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domingo, 1 de noviembre de 2015

Jesús

               
      
                                    Juan Rivero, Brooklyn New York
            
            …Entonces se paró en la esquina de la calle San Luís con Las Carreras. Desde ahí podría espiar mejor a Claravinda su mujer. Desde allí pudo verla cogida de manos y besándose con otro hombre. -¡Mira a esa desgracia; coño, mi compadre tenía razón, las mujeres son cosa del Pájaro Malo! Fíjense, yo pensando que era verdad lo que me decía, que cuando venía al pueblo de compras le cogía la noche porque había mucha gente en el comercio, y así como ese siempre traía un cuento nuevo. Yo de pendejo creyéndole, y un: Si, ta’ bien, la salvaba de susto. Y miren eso, mira  lo que se pone a hacer esta buena vagabunda. Sin perderla de vista mete la mano, con disimulo, por la camisa y empuña con fuerza el puñal que trae consigo. Sus dedos juegan con el pomo del arma blanca una y otra vez. Esta listo para dar el golpe, el zarpazo final para cobrar la afrenta. Vuelve y acaricia la empuñadura. Por su mente cruzaron mil pensamientos de rabia, de dudas, de miedo y vergüenza. Se aferra recio al pomo del puñal, un lengua e’mime vaciao que no se quiere pa’na. De nuevo volvió a razonar: - Mi compadre me lo dijo: -Compadre vigile a su mujer, esa mujer va muy seguido al pueblo, yo como usted la sigo un día sin que se dé cuenta, porque ella tiene que andar en malos pasos. Él no le ponía atención a los consejos que le daba su compadre. Pero tanto da la gotera sobre la piedra... que un día se animó y después de dudar cien veces, de decirse: -¡Coño, eso no puede ser verdad! Se armó de valor y siguió a la bendita mujer, (-que ese día se arregló y pinto demás-) la que agarrando su cartera y su sombrilla, besándolo en la mejilla, le dijo:    -¡Jesús, hoy no me voy a estar mucho, pues lo único que voy a comprar son unos cuantos cortes de Chalmé La tora, un rollo de elástico y una gruesa de botones en el Almacén del Louvre!                                                                     
                                                A Jesús, todo le venía a la mente ahora como si fuera ese mismo día... Ahora empuñando con fuerza el escondido puñal debajo de la camisa, los rabiosos ojos fijos en la figura de su mujer, cogida de la mano de ese otro maldito hombre, delgadito y más joven que él, se dijo –Los voy a joder, par de desgraciados. Pero dudaba, y aunque se había dicho más de una vez; -¡Ahora es la mía! estaba totalmente paralizado, contenido por una fuerza invisible que no lo dejaba actuar.
            La mujer de Jesús y el extraño amante, luego de besarse profundamente, se movieron de lugar. Caminaron por la calle Las Carreras (él le echó el brazo por el hombro y la pegó a su cuerpo) una vía amplia de mucha circulación y tráfico. Jesús los seguía a prudente distancia. Antes de llegar a la calle Mella, los amantes entraron por el callejón de una posada. Jesús se quedó afuera. Vigilante no cesaba de acariciar con rabia el cabo del filoso puñal. Aunque quiso no podía dar el otro paso, avanzar y enfrentar a ¡Esa maldita cuernúa!
            Mas esa bendita impotencia, esa bendita indecisión lo aterraba, lo ponía a sudar frió, a meterse en miles pensamientos. Entonces empezó a verse desde afuera. -¡Coño un veterano como yo! ¡Un guardia viejo! ¡Coño sí, un taco de hombre! Aquí estoy de pendejo, muriéndome de miedo. De pendejo, si, porque eso es lo que yo soy; un pendejo. Que tengo miedo de que esta maldita mujer me deje, porque es que soy un débil con ella. Eso es lo que soy; un buen pendejo... y pasó más de una hora y na’ que salían los dos desgraciados. Le contó, entristecido, tiempo después al compadre.
            Cuando empezó a caer la tarde, tomó el camino de regreso.  Tuvo suerte, un camión que iba para la sierra aceptó llevarlo. Cuando llegó, entrada la noche, siempre lo recordaría, el compadre y los muchachos, que habían regresado de la escuela, atendían el negocio de la pulpería. El tiempo le cayó encima. El tiempo se lo fue tragando metido en su silencio.
            Una pena siguió a otra pena. -Porque yo soy un flojo, un cobarde que no me atrevía a decirle nada a mi mujer, no fuera a ser cosa que ella me dejara para irse con un jovencito de estos, “un cinturita” de los que privan en buenos mozos. No, yo jamás iba a reclamarle a ella que me era infiel. Que yo la había visto, con estos ojos que se los han de tragar la tierra, sobajiándose con otro. Así es como he tenido que quedarme con este maldito dolor atravesado en el pecho. El tiempo se lo fue tragando. El negocio de la madera en la sierra fue de mal en peor. Después que mataron al Jefe cada quien empezó a hacer lo que le dio la gana. Y empezaron; tumba que tumba palo, y nada que siembra. Cortaron todos los pinos, y nada que siembra pino. Los aserraderos, los fueron cerrando uno a uno y de ñapa comenzaron a importar madera americana. Las ventas del negocio bajaron a cero, la gente empezó a mudarse de la loma.
-El único es mi compadre que no manca ni un solo día:-
-¡Buenos días compadre!
-¡Buenos se lo de Dios!
-¡Compadre carajo, no se duerma en esa silla!
-¡Que va compadre, yo ‘toy aquí arreglando estos tramos que se quien como caer!  Todos los días la misma ceremonia; -¡Buenos días compa.....!   -¡Buenos se lo de Dios....! -¡Compadre carajo no se duerma....! ¡Que va compadre, yo aquí jodiendo con este peso que se quie como caer! Balbucía entre los dientes: -Total na’ la maldita cuernua se fue pa’ lo paíse y se llevó a la hija. Si ombe, se fue y me dejó solo con Juan Andrés.
            El tiempo se lo fue tragando mientras se bebía el trago amargo de la impotencia. La soledad taladrándole el corazón, el alma. Un inventario furtivo hubiese descubierto que en realidad aquel negocio había dejado de existir hacia tiempo. Los tramos de botellas de aguardiente, que en realidad estaban llenas de café claro, y una que otras de cervezas, estaban vacíos. Las vitrinas estaban encostradas de polvo y de cadáveres de cucarachas y hormigas. El mostrador cubierto de una capa aceitosa de mugre, hablaba del descuido y la ruina.
            Los cajones, uno con unos granos de habichuela con gorgojos, otro con un residuo de arroz pastizo cubierto de un limo verdusco, le hacían compañía al de la azúcar parda que ahora se había  convertido en un vivero de hormigas borrachas del dulce. Al peso, suspendido por un mohoso alambre, en una esquina del mostrador, se le han ido borrando los números por la inercia, igual a la del negocio.
            El día amaneció brumoso. El frió de la cordillera permanecía estacionario. Hoy el compadre madrugó más que nunca. Venía como siempre a darle sus: -¡Buenos días compadre! Cuando lo divisó entre la niebla parado en la puerta de la pulpería. Caso extraño. Un celaje de asombro le cruzó por la mente. Entonces lo vio venir hacia sí entre la niebla. - ¿Carajo para dónde ira el compadre a esta hora? Al pasar junto a él, oyó que con voz apagada Jesús le dijo; -¡Compadre ya me voy, me jarté de esta vaina! Y se alejó levitando sierra abajo.

            Una  onda  de  frío  hizo  temblar  al   compadre. -¡Compadre Jesús, carajo qué es lo que está pasando? Atinó a decir con más miedo que vergüenza. Cuando miró hacia atrás luego de reponerse, para ver por dónde iba su compadre Jesús, este había desaparecido en la bruma del camino. Nervioso y azorado el compadre corre hasta la pulpería. Entra y encuentra al compadre Jesús sentado en la silla detrás del mostrador con la mirada ida. Casi le grita -¡Caramba compadre no se duerma! Lo toca, está frío, gélido, catatónico, mudo. Quiso llamar a alguien y se acordó: ¡Toe’to desgraciao se fueron pa’ lo paise! y lo dejaron solo -¡Coño, esa maldita mujer acabó con mi compadre Jesús!  El hombre sigue frió, impávido, yerto; devorado por el tiempo y la soledad, la tristeza y la pena.
            El compadre sale de nuevo al camino para buscar ayuda. Otea a lo lejos la silueta de Jesús que se aleja descendiendo el camino de la sierra –Míralo allá, ¿adónde ira ese bendito hombre? Corriendo, el compadre le cae detrás y grita fuerte: ¡Compadre Jesús, coño vuelva pa’ su casa, carajo compadre vuelva pa’ su casa! Pero nadie le contesta. Jesús se esfuma en un limbo de sombras. La  voz del compadre  se pierde en el eco de la cordillera. En el eco de la codillera se pierde la voz del compadre.

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