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viernes, 1 de mayo de 2015

La Nobleza del Cid

El Cid


Por Rowland J. Bosch

Levantó la cimitarra
sobre su cabeza oscura
refulgente por el filo
que brilla en la espesa bruma.
-¡Muere infiel!, malvado muere,
yace por la media luna!
gritó con feroz vehemencia
el morisco que lo abruma.

De un salto el cristiano evade
el alma con tal fortuna
que con su espada penetra
la piel de quien lo importuna.
El sable vuela lejano
con impaciencia moruna.
-¡Escucha bien, sarraceno
que España es de todos una
dile al Sultán de tu tierra
que cual mi patria, ninguna,
que he de luchar por Castilla
hasta que a todos reúna.
Soy un soldado de Dios
que en gracia solemne jura
que te perdona la vida
a los cantos de aleluya!
¡Que viva la tierra mía
donde el amor se divulga
y los pendones de gloria
al golpe del viento ondulan!

El moro partió veloz
aterrado, por su ruta
e irguióse el guerrero audaz
después de la escaramuza.
El capitán más famoso
que Iberia tuvo por cuna.
Ejemplo del caballero
sin tacha ni miedo en duda
valor, coraje y arrojo.
Son de sus virtudes unas.
Así era el Cid Campeador
flamante con su armadura
representante de un pueblo
que su hidalguía dibuja.


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