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viernes, 1 de mayo de 2015

Sobre los nombres de las más pequeñas calles de La Habana



Por: Andrés Gómez
30 mayo 2008

Miami.-  La Habana es antigua ciudad de encantos, especialmente para los habaneros que la amamos desde que en ella nacimos.  Rememoremos hoy sobre La Habana original, esa parte de la ciudad que después del siglo 19 nos ha dado por llamar La Habana Vieja. Hablemos de los nombres dados a sus calles más pequeñas. Para hacerlo me baso en información brindada por el eminente Historiador de la Ciudad de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenring, en su libro La Habana, Apuntes Históricos, y en mis propias averiguaciones.

Comenzaré por la más pequeña de sus calles, la de Enna, la cual se encuentra detrás del Templete y de la ceiba, sucesora de la originaria bajo cuyas fuertes ramas la tradición nos dice se celebrara la primera misa fundacional de San Cristóbal de La Habana. A esta ínfima calle originalmente se le nombraba de El Boquete de la Seiba, y entonces, desde 1851, se le nombra Enna, cuando durante el primer gobierno del Capitán General, José Gutiérrez de la Concha, éste la hizo nombrar así en honor del General, Segundo Cabo, Manuel Enna, quien muriera en agosto de 1851 a consecuencia de las heridas recibidas en la acción del Cafetal de Frías, Pinar del Río, combatiendo a los hombres que vinieron en la segunda expedición anexionista capitaneada por el general español Narciso López.

El Callejón de Jústiz, otra muy pequeña calle habanera, está cerca de la de Enna, al doblar de la Plaza de Armas, a la que le fue dado este nombre ya que en la esquina de ésta con la Calle Baratillo, en un tiempo, tenía su casona familiar el Marqués de Casa Jústiz y Santa Ana.

Adentrándose en la bahía por la Avenida del Puerto –la cual lleva el nombre de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria – en la esquina del magnífico edificio de la Lonja del Comercio se encuentra el pequeño Callejón de Carpinetti nombrado así por que en esa callejuela vivió, en algún tiempo, un italiano que así se apellidaba. Ese callejón daba a una de las puertas de la muralla por la parte de la bahía.

Siguiendo entonces por la Avenida del Puerto, en este tramo llamada San Pedro, después de pasar la antigua Plaza de San Francisco y la bella Basílica Menor y el Convento de San Francisco de Asís, se encuentra otra pequeña calle que lleva por nombre Callejón de Churruca, en honor al afamado marino español, brigadier de la Real Armada, Cosme Damián Churruca y Elorza, quien murió en la decisiva batalla naval de Trafalgar, en octubre de 1805, victoria del almirante inglés, Horacio Nelson, quien también muriera en ese famoso combate.

Más al sur, en el área donde estuvo el muy antiguo barrio de Campeche, prácticamente al doblar de donde siglos después se construyera la casa donde naciera José Martí, en la antigua Calle Paula –calle que desde 1922 lleva el nombre y primer apellido de la madre del Apóstol, Leonor Pérez– están otras dos pequeñas calles habaneras, el Callejón del Conde y el Callejón de Bayona, los cuales son perpendiculares el uno al otro. El del Conde es paralelo a las calles Merced y Paula y está entre las calles Picota y Compostela.  El de Bayona es paralelo a las calles Picota y Compostela y está entre las calles Merced y Paula.  Fueron así nombrados por el Conde de Casa Bayona, Don José Bayona y Chacón, propietario de los terrenos donde antaño estas calles se abrieron.

También en el extremo sur de la ciudad antigua se encuentra la pequeña Calle Velasco, paralela a las calles San Isidro y Desamparados y entre las calles Habana y Compostela. Ésta debe su nombre al valiente Capitán de Navío, Don Luis de Velasco, gobernador del Castillo de los Tres Reyes del Morro, quien heroicamente dirigiera su defensa, y muriera durante el asalto y conquista inglesa de La Habana en el verano de 1762.

Otro callejón habanero, que lleva por nombre Calle Porvenir, está situado paralelo a las calles Sol y Luz, y también entre las calles Habana y Compostela. Desemboca éste en uno de los costados del gran Convento de Santa Clara. Hasta 1899 esta pequeña calle tenía el nombre de Callejón de la Samaritana, y en ese año, al cesar la dominación española, según Roig, se le cambió el nombre “como demostración de la expectación que dominaba en el ánimo del pueblo”.

A un costado de la Plazuela del Cristo, lugar donde se encuentra la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, está una pequeña calle, de una cuadra de largo, la Calle del Cristo, entre las calles Teniente Rey y Muralla. Antiguamente en este templo terminaba el Vía Crucis, procesión que se celebraba durante la Semana Santa, la cual comenzaba en la Basílica Menor de San Francisco de Asís. Antes esta calle era conocida por la Calle Nueva del Cristo por haber sido abierta después de otra que también llegaba a la plazuela y a la iglesia de ese nombre.

No se puede olvidar el Callejón del Chorro.  Esta muy corta calle, que desemboca en la actual Plaza de la Catedral, lleva de mucho tiempo ese singular nombre ya que como consta en una antigua lápida en esa esquina, ahí desaguaba, desde finales del siglo 16, la Zanja Real, primer acueducto español en las Américas, que traía el agua a la villa desde el Salto del Husillo, en el río Almendares, entonces de La Chorrera, muy cerca del sitio que en tiempos más recientes llamamos Puentes Grandes.

Último hoy, en esta relación de los nombres de las calles más pequeñas de La Habana – breve momento de encanto y añoranzas- es el Callejón de Espada, colindante con la Calle Peña Pobre.  Éste debe su nombre a que en este callejón viviera el ilustre obispo de La Habana, Don Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, el protector del padre Félix Varela, precursor de nuestras libertades. Anteriormente al siglo 19, cuando en él viviera el Obispo Espada, se le llamaba el Callejón del Ataúd.  A su intersección con las calles Compostela y Chacón se le llamó Las Cinco Esquinas del Ángel, por estar ésta próxima a la Loma del Ángel, antigua elevación físicamente venida a menos, en cuyo lugar más alto se encuentra la Iglesia del Santo Ángel Custodio donde en 1853 fuera bautizado el Apóstol.

Dichoso es el que pueda complacerse en el disfrute de los placeres que el conocimiento del tiempo pasado y presente ofrece.


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