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lunes, 15 de septiembre de 2014

En Tiempo de la República: El dedo de Cristóbal Colón


René  León

  Dentro de unos días se va a conmemorar otro año más del Descubrimiento del Nuevo Mundo; no podemos decir de América, sencillamente porque así sería llamada años después. Y la fecha nos trae muchos recuerdos. Pero la historia de la que voy a escribir hoy es muy poco conocida; quizás son muy pocas las personas que tienen alguna referencia de ella, o quizás hoy, entre los vivos, ninguna.
  Allá por los primeros años de nuestra joven República, la Plaza de Armas o Plaza de la Iglesia, como era conocida, era donde se encontraba el Palacio Municipal. Anteriormente en tiempos de la colonia, fue la antigua Casa de Gobierno, residencia de los Gobernadores Generales de la Isla.
  Por un acuerdo del Cabildo del 13 de septiembre de 1577 se disponía que dicha Plaza de Armas se erigiese en ese lugar, por ser el centro de San Cristóbal de la Habana, como fue conocida en sus principios. Según los historiadores el Palacio Municipal en ese tiempo, estaba considerado el mejor edificio dejado por la colonia. Lugar donde se daban las fiestas fastuosas que los Capitanes generales ofrecían. Fue el lugar donde nuestro primer Presidente Don Tomás Estrada Palma, fue a vivir en sus primeros años.
  Durante el día la Plaza se transformaba en lugar de movimiento inusitado. Vendedores ambulantes, las oficinas municipales, la antigua Lonja del Comercio, el bullicio de los comercios cercanos, las oficinas públicas, los cercanos muelles y embarcaderos. Desde que daba comienzo el día, hasta por la tarde todo era bullicio. Al llegar la noche la quietud invadía sus alrededores.
  Algún que otro pájaro nocturno que revoleteaba, el maullido de un gato hambriento o en celo, el ladrido de un perro, el chirriar de las cigarras. El ruido de los autos que pasaban, o el tranvía, que en esas horas de la noche daba su recorrido habitual. Alguna pareja de enamorados que se sentaban en los bancos de la Plaza, alumbrados por la luna y las estrellas, y el fresco del mar caribe.
  En la Plaza había una estatua del Rey Fernando VII, y en el patio interior del Palacio Municipal, había otra del Almirante Cristóbal Colón, que se mantenía fiel vigilante del edificio o sabe Dios de qué. La estatua aparecía con la figura de Colón parado, con la mano extendida y un dedo muy significativo señalando algo. Una noche ya bien tarde el Rey Fernando VII, fue a saludar al Almirante como hacía cuando el tiempo se lo permitía, y extrañado de unos tiros que se habían oído dentro del edificio. Al verlo  Colón le contó la historia de lo que le había pasado:
-No quiero que su Majestad se preocupe por esto. Me han tratado de curar lo mejor que ellos han podido. Lo único que el dedo era de mármol y el de ahora es de yeso, hasta que encuentre otro parecido. Se nota algo por el color. Pero ya los visitantes ni se fijan en mí, muchas veces.
  El monarca preocupado, indagó sobre el ultraje, cómo pudo haber pasado. Colón, tranquilamente le contó la historia:
-Majestad, una noche llegó a altas horas de la madrugada, el hijo del Presidente de la República, parece había tomado demasiado y empezó a ofenderme y hablar de los reyes. Cómo es natural traté de pararlo. Extrajo su revólver, que llevaba en la cintura, y cogió mi dedo como lugar de práctica y me dijo que estaba cansado de él. Sencillamente  me cortó el dedo de un tiro, y como se reía. A los pocos días se dieron cuenta, los policías de guardia no habían dicho nada por miedo a perder el trabajo, por ser el hijo del Presidente.
  Ordenaron mi cura. Y aquí estoy, con un dedo de yeso y mármol. Creo que nadie se ha enterado del caso. La juventud de hoy, no es respetuosa como la de antes. El Embajador español no ha venido a investigar el caso.
  Después de oír la historia y ver Fernando VII, que ya el día empezaba a clarar, corrió a su pedestal. Colón se quedó con su dedo de yeso, hasta que al año le hicieron un injerto de mármol parecido. Y asunto concluido. No me vayan a decir ahora que sabían la historia. Un tío mío fue el que le puso el dedo de yeso primero y luego el de mármol, y las autoridades le advirtieron que no dijera nada. El secreto quedó en la familia, que ahora que ya me estoy poniendo viejo, no me importa que lo demás lo sepan.
Así, era la vida en aquellos años.


René  León

Miembro de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)

Editor de Pensamiento, Publicación Literaria e Histórica. Editor de Pensamiento Digital.
Miembro del Círculo de Cultura Panamericano, Miembro del Colegio Nacional de  Periodistas Cubanos en el Exilio, de la Academia Poética de Miami, Club Cultural “Atenea” de Miami, Cepi y otras.
  Es colaborador frecuente de medios periodísticos tales como Enfoque Metropolitano, Informativo Latino, Arroyo Molino, La Información, Libre Publicación Digital de Miami. 
Ha publicado libros y numerosos ensayos sobre historia, literatura y poesía.
  Entre los numerosos premios y menciones de honor recibidos, destacan: Segundo Premio en ensayo literario, 1976, Revista Entre Nosotros: Sigma Delta Pi. CEPI, Nueva York, Tercer y Segundo Premio de Ensayo en 1996 y 1999 respectivamente. Premio “Enrique José Varona” de Tampa. Primer Premio de Estampa Costumbrista en 1993 y 1994. Amigo Dilecto de Calíope en 1996. SPACCE CLASIC, 1999, por su labor como ensayista de la historia de Cuba, y otros.

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