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viernes, 15 de agosto de 2014

Sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.

Foto tomado de: mantakchia.com

Manuel I. Aparicio-Paneqe (Cuba) 
Nota: El autor elimina la "u" en la palabra que lleve "q" y "e"

Sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, es consigna dirigida a todos nosotros desde tiempos inmemoriales, como parte de nuestra misión en este Mundo. Cumplir con la misma no parece difícil, pero sí lo es tomando en cuenta la calidad qe resulte de cada una de esas encomiendas… Uno de los personajes del ‘Misántropo’, de Moliére, dijo: “No poseo las virtudes necesarias para el éxito. Mi talento sólo sirve para decir la verdad y no he aprendido a ser hipócrita.” Trataré aquí de explicar razones para cumplir con la tercera sugerencia, la que todos podemos lograr con un poco de dinero, en este país, donde existe el éxito sin talento. En mi caso dicho triunfo no está asegurado con la publicidad de un libro, sino con el contenido del mismo y eso no depende del dinero. La calidad de lo escrito en sus páginas dirá siempre la última palabra.
Los grandes escritores de ayer influyen en todos los qe tenemos el hábito de la lectura, y eso muchas veces, introduce en nosotros la idea de qe podemos ponernos al lado de ellos imitándolos. Tarea mucho más árdua de alcanzar de lo qe uno se figura. Pisar sobre los pasos de las grandes luminarias nos alienta, pero obtener resultados parecidos es otro cantar. Sobre esto mi madre solía decir: “Son muchos los qe empiezan, pero pocos los qe llegan”. Hay en esto una semejanza a aqellos soñadores de oro qe se iban a las orillas de los ríos con unas palanganas y se pasaban días enteros, por muchos años, colectando tierra y arena de los mismos, en busca de las pepitas doradas, qe los hicieran ricos. Muy pocos realizaron sus sueños. La gran mayoría de todos aqellos ansiosos de ver fortuna terminaron frustrados y desilusionados. El sueño de los mismos no era malo, lograrlo fue otra cosa muy distinta. Entre ellos hubo qienes desistieron. Otros alcanzaron un poco de bienestar con el producto de sus esfuerzos y un número reducido llegó a lucir, en alguna forma, gran beneficio tras años de trabajo y vicisitudes.
Como se puede apreciar, hay analogía entre los buscadores de oro y los aspirantes a la fama. La diferencia consiste en que los primeros pueden cumplir con sus metas o realizar sus sueños en vida, mientras qe en los segundos la fama les llega –muchas veces-, después de la muerte.
Entran, desde luego, los qe la compran por un tiempo, cuando no es valiosa y mientras dura el dinero. El número qe la alcanza legítimamente es reducido, porque para ello necesitan de los eruditos la aprobación, el reconocimiento de los lectores qe saben leer, qe no son todos los qe han ido a la escuela, y el factor “tiempo”, tamiz por el qe tienen qe pasar casi todas las obras duraderas en esta vida. Sería hipócrita de mi parte no decir qe me encuentro entre los últimos. La conciencia me dicta qe estoy lejos de llegar a ello como lejos estuve siempre de ser comprensivo con las personas allegadas a mí. Hoy, al darme cuenta de mi error, pido disculpas a todos, conocidos y no conocidos. Con mi madre lo hice muchas veces. Y mis hermanos fallecidos, y el resto de la familia, que llevó gran parte del cambio favorable operado en mi. ¡Gracias! Por el aporte espiritual y fraternal que me han dado y dan, y que son parte de mis pensamientos.

Miami, 2007.

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