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lunes, 15 de diciembre de 2014

Lola Cruz, mujer y mito

Publicado en Mar Desnudo. Revista cubana de arte y literatura (http://mardesnudo.atenas.cult.cu) [Versión condensada]



Uno de los personajes femeninos más famosos del siglo XIX cubano fue Dolores Cruz Vehil (Matanzas, 20.9.1840- Ídem, 1913). En una época de prohibiciones para la mujer, “Lola” Cruz sobresalió sin transgredir las reglas, pero reafirmando continuamente su recia personalidad y su axiomática devoción por la patria chica. Dentro de los moldes sociales en que se desenvolvió, la adornaron virtudes como una erudición amplia y bien cimentada y un pensamiento liberal que solía manifestar en el trato próximo y humanizado que confería a sus esclavos, así como en la simpatía que mostraba respecto a las causas, socialmente justas. Dominaba varios idiomas, en particular el inglés, el francés y el italiano, tocaba el piano con una habilidad superior al de las jóvenes aficionadas de su clase y compartió con su esposo -el acaudalado José Manuel Ximeno- la pasión por el arte pictórico.
Entre las fuentes que hacen referencia a la personalidad de Lola Cruz la más profusa en información es Aquellos tiempos…Memorias de Lola María, estimada un clásico en su género. En esta obra, publicada en dos tomos (1928 y 1930), Dolores María Ximeno Cruz, hija de aquella, retrata la ciudad y dedica innumerables páginas a tributar  a su madre. Matanzas y Lola Cruz, se erigen, en mi consideración, en las protagonistas de estas memorias, donde la autora convoca a incontables personajes del siglo XIX, incluidos aquellos que solo conoció por las narraciones de su progenitora y de otros miembros de la familia. Debido a ello una buena parte de los sucesos aquí referidos fueron tomados de esa fuente, amén de la utilidad de otras como las contenidas en el Archivo Parroquial de la Iglesia San Carlos Borromeo (actual Catedral) de Matanzas y en el Fondo Familias Ilustres de la Oficina del Historiador de La Habana.
Conocida tempranamente por el seudónimo de “Lola Cruz”, María de los Dolores Joaquina creció  en la casona familiar, situada en Gelabert (Contreras) No. 35, esquina al callejón de la iglesia, uno de los inmuebles significativos de la arquitectura doméstica matancera y en cuyo espacio se levanta hoy un centro comercial. Allí construyó su mundo, en medio de la opulencia y de un orden aparentemente inamovible. Ese entorno y el que se extendía puertas afuera fue el marco en el que transcurrió la mayor parte de su existencia. Amó a Matanzas como se ama a una suerte de madre tutelar. En pos de la ciudad su labor benefactora fue constante y se vinculó, de una forma u otra, a todos los grandes sucesos y personajes artísticos que en esta población nacieron o se forjaron. Fue incluso más allá, pues haciendo empleo de su influencia social y de su carisma pudo intervenir en ciertas discordias políticas, intercediendo a favor de aquellos condenados desafectos del tutelaje español que “por empeños unas veces y por ruegos otras […] arrancó del patíbulo”

También trabaría amistad con la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda, a quien recibió en su casa en noviembre de 1861, cuando la cantora arribó a la “Atenas” cubana, acudiendo al llamado de la dirección del Liceo Artístico y Literario, de presidir los primeros Juegos Florales convocados por la institución. “Tula” residía con su familia en la península, desde el segundo lustro de la década de 1830. Tras recorrer varias ciudades de Francia y España, se estableció en Madrid (1840), donde llegó a ser uno de los nombres más respetados dentro del círculo de escritores españoles de la época.
Lola María se casa con José Manuel Ximeno, Abogado de la Real Audiencia Pretorial, Comendador de la Real Orden de Isabel la Católica y Consejero de la Administración de la Isla. Hombre culto, fue además un admirador de la pintura y de otras artes afines, afición que lo llevó a organizar una de las pinacotecas más importantes de Cuba y a tratar con artistas e intermediarios que regularmente contribuían a engrandecer su colección.
Para la fecha de su matrimonio con Lola Cruz -19 de noviembre de 1862- ya era considerado uno de los herederos más ricos de Matanzas. Después del enlace, Lola Cruz pasó a residir en la casa de Ximeno, ubicada en Gelabert, No. 16, muy próxima al teatro Esteban, cuya construcción estaba por concluir y donde llegaron a ser propietarios de uno de los palcos, mejor situados del coliseo. en una época en que la elegante presencia de Lola Cruz, despertaba la curiosidad de todos los asistentes.
El buen trato que la familia Ximeno-Cruz confería a los esclavos es una peculiaridad, que está descripta no solo en las referidas Memorias.., sino en otros textos que aluden al hecho de que “en plena esclavitud se desterró de su casa el castigo corporal impuesto entonces, como medio de corrección á los infelices que la sufrían. Lola y su esposo, benignos con sus siervos, la primera los adornaba con sus joyas, el segundo los inclinaba al placer del teatro, donde podían aprender á cultivar su inteligencia”   
Durante esta época, la “Perla del Yumurí” es testigo de sucesos menos venturosos, vinculados a la Guerra de los Diez Años. Estos irán cambiando en ella su percepción del sistema colonial. Su sentido de lo cubano que nace, será más fuerte, a la postre, que la herencia española y que todos los privilegios de que gozara por su condición clasista. Como tantos coterráneos, es testigo,  del fusilamiento de varios jóvenes matanceros, una parte de ellos egresados del Colegio la Empresa, propiedad de sus amigos, los hermanos  Antonio y Eusebio Guiteras, cuyo credo independentista había motivado, en 1869, su clausura por parte del gobierno, que tildaba el centro de “nido de víboras”.
Aquel propio año, es fusilado el conspirador independentista Eleuterio, Tello, Lamar y Valera, al que se le habían ocupado armas, en su finca de Santa Ana. Lola sufre la noticia y no halla respuestas a sus preguntas. Su desazón e inseguridad aumentan, cuando asiste a las exequias de Carlos de Jesús Verdugo Martínez, uno de los ocho estudiantes de medicina ejecutados injustamente, en 1871, por el despiadado régimen español. El joven fusilado se hallaba en su casa de Matanzas, el día en que supuestamente un grupo de ellos había burlado, en la capital, la tumba del periodista español Gonzalo Castañón. Cursaba el primer año de la carrera y era hijo de de Inés Martínez y de Pedro Isidoro Verdugo, uno de los médicos de mayor reputación y clientela de la ciudad, de quienes Lola Cruz y Ximeno eran grandes amigos. Alrededor de la casa de Gelabert, No. 64, hogar de los Verdugo, un largo cortejo de coches reflejaba lo que en el interior de esas paredes se vivía. Años más tarde, Lola Cruz contaría a su hija el relato sombrío de lo allí acontecido.
La ciudad entera estaba allí  y contábame mi madre […] que cubanos y españoles a una, allí concurrieron: españoles intransigentes, sorprendidos, adoloridos y avergonzados, para con ellos sentir el horrible trance […] Y el hidalgo caballero y buen doctor, hosca y huraña la expresión, expresión que nunca lo abandonaría ya más […]
Hacia esta época, muchas de las fortunas del occidente de la Isla - sostén económico de la Guerra de los Diez Años- comenzaron a resquebrajarse, en parte, por los impuestos y contribuciones que el poder español les obligaba a pagar con el fin de respaldar el conflicto. La familia de Lola Cruz fue una de ellas. Pronto el status quo de esta estirpe fue transformándose, sin que los Ximeno parecieran muy conscientes de ello. Así, a inicios de la década de 1880 comenzaron  a aflorar los problemas y la familia se vio sensiblemente afectada.
La familia no pudo saldar sus compromisos financieros y junto a Gelabert, 16 perdieron otros inmuebles en distintos puntos de la urbe.
El 3 de octubre de 1883 muere su compañero de dos décadas. Contaba Ximeno cincuenta y nueve años y ninguna enfermedad perceptible causó aquel suceso inesperado, aunque en el acta de defunción se mencionara una afección, hasta ese momento desconocida en su organismo. En pocos términos, la melancolía terminó venciéndolo, igual que lo había hecho, en circunstancias diferentes, con su primo José Jacinto Milanés, el gran poeta romántico.
Lola Cruz asume entonces la mayor parte de las responsabilidades familiares. El hijo continuará sus estudios y residirá un tiempo en la capital. Allí se casa, más tarde, con María Antonia de la Torriente y Scott-Jenckes. Concluía el año de 1888. Poco después se restablecerá definitivamente en su natal Matanzas, donde nacerá el único hijo del matrimonio.
Viviendo en medio de una relativa austeridad, Lola Cruz continuó con su rol de filántropa, ya fuera al frente de la Junta de Maternidad o del Asilo de Ancianos. Apoyó, más que nunca las causas nobles y desarrolló una estimable labor en pos del independentismo. Cuando años después, en 1896, Valeriano Weyler se hizo cargo de la Capitanía General y dictó el Bando de Reconcentración, obligando a los campesinos a establecerse en los pueblos ocupados por los españoles, ella fue una de las matanceras que ofreció su casa para acoger a una familia de reconcentrados. No obstante su origen de clase, se mantuvo a la altura de los acontecimientos y del lado de los más preteridos por la historia, tal como lo había hecho desde su juventud.

La aureola que esta mujer dejó en la historia cubana del siglo XIX no pudo pasar por alto a la sensibilidad de un músico como Ernesto Lecuona Casado. El pianista y compositor le dedicó la afamada zarzuela, en dos actos, Lola Cruz. Con libreto de Sánchez Galarraga. Esta seria estrenada, con gran éxito, en el teatro Auditorium  – actualmente Teatro Auditorium Amadeo Roldán– el 13 de septiembre de 1935. Los roles protagónicos fueron desempeñados por Caridad Suárez y por la entonces debutante Esther Borja, Pedro Hernández y Rafael de Grandy. 

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