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miércoles, 1 de enero de 2014

El Hombre en el Porche

                                
                                    Por: Leonora Acuña de Marmolejo
       
       Era un veintitrés de diciembre en uno de esos algentes y congelantes días en los que a pesar de brillar espléndidamente el sol, los rigores de la estación invernal pueden llegar a ser fatales.
       Laryssa se encontraba apaciblemente bajo el abrigo del interior de su casa colocando las decoraciones y los ornamentos navideños en la sala y en todos los cuartos, mientras plácidamente escuchaba los villancicos alusivos a esta magna celebración de la Navidad.
      De pronto suspendió sus actividades para contemplar a través de los ventanales, la imponencia de la Madre Naturaleza, y con visión positiva, optimista y  poética el panorama exterior: la nieve impoluta, que cual un manto de armiño parecía cubrir campos y jardines; los árboles que con la nieve congelada y ya cristalizada sobre sus ramas deshojadas, eran un verdadero espectáculo escultural! Y qué decir de la vista que sobre los bordes de los techados y ventanales presentaban las estalactitas como grandes lágrimas que más tarde al llegar un poco de calor, semejarían diamantes derritiéndose lentamente!.
     Pero aquella mañana de álgido frío, un doloroso suceso vino a tornar en tragedia  la visión ensoñadora. Después de la tormenta invernal, al abrir la puerta del porche tras de escuchar un murmullo como de palabras ininteligibles, Laryssa observó un bulto informe en el piso (cubierto a medias por una manta mugrienta); por las extremidades que pudo ver, era un hombre, cuyo rostro irreconocible y macilento, estaba cubierto por una sucia y espesa barba, y quien aterido del frío como era obvio suponer, parecía medio desmayado allí entre ronquidos entrecortados como en un estertor agónico.
     Ella se encontraba sola pues su esposo había sido designado por la empresa empleadora para cubrir la plaza  subsidiaria en Washington, D.C. Entonces, aprensiva,  empavorecida y llena de mil temores, llamó al Departamento de la Policía regional, que en pocos minutos se hizo presente con varias unidades de auxilio. Inmediatamente trasladaron al hospital más cercano, al desconocido cuyo cuerpo grasiento lucía exánime, desprotegido.
     A pesar del cuidado inmediato y solícito que recibió en el hospital, el hombre murió a los pocos minutos de llegar. Había sufrido hipotermia . Al revisar las mínimas pertenencias de identificación que portaba entre los bolsillos de su  raída ropa, las autoridades encontraron precisamente la dirección de Laryssa. Fue entonces cuando ella recibió el llamado del Departamento de Policía a fin de que se presentara a la morgue para identificar el cadáver.
     Cuál no sería el asombro de ella al poder mirar detenidamente el rostro y descubrir amargamente, que este hombre de quien supo que había vivido en la indigencia como un desamparado, enfrentando las inclemencias de las gélidas temperatures del invierno, durmiendo bajo los puentes, en los atrios de las iglesias o en las casas abandonadas, y sobreviviendo a las fieras dentelladas del hambre cuando no podía llegar como “freegan”                                                                                                                                                                                                   a los restaurantes y verdulerías donde ya lo conocían, era nada menos que… ¡SU TÍO! ¡Ese tío querido de quien nunca más había vuelto a saber nada…! ¡Él había escogido vivir en aislamiento…!
     Su nombre era José Manuel. Era tío de Laryssa por línea materna. Había tenido hogar,  esposa   hijos;  mas  por  razones  económicas,  vino   menos  ya que habiendo
perdido  el trabajo y luego de un prolongado tiempo de desempleo, sus finanzas se habían colapsado. Erróneamente, empezó a buscar salida en el alcohol; comenzó a frecuentar cada vez más los bares, y a llegar tarde o a no llegar a su hogar.
     Como es natural, su esposa empezó a reclamarle sobre su conducta errónea, y sobre el abandono físico y espiritual al que la  estaba sometiendo no sólo a ella, sino también a  sus pequeños hijos. En un comienzo, él trató de darle explicaciones vagas e indiferentes, mas a medida que el tiempo transcurría, con inusitado desparpajo y ya sin respeto ni consideración, llegó hasta a responderle enfáticamente que esa era su vida y que tomara la decisión que quisiera. Finalmente, cuando la situación se tornó hostil e inaguantable para todos, y no habiendo dinero ni siquiera para cubrir las necesidades más apremiantes, José Manuel abandonó el hogar dejando a su esposa y a sus hijos en el más completo desamparo y a merced de los Servicios Sociales de la ciudad. Nadie supo más de él, pues se apartó de toda su familia como en un doliente ostracismo.  
     Después de aquella insólita y macabra escena en  ese deplorable día invernal, Laryssa pensó amargamente que quizás su tío, al final de esa vida solitaria y errante, y no encontrando otra solución a su crítica situación, había optado por acudir a su misericordia y ayuda (la que nunca antes  imploró, bien fuera por un falso orgullo o por verguenza); e infería que había sido así como finalmente él había decidido buscar su propia sangre al acercarse a su porche.¡Pero cuan tarde! Laryssa reflexionaba dolida que si a buena hora su amado tío José Manuel hubiese acudido a ella, sin lugar a dudas, habría tenido su apoyo y el de su marido, quien precisamente había estado necesitando un ayudante para que lo asesorara en sus labores. Pero nadie sabía de su paradero: por más que trataron de investigar, todo intento fue infructuoso.
     Hurgando en su conciencia como solemos hacer después de un acontecimiento infausto, visualizó escenas tristes pensando con cierto pesar  por ejemplo, cuántas veces se habría cruzado con su tío (sin poder reconocerlo), cuando este deambulaba solitario por alguna calle; y hasta se inquiría también, cuántas veces quizás habría mirado con un poco de indiferencia a algún desamparado (que bien pudiera haber sido él), implorando la caridad pública. Todos estos soliloquios y autojuzgamientos, ensombrecían su presente vida de recién casada, antes feliz y apacible.       
     Ahora sólo le quedaba el amargo pesar de comunicar la dolorosa noticia  a sus primos  (ya adultos, quienes vivían en otro Estado). La madre de estos, la esposa de su tío, había fallecido luego de una vida de penuria, tras de tratar en vano de localizarlo a fin de que pidiera la ayuda y apoyo de ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS y se regenerara incorporándose de nuevo a su familia y círculo social. ¡Pero todo había sido en vano! José Manuel había buscado la solución errónea a sus problemas  ahogándose en el alcohol…
    Tras de este deplorable y doloroso incidente, Laryssa tuvo que acudir a un delicado tratamiento psiquiátrico y psicológico pues la perseguían los sueños recurrentes del macabro espectáculo de ¡EL  HOMBRE  EN  EL PORCHE…!
                                                                       





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