinco días forman un año;
- Cuatro años y un día forman una franciade;
- Cien franciades simples, menos tres días, forman una franciade secular;
- Diez franciades seculares, menos un día forman una franciade milar.
José Martí y su artículo titulado “A la Raíz”
Desde que creara el periódico Patria en marzo de 1892 y durante varios años José Martí utilizó esta publicación para exponer conceptos de gran significación y también detallar valoraciones sobre la situación existente en Cuba.
Incluso hizo referencia a figuras relevantes de la guerra por la independencia de Cuba, como era Antonio Maceo y Grajales.
Patentizó, además, otras cuestiones asociadas con la trascendencia que le atribuía al hecho que nuevamente se combatiese con el objetivo supremo de alcanzar la liberación de su tierra natal del yugo colonial español.
Precisamente acerca de ello comentó en su trabajo titulado “Nuestras ideas”, reflejado en la edición inicial de este periódico el 14 de marzo de 1892.
En dicho material expuso: “Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico”.
Y otro de sus trabajos más significativos reflejados en Patria fue el titulado “A la Raíz”, que salió publicado en la edición correspondiente al 26 de agosto de 1893.
En la parte inicial de este trabajo señaló que los pueblos, como los hombres, no se curan del mal que les roe el hueso con menjurjes de última hora, ni con parches que les muden el color de la piel.
Precisó que a la sangre hay que ir, para que se cure la llaga y también resaltó: “No hay que estar al remedio de un instante, que pasa con él, y deja viva y más sedienta la enfermedad. O se mete la mano en lo verdadero, y se le quema al hueso el mal, o es la cura impotente, que apenas remienda el dolor de un día, y luego deja suelta la desesperación.”
Martí planteó que no ha de irse mirando como vengan a las consecuencias del problema y fiar la vida, como un eunuco, al vaivén del azar y añadió que hombre es el que le sale al frente al problema, y no deja que otros le ganen el suelo en que ha de vivir y la libertad de que ha de aprovechar.
Fue categórico al definir la actitud y labor de los seres humanos en general al patentizar: “Hombre es quien estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño, que se pasa la vida pastando ricamente y balándoles a las novias, y a la hora del viento sale perdido por la polvareda, con el sombrero de alas pulidas al cogote y los puños galanes de los tobillos, y mueren revueltos en la tempestad.”
Martí igualmente enfatizó que se busca el origen del mal y se va derecho a él, con la fuerza del hombre capaz de morir por el hombre.
Para él los egoístas no saben de esa luz, ni reconocen en los demás el fuego que falta en ellos, ni en la virtud ajena sienten más que ira, porque descubre su timidez y avergüenza su comodidad.
Y aseguró seguidamente: “Los egoístas, frente a su vaso de vino y panal, se burlan, como de gente loca o de poco más ó menos, como de atrevidos que les vienen a revolver el vaso, de los que, en aquel instante tal vez, se juran a la redención de su alma ruin, al pie de un héroe que muere, a pocos pasos del panal y el vino, de las heridas que recibió por defender la patria.”
Como se puede apreciar Martí estableció una marcada diferencia entre aquellos que desde una posición cómoda y sin principios pretendían enjuiciar y criticar a los que en forma consciente estaban dispuestos a entregarlo todo, hasta sus propias vidas, en el empeño de lograr que Cuba fuese libre e independiente.
En disímiles ocasiones desde las páginas de Patria y también, con antelación, en varias de sus intervenciones ante los emigrados cubanos residentes en distintas ciudades norteamericanas, Martí se refirió a este tema y en todo momento reiteró el compromiso que tenía con lo que constituyó uno de sus grandes sueños: la reanudación de la lucha por la independencia de Cuba.
En el propio trabajo titulado “A la Raíz” Martí resaltó cómo cada cubano que moría en ese empeño se convertía en un símbolo al precisar: “Cada cubano que cae, cae sobre nuestro corazón. La tierra propia es lo que nos hace falta. Con ella ¿qué hambre y qué sed? Con el gusto de hacerla buena y mejor, ¿qué pena que no se atenúe y cure? Porque no la tenemos, padecemos. Lo que nos espanta es que no la tenemos. Si la tuviésemos, ¿nos espantaríamos así? ¿Quién, en la tierra propia, despertará con esta tristeza, con este miedo, con la zozobra de limosnero con que despertamos aquí?”
Y concluyó el trabajo con este principio que mantiene una gran significación y vigencia: “A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres.”
FUENTE DE LA INDIA O DE LA NOBLE HABANA
Emilio Bobadilla
Emilio Bobadilla | ||
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Retratado por el Conde de los Llanos (La Esfera, 1916) | ||
Información personal | ||
Nacimiento | 24 de junio de 1862 Cárdenas (Cuba) | |
Fallecimiento | 1 de enero de 1921 (58 años) Biarritz (Francia) | |
Información profesional | ||
Ocupación | Poeta, novelista, periodista, crítico literario y escritor | |
Seudónimo | Fray Candil | |
Emilio Bobadilla y Lunar (Cárdenas, 24 de julio de 1862-Biarritz, 1 de enero de 1921) fue un escritor, poeta, crítico literario y periodista hispanocubano, vinculado al naturalismo. Firmó artículos con el seudónimo de Fray Candil.
- Biografía[editar]
Con la guerra de 1868, a causa de que su padre era concejal y profesor universitario, tuvo que emprender un largo viaje migratorio en un recorrido que incluyó Baltimore, Veracruz, Madrid y otra vez La Habana. En la universidad de esta última ciudad comenzó estudios de leyes. Comenzó a colaborar en El Amigo del País. Fue director de los semanarios satíricos El Epigrama (1883) y El Carnaval (1886), donde hizo famoso el seudónimo de Fray Candil. Colaboró además en La Habana Cómica, Revista Habanera, El Museo, La Habana Elegante, Revista Cubana, El Radical, El Fígaro, La Lucha.
Viajó por Europa y vivió mucho tiempo en París y en Madrid, donde se estableció en 1887. Allí, en la Universidad Central, se graduó de doctor en Derecho Civil y Canónico (1889). Al estallar la guerra del 95 estuvo unido, en París, a los emigrados cubanos. Viajó por Holanda, Italia, Bélgica, Dinamarca, Inglaterra, Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Panamá, Nicaragua. En Madrid, sus trabajos aparecieron en Madrid Cómico, El Liberal, El Imparcial, La Lectura, Nuestro Tiempo, La Esfera. En París colaboró en La Nouvelle Revue, La Revue Bleue, Le Figaro, La Revue de Revues, La Renaissance Latine y Le Gil Blas. Colaboró además en Athenaium, de Londres, La Prensa Libre, de Viena, y en La Estrella de Panamá.
En 1909 volvió a Cuba por dos años. Fue nombrado cónsul de Cuba en Bayona y más tarde en Biarritz. Era miembro de la Academia de Historia de Cuba y de la Academia Nacional de Artes y Letras. Dejó inéditos los libros La ciudad sin vértebras y De canal en canal, y su bosquejo cómico-serio en un acto y en prosa Don Severo el literato. Su novela A fuego lento fue traducida al francés en 1913 por Glorget. Escribió varias obras teatrales que no fueron impresas, pero sí representadas. Utilizó los seudónimos Dagoberto Mármara, Pausanias, Perfecto y otros.
De temperamento agresivo, mordaz y desenfadado, fue también muy culto y poseía un estilo muy personal, fuerte y vigoroso. Sus ataques como crítico a Aniceto Valdivia, a Enrique José Varona y a Sanguily, no nacen sino de un afrancesamiento excesivo y un poco aldeano a pesar de todo, pues sostuvo numerosas y enconadas polémicas periodísticas y se retó a duelo incluso algunas veces, una de ellas con otro crítico, el también novelista Leopoldo Alas «Clarín». El duelo fue el 21 de mayo de 1892. Según Clarín, batirse con Fray Candil «sería coser y cantar», pero el combate se suspendió cuando Bobadilla le produjo dos tajos a Alas, uno en la boca y otro en el brazo. Se cuenta que, al terminar, Bobadilla cantaba. Ante la recriminación de un asistente la respuesta de Fray Candil fue: «El pronóstico de Clarín se ha cumplido, a él lo están cosiendo, mientras yo canto».
Como crítico fue un detractor del modernismo. Como narrador siguió los postulados del naturalismo, con el cual se avenía su talante; sin embargo, la calidad de su estilo y su poder de observación son muy superiores a los de la mayoría de los escritores de esta corriente.
Su mejor novela[editar]
Su obra maestra como narrador es sin duda A fuego lento, Barcelona, 1903, un roman à clef fundado en experiencias autobiográficas. La primera parte de la novela transcurre en algún lugar caribeño que, bajo el despectivo nombre de Ganga, oculta en realidad la ciudad colombiana de Barranquilla, donde Emilio Bobadilla residiera algunos meses de 1898 y de donde salió peleado con todo el mundillo literario. Su posterior expulsión del país por el presidente José Manuel Marroquín (1827-1908) no contribuyó precisamente a apaciguar su ánimo, de ahí que respondiera a los ataques como mejor sabía: escribiendo.
El cuadro que traza es esperpéntico y Bobadilla, enrolado en el positivismo naturalista, no desperdicia la ocasión para resaltar irónicamente todo lo que ve. A fin del siglo XIX Barranquilla había pasado a ser vertiginosamente de un pobre asentamiento ribereño a puerto principal de Colombia. Pese al analfabetismo, las revoluciones y el ir y venir de las facciones políticas, para los exaltados locales merecía calificativos altisonantes como "La Nueva York de Colombia", "La Nueva Barcelona", "La Nueva Alejandría". Tenía varios cines, e incluso las compañías de ópera italianas y las de teatro españolas se presentaban allí antes de emprender giras al interior del país. A ese lugar azotado por aguaceros prodigiosos y pegajosos calores tropicales llega el doctor Eustaquio Baranda, un exiliado dominicano que ha estudiado medicina en París. Como proviene de una civilización refinada resulta atractivo para las notabilidades locales, las mismas que no tardan en buscar su caída despechadas por su aparente frialdad y por el hecho de que el doctor ha conquistado los favores de Alicia, una atractiva y sensual mestiza apetecida por uno de los prohombres lugareños. Esta circunstancia lo obliga a volverse a París –con Alicia–, donde transcurren la segunda y tercera parte. Allí los excesos tropicales se transforman en explosiones ocultas: el apetito social de Alicia –exaltado por el dinero y las joyas y bajo la influencia provinciana y de mal gusto de los antiguos conocidos de Ganga, también emigrados a París– frustran el deseo del doctor de ser un parisino más, lo que termina por enfermarlo y provocar su muerte a pesar de la presencia balsámica de "la otra", una francesa fina, culta, delicada y distinguida a la que el doctor Baranda renuncia por no tener el valor de separarse de Alicia. Así muere "a fuego lento", y de ahí el título de la novela.
El Conquistador (Cuento)
Luz Argentina Chiriboga Guerrero |
Roberto Salvador, seguro de la simpatía que inspiraba, hacía derroche de los atractivos físicos que la naturaleza le habia dotado. El timbre claro y seductor de su voz, una afirmación en el tono, un algo armonioso y vibrante que penetraba, conmovía y acariciaba el corazón. El parecía escucharse y sentia deleite. Persuasivo, encantador, tan perspicaz para disimular sus defectos como hábil para poner de realce sus propias virtudes. No permitía la rudeza ni que le venciera la cólera. Se propuso vivir su destino con grandeza y casi lo consiguió.
Tenía fe en el amor libre,
navegante sin naufragio, en el amor con la claridad de un astro, con el perfil
de un pájaro en un jardín abierto. Le daba lástima cuando un hombre se quitaba
la vida por una mujer. No tenía clara la razón que pudiera asisitirles a esos
locos de amor y de desengaño. El era un amante apasionado, admirador del arte
oriental en sus técnicas eróticas, enamorado de sus sueños, sensual, dispuesto
siempre a los goces de la vida. Goloso, hallaba placer en cambiar de féminas,
lo que le hizo ganarse el mote de El Conquistador.
Trabajaba en una compañía
petrolera. Las funciones que desempeñaba le dieron la fortuna que le permitió entrar
al mundo que le daba derecho de aparecer como un ejecutivo de talento. Su
familia estaba contenta. Aquel hijo que fue mal estudiante y que llegaba, con
frecuencia, con la ropa manchada de hierba y arena –evidencias de que se había
revolcado en cualquier parte– y que volvía a casa con las claras del día
siguiente, solo alcanzó a graduarse de bachiller, y eso, gracias a las
numerosas novenas que su madre le hizo a San José y por las influencias que el
padre de Roberto, El Conquistador, tenía en la ciudad. Había comenzado con éxito
en su carrera, con un buen sueldo y trasladándose de un lugar a otro en un
vehículo lujoso.
Para ese entonces, Roberto
Salvador había cumplido cuarenta años y aún no se decidía a tener novia, cada
vez más se le arraigaba el hábito de seducir muchachas solo para abandonarlas,
de modo que la idea del matrimonio no estaba programada. Con sus obligaciones
en el trabajo tenía el remedio para curar las heridas que cada mujer le abría,
a pesar de todo, en el corazón. Todas veían en él, el bálsamo para solucionar
los problemas del alma; las mujeres, como niñas grandes, aspiraban a cumplir
hermosos sueños con Salvador.
A eso dedicaba el tiempo
libre: conquistar a las jóvenes era el dulce sacrificio de sus fines de semana,
esa obra de gusano de seda. Sus amantes eran la recopensa a su arduo trabajo.
Desde que tuvo uso de razón aprendió que lo mejor es estar enamorado de las
mujeres. Había dormido en lechos excelentes, Buenos, regulares, malos,
angostos, paupérrimos, sin embargo, su única quimera consisitía en pasar aunque
fuera un momento feliz, y esa quimera huía siempre. Su pasion había crecido por
todos aquellos suplicios desconocidos y había recorrido los inmensos placeres
del gozo. Se aprovechaba de los beneficios que le brindaba su aspecto físico
para llevar adelante con esplendor sus locuras amorosas. No estaba
completamente recompensado con el placer que experimentaba con ellas, exigía
cada vez más.
Le bastaba llevar a una de sus
admiradoras a su casa, una mansión ubicada en uno de los barrios más elegantes
de la ciudad, para llegar a la
certidumbre de que, con cada encuentro, obtenía más fuerza vital y más
experiencia, pero dejando siempre espacio para el asombro. Acostumbraba matar
los sentimientos para aceptar el martirio de las pasiones, conservaba una
especie de lucidez engañosa del amor, una emoción que estremecía. Era imposible
reconocer lo que era real en sus
fantasias caprichosas. Roberto vivía la ardiente dulzura de sus visiones.
Antes de concluir la cita amorosa,
desempeñaba el oficio de guía turístico. Tomadas las manos con la joven de
turno, pasaba a informarle los beneficios que brindaba la mansión: era fresca,
agradable, con jardines, piscina. Al despedirla, le susurraba al oído que muy
pronto iría a buscarla.
Para esa época Roberto
Salvador nunca había necesitado cortejar en serio a ninguna mujer; era cierto,
admitía, que todas tenían su estilo de insinuarse, pero él se eximía de
reflexionar en nombre de sus goces y envuelto en la indiferencia se dejaba
arrastrar por el placer. Jamás fue un amante
generoso, por eso, después de lo que le sucedió, las mujeres se
asombraban de su cambio, de su corazón tan nuevo y tan henchido de gratitud.
Juana Montaño era quien más frecuentaba
la mansion de Roberto. Ella intentaba superar su aspect esmirriado tiñéndose el
cabello de rubio ceniza, le regalaba una sonrisa bondadosa, parecía sufrir de
pobreza y no rechazaba la altivez de Salvador. Ese día miró con expresión de
inquietud un revólver sobre la mesa de noche; luego él pasó a demostrar sus
habilidades amorosas y se jactó de haber puesto en práctica su virtuosa
cualidad de conquistador.
* * *
Tenía en el fondo temor, un enigma escondido, alguna hoguera no apagada, era preciso confirmar su impotencia, había que comenzar por el esperar más esperar, es decir, esperar desesperado. Por primera vez llamóa Juana. Camino a casa, le parecióque conducía demasiado rápido, se sintió cansado, debía evitar cualquier comentario, ya advertía una horrible verguenza de sí mismo y no quería ni detenerse a pensar en si fallara en el intento. Se preguntaba cómo pudo sucederle eso si jamás él había padecido de aquello, por qué esa repentina decision de la que consideraba la parte más importante de su cuerpo.
Se arrepintió de haber citado
a la joven, cambió de parecer y consideró aplazar el encuentro. Lentamente la
neurosis le hace tener miedo de las mujeres. El horror a no poder se
volvía cruel y despiadado, no podia borrar fácilmente su problema. Quedó inevitablemente enredado en la malla del terror, se repetía
que era un error insisitir en lo mismo. Ya había fracasado con las curanderas,
con los hechiceros, con los médicos, sin hallar cura. Se volvió impotente. El
recuerdo de sus repetidos fracasos amorosos le tenía en vilo, solo se
reconfortaba con intentar volver valientemente al pasado, para pretender
olvidar el presente. Pero era imposible retroceder ante el poderoso fracaso,
había envejecido.
Visiblemente
nervioso, al estacionar el coche se dijo que había alcanzado lo que otros no
han podido conseguir; él impuso sus caprichos de amante professional, sin
embargo su tremenda, su feroz y angustiosa batalla no terminaba. Sentía miedo
de otro fracaso y de que, después corto tiempo, comenzara a comentarse lo
sucedido y que su hombría estuviera expuesta a comentarios maledicientes. Su
desesperación no tenía límites, todo le parecía sombrío, todo helado con el
frío de la muerte.
Escuchó el
timbre, era Juana. Le temblaron las manos, le volvió la inquietud, y entre
sombras de cavilaciones pensó sacar una excusa. Estaba envuelto en un mar de
tormentas. Fingió no estar preocupado, contestó con amabilidad las preguntas de
Juana y bebieron vino mientras escuchaban canciones de Los Panchos y de Toña la
Negra.
Para él constituyó un momento
horrible cuando pasaron al dormitorio. Sintió disminuido su orgullo, se volvió
hacia la joven con aire indefinible, la inquietud afloraba en su voz, opaca y
sin la pasión de antes. Ella se mostró cariñosa y él se fingió enojado,
desdeñoso, luego, su actitud con Juana fue altanera y arrogante, le acusaba a
ella de haber perdido las claves del
amor. Roberto cerró los ojos en espera que el mal rato pasara, sentía que le
arrancaban la existencia, lloró, estaba preso de una idea fija, habían huido
los gozos del amor. Juana guardó silencio, él había cambiado de carácter, su
vanidad caía aplastada al desprenderse de una de las funciones de la vida, ya
no sentía valor para seguir viviendo, sería mejor suicidarse.
Él había sido feliz con tantas
mujeres que se atravesaron en su camino. Ahora se sentía humillado: no podia
hacer el amor y tenía que colmar de obsequios a las damas para que mantuvieran
el secreto. Temía al rumor callejero. Juana trató de consolarlo, su nerviosismo
había llegado a grado tan extremo que, orgulloso como era, tomó el revolver
para matarse. Ella con grandes gritos y mayor agilidad, desvió el disparo.
Luz Argentina Chiriboga Guerrero,
novelista, poetisa, relatista, ensayista y ecóloga,
Quito, Ecuador