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domingo, 15 de junio de 2014

Monumento a Francisco de Albear y Lara



El 7 de noviembre de 1887, a pocos días de la muerte del Brigadier de Ingenieros Francisco de Albear, fallecido el 23 de octubre, el Ayuntamiento de La Habana acordó dar el nombre de Canal de Albear al Canal de Vento que el célebre ingeniero había construido. El 3 de agosto de 1891 el Cabildo resolvió consignar $ 6,000 para erigirle un monumento en el Cementerio Colón, idea que no fue concretada al decidirse luego levantarle una estatua en la plazuela de Monserrate, obra que se encargó al escultor cubano José Vilalta de Saavedra, quien lo ejecutó en Italia en 1893.

En 1894 El Fígaro publicó la primera maqueta del monumento a Albear que Vilalta presentó al Ayuntamiento de La Habana, proyecto que difiere del ejecutado finalmente, sobre todo en el tratamiento de la figura femenina, más hierática y esquematizada.


Para emplazar el nuevo monumento se diseñó un espacio diferente que, a modo de parque, luciría a partir de entonces un nuevo arbolado, en el que predominaban las palmas; diferentes tipos de luminaria, entre las que sobresalían cuatro farolas muy decoradas de cinco brazos ubicadas hacia la calle Monserrate, y dos estatuas femeninas de mármol, colocadas sobre pedestales detrás del monumento, que al igual que las farolas antes mencionadas adornaron por muy poco tiempo la plazuela. El sitio se elevó sobre el nivel de la calle, jerarquizando así el monumento y solucionando a la vez el desnivel de la antigua plazuela, deprimido hacia Bernaza. El material utilizado fue la piedra, presente en el pavimento, los escalones de acceso por la calle Obispo y en los muros que delimitan los jardines, los cuales a su vez sirven de asientos o bancos.

El conjunto fue inaugurado el 15 de marzo de 1895 con una ceremonia que devino gran acontecimiento en la época, a la que asistieron el alcalde de La Habana don Segundo Álvarez, acompañado por las autoridades civiles y militares de la Isla, el Obispo, los miembros de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y la Sociedad Económica de Amigos del País, también la prensa y una multitud de agradecidos habaneros, acudieron a rendirle tributo a quien había entregado sus esfuerzos y sapiencia por el bien de los ciudadanos. Este monumento ha permanecido siempre en el lugar donde fue erigido, llamándose el sitio, a partir de entonces, plazuela de Albear.

La figura del ingeniero, realizada en mármol blanco de Carrara a tamaño natural, aparece de pie, de completo uniforme de gala e inclinado sobre su cuaderno de notas con una pluma en la mano. Se colocó en un pedestal que ocupa el centro de una gran taza circular rodeada de vegetación y circundada por tres medialunas con fuentecillas. Como era usual en la época, el monumento quedó protegido por una elaborada verja que descansa sobre el murete exterior del pilón. Los estanques que forman las fuentecillas fueron construidos bajo el nivel del pavimento, y su fondo fue decorado con roca artificial y surtidores labrados en forma de flor. El ingeniero Abel Fernández Simón, decía que, “a pesar de la modestia de estas fuentecillas, en cuanto a la obra en sí se refiere, tenían las mismas una sentimental significación, ya que por los constructores del monumento les había sido encomendada la grata tarea de mantener bañados los arranques del basamento de la estatua con aquellas aguas de los manantiales de Vento que con tanto amor y maestría supo captar y conducir a la población de La Habana el Ingeniero Albear, mediante la obra con la que obtuvo tan merecida gloria.” A los pies de la estatua de Albear se colocó una efigie femenina, también de tamaño natural, que simboliza a la ciudad y ofrece al insigne ingeniero un laurel en gesto de triunfo y memoria eterna a su obra.

El hecho de colocar tres fuentes pequeñas junto a la estatua de Albear, no solo alude a la obra del creador del acueducto, también rememora la continua presencia en el entorno de un surtidor. Muy cerca a las Puertas de Monserrate existió, desde el siglo XVII, una pila que abastecía a la ermita y los vecinos del lugar. Tres razones principales justificaban, aún a mediados del siglo XIX, la necesidad de mantener y aumentar las fuentes públicas que ya existían desde épocas anteriores: primero, gran parte de las calles carecían de cañerías maestras; segundo, el servicio de agua no era de carácter obligatorio, sino más bien restringido; y tercero, la pobreza de muchos de los habitantes los obligaba a tomar el agua de las pilas antes que pagar por el líquido consumido. La fuente de Monserrate, por tanto, fue una de las que se construyó con carácter utilitario, sin pretensiones artísticas, que generalmente estaban formadas por pilones de piedra dura, granito artificial o hierro colado y se distribuyeron por las principales plazas de la ciudad.

En 1916, Eugenio Sánchez de Fuentes a su juicio destacaba así los valores del conjunto: “Respecto de su valor artístico, puede afirmarse, desde luego, que en su composición no hay nada nuevo ni genial…bajo el punto de vista de su ejecución material, son admirables. En todos los detalles de los paños, y de los bordados de ambas figuras, así como en el modelado de las carnes, el cincel del escultor ha realizado una labor digna de aplauso, pudiéndose afirmar que estas esculturas, son a no dudarlo, las más acabadas que nuestra ciudad posee”.

Criterios más actualizados reconocen que la escultura de la Isla en la época colonial fue cubana más por el lugar de su emplazamiento que por sus autores, ya que los mismos eran en su mayoría extranjeros y el contenido de las producciones se ajustaba a las tendencias en boga en la Europa de entonces. Solo esta obra dedicada a Francisco de Albear, última escultura pública realizada en el siglo XIX, fue creada por un escultor cubano, aunque formado como artista primero en Canarias, luego en Carrara y Florencia y, por último, en Roma.

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